Friday, February 02, 2018

BOYHOOD O EL TIEMPO

Finalmente me decido a ver Boyhood, que aparece en las clasificaciones de los expertos como una de las últimas grandes obras que ha ofrecido el cine. Me resistí a verla porque el experimento inaudito de rodarla a pequeños fragmentos en un trayecto completo de ocho años no me decía gran cosa. Ver crecer a los niños y envejecer a sus padres durante ese tiempo no me aportaba nada que -pensaba- no se pudiera hacer con un periodo de rodaje convencional y cambiando a los actores que empiezan siendo críos y acaban adultos, como tantas veces se ha hecho cuando el relato abarca un amplio plazo. Visto el film ya no creo que el experimento en cuestión sea una anécdota estéril, aunque entiendo que Boyhood es mucho más que eso. 

Estamos ante una narración sobre el tiempo, esto parece obvio. En cierto modo es una investigación sobre lo que el tiempo hace con los seres humanos. 

Decía Cioran que "estamos desamparados ante el tiempo". Así están los personajes de Boyhood. Se agradece que la película sea capaz de llegarnos al alma con tanta fuerza sin necesitar las truculencias ni las solemnidades hoy tan frecuentes en los relatos cinematográficos y televisivos. No corre la sangre, no hacen falta muertes porque presentimos que la muerte está en todas partes, que nuestra finitud es la condición secreta que atraviesa nuestros actos, casi siempre sin que nos demos cuenta. 


"Creí que tenía más tiempo", dice la protagonista cuando su segundo y último hijo abandona la casa rumbo a la universidad. Súbitamente, se percata de que ha pasado el tiempo sin enterarse. Ha peleado por salvar a sus dos hijos en un hogar desestructurado con distintos episodios matrimoniales infortunados... Y de pronto, el tiempo se le ha echado encima y en el horizonte sólo asoman las sombras. 

Gurús budistas y escritores de autoayuda nos recuerdan insistentemente que debemos vivir el presente, no impacientarnos, no pasarnos la vida haciendo planes y aplazando la felicidad para mañana. Está muy bien, pero temo que la pretensión de vivir al margen de la temporalidad es ilusoria.Quizá sea un veneno, pero ese veneno nos constituye. No vivimos en el tiempo, somos tiempo, sólo hay tiempo, no hay otro lenguaje al que traducir nuestra experiencia. 

Fue San Agustín el primero en anunciar que Dios había elegido la Historia para desarrollar su plan para la estirpe de Adán. Hegel y otros modernizaron ese planteamiento, pero les faltó un paso más: lo dio Heidegger, en el decisivo periodo de entre-guerras al definir al ser-ahí del hombre como un "ser para la muerte": No habitamos el tiempo, somos tiempo. No somos nada más allá de la contingencia que supone existir sabiendo que somos caducos y que nuestro destino es la extinción. El miedo a esa condición finita forjó la más gloriosa de todas las ficciones: la eternidad. Pero, como también afirmó Cioran, la fe es la mayor torpeza jamás ideada por un mamífero: sólo eliminando lo perecedero, es decir, todo aquello que nos importa, podemos concebir la eternidad. 


"Se ha pasado muy rápido", me dijo recientemente una anciana que me vio crecer. El tiempo nos acucia a todos. No es que pase rápido o que la vida sea corta, es sólo que cuando nos situamos ante el pasado nos parece que no ha durado lo suficiente, que lo que el tiempo inmenso del que creíamos disponer era una promesa incumplida. 

Boyhood es una gran película. Sin truculencias ni histeria nos hace ver que vivimos a la intemperie y envejecemos sin remedio...  Y sin segundas oportunidades.     

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