Wednesday, April 29, 2020

EN CUARENTENA


    1. No me pregunten por qué, pero me viene a la cabeza esa época de supuesto esplendor, aquella euforia financiera que muchos llegaron a pensar que no tendría fin. Yo siempre fui capaz de vivir con lo justo y que la prosperidad no tiene por qué transformar radicalmente nuestras preferencias ni mucho menos nuestros principios. Por eso pienso en la pasividad con la que la gente aceptaba aquella costumbre repugnante de los restaurantes a los que llamabas para reservar mesa y te decían aquello de: “mire, esto funciona así, tenemos un turno de 9 a 11 y otro a partir de las once, ¿cuál prefiere”… y yo, obviamente, decidía quedarme en casa o ir a MacDonald´s -he dicho bien, a McDonald´s, que llegó a parecerme entonces un negocio decente- a cambio de no perder mi dignidad. Con qué facilidad aceptaban los ciudadanos aquella humillación, aquella infamia… cada vez que me acuerdo no dejo de sorprenderme.



    2. Tuve una compañera de piso en cierta localidad alicantina que una mañana de lunes me comunicó que en la tarde del día anterior había entendido de forma clara y rotunda el sentido de La Nada... así, con mayúsculas. Llegó allí para compatibilizar el trabajo con el cuidado de su madre, que residía en la capital, a una hora del pueblo en que vivíamos. Llegaba de su casa en la Sierra de Gredos, donde tenía sus amigos, su casa, su entorno predilecto, el espacio donde se sentía joven y libre. Regresó aquel domingo por la tarde… no había nadie en la calle y habría jurado que no había nadie en ningún sitio. Su perro había muerto recientemente, no hacía tiempo para salir al campo ni nadie en disposición de ser visitado. No le gustaba la tele y no recuerdo si entonces existía internet… No sé si ven por qué les cuento esto. A veces, en medio de esta vida convertida en una serie de renuncias, miedos y prohibiciones, cuando todo contacto corporal ha quedado proscrito, me viene a la cabeza aquello de La Nada. Quizá en las épocas normales, en medio del trajín diario en que nos la vida nos tiene distraídos, habríamos de detenernos más a menudo para saborear aquello de La Nada, aunque, obviamente, no sepa a nada.



     3, Mi amigo Ricardo Signes, el mayor especialista que conozco en la novela decimonónica, me va a odiar por esto, pero voy a hablar de “Los miserables” sin haber leído la novela, simplemente por la teleserie británica protagonizada por mi admirado Dominic West, el héroe de la inolvidable “The wire”. (Viene un pequeño spoiler, por si no se conocen la novela de Víctor Hugo). 

     El inspector Javert pasa sus días obsesionado con atrapar a Jean Valjean, al que considera un criminal perverso y endemoniadamente astuto. Después de muchos años persiguiendo un fantasma similar a la Moby Dick de Ahab, Javert descubre un día que Valjean no es el hombre que él creía, que en realidad es justamente lo contrario. Le deja escapar y, tras exigir por carta una humanización del trato a los delincuentes y presidiarios, se lanza por un puente al Sena. ¿Por qué? No dejo de preguntármelo. Yo he cambiado de opinión de forma traumática más de una vez, mi visión del mundo es el resultado de múltiples invasiones, incendios y saqueos…Tengo algunas certezas, pero ni siquiera éstas se hallan libres de pasar por alguna ITV de vez en cuando. No voy a tirarme al río, no al menos por descubrir que Valjean no era, después de todo, peor tipo que yo.

    4.  No conozco a nadie -con permiso de Borges- que haya disertado con tanto ingenio sobre la mentira, sobre su hechizo, sobre su peligro, sobre sus efectos de verdad, como Umberto Eco. Cuando el maestro piamontés escribía sobre complots y otras formas de la conspiranoia resultaba, además de hilarante, especialmente certero.

    Qué nos habría dicho sobre la tempestad de fakes que nos asaltan a través de internet en plena cuarentena? En realidad podemos suponerlo. En uno de sus últimos escritos, recordando a Passolini, decía Eco que “el complot nos hace delirar porque nos libera del peso de tener que enfrentarnos con la realidad”. Y añade: “Si estamos convencidos que la historia del mundo está dirigida por sociedades secretas -ya sean los Iluminados o el Club Biderberg- que van a instaurar un nuevo orden mundial, ¿qué puedo hacer yo? Me rindo y me adapto. Por lo tanto, cualquier teoría de la conspiración orienta la imaginación pública hacia peligros imaginarios y la aparta de las auténticas amenazas”. 


    Apliquémonos el cuento. La plaga del coronavirus no responde a una conspiración. Si a alguien se le escapó deliberadamente unas dosis de un virus sintetizado en un laboratorio es algo que seguramente no sabremos nunca y que dudo mucho que haya ocurrido. En cualquier caso da lo mismo. No hay oligarcas oscuros maquinando para exterminar ancianos y colapsar países porque no les hace falta. Esta crisis está destinada, como la de 2008, a hacer que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. No es una conspiración, lo siento, les vienen bien las mentiras y la estupidez de la gente, pero no requiere reuniones secretas ni desangrar ritualmente a una virgen… lo hacen a la luz del día, no hay más que pasarse por la Bolsa o leer los periódicos. 

    


     5. Veo “Ad Astra”, sin duda un film inusual dentro del género de ciencia-ficción. Se diría que estamos ante una versión astronáutica de la búsqueda de Kurtz en “El corazón de las tinieblas”. (Viene otro puto espoiler) El protagonista, Roy,  cree que su padre, un héroe del espacio, murió décadas atrás en una expedición a los anillos de Saturno cuyo objeto era encontrar vida extraterrestre, por lo visto, la gran obsesion. Cuando descubre que podría estar vivo, decide por cuenta propia capturar una nave para ir a por él. Lo que se encuentra en Saturno es a un viejo loco, incapaz de soportar la evidencia de que ni ha encontrado ni va a encontrar lo que busca. Perdonen que sea un tipo tan aburrido, pero, lo siento, no hay extraterrestres, no hay dioses, no hay nada, son solo leyendas… solo estamos nosotros. Cuando Roy deja a su padre en el espacio -Clifford no soporta regresar de vacío-, se percata al fin de que solo están él y su familia, y la Tierra, y su vida… Ni más ni menos. ¿De verdad no puedes soportarlo?

   6. Voy a recordar a Michael Robinson por muchas cosas, pero lo que me viene a la memoria es la primera vez que me sorprendió, cuando retransmitía un partido del Milán de Sacchi y los talentos holandeses. Conviene saber que él fue, como Marco Van Basten, un delantero centro, aunque con cualidades sumamente diferentes: “Viendo jugar a Van Basten”, dijo con ese acento tan de guiri que, sin embargo, jugaba astutamente con el castellano, “me doy cuenta de lo malo que yo era”. 

     Robinson marcó un hito en la historia de la televisión. Muchos a los que no les interesaba en lo más mínimo el fútbol veían “El día después” y últimamente “Acento Robinson”. Sabía de este juego como pocos porque lo amaba, pero tenía la gracia de encontrar siempre el lado más humano, ese que tan a menudo queda enterrado bajo el lodazal del dinero y las ridículas polémicas de los hooligan. Siempre me llamó la atención esa curiosidad por los personajes más rinconeros y pintorescos de los estadios, los equipos que siempre pierden, los deportistas que quedaron en el camino…"No quiero que me cambien antes del minuto noventa", dijo en su última entrevista.
    
    Queríamos tanto a Michael.











Friday, April 24, 2020

¿QUÉ LIBERTAD?


Si tuviera que dar un único consejo a un hijo… “No confíes jamás en alguien que siempre está del lado de los poderosos”. El documento que, contra el supuesto autoritarismo derivado del coronavirus, ha encabezado Mario Vargas-Llosa, no es solo un despropósito y una cadena de infundios, sobre todo refleja una mediocridad intelectual que me hace recordar aquello que decíamos en el BUP, que el más tonto y rancio de la clase siempre era el facha.



Ya hace mucho que dejé de hacerme preguntas respecto a la célebre esquizofrenia del Nobel peruano, que parece un talentoso profesional de la narrativa, pero que, cuando opina de política, es un ejemplo supremo de lo que Ignacio Sánchez-Cuenca denomina “desfachatez intelectual”. A fin de cuentas, Cela escribió un par de buenas novelas en su juventud, pero a mí siempre me pareció un absoluto impresentable sin pizca de gracia, a pesar de lo mucho que los españoles reían sus majaderías. A menudo los artículos de don Mario en El País alcanzan la categoría de infamia literaria: opiniones sin documentación ni rigor, despliegue de fobias sin más contención que la de su elegante pluma, argumentaciones tópicas y simplistas… A mí me parece muy bien que el diario El País albergue articulistas de derechas, aunque debería preocuparle que sus dos escritores mejor pagados, Javier Marías y Mario Vargas-Llosa, hayan extremado en la edad tardía los componentes más intolerantes y reaccionarios de su temperamento, pues creo que empiezan a perder algo tan imprescindible como es la lucidez. 


Fiel a su costumbre, el escrito que encabeza el peruano y que firman otras muchas personalidades de supuesto prestigio se basa en una idea-fuerza: los gobiernos de izquierda llevan el autoritarismo en el ADN, de ahí que estén aprovechando la crisis desatada por el Covid 19 para colapsar la actividad productiva. Con la excusa del confinamiento nos mantienen a todos paralizados y dispuestos a obedecer sumisamente las instrucciones del nuevo estalinismo. El escrito habla de gobiernos de izquierda con escasa distinción entre las actitudes de los dictatoriales de Nicaragua o Venezuela y los de democracias, entiendo que “secuestradas por la izquierda”, como España o Argentina… Es un poco como aquello del contubernio judeo-masónico… nadie sabía a quién se refería exactamente Franco con aquello, de lo cual se deducía que judeo-masónico era todo aquel que estuviera contra el Régimen. De las barbaridades de Trump no tenemos noticia en el escrito. Tampoco de Bolsonaro. Aunque, bien pensado, debe ser porque ambos, pese a la evidencia mortífera del virus, apuestan por dejar a la gente deambular libremente por las calles, pues, ya que vamos a morir, al menos que nos mate después la recesión económica. Además, y como ya se está viendo, los que mueren son sobre todo negros y habitantes de guetos y favelas.

Pero no me hagan caso a mí, que soy un tipo lleno de ira, lean, lean:

”A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado. Queremos manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte. “

Me da un poco la risa, así que no me detendré mucho en lo del “Ogro Filantrópico” -así, con mayúsculas, como si fuera un señor con cara y ojos-. Se me ocurre preguntarle al señor Vargas-Llosa, así como a los ilustres españoles que figuran entre los firmantes, la mayoría vinculados al PP, empezando por José María Aznar, si cuando hablan de derechos y libertades no están pensando en la Ley Mordaza, que el Gobierno Sánchez ya debería haber derogado y que, vaya por Dios, resulta que fue cosa del gobierno popular. Lo demás, pese a lo groseramente que maneja los conceptos, merece un análisis más cuidadoso.

Hablan estos defensores de la democracia de “estatismo, intervencionismo y populismo” como características de todos los gobiernos de izquierda, elementos tóxicos que han empezado a imponer con la excusa de la pandemia para cargarse la democracia, o lo que ellos entiendo como democracia, es decir, el liberalismo y la sociedad de mercado.

Vamos a ver, gobiernos de izquierdas y de derechas en todo el mundo han decretado el confinamiento y la paralización de las actividades productivas no esenciales porque entienden que la prioridad es salvar vidas. Estamos como estamos porque no hay un tratamiento eficaz contra el virus, que es justamente lo que precisamos para que la gente, y en especial los ancianos, no se nos mueran a puñados. Si mañana un gobierno tan irresponsable como el de Johnson, el de Bolsonaro o el de Trump, decretara que, por ejemplo, se abrieran las escuelas, yo no acudiría a meterme con treinta personas en un aula porque no quiero coger el coronavirus ni mucho menos contagiar a mis familiares. Soy yo quien voluntariamente se ha confinado.

La pandemia es un desastre social sin precedentes cercanos en el tiempo. Nadie, ni siquiera China, es directamente culpable de la misma, pero son gobiernos como los que le gustan a los firmantes los que, por ejemplo en España, han devastado los servicios públicos, empezando por los sanitarios. De otro lado me hago un par de preguntas maliciosas. ¿No será que a los dueños de las grandes corporaciones, esos de los que tan amigos son Vargas-Llosa y compañía son tan amigos, les preocupa más mantener sus cuotas de negocio que velar por la salud de sus empleados? Seguramente por eso consideran que el coraje con el que gobiernos como el español han decidido hacer prevalecer la salud sobre la economía es un síntoma de su talante autoritario y leninista. Y otra: ¿no será que la pandemia, en vísperas de elecciones presidenciales en los EEUU, amenaza seriamente con echar a Trump de la Casa Blanca? En ese caso, no me extraña demasiado que el círculo internacional de sus partidarios haya decidido movilizarse en su ayuda.

Permítanme alguna que otra reflexión final.

La derecha arrastra un viejo complejo: la superioridad moral de la izquierda. Es algo que la propia izquierda ha problematizado a menudo, pero para la derecha es un demonio que necesita exorcizar. Por eso, como saben que -en relación a los ideales de la Ilustración- tienen perdida la batalla de la igualdad y de la fraternidad, acuden con frecuencia a la cuestión de la libertad, asociando toda forma de izquierda con el autoritarismo marxista. Creer que se es de izquierdas por talante liberticida me parece un síntoma de falta de lecturas. Léanse a Arendt, a Adorno, a De Beauvoir, a Sartre, a Benjamin, a Habermas, a Honneth, a Bauman, a Foucault…

Pero hay algo peor, porque además creo que contiene más mala baba que simple convicción doctrinal: confundir la capacidad para enriquecerse, sobre todo si es para unos pocos, con la libertad tal y como la entendemos en democracia es introducir un sesgo intolerable, pues nada es más dañino para la libertad que alentar las desigualdades extremas tan seductoras para los gobiernos de los amigos de Vargas-Llosa. Muro de México, rechazo a la diversidad sexual, fundamentalismo religioso, persecución de la inmigración, racismo, leyes duras de represión policial… admirable libertarismo el de la derecha, vaya que sí.
 




Permítanme una última consideración. Esta gente no tiene mal olfato. La mayoría de los firmantes son tipos viejos y rancios, algunos, como Savater, y no es el único, son intelectuales a los que ya nadie lee o, en todo caso, solo leen los zotes. Pero detectan un movimiento de profundo calado que se ha despertado en gran parte del mundo, empezando por los EEUU bajo el liderazgo de Bernie Sanders, y que está leyendo la crisis desde una óptica radicalmente contraria a la que defiende la vieja derecha. No sé si vuelve el socialismo, pero millones de personas, especialmente jóvenes, se están dando cuenta de que a los problemas colectivos no se le pueden dar soluciones individualizadas. Lo que los rancios del manifiesto dichoso llaman “intervencionismo” no es sino la exigencia de construir instituciones entre todos que defiendan los derechos de la inmensa mayoría. Tienen razón, algo está pasando y no me sorprende que no les guste.



Monday, April 13, 2020

BERNIE SANDERS

"Los yanquis deberían dejarnos votar". Hace ahora cuarenta años que mi madre efectuó tal aseveración mientras veíamos un telediario. Puedo datar el momento con precisión porque estábamos en plenas presidenciales norteamericanas, con el republicano Ronald Reagan como aspirante y el demócrata Jimmy Carter intentando ganarse otros cuatro años en la Casa Blanca. No parece, después de todo, tan descabellado. Si un pedazo de nuestro bienestar, prosperidad y seguridad, está en juego en los comicios de ese país, no veo por qué hubiéramos de conformarnos con la condición de espectadores pasivos. 

No fue insignificante para el mundo -vaya si no lo fue- el resultado que convirtió en Presidente a Reagan en el 80... Como no lo será ahora que continúe Donald Trump o, por el contrario, acceda Joe Biden. Dado que, como afirma Noam Chomsky, tenemos en el Despacho Oval a un "bufón sociópata", sospecho que, si me dejaran votar, me limitaría a hacerlo por Biden por la sencilla razón de que no es Trump ni se le parece. ¿Basta con eso?

A ver... Si hablo de votar a Biden es porque ya no hay otra opción: Bernie Sanders se ha retirado de la carrera por las primarias demócratas. No tuve duda hace cuatro años y todavía menos la he tenido ahora: Sanders es el hombre capaz de darle la vuelta al ciclo trumpiano. No sé si, como muchos insinúan, en el caso de ganar las primarias habría sido menos eficaz que sus rivales en el Partido para ganar las presidenciales. Esto ya se dijo hace cuatro años cuando disputó -con idéntico resultado- las primarias a Hillary Rodham Clinton y el batacazo final a la hora de la verdad fue colosal... tanto como para que ahora un majadero con la sensibilidad de una calabaza y la inteligencia de un tarugo ocupe la Presidencia a la que Hillary se sentía irremediablemente destinada. Por qué perdió Clinton y por qué -Dios no lo quiera- ahora podría perder Biden, es asunto digno de larga deliberación... Pero deberíamos preguntarnos si no hemos perdido todos algo con la retirada de Sanders. 


Mi interés por este personaje se remonta a las primarias de hace cuatro años, en las que -con Trump consolidándose como lobo feroz de los republicanos-  obtiene apoyos en personajes tan relevantes como los economistas y premios nobel Joseph Stiglitz o Paul Krugman, el filósofo y célebre disidente Noam Chomsky o la periodista Naomi Klein. Es llamativo que Krugman, azote insistente de Trump desde el New York Times, se haya distanciado de las posiciones de Sanders al considerar un serio peligro, además de un caso de innecesaria autocomplacencia, su insistencia en definirse como socialista. Quizá las reticencias de Krugman, convencido "obamista", sean el mejor síntoma de lo que ha conseguido Sanders: romper el tabú que arrastra la nación más poderosa del mundo con respecto a ese concepto tan asumido en el resto del mundo y, concretamente, en Europa: el socialismo. 

En la visión de Krugman, esa conducta es imprudente, incluso cuando Sanders ya ha recalcado que su objetivo no es acercar los EEUU a Venezuela sino a Dinamarca. Con ello, siempre según el economista, aleja al votante centrista, y refuerza la impertinencia de quienes le califican como el "Trump de la izquierda" o aquel periodista que profetizaba "ejecuciones en Central Park" si Sanders llegaba a la Casa Blanca. 


Majaderías aparte, la trayectoria de Sanders no legitima a nadie para mostrarse sorprendido. Proviene de una familia de judíos que fue casi exterminada en el Holocausto. Sus padres emigraron a Norteamérica y fueron fervientes partidarios del modelo socialdemócrata de Roosevelt. El joven Bernard acompañó a Martin Luther King -sin duda una de sus grandes fuentes de inspiración- en la célebre Marcha por los Derechos Civiles y se opuso desde movimientos pacifistas al reclutamiento para la Guerra del Vietnam. Fue durante muchos años alcalde de Burlington, la principal ciudad de Vermont, estado del noroeste por el cual es senador actualmente. Ha sido reiteradamente calificado como el mejor alcalde de toda la nación. Antes de convertirse en candidato para las presidenciales, había encabezado distintas iniciativas relativas a la financiación de los partidos, denunciando el peso político de Wall Street o acusando a la Reserva Federal de actuar al servicio de los milmillonarios del país. 

Si estaba seriamente destinado a cumplir sus promesas electorales es algo que ya no sabremos nunca, pues dada su edad y el hecho de haber sufrido un infarto no hace mucho, tengo el barrunto de que su carrera ha finalizado aquí. No parece sin embargo el tipo de político que especula por un puñado de votos. 


Por ejemplo, Sanders proyectaba un sistema de atención médica universal, el llamado "Medicare para todos"... un modelo de seguridad social poco menos que impensable en los USA pero común en otros muchos países mucho más eficaces en sanidad que el Tío Sam. Añadimos un proyecto similar a nivel educativo, lo que supondría reforzar extraordinariamente la escuela pública, en la actualidad muy deteriorada en grandes zonas del país. Pretende -mucha atención a esto- mitigar la monstruosa deuda con los bancos de los universitarios, incrementar el salario mínimo, instaurando nuevos reglamentos para aminorar la desigualdad laboral...Sigo: crear una red de seguridad laboral que contemple recuperar la capacidad de negociación sindical, incluyendo la cuestión de las bajas por maternidad; impuestos a Wall Street y en general a la especulación financiera; descriminalización de la inmigración y giro total a la política de Trump en materia de extranjería; regreso a los acuerdos mundiales contra el cambio climático; reforma del sistema de financiación de partidos; supresión definitiva de la pena de muerte; sanciones a la brutalidad policial; legalización del consumo de marihuana; disminución de porcentajes de población en presidios; apoyo a los derechos LGTB...

Puedo seguir, pero, lamentablemente, tendrá que ser algún otro demócrata como Warren quien recoja el testigo. Creo, no obstante, que la sombra de Sanders va a ser alargada y que el hombre que ha decidido asumir su derrota no será olvidado. No creo que esté en la mano de Sanders convencer a la nación de que el socialismo puede ser bueno, pero sí ha logrado algo mejor: poner el capitalismo entre interrogantes, romper el hechizo neoliberal y recuperar, sobre todo entre los jóvenes, la perspectiva de lo colectivo frente a la mentira del "sálvese quien pueda".


No es poca cosa en una nación como la suya, y no es un mal camino teniendo en cuenta lo que muchos están terminando de descubrir con el monstruo de la pandemia: somos frágiles... solos nos extinguiremos uno a uno, solo la solidaridad e instituciones auténticamente democráticas pueden salvarnos.  

Thursday, April 09, 2020

DESDE LA VENTANA


“Si no quieres sucumbir a la rabia, renuncia a escarbar en la memoria”. El aforismo de Cioran es, como tantas otras veces, desolador… además de ferozmente autodestructivo. El confinamiento al que creemos habernos acostumbrado, seguramente porque no somos conscientes de lo que está haciendo en nosotros, tiene ese efecto: invita a escudriñar en nuestro pasado. Añadamos un exceso de merodeo por Facebook y ya tenemos el coctel perfectamente tóxico.

El de ayer fue el día más extraño desde que empezó el confinamiento. Un endemoniado entrecruzamiento de coincidencias -ya saben cómo es Facebook- me hizo saber que alguien a quien conocí en mi juventud había fallecido hace algún tiempo. Dudé que fuera ella porque me costaba reconocerla en sus últimas fotos… Algunos datos  que recogí en su muro, la mayoría por allegados que le lloraban, me hizo deducir que, inequívocamente, se trataba de Estela. Recordé lo luminosa y lo inalcanzable que me parecía en mi juventud. Cuando la conocí recuerdo que llevaba dos tipos permanentemente revoloteando alrededor. Y ese era tan solo el séquito habitual. Estela rompía, no te enamorabas perdidamente de ella porque todo hijo de vecino sabe que algunos sueños son imposibles... Estela solo besaba a hombres que, cuando te veían cerca de ella, ni siquiera se inquietaban porque intuían que no eras rival. Cuando ayer me convencí que aquella mujer de cuarenta y tantos que había fallecido era efectivamente Estela, sentí como si, por un instante, algunas de mis más antiguas cicatrices volvieran a supurar. Subí como un sonámbulo a la terraza del bloque donde vivo. El ruido ensordecedor de las aspas de un helicóptero de la policía me sacó del anonadamiento en que me había quedado mirando a mi ciudad con los ojos de quien descubre, repentinamente, que nada tiene demasiado sentido. Regresé a casa antes de que los geos bajaran por una cuerda a detenerme.

¿Para qué vivimos? La respuesta de que la vida no tiene finalidad y que es inútil insistir en preguntárselo es insatisfactoria… No porque no tenga razón, claro que la tiene, la vida no tiene ningún sentido, pero esa certeza no ahoga la tentación de volver a hacernos la pregunta en ocasiones sucesivas.

Se me ocurre que los seres humanos somos decepcionantes. También a esto aludía Cioran, a quien parecía complacerle su poder para seguir defraudando a sus congéneres. Mi biografía está atravesada por el recuerdo de docenas de despedidas. De algunas me arrepiento, me alejé de personas a las que ahora echo de menos. Por suerte o por desgracia no son demasiados. A la mayoría dejé de verlos porque me defraudaron, como también yo he defraudado a muchos. A lo largo de este medio siglo he conocido a infinidad de farsantes. Algunos eran tan cínicos y tan impresentables que se tardaba poco en verlos venir. Con otros tardé más… tardé demasiado, diría yo, porque su juego era mucho más astuto y peligroso. Y, sin embargo, con algunos de ellos, los que, como Estela, causaron un impacto demoledor en lo más profundo de mi alma, me pasa eso que dijo Rene Char: “el rayo me dura”.

Quiero ser honesto, a lo mejor eso, la honestidad -y la lucidez-, es lo único que me queda. Algunas personas son decididamente olvidables y no nos han servido más que para hacernos perder estúpidamente el tiempo. Otras… bueno, el problema quizá es solo que no nos dieron lo que les pedíamos. Quizá no quisieron, y estaban en su derecho, o a lo mejor es solo que les pedíamos demasiado y no podían dárnoslo. Como el mono egoísta que somos, desafiamos al mundo a que nos depare amor y atención, pero no tenemos el valor de dárselo a muchos que nos lo piden a nosotros. Estela murió y yo no estaba allí. Ya no vale de nada llorarle tan a destiempo. Como tantas veces en mi vida, he llegado tarde a casi todo… incluso a los entierros.

Miro a la ventana como aquella mujer del cuadro de Hopper. Debo dejar de escudriñar en Facebook, no quiero saber más, no quiero sucumbir a la rabia… Tampoco a la melancolía de no haber sabido ser, a tiempo, el hombre con el que soñaba ser cuando era niño. 


A mis espaldas mi hija sigue una clase de danza on line. Sus movimientos contienen una belleza que llega a producirme consternación cuando me da por pensar que todo aquello de lo que disfrutamos es efímero. Quizá por eso es tan hermoso, porque, como las flores, no está destinado a durar demasiado, y no nos queda otra que intentar gozar de ello como si fuera el último momento.

Una noche, mientras la acostaba, me preguntó por la muerte. Le contesté que todos vamos a morir, que yo también me iría algún día de su lado…

“… Pero quedarás en mi memoria”, contestó.   

Thursday, April 02, 2020

AMANCIO O BATMAN

Yo creo que tampoco es tan difícil entender por qué algunos no le hacen la ola a los gestos de filantropía de Amancio Ortega  y las fundaciones asociadas a Inditex. Otra cosa es que no queramos escuchar con atención porque nos seduce más la demagogia de los insultos y los golpes de pecho... Por no hablar de la fobia que tantos españoles sienten por Podemos, un fenómeno de psicología de las masas que ha terminado suscitando mi curiosidad incluso más que el propio Podemos. 

Claro que también podemos caer en la misma torpeza que los haters de turno y ponernos a descalificar a diestro y siniestro. Es a fin de cuentas lo que hacen ciertos medios a diario, y no hay más que ver las portadas de los últimos días de ABC -que llegó a ser en una época "prensa seria"- para darse cuenta de que en este país la bravuconería y el escarnio se venden baratos. 

La presa es facilona: el hombre más rico de España, que da trabajo a tantísimas familias y promociona la Marca España, gasta importantes sumas parar ayudar a los hospitales en estos momentos de zozobra... ergo solo un miserable y un mezquino puede atreverse a poner un pero. Pues miren, yo aplaudo a quienes lo han hecho, no solo porque creo que tienen razones para ello, sino porque sabían que su intervención sería impopular y les depararía una tormenta de agravios y descalificaciones. 

Vaya por delante que no tengo ningún problema personal con el fundador de Zara. He comprado su ropa muchas veces y, pese a que suelo desconfiar de los milmillonarios -entre otras cosas porque conozco a algunos-, no soy comunista. Eso significa que puedo elogiar sin ambages a un tipo que invierte su dinero, su esfuerzo y su ilusión en montar un negocio que suministrará bienes deseables a la sociedad de la cual formo parte. Después el mercado decide y hay muchos que desaparecen y algunos que, como en el fútbol -que también es pura competición-, terminan siendo Leo Messi. No me gusta demasiado toda esa retórica tan de moda en los últimos tiempos del liderazgo y el emprendimiento, pero tengo amigos que han creado empresas y se han dado -a sí mismos, pero a veces también a otros a los que han empleado- una vida digna. He viajado bastante por el mundo y en todas partes he visto mercados y gente dedicada a producir y vender... 

Si tengo problemas con el capitalismo no es porque crea que hay que expulsar a los mercaderes del templo, algo que no me parece ni posible ni, sobre todo, deseable. Mi desconfianza aparece cuando los mercaderes, algunos de ellos, alcanzan poder suficiente para estrangular la vida política, que es lo que verdaderamente legitima las instituciones democráticas. Y crece aun más cuando descubro que la economía, que siempre ha estado -con mayor o menor acierto- al servicio de la sociedad, llega en nuestro tiempo a convertirse en el único vector de poder, hasta el punto de mercantilizarlo absolutamente todo... incluyendo a los seres humanos o hasta sentimientos morales como el de la solidaridad. 


Es muy loable que Ortega done dinero y equipamiento a los servicios sanitarios. Preferiría que no practicara una agresiva política de elusión fiscal, aunque no sea lo mismo que "fraude", pues, que se sepa, lleva su dinero a lugares donde es legal pagar menos impuestos. También preferiría que Inditex no subcontratara con empresas de países donde no se respetan derechos humanos básicos, por ejemplo en materia laboral o de explotación infantil. Hagan el favor, mírense las etiquetas de la ropa que usan... Verán en qué países han sido manufacturadas, y seguramente podrán establecer conclusiones respecto a las condiciones en que se hacen... Y, por cierto,  yo también compro esa ropa porque tiene buenos precios, no soy angélico. 

He gastado cantidades de dinero exiguas, pero en términos relativos no inferiores a las que gasta Ortega, en organizaciones destinadas a luchar contra la tortura o las enfermedades infecciosas y la pobreza en el mundo. En cualquier caso no soy un buen ejemplo. Mi amiga Rosa, con la que compartí piso y amistad durante muchos años, gasta inmensas cantidades de dinero -estamos hablando de un salario medio- en ONGs destinadas a empresas humanitarias absolutamente loables. Conozco a una joven enfermera, Laura, hija de dos compañeros míos de trabajo, que ha pasado gran parte de su vida luchando contra el ébola y otras plagas terribles en lugares a los que hay que tener muchas agallas para solo acercarse, pues en ellos malviven los parias del planeta. Apenas nadie sabe de estas dos mujeres. Me parece bien que Ortega haga donaciones, pero prefiero a Rosa, a Laura o a esos tipos del barco que salvan vidas en el Mediterráneo. Curiosamente, muchos de los que ahora se indignan con Echenique o Rufián por criticar a Ortega son los que apoyan a los partidos de derecha que piden que los líderes de Open Arms sean procesados y encarcelados. 


España es uno de los países de la Unión Europea con menor dotación pública en materia sanitaria. El austericidio, al que con tanta convicción se sumó el gobierno del PP, ha provocado recortes en la salud que responden, aparte de a las peticiones de Merkel y la Troika, a la presión del IBEX 35, lobbie en el que Inditex es actor fundamental. Quizá queramos aproximarnos al estilo de los EEUU, país extraordinariamente insolidario,  a pesar de los esfuerzos de Obama, en materia de salud pública, y que curiosamente es muy dado a donaciones por parte de los grandes millonarios. Conviene preguntarse por qué tales procedimientos son menos habituales en países como Alemania o Francia, donde la cobertura sanitaria pública está perfectamente sufragada y es eficaz. 

Me parece bien que Amancio Ortega apoye a los hospitales. Es solo que prefiero a Rosa y a Laura. Y, sobre todo, es que prefiero una sociedad solidaria y cohesionada donde la fiscalidad sea justa y los gestores institucionales dispongan de medios para que no tengamos que esperar la caridad de los ricos... Sobre todo cuando sobrevienen tragedias como las que nos acosa en estos días.