Tuesday, March 29, 2022

LA CULPA

Hace muchos años una alumna me regaló un poemario cuya autora era su madre, que había fallecido inesperadamente algún tiempo antes. Al final del libro aquella mujer había dejado una anotación escrita a mano: "Todos podemos hacer más". Me persigue el eco de esa aseveración, quizá uno de los últimos pensamientos que cruzó su mente antes de desaparecer de forma tan trágica y precoz. 

Podemos hacer más, seguramente. Pero a menudo me pregunto si no es un poco como lo que en Valencia llamamos "garbellar aigua", que por más que uno se esfuerce, ni ves el final ni tienes la sensación de avanzar en lo más mínimo. Es razonable pensar que uno nunca debe dejar de esforzarse, sobre todo si cree, sinceramente, que sus desvelos pueden introducir alguna mejora en la vida de la gente. Pero esa convicción tan sensata amenaza con volverse peligrosa y dañina cuando nos arrimamos al contexto bíblico, tan secretamente influyente sobre nosotros, los judeocristianos. El concepto, que Nietzsche no dejó de fustigar, se llama culpa. 

"Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". Yo me espantaba de repetir semejante atrocidad, cercana al masoquismo, cuando para tomar la Comunión hube de aprenderme ese catálogo de horrores que es el Credo. ¿Y cuál es mi culpa?, me preguntaba entonces. El cura podría haberme contestado que heredamos el pecado de Adán, pero es una puerilidad demasiado grande como para soltarla sin reírse. También podría haberme recordado los padecimientos del nazareno en el Gólgota, pero ese confuso asunto está muy bien resuelto por Patti Smith, quien afirma que "Cristo murió por los pecados de alguien, pero no por los míos."




Mi biografía es, sin duda, una sucesión de inobservancias y cobardías. Lo hubiera podido hacer mucho mejor, desde luego. Pero, verán, llegados a cierto punto, se me ocurre pensar que sí, puedo hacer más, pero también puedo hacer menos. A menudo he encontrado, entre quienes más insisten en avergonzar a sus prójimos recordándoles su condición pecadora, una profunda egolatría, una ambición personal sin límites, e incluso cierto sadismo. Curiosamente, quienes de verdad han logrado desatar mi admiración por su valentía y la determinación con la que defendían sus ideales de justicia, son personas que raramente me han acosado ni han pretendido perturbar mi paz para hacerme sentir como una mierda. Cuando han querido algo de mí, me lo han pedido, han dicho gracias, y me han dejado en paz. En ellos no advertí la más mínima voluntad de herirme; ningún indicio de que, en realidad, lo que pretendían es llenarme de pesadumbre, tristeza e infelicidad. Eran buenos, buenos en toda la extensión del palabra. 


He visto ya demasiadas vidas destruidas por la culpa como para creer que el asunto es baladí. Muchos allegados, y sobre todo allegadas -para empezar mi madre- han vivido de principio a fin estragadas por el sentimiento de que lo que hacían por otras personas nunca era suficiente. Ya se encargaba alguna otra de esas personas, con un egoísmo feroz, de recordarle a machamartillo que su deber era cuidarla y servirla. Educadas en la deuda infinita, el más dañino de los mitos teológicos, infinidad de mujeres han vivido en un permanente y horroroso conflicto de conciencia por la culpa, en muchos casos inyectado desde niñas por sus madres. 

¿Saben? No sé qué hacer para frenar las barbaridades de Putin en Ucrania. Me gustaría pensar que formar parte de eso a lo que llaman la opinión pública mundial sirve para algo, pero mi sentimiento más intenso cuando pongo un telediario es el de una profunda impotencia. Puedo llenarme de indignación y de cólera cuando un majadero con poder dice no ver a los pobres de Madrid, cuando el gobierno apela a la realpolitik para dejar a los saharauis abandonados a su suerte, o cuando se otorga una consideración a Ucrania que jamás valió para Palestina. Pero sí, lo que viene después es la gelidez de mi minusvalía moral... aunque supongo que siempre podemos hacer más. 


En uno de sus mejores gags, Woody Allen pregunta a un alienígena qué sentido puede tener la vida si, al final, todo desaparecerá en el olvido. "Nada tiene sentido", le contesta, "lo único que puedes hacer es contar mejores chistes". 

No es una conclusión satisfactoria, pero es la única que tengo. Cuenten mejores chistes, cuiden de sus allegados, protejan a su familia, exhiban su indignación aunque no sirva para nada. Yo, por mi parte, intentaré seguir con todo ello y, además, trataré de dar mañana buenas clases. Como todos, o casi todos, los días, trataré de ser cordial y afectuoso, escucharé con atención y trataré de no hacer daño. Seguramente puedo hacer más, pero ahora mismo no se me ocurre nada mejor. 

   


 

 

Tuesday, March 22, 2022

A PROPÓSITO DE "EUPHORIA"



No creo valer para crítico y no tengo mayores razones para promocionar una serie televisiva... Ni siquiera una de la HBO, pese a que la existencia de esta plataforma continúa pareciéndome una de las mejoras cosas que le han pasado a mis noches desde que empezó el dichoso siglo XXI.  La cuestión es que hay que ver "Euphoria". Perdérsela no es problemático por la calidad del producto, que -con los debidos matices- la tiene, vaya que sí. Es que creo que estamos ante un fenómeno audiovisual importante. Euphoria, como en su momento Friends, Sexo en Nueva York y Avatar, o, por qué no, Cristiano Ronaldo, Rosalía o Lady Ga Ga, son artefactos de la cultura de masas que proporcionan claves de inteligibilidad sumamente útiles para descifrar algunas de las pautas más relevantes de la marcha del mundo. Lo creo sinceramente desde que empecé a entender a ese maestro de maestros que fue Umberto Eco. 

De entrada, Euphoria es un mainstream en el sentido en el que lo son los buques insignia de la HBO. No es la típica serie que ha visto todo el mundo, un artículo de consumo rápido tan efectista como rápidamente olvidable, que es lo que podríamos decir, para que ustedes me entiendan, de El juego del calamar o La casa de papel. Se puede y se debe discutir la calidad de Euphoria, pero formalmente es una auténtica virguería -quizá, incluso demasiado- y la potencia visual de muchos de sus momentos llega a ser como poco deslumbrante.




Adolescentes, drogas, violencia, sexo, corrupción moral... Vale, ya sabemos como funcionan estos cócteles. Pero me parece relevante subrayar que Euphoria, aun siendo una serie "de" teenagers, no está hecha "para" teenagers. Eso valdrá para Sensación de vivir, Élite o Crónicas vampíricas, pero Euphoria es otra cosa. 

¿Y de qué va? Pues miren, podría decir que de la amistad, las drogas o la identidad sexual, pero creo que estos son simples recursos o pretextos narrativos. Lo que de verdad detecto en el trasfondo de Euphoria son dos ideas-fuerza. La primera es que la clave del temperamento depresivo es la desorientación y, su resultado, la indiferencia. La segunda es que, más allá de la adicción a las drogas que asociamos con la juventud contemporánea -como si fuera una cosa nueva de este tiempo-, los seres humanos somos incapaces de vivir ajenos a la ficción: la pura prosa de la cotidianidad se nos hace insoportable.





No es mentira lo que seguramente ya han leído: a Euphoria la amas o la odias. Prueba de ello es que algunos la han tildado de "abyecta", "dañina" y "repugnante", mientras que otros hablan de su creador, Barry Levinson, como de un visionario de vanguardia, en el mismo sentido en que lo fueron Duchamp o Picasso. 

Yo seré menos maximalista. Euphoria me interesa como síntoma. Ni siquiera creo que se instale, como también he oído, en la cima de una revolución feminista cuyo alcance aún no hemos sido capaces de evaluar. Lo que Euphoria capta a la perfección es el lenguaje de la posmodernidad. No digo que sea posmoderna, pues todos lo somos. Y lo somos incluso cuando proclamamos solemnemente resistirnos a ella. Lo posmoderno, como explicó hace más de cuatro décadas Lyotard, no es una opción que uno elige o desecha, es una condición, casi un estado de ánimo generalizado. La posmodernidad, como Matrix, está en todas partes; cuando más externa nos parece, más dentro la tenemos. 

Sin el rigor conceptual de Lyotard, yo definiría lo posmoderno como la circunstancia en la cual, tras habernos rebelado ferozmente contra los valores tradicionales, descubrimos que no somos capaces de erigir un modelo moral alternativo. Todo lo que parecía haberse extinguido regresa, y lo hace a bajo precio. Los principios supuestamente derrotados regresan, son reciclados. Las viejas identidades no desaparecen, más bien se refractan y multiplican ad infinitum. El mundo se hace pedazos, pero como no somos capaces de recomponerlo, nos aferramos a los pecios del naufragio para no ahogarnos.


¿Es feminista Euphoria? Quizá lo impertinente sea creer que esa pregunta aún tenga sentido, pues no se advierte un verdadero discurso emancipador. Todo relato relevante de la actualidad cuestiona, de alguna manera, la lógica del patriarcado. La cuestiona Rue, una depresiva -magníficamente interpretada por Zendaya- que desarrolla comportamientos adictivos y auto-destructivos para no sucumbir a su catástrofe. La cuestiona Jules, una transexual que afirma su feminidad transitando entre la relación con machos dominantes y una oscura pugna por empoderarse y, al fin, sentirse libre. La cuestiona Kat, una obesa que sufre mobbing escolar y se convierte en prostituta internáutica para explotar la fragilidad de una libido masculina enfermiza. Pero que la posmodernidad reconozca la caída de una vieja imagen del mundo no pone a sus criaturas en el trance de crear biografías liberadas y comunidades saludables. 

Quizá haya rastros de moralismo mojigato en quienes detestan Euphoria porque no se recata en mostrar pollas erectas y relaciones sexuales tóxicas. Pero tienen parte de razón quienes la acusan de hipócrita, pues mostrando los supuestos efectos negativos de las drogas, nos hacen deslizarnos hacia la convicción de que son cool, que las vidas salvajes son las que merecen ser noveladas y que, de alguna manera, mola arrimarse al desastre. 

Rue, Jules o Kat son víctimas de una certeza que las supera: no tiene sentido incorporarse a la condición adulta. La prueba es la patológica conducta de sus mayores, abotargados por el alcoholismo, las parafilias sexuales y la incapacidad para entrar en diálogo con sus hijos. Estos, desorientados, parecen necesitar para vivir con algún sentido explorar los límites de la moral, de la salud, de la supervivencia misma. 



Conviene ver Euphoria, no porque nos cuente la verdad -casi ningún relato lo hace- sino porque mas bien nos muestra un imaginario generacional del que los adultos debemos hacernos cargo, pues somos en gran medida sus responsables. Pueden no gustarles los adolescentes, pero no digan que no les entienden si antes no han visto esta serie. Aunque solo sea para vislumbrar la dirección que toma la civilización que nuestros hijos se disponen a heredar. 




Sunday, March 13, 2022

ALGUNAS APORÍAS HUMANAS, DEMASIADO HUMANAS



Exige Cioran el derecho a la santidad, pues los canonizados, dice, "se esforzaron tanto por superar sus contradicciones como yo por preservar las mías".

 

También las hay en mí, por supuesto. Y dejan heridas profundas y, a veces, nauseabundas. He de apañármelas para vivir con ellas, a la espera de superarlas. 

 

¿O no? 

 

¿Y si resulta que, después de todo, el destino de mis contradicciones no es ser resueltas sino más bien, de alguna manera extraña, protegerme de la locura y de la muerte? Acaso la esperanza de encontrar algún día la salida al laberinto que habito solo oculta que, tras esa puerta, solo están el horror del desierto y la depresión. 

 

Dejo para otro día mis aporías, que después de todo tan solo a mí me interesan -y cada día menos, por cierto- y hablemos de las de ustedes. No sé si ya se lo ha dicho alguien, pero son bastante hijos de perra. No más que yo, pero tampoco menos, entérense. Voy por eso a atormentarles con unas cuantas preguntas inocentes. Sospecho que no van a ser capaces de contestarme o que, en todo caso, sus respuestas serán insatisfactorias, aunque a ustedes les dejen la mar de confortados. La razón de mi escepticismo es que ya he averiguado -de algo me ha de servir llevar cinco décadas en este planeta- que la vida de cada sujeto no se explica por la misión de resolver sus contradicciones. Si todo este cambalache tiene algún sentido es precisamente porque esas misteriosas hendiduras que supuran por siempre constituyen la subjetividad misma. 

No sé si entiendo a Jacques Lacan, ese al que muchos han tachado de absoluto charlatán, pero tengo la sospecha a partir de este pensador freudiano de que eso tan pomposo del "yo" solo surge desde alguna suerte de naufragio. O, si lo prefieren, una ausencia, un rechazo, un dolor, una derrota... Es ese misterioso vacío de haber sido dañados o excluidos lo que configura una autoconciencia. Todo "yo" es entonces una herida, o una cicatriz; toda memoria lo es de una expulsión o de una afrenta. En ese sentido somos todos seres traumatizados, o mejor, somos precisamente nuestros traumas. 

Concédanme, si continúan leyendo, la insolencia de lanzarles algunas preguntas. Es solo por si no lo habían pensado y, sobre todo, por fastidiarles y divertirme así un rato. 



¿Por qué hacen turismo? 


Quizá no lo hayan pensado nunca, o acaso han preferido no hacerlo, que así uno vive mejor. Pero el turismo habita una paradoja que me parece irreductible: en el lugar y las gentes más o menos exóticas que visitamos pretendemos encontrar precisamente aquello que ya no tienen. Acudimos aturdidos por la emoción y ávidos de experiencias culturalmente excitantes a los cascos viejos de las ciudades para encontrarnos con su "esencia", con lo que siempre fueron. Así, esperamos encontrar la Roma del neorrealismo, el Londres de Sherlock Holmes o el París revolucionario... Buscamos la vida, la "realidad" más profunda de esos lugares míticos, pero solo encontramos su fetiche, su simulacro. Se convierten en atracción turística justamente porque esas verdades profundas ya no están. Y si estuvieran, el turista terminaría de cargárselas o simplemente sería incapaz de verlas. El turismo es una mentira, y esa mentira es justamente lo que lo hace posible como lo que es, una mercancía. 


-¿Por qué consumen? 


Cuando compran un anillo de bodas piensan que están homenajeando al amor eterno, pero en realidad solo lo están "consumiendo". Si la eternidad se vende, como sucede en las bodas, entonces es porque no es eterna. La gente se divorcia a mansalva porque la monogamia es casi siempre un imposible y una decepción, algo insufrible en tiempos cada vez menos patriarcales donde los viejos roles se están disolviendo -por suerte- a gran velocidad. El mundo se parece, sin saberlo, a esa mini-ciudad temática de Japón en la que están todos los grandes monumentos del planeta. O a Las Vegas, donde aparecen simulados los canales de Venecia, la Torre Eiffel y las Pirámides. Convertidas la vida y la experiencia en objeto de consumo, dejan de ser vida y experiencia. Así, nos venden naturaleza porque el mismo mercado ya la ha devastado. Consumimos sexo porque este ya no es singular e intransferible, que es lo único que de verdad lo hace interesante. Compramos amigos y paisajes cuando son cosas imposibles de intercambiarse como mercancías...

 

¿Por qué les atrae tanto la maldad? 


Repudiamos, con toda razón, a los criminales, pero nunca tantos jóvenes se han lanzado a estudiar la carrera de Criminología. Nos aterran los asesinos en serie y los maltratadores, pero atendemos hipnotizados a los noticiarios y a las películas que insistentemente emiten sobre ellos. Decimos que Hitler es el mal absoluto, pero el monstruo del bigote aparece insistentemente en las portadas del kiosco.  Nos dijeron que respetáramos la vida privada, pero consumimos las miserias de todo el que, pornográficamente, hace gala de ellas a cambio de dinero en Telecinco...



¿Por qué insisten en ser "objeto"? 


El feminismo tiene razón en todo lo que reivindica, pero nunca las mujeres se han objetualizado tan masivamente como ahora, con instagram y similares. Ya no hace falta la portada de interviú, adolescentes de todos los sexos exhiben sus cuerpos con miradas lúbricas como en un mercado de carne. Como si, a fuerza de oír que cosificar a los cuerpos es opresión patriarcal, la tentación de ser objeto de contemplación se hubiera vuelto más irresistible que nunca. 


Ustedes verán. Yo no les entiendo. Y dado que acostumbro a ser duro conmigo mismo, permitan que lo sea un poquito con ustedes. Contradictorios como son. Igual que yo, ni más ni menos.  



Wednesday, March 09, 2022

EL PISTACHO Y LAS FEMINISTAS


Tengo mis propias razones para no declararme feminista. Entiendo que para una mujer esa declaración es útil e incluso imprescindible. En mi caso, no asumirme como feminista me permite esquivar ciertas balas y, por consiguiente, me ayudan a expresarme con más libertad. Y debo hacerlo, porque la cuestión que el feminismo plantea, la lucha contra la discriminación histórica y presente que sufre la mitad de los seres humanos, requiere debate y posicionamiento. No se puede eludir tal obligación, pues incluso cuando uno dice "pasar del tema", corre el riesgo de estar dando por bueno una circunstancia que causa el mal de muchos congéneres. 


Hay otro motivo de tipo profesional. Soy educador y trato a diario con adolescentes a los que imparto tanto clases de filosofía como de ética, que por cierto es una parte esencial del saber filosófico. Tengo un alumno al que llaman el Pistacho. Tiene perfil de hiperactivo y, como suele ser el caso, resulta en sus buenos momentos un pelmazo irredento y, en los malos, un alumno disruptivo de esos a los que has de reñir severamente si quieres tener la clase en paz. Aún así, y no es buenismo docente, creo que no tiene mal fondo. 



Esta semana el Pistacho me planteó con cierto enojo con respecto a cierto acto de reivindicación del 8M que se iba a celebrar en el patio del IES durante el recreo. No dudo de su autonomía intelectual, pero las cosas que dijo ante sus compañeras me suenan a tópicos que tengo muy oídos. Disculpen si me pongo demasiado pedagógico, pero creo que hay argumentos que, más que a un conglomerado ideológico más o menos sofisticado, responden a cuestiones de derecho humano básico... casi de civilización, diría yo. Habría quien a esto lo llame "adoctrinamiento". Pero quiero recordar que los empleados públicos hemos jurado la Constitución española, y que esta pueda y deba ser cuestionada, no nos exime de saber que los fundamentos del estado de derecho se inspiran en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Defender dicho marco legal y moral no es una posibilidad, es una obligación democrática. Si esto equivale a adoctrinar en la ideología de género o en el marxismo, bien, prefiero ser vehemente defendiendo los derechos básicos y la autoridad de la razón antes que dejar cuestiones fundamentales en manos de Telecinco, de Federico, de algún youtuber ignorante o del obispo trabucaire encargado de decir la próxima fascistada de la que se hagan eco los medios. 


 1. "El feminismo es machismo al revés. ¿Para cuándo el Día del Hombre". Machismo al revés, en todo caso, sería hembrismo. Se conmemora el Día de la Mujer porque el 8 de marzo de 1857, después de un incendio en una fábrica textil de Nueva York que causó 147 muertes -23 de ellas eran de varones-, miles de trabajadoras salieron a la calle para exigir una mejora de las lastimosas condiciones laborales de la revolución industrial y el final del trabajo infantil. Las mujeres han sufrido miles de años de sometimiento, los hombres no. Se conmemora la lucha contra el machismo por la misma razón que se celebra el día contra el racismo o el día de los trabajadores. La civilización consiste precisamente en eso, en crear instituciones y tejido jurídico contra la dominación. 

2. "Las tareas domésticas ya están repartidas". No lo están. Fue peor en otros tiempos, pero incluso en las naciones más desarrolladas, las labores de cuidado y domésticas -las retribuidas y las que no lo son- corresponden mayoritariamente a las mujeres. 

3. "El feminismo se basa en el odio a los varones". Reconozco que hay ocasiones en que presiento en algunas mujeres -por fortuna, minoritarias- cierto rechazo a mi condición sexual. Lo que pasa es que las personas a las que me refiero no son necesariamente feministas. En cualquier caso, el feminismo no nace como movimiento contra la condición masculina, sino contra el patriarcado, sus prácticas discriminatorias, sus instituciones, su violencia...

4."El feminismo es excluyente, no quieren que participemos de su movimiento". No es esa mi sensación. Cuando me manifiesto en favor de las reivindicaciones en pro de la igualdad de la mujer, que comparto plenamente, no suelo encontrar rechazo ni animadversión en las feministas. Son los reaccionarios los que me lo reprochan. En algún caso incluso me han acusado de no tener cojones o de ser un calzonazos. (Un día de estos me liaré a hostias, por cierto)

5. "No hay brecha salarial ni inferioridad laboral". Con esto no voy a perder tiempo. Solo les cuento una cosilla. Circula por youtube un video de la radio en que el director de La Razón, Francisco Marhuenda, explica esa cuestión a Federico Jiménez Losantos, quien visiblemente enojado replica que tal aseveración es completamente falsa en nuestro tiempo. No añado nada más.  



6. "La mayoría de denuncias por violencia de género son falsas". Esto no solo se lo he oído al Pistacho, que tiene un pase, me lo han dicho con aparente convicción adultos hechos y derechos. Una abogada habituada al turno de oficio y poco dada a maximalismos ideológicos, me dijo que, ciertamente, existen las denuncias falsas. Puede que incluso sean más de las que a veces reflejan las estadísticas, dice. Estas manejan cifras de alrededor del 0´1 por cien. Si resultan ser el doble, podemos concluir en que de cada mil denuncias por violencia machista, dos resultan ser fingidas. Conviene no obstante tener en cuenta dos factores, me dice la abogada. El primero es que hay muchos casos de malos tratos que no se denuncian por miedo. El segundo es que la inmensa mayoría de casos denunciados acaban sobreseídos por falta de pruebas. Esto significa que por cada caso de violencia machista que acaba en condena hay miles y miles que quedan en nada. 

7. "Las feministas son feminazis". No simpatizo con la particularidad semántica -qué pesado se pone este planeta con resucitar a Hitler-, pero mentiría si dijera que no he conocido a autoproclamadas feministas con tiznes excluyentes, aparte de algunas estúpidas, ignorantes, incoherentes o simplemente ridículas. (Por cierto, las he conocido sobre todo entre profesoras y hasta catedráticas de la universidad, qué cosas) El problema es que son una minoría. También he conocido absolutos indeseables en grupos anarquistas, leninistas o ecologistas. En cualquier caso, y pese hay ciertas actitudes en el movimiento feminista que me molestan, hay bastantes más cosas que me molestan en los partidarios de los toros, en los que votan a Trump o en los que les dicen guarradas a mis alumnas por la calle. 

8. "Ya no se puede ni ligar". Nunca he sido gran experto en tales lides, por lo que no creo poder opinar con gran propiedad al respecto. Pero puedo contar una cosa. Vi una peli dirigida por Fernán Gómez en los sesenta en las que una joven que camina por las calles de Madrid es sistemáticamente sobada, acosada o reclamada por asquerosos desconocidos. "Eso no lo ha inventado Fernán Gómez", me dijo mi madre, que no ha leído a Simone de Beauvoir y que, a sus ochenta y tantos, ya es difícil que se adscriba a los sectores más ultramontanos del feminismo. No sé, da que pensar. Pero yo, como el otro día le dije al Pistacho, no soy feminista, claro.  


Thursday, March 03, 2022

PUTIN, PESADILLA HOBBESIANA



Acompaño a la clínica a un allegado. Mis ojos distraídos se enfocan en una niña de unos cinco años que se arrima tras sus padres a la cola de Información. Desconfiada ante un espacio inequívocamente adulto, se aferra a la muñeca que acuna en sus pequeños brazos. Es el momento justo en que mi cabeza identifica con nitidez lo que supone lanzar una guerra para destruir a miles de inocentes. 

La complejidad del problema desatado en Ucrania no desplaza ni un ápice la convicción de que Putin es un psicópata que ha convertido a Rusia en una de esas naciones deplorables que solo parecen hallar su lugar en el mundo envenenando las vidas de sus vecinos. Ya sé, faltaría más, que no todos los rusos son como su presidente. Lo que me pregunto es si saben a qué especie de criminal están jaleando muchos de ellos. 


Siempre pueden replicarme que el Estado Ucraniano, dirigido por Zelensky, tampoco es inocente. Y hablaríamos de la matanza insistente del Donbás, de las mafias, de los neonazis, de las promesas incumplidas por las naciones occidentales desde que se firmaron los Acuerdos de Minsk. Yo puedo entender sin grandes apuros que el Kremlin no quiera tener a unos metros de su frontera un arsenal de cabezas nucleares apuntándole. O que la Alianza Atlántica o, para no andarnos con remilgos, EEUU, mintió a Putin porque siempre entró en sus planes rodear a Rusia, a la que nunca han dejado de ver como el enemigo euroasiático. Mentir... eso es a fin de cuentas lo que hizo Bush jr -respaldado por el premier español- para justificar una atrocidad como la de la Guerra de Iraq, cuya malignidad es perfectamente comparable a la ahora perpetrada por Putin, por más que al señor Aznar le vemos ir por ahí dando lecciones de moral a todo cristo.


Y sí, estamos ante una decisión política, es decir, perfectamente evitable, y el único culpable es quien la toma. Sabemos hace mucho que el mundo estaría mejor sin el sátrapa estepario, antes dedicado a sembrar el terror desde los lóbregos laboratorios del KGB. Tras la barbaridad de la invasión, la necesidad de acabar con el personaje se vuelve apremiante. 



Podemos pensar que Putin es una criatura nacida de una extraña fusión entre totalitarismo soviético y ese capitalismo hobbesiano al que lanzaron a la ciudadanía rusa de la forma más feroz y despiadada tras la disolución del Imperio Soviético. Ahora bien, ni siquiera las taras psiquiátricas del perturbado que ha creado esta tragedia lo explican todo. Tampoco es suficiente apelar a la violencia endémica de una nación "demasiado asiática", demasiado dañada por siglos de invasiones tártaras, demasiado amante del alcohol, demasiado dada a deambular sin intermedios entre el más triste de los silencios obedientes y el más desmadejado de los excesos orgiásticos.

Permítanme remedar la célebre frase que Vargas-Llosa dirigió al Perú: ¿cuándo se jodió Rusia?

No iré muy atrás. Con la Perestroika, Mikhail Gorbachov activó un dispositivo de democratización de la URSS cuyo modelo eran las naciones escandinavas. La descomposición del antiguo imperio y la debilidad de un Presidente más estimado en el exterior que, por razones obvias, en el apparitchik del régimen aún viviente, ayudaron a que el plan Gorbachov no funcionara. Pero el problema no es solo ruso. 


Veamos, cuando todos nos ilusionamos con los efectos de la Caída del Muro, los EEUU enviaron asesores a distintas naciones del antiguo Telón de Acero para aportar lecciones sobre el cambio de sistema. Creo que les sonará cierto sarcasmo: "Nos decían en la Unión Soviética que el comunismo era bueno y el capitalismo malo. Nos mintieron en lo primero, ahora sabemos que en lo segundo decían la verdad". ¿Qué pasó entre medias? ¿Cómo es posible que la consecución de las tan anheladas libertades saliera tan mal como para que muchos sintieran nostalgia de un régimen tan despiadado, corrupto, liberticida y falto de bienes básicos como el soviético?


Explica en "La doctrina del shock" Naomi Klein que los estados son la última frontera colonial que ha encontrado el capitalismo. Derrota del comunismo, fin de la historia, pensamiento único, Consenso de Washington, globalización neoliberal... Llámenlo como quieran, pero desde que los ideólogos neoliberales de Chicago impusieron su agenda al mundo a partir de la Revolución Conservadora de Reagan y Thatcher, las élites asumieron que la mejor manera de ampliar sus beneficios era esquilmar a los antiguos estados. En las repúblicas post-soviéticas, esa agenda consistió en vender los estados a trozos para, a costa del empobrecimiento de la ciudadanía que los sostuvo, alentar una feroz desigualdad. Se desarrolló una obscena cultura de nuevos milmillonarios,  destruyéndose las esperanzas de libertad y bienestar de una inmensa mayoría de personas para las cuales el final del periodo dictatorial había sido un alivio. Desde entonces han volado cantidades ingentes de dinero desde el este de Europa hacia los paraísos fiscales. 

Durante dos décadas, Rusia fue el paradigma de lo que podríamos llamar el "cleptocapitalismo", donde la confusión entre poder político, corporaciones empresariales y delincuencia organizada determinó el deterioro de las condiciones de vida de millones de personas. La experiencia, muchas veces relatada, de unos servicios públicos ruinosos e ineficaces, una salvaje inseguridad ciudadana, y una pobreza intolerable, fue el durísimo precio que los rusos pagaron por acabar con los últimos rescoldos del estalinismo.


El sueño de Gorbachov, esa figura tan maltratada por la historia, consistía en construir un estado de derecho razonable. Desdichadamente se convirtió en pesadilla por obra y gracia de un capitalismo descontrolado que las élites financieras del mundo y el antiguo enemigo atlantista saludaron como una oportunidad de no solo ver hundirse al rival, sino además de enriquecerse a costa del sufrimiento de su gente. 


Se dice que, en los últimos diez años, Putin, gracias sobre todo a la venta de combustibles fósiles y de armamento, ha puesto orden en un país que parece haber superado sus peores momentos. A mí me sigue pareciendo una pesadilla hobbesiana. Los ucranianos lo han aprendido en estos días de horror.