Friday, June 30, 2017

LAS RAZONES DEL ORGULLO



Recuerdo hace casi veinte años una fiesta nocturna en Ciutat Vella de València... actuaba en la calle el delirante MacNamara. Apareció un chico monísimo, delicado, tatuado, alegremente maquillado y perfumado... Nunca he conseguido que los cuerpos masculinos activen mi libido -lo que sospecho que es una pérdida lamentable-, pero como soy un vicioso de la observación de conductas, me fijé en una pareja gay veterana... Eran serios, adustos, dos hombres juntos con muchos inviernos de batallas que miraban atentamente al joven con una misteriosa mezcla de distancia generacional y admiración. Estoy seguro de que aquellos dos señores no se avergonzaban de lo que eran, pero había un gran salto entre ellos y el joven: él jamás había tenido que esconderse.

Lo que aquella pareja gay y yo estábamos advirtiendo aquella noche es que el mundo cambia a una velocidad que desborda las conciencias, hasta el punto de obligarnos a revisar nuestras propias biografías. Intentemos que el vértigo de los tiempos no nos desoriente demasiado.

Cuando yo era crío, en el odioso colegio religioso sólo para varones en que me maleducaron lo peor que te podía pasar era ser maricón. Cierto incidente muy poco morboso en un lavabo donde Amigó y yo nos escondimos para esquivar al profe de Dibujo -que por cierto era gay-, proyectó cierta sombra de duda sobre nuestras inclinaciones sexuales y la naturaleza de la relación amistosa entre Amigó y yo, de manera que me vi obligado a silenciar los rumores a golpe de fútbol y alguna reyerta a la salida del cole.

Afuera las cosas no eran muy distintas. La Brigada Social del Régimen detenía a los maricas por escándalo público y era común que les inflaran a hostias impunemente.

Sería ridículo negar la evidencia de que las cosas han cambiado. Es la pura normalidad democrática la que deslegitima cotidianamente prácticas intolerables en una sociedad de derecho como la de discriminar a las personas por sus preferencias sexuales. Pese a que tales prácticas continúan siendo habituales en nosotros, empieza a quedarse en fuera de juego muy a menudo el que las apoya. De alguna forma ya "no está de moda" decir -como dijo José María Aznar- que a uno le gusta la "mujer-mujer" o aquella majadería de su señora esposa sobre peras y manzanas. El patriarcado no está en quiebra, pero ya no es omnipotente e incuestionable. Hoy ser gay o ser mujer es menos arriesgado que serlo hace cuarenta años... y eso es un progreso social. Una cosa es que quede mucho por hacer y otra es que no se haya avanzado. Y, por cierto, aunque suelen ser políticos los que se apuntan los tantos, son las multitudes que estos días se manifiestan las que han conseguido crear el tejido jurídico que ha mejorado la situación de las mujeres, los homosexuales, los transexuales...

En fin, quizá todo esto sean obviedades... A veces es bueno ser muy didáctico, porque, por increíble que parezca, vamos a seguir teniendo homosexuales acosados en la escuela, alcaldes del PP que dicen no soportar a los "palomos cojos" y gilipollas que van por el mundo creyendo poder decidir cómo hemos de ser en la vida incluso antes de haber nacido.

Pero precisamente por esto último permítanme hacer una apostilla. Este año murió uno de los artistas más geniales que he conocido, David Bowie. Hay algo en ese mundo del transformismo y la ambigüedad, en ese juego de reinvención de la identidad y el género, que apunta a cuestiones filosóficamente muy relevantes. Decía Foucault que el dandismo designaba la condición esencial de la modernidad. El dandy o, en francés, el flaneur -que él personifica en Baudelaire- es la permanente recreación de la propia identidad. Ya no soy, como en las sociedades gentiles, un ser hecho de una vez por todas que sólo remite a la inamovible estirpe de la que proviene, soy una insistente autoconstrucción, un juego de posiciones de sujeto que el entorno social nunca acaba de definir del todo.

Me interesa esa incitación a la confusión porque me desasosiega y me hace pensar. ¿Soy heterosexual? O mejor, ¿soy quien la conveniencia social ha determinado que yo sea? Filosofía es pensamiento y pensamiento es interrogación. Que mal rayo le parta -como decía el Titi- a quien sólo busque certezas.   


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