Monday, November 22, 2021

FILO Y SU SECTA

 



Me ha escrito Filo. 


No sé si se hace llamar así por Teofila o -a su pesar- por Filomena. Pertenece a una congregación religiosa a la que pretende que me una. Para no despertar suspicacias, les llamaré "Remanente culpable", como la secta que protagoniza The Leflovers. Ellos, por cierto, niegan enérgicamente ser una secta. Yo le diría a Filo que ser secta no es necesariamente negativo. Contra el tópico novelesco, sospecho que las sectas hoy en día son más bien prosaicas. No te sodomizan, ni te esclavizan ni terminan sacándote las tripas y comiéndoselas en un sacrificio ritual, que es lo que de verdad mola para hacer pelis. Simplemente te cuentan unas cuantas monsergas que no se creen ni ellos y luego te van sacando la pasta poco a poco y sin que duela mucho, no sea que te des cuenta de que, como tantas otras cosas en el capitalismo, lo suyo es el bussiness. Ya ven, qué gris es todo: no hay manera de dar con algo que escape a la lógica del dolar. Da igual que predigan la cercanía del apocalipsis, condenen las violaciones de las gallinas por los gallos o se inflen con el agua con azúcar de los fármacos homeopáticos. Sigan la pista del dinero y hallarán las respuestas que buscan.


El problema conmigo, y es lo que le quiero explicar a Filo, es que están perdiendo el tiempo. Me haría de Vox o, lo que es peor, del Madrid, antes que de Remanente, pero lo que de verdad deberían plantearse antes de "contactarme" es si soy adecuado para ingresar en su club. No solo creo que los dioses son todos pura patraña. Es que ni siquiera me gusta la gente. Sí, como lo oyen, nada me parece más tedioso que reunirme con los demás miembros de Remanente los sábados y vagabundear en grupo por la ciudad o esperar juntos con la Biblia en la mano a la puerta del mercadona a ver si cae algún incauto. 

Claro que, como yo vivo en la prosa del mundo y lo ultramundano tiende a serme ajeno -digamos que no es mi terreno-, tampoco me cuesta plantearme que, después de todo, este tipo de agrupaciones sobreviven porque cubren algún tipo de necesidad real. 


Mirémoslo fríamente... La carta de Filo está escrita a mano y dirigida a mí personalmente. Por cierto, dice que desea que a mi familia y a mí nos vaya bien, algo que últimamente no me dice ni el conserje del curro. ¿Cuánto hace que no recibo una carta escrita a mano como las de las antiguas relaciones epistolares? Lo que intento decirles es que, en un mundo gélido, donde hasta las emociones se burocratizan, la oferta de calidez que dejan por los buzones de la vida los de Remanente resulta cuanto menos entrañable. Además, hay factores mucho más vinculados a la supervivencia que explican por qué este tipo de agrupaciones están desplazando en todo Occidente con rapidez a la vieja iglesia. En un planeta nómada y precarizado, donde se presiente por toda parte la falta de brújulas, la seguridad de una congregación que también estaba en la lejana ciudad de la que provienes es como el MacDonald´s o los Doritos: cuando te topas con algo que puedes entender porque es como en tu casa, sientes que no estás solo en este mundo tan amenazante e incierto. 

Después de todo, no está tan mal, ¿no?








Solo hay un pequeño problema: la felicidad que me prometen me parece... digamos que poco fundada. 

Podemos rezar juntos a voz en grito para que pase la pandemia, los políticos no se corrompan, el banco deje de estafarme o el Valencia gane la liga... peticiones todas ellas que, les aseguro, incrementarían mi paz y mi felicidad. Si quisiera tener muchos amigos sería buena idea sumarme a Remanente. Pero, la verdad, también están a gusto juntos los del club de dominó que hay bajo mi casa, y además, como ya les he dicho, no quiero tener amigos, la gente no me gusta. 

Se me ocurre que, pese al pesimismo que vive instalado en mi ADN, la historia demuestra que cooperando podemos mejorar nuestras vidas. Si quiero solucionar problemas que nos afectan a todos, normalmente debo buscar estrategias cooperativas. Por eso me reúno con mis vecinos, pese a que no me apetezca en lo más mínimo, me afilio a un sindicato o a un partido, elevo propuestas formales al ayuntamiento, acudo a manifestaciones, cuelgo carteles, discuto con mis conciudadanos en el metro o intercambio ideas a través de facebook o twitter. Entiendo que haya quien se desilusione de la política, de la cual es prudente no esperar nunca demasiado. El problema es que no conozco otra manera que el diálogo o, cuando toca, la pelea, que ayude a mejorar nuestras vidas. No fueron los rezos ni la lectura emocionada de la Palabra Revelada lo que libertó a los esclavos, sino el coraje de Espartaco y sus seguidores. No fueron las invocaciones de los nuncios de Dios sino las sufragistas las que empezaron a derrotar al patriarcado, entre otras cosas porque lo que aquellos pretendían era que las mujeres siguieran siendo siervas... No sé si me estoy explicando. 

 

Thursday, November 18, 2021

REMANENTE CULPABLE


No me duele reconocerle a la HBO que ha mejorado mi vida. Le debo joyas como "Los Soprano", "The Wire", "A dos metros bajo tierra" o "The Pacific". No soy muy de "Juego de tronos" y nada de "Sexo en Nueva York", pero con "The leftlovers", de la que recién concluyo la primera temporada, ha vuelto a cautivarme. Su creador, Damon Lindelof, fanático del inevitable Stephen King, fue ya en su momento el ideólogo de "Lost", aquella serie que movió multitudes y terminó narrativamente desbordada por sus desmesuradas ambiciones. Con "The Leftlovers" puedo afirmar, tras la primera de sus tres temporadas, que, pese a que se presiente la alargada sombra de Lost, ha superado todas sus contradicciones, logrando una obra maestra, un relato formidable por su madurez y su singular profundidad. 

 

He visto muy buenas series en los últimos años, pero ninguna se acerca a “Breaking bad”, quizá la última de las grandes teleficciones de la era dorada. Leftlovers sí se halla a ese nivel, o al menos se acerca. No es lo que comúnmente se define como un maelstrom, no es un producto masivo como en su momento sí lo fue "Lost". Pero da igual, ésta es mejor.


El acontecimiento que desencadena el interés por el después, pero también por el antes, de los numerosos personajes que deambulan por la pantalla, y que resultan todos -esenciales o secundarios- tremendamente atractivos, tiene un componente inexplicable o, si quieren, absurdo. Un dos por cien de los seres humanos del planeta desaparece misteriosamente y sin dejar rastro. No se buscan los porqués, nadie sabe si algún día regresarán. Lo que definirá la evolución de los personajes es la manera en que se ubican respecto a la secta del Remanente Culpable. Vestidos de blanco, autodestructivos, fumadores impenitentes, actúan siempre de forma ferozmente cohesionada con la determinación de convencer a sus conciudadanos de que la desaparición ha obturado todas las vías hacia una vida normal. No hay esperanza para ellos, el dolor por la pérdida de los seres queridos ha devastado sus almas de tal manera, que han llegado a la conclusión de que solo les resta homenajear a los ausentes hasta el fin de sus días, que parecen creer -y desear- que está muy cerca. No hay duelo ni rito funerario. Han decidido dejar de llorar e incluso de sufrir, tampoco creen ya en la posibilidad de un regreso. Los desesperados intentos de sus vecinos por seguir con sus vidas les parecen un autoengaño. Son insufribles, acosan a la comunidad robando y destruyendo las fotos de familia, esperan inmóviles a las puertas de las casas para convencer a la gente de que deben dejar de buscar esos motivos para vivir que, para ellos, son solo excusas y ficciones que se da la gente a sí misma para huir del dolor.



La actitud de Remanente Culpable me recuerda a cierta frase de Adorno, quien se preguntaba si tenía sentido seguir escribiendo poesías después de Auschwitz. Esta es una pregunta que, de igual manera, podría hacerse un superviviente de Hiroshima o, qué sé yo, cualquiera que haya pasado por una inmensa tragedia. Y todos sabemos que tragedias no faltan.


Yo me respondí hace mucho a la pregunta adorniana. No estuve en Auschwitz y no soy una persona particularmente dañada, creo que en general he tenido suerte. Pero cuando en algunos momentos de mi biografía el dolor me ha acompañado con tal energía que he llegado a preguntarme por la intención de seguir existiendo, me he terminado contestando que debía seguir, y que nunca necesitas tanto los poemas como cuando te sientes solo y derrotado.


No sé si la secta que protagoniza The Leftlovers tiene más razones para predicar la destrucción que cualquier otro de tantos grupúsculos que, en la vida real, se forman para convencernos de que debería darnos vergüenza pretender seguir viviendo. Escribir poemas, cenar en restaurantes, follar, traer niños al mundo, celebrar fiestas, trabajar como si con ello ayudáramos a la especie a prosperar… Nada vale ya la pena, aseveran los fanáticos con la aparente convicción de quienes de una u otra manera creen que solo se llega a Dios desde la sangre y el martirio. Lo que hacemos los demás... banales excusas que nos damos para intentar olvidar el dolor inmenso que nos precede. 

 

“Empeñarse en morir o empeñarse en vivir”… dice Andy Dufrenne al final de “Cadena perpetua” tras el suicidio de un antiguo compañero de celda. El mundo está más lleno de gente empeñada en morir de lo que creemos.


Los de Remanente Culpable no son asesinos, no exactamente, pero su rechazo a la existencia se nutre de la misma intuición básica que mueve a los que se estrellan con un avión contra un rascacielos repleto de inocentes: no merecemos la vida,y menos sus dones más placenteros.


Me opongo enérgicamente. Escribimos poemas después de la tragedia insoportable porque lo fácil, pese a todo, es convertirse en una vestal o un zombi que solo deambula por el mundo a modo de homenaje a los mártires. Y así, en silencio, fumando, esperan algunos la muerte que creen que todos merecemos. Yo les entiendo, pero no pienso seguirles. La vida siempre fue la anomalía, lo raro es vivir. Y debemos seguir, incluso con la compañía de las sombras de quienes desaparecieron sin motivo ni justicia. 

 

Así ha sido siempre, puesto que las tragedias no cesan y nunca estuvimos en el paraíso.



Wednesday, November 10, 2021

LOS MISERABLES

 


Repaso en youtube la formidable entrevista que Iglesias realizó a Carlos Fernández Lliria en La Tuerka. 

https://www.youtube.com/watch?v=kZMrO3fR9ps

Preguntado en las postrimerías de la entrevista por algunos personajes, me sorprende su contundencia al definir a Gabriel Albiac como un "estafador y un miserable". Dado que otorgo gran autoridad intelectual y moral al entrevistado, no tardo ni un minuto en ponerme a escrudriñar por internet, a ver que es en la actualidad del personaje aludido, entre otras cosas por qué hace ya veinte años que dejé de seguirle. En aquel entonces Albiac me parecía un tipo avispado y con una formación envidiable: Althusser, Negri, Foucault, la cultura judía... El problema es que, cuando le leía, ya presentía en sus textos cierto olor a confusión. Me pasaba como con los textos de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la gloriosa Falange, que tan pronto se expresaba como un musolini de segunda que parecía estar a punto de comandar una revuelta proletaria. No tardé en cogerle el truquillo: Albiac hacía uso de una formación inequívocamente marxista para terminar dirigiéndola contra sí misma, es decir, para arremeter contra todo lo que sonara a izquierda. 


A mí la trayectoria de Albiac no me deja lugar a dudas: es el típico ex-comunista que pasó de odiar el Régimen a terminar poniendo su experiencia y sus conocimientos al servicio de los reaccionarios de la patria. La lista de los que son como él resulta extrañamente amplia: Sánchez-Dragó, Jiménez Losantos, el ex-ministro Piqué, Moa... Podríamos meter en el saco a otros como Azúa, Savater, incluso, aunque sea peruano, a Vargas-Llosa. Ahora entiendo aquella frase atribuida a Palmiro Togliatti, quien afirmaba que "la última guerra será entre comunistas y ex-comunistas". 

A ver, si uno piensa en Borges, en Chesterton, Churchill, de Maistre o Carl Schmitt, puede hacerse cargo de que no necesariamente ser conservador equivale a ser gilipollas. El problema es pues intrínsecamente hispánico. Por razones que sería largo analizar pero que están ahí, la derecha española, más que burguesa, liberal o tradicionalista, es por encima de todo castiza y cerril, no pasa de reaccionaria y odia todo lo que suene a intelectualidad o apertura de mente. Por eso, cuando necesitan legitimarse, como no saben ir más allá de "los rojos también sois malos", recurren a ex-comunistas más o menos bien formados para convencerse. 


Es significativo que sea un tipo tan oscuro como Pío Moa quien ha removido las bajas pasiones de la derecha al "revisar" la Guerra Civil, de cuyo relato supuestamente se habrían apoderado los rojos, recordando que, a fin de cuentas, Franco fue lo menos malo que podía pasarnos. Es igualmente preocupante que durante tantos años nuestros conciudadanos fachas hayan convertido en referente  intelectual y moral a un fanático tan colérico, resentido y lleno de odio como Jiménez Losantos. Y el cóctel funciona. Ya sabemos: en las checas se torturaba a mansalva durante la guerra; Paracuellos debe ser continuamente recordado pero los que hablan de buscar en las cunetas y de memoria histórica son unos resentidos; la izquierda es connivente con los secesionistas, incluyendo a los batasunos; el comunismo es totalitario y genocida como Stalin, Pol Pot, Mao y Castro; el gobierno con Podemos es bolivariano; Zp echó al PP de la Moncloa gracias al 11M... Creo que no hace falta continuar, la lista de tópicos a los que la derecha se aferra para desacreditar cualquier discurso progresista es interminable.



Les explico cómo creo que funciona el negocio. 

Gabriel Albiac publica recientemente un ensayo sobre el Mayo Francés, en cuyas algaradas participó. Me llama la atención que el libro salga ahora, pues el aluvión de trabajos sobre el asunto vino con el 40 aniversario de la toma de la Sorbona, en 2018. (Aprovecho para recomendarles el excelente ensayo de Joaquín Estefanía, "Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía", donde el episodio francés es enmarcada dentro de la lógica del pensamiento antagonista del último medio siglo). Como no voy a leer el libro, pero conozco al personaje, me ceñiré a una entrevista que, a propósito del mismo, he consultado.

(https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-gabriel-albiac-ahora-vende-como-revolucion-populismo-201804150119_noticia.html)

La cosa es más o menos así, siempre según el interfecto. 

En general el 68 fue una impostura bastante mierder. Allá iban tirando cócteles molotov legiones repletas de fanáticos maoístas, hipócritas hijos de papá que terminaron bien colocados y malvados manipuladores como Sartre. En general, eran -éramos, dice don Gabriel- un hatajo de jóvenes que no tenían ni zorra idea de nada. Aún así, debemos ser indulgentes porque se trató de un movimiento potente e ilusionado que transformó muchos hábitos de pensamiento y conducta en Occidente. Lo realmente importante es que puso fin al mayor horror de la historia, el comunismo. Lo que a Albiac le parece relevante es que constituyó en realidad una explosión libertaria y heterodoxa contra el espíritu totalitario del marxismo, encarnado a la obediencia soviética que aún subsistía y que empezaba a ser sustituida por la de Pekín. Después de todo, aquella confusa correría juvenil y desnortada tuvo algo bueno: abrió el camino al fin de la fe comunista, lo que desembocaría más de veinte años después en la Caída del Muro. El mundo se ha librado de los catecismos marxistas y, por tanto, ahora somos razonablemente felices. 


No soy comunista y no tengo duda de que Stalin fue un psicópata y Castro un oportunista. Pero sí soy de izquierda y, sobre todo, creo que la experiencia del 68 arrastra valores transformadores sumamente influyentes. Su heterodoxia pudo ser una molestia para la izquierda autoritaria, pero, mucho antes que eso, Mayo constituye una llamada de alerta respecto al riesgo de esclerosis de los valores democráticos en un mundo regido por los valores mercantiles de la moral burguesa. Fracasara o no, que esa es otra historia, los movilizados de La Sorbona tuvieron la audacia de intentar llevar a la práctica la mayor de las promesas democráticas, la de la participación ciudadana, que veían seriamente amenazada... una intuición que ha resultado profética, como hemos ido comprobando posteriormente. 

No sé si ven a donde voy a parar. El mecanismo es siempre él mismo: yo fui de izquierdas, sé lo malos que son los rojos y lo peligrosa que es la tentación del comunismo. A partir de ahí, selecciono aquellos datos que me dan la razón y elimino torticeramente los que me la niegan, dibujando con ello el paisaje que colma los deseos de quienes me leen, es decir, reaccionarios bastante cerriles y con poca formación. 


Ojo, los datos siempre se seleccionan y responden a interpretaciones, pero se puede ser un manipulador o investigar de forma honesta. Lo primero, como diría Fdez Lliria, es propio de estafadores y de miserables.  

 

Monday, November 08, 2021

LOS FINES DE LA EDUCACIÓN (Y II)

 

 

 

 

¿Qué es una escuela? Siguiendo la denominación de Neil Postman, se me ocurre que es un “centro de atención”… O mejor, debe serlo, pues de lo contrario lo que tenemos es un “centro de detención”. La segunda opción suena fatal, pero no es descabellada. Alguien podría decirme: "bueno, la escuela socializa, como ha hecho siempre... y ahora además integra". La integración... sospecho que ese es el término clave del actual relato educativo. Suena bien, pero ofrece un problema: por muchos que sean los alumnos con problemas de integración que ingresan en un instituto, siempre son una minoría... Queda una inmensa mayoría silenciosa más allá del palabro dichoso. Si ocupan un pupitre es porque aspiran a obtener conocimiento. En cuanto a la minoría problemática... está bien que queramos integrarlos, pero ¿integrarlos a qué? Insisto en la pregunta: ¿cuáles son los fines de la educación?


Tengo encendidas las alarmas desde hace tiempo porque los niveles de hastío que presiento en el alumnado son casi dramáticos. Se diría que vienen, con una obediencia que me cuesta explicar, a fustigarse como penitentes durante seis o siete horas escuchando hablar de cosas que, por lo general, son incapaces de asociar a sus propias vidas. ¿Les sorprende que haya profesores desmotivados? Yo he oído decir a un compañero que jamás se sintió tan a gusto en un aula como cuando impartió clases a presos de la cárcel, pues "por primera vez en mucho tiempo he sentido que unos alumnos me hacían caso". A mí me ha pasado lo mismo con ancianos en una universidad popular. Pero yo educo a adolescentes, joder ¿qué está pasando? 


Voy al grano. Creo que falta un relato compartido, creo que la escuela lo tuvo y lo ha perdido. Existía ese relato en el franquismo. Era un relato repugnante, pero funcionaba a su manera. Existió en los primeros años de la democracia, durante los cuales los institutos públicos pasaron por una edad dorada que las sucesivas legislaciones, empezando por la logse, consiguieron destruir. El supuesto relato de la integración que hoy parece sustentar la escuela es una falacia. La prueba es que la misión de socializar o integrar a alumnos que lo necesitan por razones de extranjería, pobreza, disrupción o dificultades cognitivas, recae sobre los centros públicos. Las escuelas privadas, o mejor dicho, concertadas -puesto que las pagamos todos- no se dedican a integrar, más bien capturan al alumnado "deseable". 

Igualmente falaz es el relato de la revolución tecnológica, la innovación educativa o la última moda: las ciencias cognitivas. Como explica Neil Postman, "lo que no se ha podido solucionar sin  ordenadores tampoco va a solucionarse con ellos". No hay relato compartido para la escuela, por eso la ideología de trasfondo que se impone es la que domina el mundo tras los muros: productivismo, consumo, mercado. 

No sé si me explico. Cuando yo estudiaba se entendía la escuela pública, y muy en especial la entonces llamada enseñanza media, como "un ascensor social". Esa prodigiosa metáfora creaba un círculo virtuoso: la educación pública y de calidad es un vector de movilidad social. Deberíamos preguntarnos por qué la movilidad entre clases se ha paralizado en nuestro tiempo. Como en el franquismo profundo, si provienes de clase humilde en España envejecerás y morirás como persona pobre. Por eso, lo que conseguimos mis compañeros y yo en el Instituto es fabricar indiferencia. Trabajo en una localidad formada por clase obrera, con una legión de familias desestructuradas y niños con problemas que antes que de integración son económicos. Lo que estamos produciendo es, fundamentalmente, mano de obra barata. Lo que se me pide no es que enseñe los derechos humanos o a Descartes, lo que me piden es que haga de guardés del garaje donde los chicos pasan largas horas diarias. Si consigo que los más conflictivos no terminen siendo delincuentes, perfecto, si no lo consigo, al menos que no estén en la calle haciendo maldades durante unas horas. 


Me llama la atención el tiempo que se emplea en debates pedagógicos. Se critican las clases magistrales y la supuesta obsesión de los docentes por la carga memorística. No digo que no sea un buen debate, pero no es "el" debate. La verdadera cuestión, con independencia de la metodología que cada profesor emplee como buenamente pueda, es si la sociedad quiere que los niños aprendan algo. 

Miren, es mejor no buscar problemas inexistentes ni inventar bálsamos de fierabrás. Lo que hace un profesor, a veces por pura vocación, a veces por simple ánimo de supervivencia profesional, es civilizar a sus alumnos. Civilizar, en el sentido más ilustrado de la palabra. Llegar puntualmente a clase, sacar el cuaderno, aprender a escribir disertaciones, leer significativamente textos y analizarlos, guardar turnos de palabras, evitar abusos y acosos, multiplicar y dividir fracciones, visitar parajes naturales para aprender a amar el entorno... ¿De verdad creen que es muy diferente de lo que la escuela ha hecho siempre? Si además, y en esto los filósofos estamos especialmente alerta, de crear librepensadores o, si lo prefieren, ciudadanos con conciencia crítica, entonces es un diez. Si les hacemos sentir útiles a la comunidad, entonces matrícula de honor. 

Sentirse útiles a la comunidad, lo acabo de escribir con toda la intención. Hacerles entender que forman parte de la tribu y que habrán de heredad la responsabilidad de conservarla y hacerla crecer. Eso y la posibilidad de prosperar en todos los sentidos es el célebre relato. Lo demás es botellón, y drogas, y fascismo, y consumo, y teléfono móvil, y Vox...



Thursday, November 04, 2021

LOS FINES DE LA EDUCACIÓN (I)



¿Qué les hemos hecho?, pregunta mi compañero de Departamento en relación al enésimo ataque perpetrado a la enseñanza de la Filosofía. Reducción drástico de las horas en bachiller, eliminación en la ESO, supresión cuasi-absoluta de la Ética. Cada vez que el PSOE diseña una ley de educación, nuestra materia sale seriamente malparada. Bien visto, yo no creo que les hayamos hecho gran cosa a los socialistas. La ex-Ministra Celaà es demasiado estúpida como para diseñar tramas conspirativas orientadas a evitar que los alumnos cultiven el pensamiento crítico y todas esas cosas que los filósofos presumimos de enseñarles. Yo creo que en realidad es una mezcla de indigencia intelectual y tecnocracia. Para que parezca que hacen algo diferente, necesitan colocar en el currículo materias supuestamente innovadoras, por lo general con nombre rimbombantes con los que se pretende ocultar su vacío y su inutilidad. La consecuencia es que la pagamos, como otras veces, los de Lenguas Clásicas y nosotros. 


Voy a dejar pasar la tentación de defender aquí la importancia de las enseñanzas que vengo impartiendo desde hace casi tres décadas. Desempeño mi trabajo -y a mí por cierto nadie me regaló mi plaza- con ilusión y afecto, pero también con un creciente desaliento, pues compruebo en mi larga experiencia que no voy a convencer ni a las multitudes ni a quienes las gobiernan que lo que esta sociedad necesita es más Platón y menos Prozac. Además, tengo comprobado que este tipo de protestas, a veces incluso entre algunos compañeros, huelen mucho a defensa de intereses corporativos o sectarios.  


Ya que vamos a estrenar la octava ley de educación desde la llegada de la democracia, permítanme hacer algo más filosófico que defender mi carga lectiva. ¿Se han preguntado alguna vez cuál es la finalidad de la escuela? Quizá no se hayan percatado, pero en el fondo es la misma pregunta que esa que se hacen ustedes cuando con gran sensatez observan que cada gobierno suprime la ley vigente para imponer, normalmente sin acuerdo, una nueva y que lleva su sello. El disturbio consiguiente a pie de obra es fácil de imaginar. Eso a los políticos les importa bien poco. El PP considera enemigos a los docentes, en especial a los de la escuela pública; el PSOE piensa que somos mercado electoral cautivo, pues desoye nuestros consejos y nos engaña de forma sistemática, a pesar de lo cual -o eso creen en el Partido- se les sigue votando sin mayores resquemores. De otro lado, la política siempre tiende a ser cortoplacista. De lo que en educación planta un legislador ahora recogeremos frutos dentro de mucho, cuando a él ya nadie le pida cuentas, ni siquiera aunque esos frutos sepan a demonios o estén envenenados. Por eso, en ningún terreno se advierte con más claridad que en educación la conversión de la política en marketing o, como diría Baudrillard, en simulacro. Hay cambios continuos porque, en el fondo, no se quiere cambiar nada en profundidad... la comunidad escolar es rehén de una batalla partidista, por eso llevamos treinta años dando vueltas como una ratita en la rueda de la jaula, sin saber nunca ni siquiera bajo qué marco legal estamos agarrando una tiza. 


Insisto: ¿para qué enseñamos? ¿Por qué ustedes, señores ciudadanos, me pagan fielmente al final de cada mes? ¿Qué pretendemos conseguir cuando construimos un establecimiento educativo? Muy a menudo presenciamos debates sobre el modelo educativo. El diario El  País, por ejemplo, cuya empresa matriz sostiene grandes intereses en materia educativa, nos ilustra casi a diario con expertas apreciaciones sobre los más revolucionarios métodos para enseñar. Se nos habla de los grandiosos descubrimientos de las ciencias cognitivas, de lo sabios y felices que seremos cuando terminemos de informatizar las aulas, de la importancia de que los profesores nos reciclemos, de los premios que tal o cual banco o corporación de especuladores entrega con no sé muy bien qué criterios a cierto proyecto educativo que "va a revolucionar la docencia"... 


Imaginen la siguiente situación. En una oficina ferroviaria los supuestos expertos discuten larga y sesudamente sobre cómo incrementar la velocidad de los trenes. Al cabo de un rato ya han resuelto el problema: los trenes van a ir más rápido y van a ser incluso más bonitos y a servir café de más calidad... El pequeño problema es que nadie se ha preocupado de pensar sobre la dirección de dichos trenes. Irán muy rápido, pero no sabemos a dónde. 


Este es el gran problema actual de la educación: no sabemos cuál es su finalidad.  


(CONTINUARÁ EN BREVE)

INHABILITADO

 



Si cedo a mis primeros impulsos voy a empezar a decir burradas en relación a la inhabilitación del congresista Alberto Rodríguez, de manera que mejor les pongo en manos de dos tipos tan documentados como Ximo Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, y del ex-juez Martín Pallín. 

Espero que al menos a ellos no los acusará el Juez Marchena de "ignorantes", como suele hacer cuando se le discute. Debe ser mi analfabetismo jurídico el que me invita a sospechar que este togado tan pistonudo es un pit bull del PP en el Tribunal Supremo. ¿Es tendenciosa su actitud en este asunto? No tengo ninguna duda. Tanto como lo fue en el caso Garzón, cuya destrucción profesional ha sido el mayor éxito que se ha apuntado el personaje. En cuanto a la Presidenta de la Cámara Baja... Lo siento por mis amigos socialistas, cuyo cariño hacia mí voy a poner a prueba una vez más, pero una cosa es la prudencia que se exige en un cargo como el que ella desempeña y otra es la cobardía. Una Presidenta debe defender a sus congresistas, no contra cualquier cosa, obviamente, pero sí contra la injusticia. Muy a menudo, y en relación a la separación de poderes, reclaman los conservadores que los políticos -siempre tan sospechosos de autoritarismo a sus ojos- no intercedan en el poder judicial. Yo empiezo a preguntarme si ese peligro no viene en la dirección contraria, pues el apremio de Marchena a Batet, instándole a "ejecutar" su sentencia, tiene poco de homenaje a Montesquieu. Como ha dicho Gabriel Rufián, acabamos de elegir al Juez Marchena nuevo Presidente del Congreso de los Diputados. 




Es imaginable el recorrido futuro de la ridícula sentencia que ha desembocado en la inhabilitación de Alberto Rodríguez. Pasará como con la que expulsó de la judicatura a Baltasar Garzón, que ya ha sido condenada por arbitraria por el Tribunal de Derechos Humanos de la ONU. Lamentablemente, eso será dentro de mucho, y acaso ni siquiera sirva para que en este país hagamos una reflexión profunda sobre la calidad democrática de nuestros tribunales superiores. Por mi parte, yo tendré que intentar explicarle a mis alumnos por qué un político que no ha hecho nada sale del Congreso y caballeros infinitamente más tóxicos salen de la cárcel al poco o no llegan siquiera a entrar en ella.  

Por supuesto reaparecen las sombras de la persecución a la izquierda, más en concreto a Podemos. Honra al diario El País el editorial del otro día, en el que denuncia de forma concluyente un proceso que huele mal, muy mal. Acaso se han dado cuenta de que este ataque viene de la derecha y que, además, no hace sino reforzar la credibilidad de Podemos como partido perseguido por el stablishment. No quiero ser mezquino, en la dirección de El País sido justos y ya está,  pero conviene no olvidar que el grupo Prisa ha sido durante años especialmente feroz a la hora de cargar contra la organización morada. 


Lo he dicho muchas veces, el gran pecado de Podemos ha sido su éxito. La singularidad de esta organización, nacida al socaire de una monumental crisis de legitimidad del régimen democrático, ha dejado de parecerme el asunto central de lo que yo bauticé hace tiempo como "el Caso Podemos". Lo que de verdad despierta mi interés como sociólogo es el rechazo a Podemos. No solo ha sido un tema de fachas rancios y poseídos por un atávico miedo a qué sé yo... el comunismo, la colectivización de la tierra y los bancos, la reapertura de las checas, la importación del modelo bolivariano. Lo que de verdad me ha sorprendido es la cantidad de personas a las que respeto y con una buena formación intelectual y moral que han cargado insistentemente y de forma inmisericorde contra el intento más serio que yo he conocido de transformar significativamente las estructuras del país. Creo que en la experiencia Podemos hay, con opciones de éxito o sin ellas, un propósito real de lesionar la confortable seguridad en la cual viven los amos del país, seguros de que mientras gobierne la izquierda del Psoe, no se irá mucho más lejos de casar a los gays o pacificar a los catalanes insurrectos. No diga que sea poca cosa, pero a veces me gusta creer que puedo ilusionarme con la política. 


Me pasó en su momento con Podemos, cuyo gran pecado -lo diré una y mil veces- ha sido su éxito. Me está pasando ahora, por cierto, con Yolanda Díaz, a la que me gusta imaginar como futura Presidenta del Gobierno de España. Pero parece que pensar así te expone a muchos riesgos. Es, a fin de cuentas, lo que le ha pasado a Alberto Rodríguez, aunque a lo mejor es solo por las rastas.