Wednesday, April 29, 2009













EL CULO DE CARLA BRUNI










Me llama un amigo para preguntarme cuál de los dos culos me gusta más, si el de Carla o el de la Princesa. Me reconozco interesado por el particular, pero no circunscrito al tema de moda, el del culo de las dos aristocráticas damas. Es más, en realidad no me atrae nada ninguna de las dos. En Leticia intuyo una contención visigótica y cierta tendencia a la anorexia de origen nervioso que incita muy poco a la lujuria. Carla me parece una de esas jacas francesas que nació rica y convencida de que la clase se compra con dinero y sonriendo con la boca cerrada haciendo ju, ju, ju tras la copa de champagne.

En un nivel muy obvio y difícilmente discutible de análisis habríamos de coincidir con los críticos en la indignación: es preocupante la hegemonía informativa que le están confiriendo los medios al evento. El problema no es que atendamos a la visita del Presidente de la Republique, cuyas repercusiones parecen serias; el problema es que el noventa por cien de las imágenes y comentarios se los lleva el glamour de la Señora de Sarkozy y su presunta competición a belleza y estilo con la Princesa de España. Caemos aquí en un círculo vicioso: los medios, en su objetivo de obtener audiencias, juzgan que la gente va a interesarse más por este tema que por el de las conversaciones entre los dos cancilleres, la gente responde –como el perro de Pavlov- de la manera deseada al señuelo propuesto… Y el resultado final es que Sarko se va a casa pensando que ha dado en el clavo buscándose a esa novia tan estilosa, los monárquicos se convencen de que seguimos necesitando princesas y la prensa rosa se sonríe con la hipocresía de los medios “serios”, incapaces de reconocer que lo que ellos hacen también es cotilleo.

Consecuente a ésta crítica es la del que se rasga las vestiduras con el papanatismo ibérico. Incapaces de apreciar lo nuestro –me imagino que se refieren a nuestros Culos Reales- nos dedicamos a babear cuando el Francés llega a la Villa y Corte y se pasea por palacios y jardines con la buenorra de chatina que se ha buscado. Le lleva una cabeza y él es feo como un demonio –de ahí que ella use manoletinas con frecuencia-, pero ya se sabe que el éxito de un galán no se mide por su apostura sino por la belleza de su dama conquistada.

Creo que corremos el riesgo de caer en visiones demasiado fáciles. De entrada, conviene recordar –por la acusación de papanatismo, o lo que en realidad, es la misma cosa, de complejo de inferioridad- que el fenómeno Bruni es un invento de los franceses pensado –como todo lo que hacen los franceses- para alegrarse la vida a sí mismos antes que a los demás, y menos a los vecinos del sur, a los que presuntamente menosprecian. Sarkozy es jefe de gobierno porque es un hombre modélico, un ejemplo en el sentido literal de la palabra. Pequeñajo pero capaz de sobreponerse a las humillaciones consiguientes, feo pero seductor… Lo que verdaderamente ha hecho grande a Sarko entre los franceses es que fue él quien se atrevió a decir que los que creaban disturbios e incendiaban coches en los banlieu de París eran “carroña” y que lo que había que hacer con ellos era aplicarles mano dura. La plebe digiere ese tipo de mensajes con la misma facilidad con la que dos siglos antes marchó a Versalles a por la cabeza de Maria Antonieta porque se había dicho que mientras ellos pasaban hambre, ella se pasaba el día follando y comiendo pasteles. “Es nuestro hombre”, dijeron, una especie de Asterix dispuesto a limpiar la Galia de invasores a mamporros.

Pero este fenómeno no es local ni privativamente francés. En estos días nos lo hemos pasado bomba escuchando las declaraciones de la mujer de Berlusconi, quien, enfadada con su consorte por su indomeñable inclinación a la galantería, parece haberse convertida en la número uno de la oposición en Italia. No está mal tramado: para que el país se parezca más que nunca a un cortijo, creamos la apariencia del debate trasladándole al popolo nuestras broncas de alcoba. Yo de Berlusconi cerraría de una vez el Parlamento. ¿Y qué me dicen de la afición de Obama a las posturas y la fotogenia kennedyana? O de las últimas fotos de Aznar, con su perro, posando para dar miedo como un viejo lobo que espera en la sombra para caer sobre los malos cuando ya crean haberlo olvidado: “Yo sé cómo salir de la crisis”… Manda cojones.

Pero hay otro detalle que acaso se nos escape por el desagüe de todo este panorama tan de ópera bufa. La política ya no está donde los políticos, que es donde creemos encontrárnosla. Asumida su impotencia, la clase política ha optado por convertirse en espectáculo del poder, precisamente porque carece de él. El emperador va desnudo, por eso, mientras los media transmitan el asentimiento colectivo, puede permitirse el lujo de llevar el más hermoso de los trajes. La lógica que legitima la praxis democrática, la representación, ya solo es un fantasma. Quienes, como Sarkozy, se arrogan la condición de representativos de la ciudadanía, son en realidad los conductores de una máquina cuyos mandos ya no responden. Encuestas y sondeos no remiten a nadie sino a sí mismos, su propio juego autista y autorreferencial, artefactos falaces que simulan instancias en las que los políticos son los primeros en no creer, como la “opinión pública” o la “voluntad general”.

Cuesta distinguir en estos días los informativos “serios” de los programas rosas, donde la información es rabiosamente palpitante y los coloquios se llenan de agudos críticos y presenciamos encendidos debates.

Estrategia acaso irónica de la “mayoría silenciosa”, que sospecha en silencio que lo que le ofrecen no es el poder sino su escena, no su realidad sino su fantasma. El Poder, entendido, como la capacidad de influir de verdad sobre nuestras vidas, se dirime ya en otros tableros, muy lejos del Elíseo. La gente vota para que los políticos le proporcionen el espectáculo reality con el que nos divertimos más que nunca estos días. Por eso opinamos sobre cuál de los dos culos es más aristocrático. ¿Qué opina usted?

Friday, April 24, 2009











EL DOLOR






Yo en realidad apenas sé nada del dolor... del dolor del cuerpo, quiero decir. El otro, el de la humillación de estar una y otra vez donde no tocaba, el de la inversión amorosa estéril o el de ver envejecer y corromperse aquello que uno más ha admirado... Ése me lo he tenido que masticar en crudo como cualquiera de ustedes. Por lo que me dicen los que están más familiarizados con el dolor físico, y por lo que sé a causa de alguna muela empeñada en hacerse notar en mis encías, el dolor es lo que la Sargento Ripley decía del monstruo de Alien: "un jodido hijo de puta". No tiene nada que ofrecer al hombre, no parece haber nada deseable en él salvo su desaparición: "el dolor...", dicen los que conocen bien su siniestra cara, "lo que quieres es que pase". Freud hablaba del malestar de la cultura y los psicólogos o los historiadores lo extienden a colectivos tan inconcretos como una generación, nación, clase social, sexo o gremio profesional... pero el dolor, no nos engañemos, es irremediablemente cosa de uno. No hay manera de repartirlo, no está dispuesto a ser objeto de gestión y cálculo racional: el dolor no negocia. No es extraño que los antiguos hedonistas llegaran a la conclusión de que, en realidad, el placer no era sino la ausencia de padecimiento, la momentánea incomparecencia del dolor y la enfermedad. Tan modesta definición de la felicidad -esos instantes fugaces en que el mal parece haberse olvidado de nosotros- se entiende mejor cuando escuchamos la voz del enfermo de La montaña mágica, de Thomas Mann, donde se revela dramáticamente la experiencia del cuerpo maltratado por excelencia, el del enfermo:





"Por regla general es el cuerpo lo que domina, lo que acapara toda la vida, toda la importancia y se emancipa de la forma más repugnante. Un hombre que vive enfermo no es más que un cuerpo."

Mi padre acaba de ser objeto de una dura intervención cardiológica. Todo apunta a que la red de autopistas que le han colocado alrededor del músculo clave van a devolverle una calidad de vida casi milagrosa. Pero el hombre está algo triste porque la mañana de dolor es preludio de una noche de insomnio y ésta, a su vez, de un nuevo amanecer donde las horas irán desgranándose, segundo a segundo, lentamente, como en una siniestra cámara de tortura. Por primera vez en su vida, parece interesado sobre la "lógica del dolor": describe exhaustivamente cómo serpentea por sus músculos, como "trabaja" a través de las heridas aún no cicatrizadas, qué vericuetos le permiten infiltrarse para dejarse sentir. Una de las peculiaridades del post-operatorio, más allá de las cicatrices interminables que surcan de norte a sur el continente del cuerpo, es el dolor que oprime la caja torácica. Resulta que en el quirófano te han abierto las vértebras para poder trabajar sobre el corazón: imagino la presión con los forceps, un poco como el sumo sacerdote maya de Apocalypto (Mel Gibson), que saca el corazón con un cuchillo de diamante a la víctima sacrificial en lo alto de la pirámide para ofrecérselo al despiado dios Kukulcán. Ese acto sencillo con los forceps es en realidad la promesa de todo tipo de futuros tormentos postoperatorios para el paciente, que en esos momentos duerme inocente e indefenso tras la anestesia.



El dolor deprime, por si aún no lo sabíamos; el dolor no ennoblece, no purga los pecados, el dolor es indigno. Hablan los curas de la inmoralidad de la eutanasia con el mismo desconocimiento de los goznes del dolor que les permite censurar los pecados de la alcoba, ese lugar sobre el que tampoco saben una mierda. Se me ha quedado grabada aquella imagen de Camino, el film de Fesser sobre el Opus Dei, donde una madre rigurosamente observante del estilo ético de la Obra exige a su hija reprimir su dolor en el hospital.

-"Sé que te duele, ¡Quéjate!", le dice la enfermera, escandalizada ante tan inhumana prohibición a una niña torturada por una cruel enfermedad.
¿Por qué no quejarnos? ¿por qué no reconocer que tememos al dolor?: "Por eso no reprimiré yo mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma", dice Job, campeón para todos los tiempos del sufrimiento enviado por los dioses sin motivo, como acaso lo sean la mayoría de tormentos, algo que te toca sin que hayas hecho nada para merecerlo. El gran edificio burocrático que es la Iglesia Católica se ha ido armando en torno a la gestión del dolor. No otra es la función del confesor, explicarte por qué te duele y cómo soportarlo -"resignación", no conozco un concepto más enfermizo ni más enemigo de la vida-. Está en la historia misma de la institución la tenaz insistencia en asociar la verdad a la pasión. Cristo era quien decía ser -Rey de Reyes- precisamente porque por esa verdad estuvo dispuesto a ser sacrificado entre dolores espantosos, siniestro ritual que repitieron después uno tras otro los Mártires. La Inquisición, en los tiempos en que los alaridos de dolor de los cristianos perseguidos dejaban lugar al hierro y el fuego de los tribunales de Dios, aplicó con encarnizada precisión el principio de que la verdad nace del dolor: el dolor de los demás, claro está, el dolor de brujas, herejes y disidentes de toda condición. La "pasión" conduce directamente a la Verdad, por lo visto. Como sabemos desde Foucault, no ha existido procedimiento más político, mecanismo de poder más preciso que toda esa tecnología del arrancamiento de la verdad tramado en aquellas lóbregas mazmorras.

Acaso no esté tan lejos esa vieja convicción penitencial del misterioso culto al dolor de los piercings o los tatuajes, signos cuyo efecto seductor no es ajeno al dolor sufrido que denotan. Clavados entre cartílagos o impresos a hierro sobre la dermis, este tipo de procedimientos que vienen administrándose como señas de identificación y distinción desde tiempos tribales, responden a la misma lógica que el opresivo corsé o la tortura masoquista de los tacones femeninos... extraño fervor por la autolesión, ritos para "iniciados", exhibición de cicatriz... de alguna manera, la misma lógica del éxtasis que asocia el sufrimiento a la Verdad... planteamiento ascético-místico en cierto modo.


En uno de sus más recientes episodios, el Doctor House parece haber encontrado, al fin, un remedio definitivo contra el dolor. Ha dejado de tomar bicodina, que reduce el dolor de su rodilla, por metadona, el tóxico que no coloca y se administra a los yonquis, y que House empieza a utilizar porque elimina completamente el dolor. Inicialmente, sus amigos le advierten que una droga tan dura puede provocarle un colapso en cualquier momento. Tras unos días descubren que por primera vez desde que le conocen parece no arrastrarse por la vida como el más desgraciado de los hombres. Ya no le duele... Y cambian de opinión, aún a sabiendas de los riesgos del consumo de un opiáceo tan potente: "House tiene derecho a ser feliz". Y es justamente entonces cuando el doctor decide regresar a la bicodina. Una mañana descubre que ha sido condescendiente con alguno de esos interlocutores a los que usualmente contradice con brutalidad, y que por ello ha estado a punto de matar a un paciente. La ausencia de dolor le ha relajado, le ha vuelto blando, le he hecho perder rigor en su estado de permanente vigilancia ante el Mal. En eso consiste su maldición: solo en la cima del padecimiento más insoportable es capaz de hablar el lenguaje extremo de la enfermedad... House entra en diálogo con los signos del cuerpo desencajado por el dolor porque no le tiene miedo al Mal, dado que ya vive instalado en él.


La misma persona que le aconsejado ser feliz le revela al final la clave de su fatalidad:

-"Regresas al dolor porque, sin él, temes perder la lucidez, crees que sin tu inteligencia no eres nada."



Friday, April 17, 2009

* Justo Serna dedica su último post a dos bloggers, Ángel Duarte y yo mismo, generosidad inmerecida y que agradezco en grado sumo. Leedlo por favor, está mal que yo lo diga pero es muy bonito lo que Justo dice de mí y de La Cueva del Gigante. Tenéis su blog linkeado aquí.






SEGREGACIÓN SEXUAL
EN LA
ESCUELA







Hace ya unos cuantos años escuché a una compañera de trabajo quejarse amargamente por la frustración que le producía el hecho de haber sido educada en un colegio para señoritas. "No veías a un chico ni por azar, aquello parecía un gineceo". Me sentí identificado con ese sentimiento, en mayor medida puesto que yo había experimentado la misma sensación en el otro lado de la trinchera. Me eduqué en un colegio de curas en cuyas aulas solo estaba permitido el acceso a varones. La cantidad de taras que provocaron en el niño que fui prácticas educativas tan monstruosas no soy capaz de calcularla. Sí sé que, en una ocasión, un colega de pupitre, cuando entramos en BUP y ya estábamos en edad de merecer, me aseveró muy ufano que "la regla es que las tías sangran durante un mes entero del año, por eso lo llaman el periodo o el mes... lo jodido debe ser que a una le toque todos los años en agosto, pues le pilla justo las vacaciones y no podrá bañarse."

Es posible que a muchos les parezca que la ignorancia tenga su encanto. "Si no te gusta lo que tu ojo ve, arrancátelo": esta es según Nietzsche la consigna más definitoria de la moral cristiana. En otras palabras, "mejor no sepas cómo es el otro sexo de verdad, pues descubrirás que es más o menos como tú, con lo que perderás la fascinación y te decepcionarás antes de hora." Consecuencia de aquella medida tan pedagógica fue que, cuando salía del bunker repleto de vallas y garitas de vigilancia en que se había convertido mi colegio, iba por la calle tropezándome con cualquier cosa porque me dedicaba a escrutar todo aquello que remotamente oliera a mujer. Y desde entonces no he perdido la enfermiza fascinación por el otro sexo: ser mujer me parece algo casi imposible, una especie de anomalía.



Y ahí estábamos nosotros, los tíos, gobernados por aquel hatajo de cobardes y manipuladores -huidos de la vida y del tráfago de las calles- que eran nuestros curas, de aquellos seres fracasados que eran la mayoría de nuestros profes, servilmente entregados a la tarea de hacer creer a nuestros padres que tendríamos un mejor futuro moral y profesional si nos rodeaban desde críos de la "gente adecuada"... Ahí estábamos nosotros, tan viriles y tan llenos de homosexualidad mal asumida y estúpidos prejuicios machistas respecto a nuestro papel en la sociedad y el lugar destinado a las hembras... Ahí, respirando el aire testosterónico del aula, el patio o el gimnasio mientras la vida pasaba por delante y pasándonos las revistas guarras hacíamos como si no nos enterábamos. El Valencia había ganado cinco a dos a un equipo rumano, dijo el profe de Gimnasia, sí, qué bien, y dos goles de Kempes, pero por allí no aparecía ni una sola mujer, como si tuvieran la peste y fueran a transmitírnosla.
A uno le gustaría pensar que tantos años después del fin de la dictadura es ya cuestión de tiempo y de ley natural que los enemigos de la democracia vayan desapareciendo... Por eso me sorprendo cada vez que fuegos de intolerancia que consideraba extinguidos reaparecen, un poco como esas viejas epidemias que aterraban a nuestros abuelos y que ahora nos parecen medievales, pero que de vez en cuando vuelven a registrar un nuevo brote no sé dónde. Lo de la segregación sexual en la escuela tiene ese tufillo.
El asunto salta a los noticiarios por el conflicto que se ha montado en Cantabria, cuyo gobierno autonómico ha decidido cortar la subvención a un colegio del Opus Dei -Torrevelo- que solo admite varones en sus aulas. Los motivos de esta decisión son tan obvios, que lo que sorprende es que alguna vez en su historia el erario público, es decir, usted y yo, que somos un par de tontos por lo visto, financie prácticas tan odiosamente antidemocráticas. Pero el caso es que lo hace, lo hace en Catalunya, donde el tripartito hace gala de su radicalidad para proclamar sus querencias secesionistas pero deja bien tranquila a la Iglesia con sus negocios... Y lo hace en el conjunto del Estado, donde el Gobierno Zapatero, demostrando una profunda cobardía, no ha tomado todavía una sola decisión realmente seria que obligue a las comunidades a cumplir la LOE a rajatabla y comprometa la financiación de la Iglesia. ¿Le cae a usted mal el Opus Dei? Pues sepa que usted y yo somos también miembros numerarios de la Obra, pues sufragamos con nuestros impuestos el mejor de sus negocios: la escuela.



La dirección del colegio Torrevelo ha esgrimido sus argumentos en favor de la segregación, la por ellos llamada "educación diferenciada" -y luego dicen que los eufemismos de la corrección política son cosa de rojos-. La idea es que aulas sin doncellas favorecen la concentración de los estudiantes y propician mejores resultados. La decisión de retirar fondos públicos allá donde no se cumpla la condición de ofertar aulas mixtas contraría según Torrevelo el principio constitucional (art. 27.3): "Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones". Se refieren igualmente a la LOE, ley orgánica que regula actualmente la educación en España, y en cuya disposición adicional vigésimo quinta, referida al "fomento de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres", se estipula la "atención prioritaria y preferente" a los centros que practiquen la coeducación. Según los feministas radicales que el Opus tiene en el Colegio Torrevelo, esta disposición, si bien prioriza la coeducación, no excluye la posibilidad de subvencionar aquellos centros que practiquen la "educación diferenciada".


La argumentación no puede parecerme más burda. En cuanto a la Constitución, el art. 27 es uno de los que más objeto ha sido de interpretaciones tendenciosas. La Constitución no dice que haya que subvencionar colegios religiosos, lo que dice es que se debe garantizar el derecho de los padres a la formación religiosa y moral de sus hijos que consideren oportuna, lo cual significa que nadie puede impedir que transmitan valores evangélicos a sus hijos o que los lleven a catequesis, prácticas que además el Estado debe incluso comprometerse a proteger. ¿Significa, por ejemplo, esa llamada a la libertad que puedo exigirle a las instituciones públicas que me financien mi deseo de que mi hija se eduque en un aula donde los varones tienen cerrado el paso? En ningún caso, porque se trata precisamente de una práctica inconstitucional, ya que es precisamente la ley máxima la que declara inviolable el principio de igualdad y garantiza el derecho a no sufrir discriminación por razones como la condición sexual. En el segundo caso, se amparan en algo que la LOE no dice para sostener -falacia ad ignorantiam- que si la ley no excluye que los colegios segregadores sean subvencionados, entonces es que deben serlo. Es la misma ley la que, en su artículo 84.3, garantiza que "en ningún caso habrá discriminación por razón de sexo".





Poco pecio flotando al que aferrarse veo en las leyes vigentes para legitimar una práctica segregacionista tan reaccionaria. Hay, claro, algo que siempre se termina aduciendo cuando de lo que se trata, como en este caso, es de hacer negocio: el mercado demanda la "educación diferenciada". La Iglesia española acostumbra a deslizarse por las aguas del lenguaje moral para ocultar que la lógica que mejor domina es la del mercado, o, para ser más preciso, la del servicio y la satisfacción del cliente. Las escuelas religiosas han entendido perfectamente que lo que quieren sus clientes es distinción, concepto muy de consumidor de élite y radicalmente opuesto al principio de inclusión que domina la moderna pedagogía. Allá con su conciencia aquellos piadosos siervos de Dios que no soportan la idea de juntar a sus hijos con niños inmigrantes o con habitantes de los barrios pobres de la ciudad... Lo que no hay manera de justificar es que una práctica tan odiosa, tan clasista y tan insolidaria sea pagada por usted y por mí. Es bien sencillo: en estos momentos es una obligación ética luchar contra la financiación pública de la escuela privada... Salvo excepciones muy localizadas, como cooperativas y centros que fomentan prácticas educativas solidarias, que los ciudadanos estemos pagando estilos educativos discriminatorios y clasistas es una prueba concluyente de que, en nuestra joven democracia, los viejos poderes fácticos mantienen hipotecas intolerables sobre la ciudadanía.

Quizá alguno aún piense que en el colegio de curas no pensábamos en chicas durante las clases solo porque no las teníamos en el aula, pobrecito. Por cierto, pringado, cuando tu hija está con las monjitas se dedica a pensar en un chico del barrio que le gusta, ¿qué creías?

Saturday, April 11, 2009








EL ROTO








En el más célebre de sus ensayos, La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa, Robert Darnton nos refiere la historia de un curioso personaje llamado Joseph d´Hémery. Este detective de la policía del Rey de Francia –destinado inicialmente a investigar el tráfico de libros en el país- escribió a mediados del siglo XVIII cientos de informes sobre quienes los escribían. Darnton se interesa por todos estos archivos porque en este esfuerzo detectivesco advierte el síntoma de una preocupación creciente en la Corona por el peligro que podía llegarle de la "Repúblique de les lettres". Así, junto a caracterizaciones francamente ácidas y despreciativas de personajes tan insignes como Diderot o Voltaire, nos encontramos pesquisas detalladas de la vida de destacados poetas de la Corte o de escritorcillos de tres al cuarto, cuyos amoríos, juegos adúlteros y nocturnas idas y venidas fueron objeto de conocimiento por parte de altos burócratas del Estado, los cuales aplicaron, gracias al rigor con que el chivato detective se aplicaba a la tarea encomendada, el principio aquel de que “Saber es Poder”.

De todo lo reseñado por Darnton, me quedo sin duda con las referencias a Grub Street, nombre que acabó tomando en Francia toda suerte de producción mediocre y adocenada. Aquellos a los que se nombraba como "grubstreet" quedaban automáticamente bajo sospecha. Se les atribuían libelos y sátiras subversivas, asociándoles además con prácticas delincuenciales como el proxenetismo, la estafa, la falsificación, la extensión de rumores y calumnias… Gente de mal vivir en suma, de ahí que no extrañe que algunos acabaran azotados y en galeras, y que muchos acabaran sufriendo “embastillement”. Como advierte Darnton, tiene que ver con ello el que los revolucionarios de 1789 convirtieran a La Bastilla en símbolo de la libertad de expresión frente a la censura del Viejo Régimen. Tirando un poquito más del hilo, nos enteramos de que Grub Street era en realidad una calle de Londres habitada al parecer por historietistas y autores de diccionarios y poemas de encargo.

“Historietistas”, "cartoonist", como se llama a estos autores de baja condición en el mundo anglosajón. No voy a convertir este artículo en una reivindicación del cómic. Alguien me dijo un día que no defendiera nada que no fuera capaz de defenderse por sí mismo. Discutible, sí, pero en lo que tiene de verdad la frase deja las cosas muy claras con respecto a la materia: el cómic es un fenómeno tan emblemático del siglo XX como lo han sido el cine o el jazz. No voy pues a perder el tiempo defendiendo a los gigantes a cuyos lomos camino, más bien son ellos los que han de resguardarme a mí de las tempestades de la vida.

¿Que el cómic no acaba de ver reconocido nunca su lugar dentro de la República de las Letras? Quizá, pero éste es un problema para los académicos, no para quienes nos hicimos más sabios y valientes abriendo los libros de Hugo Pratt o Hergè con la misma devoción con que lo hicimos con Tolstoi o Melville. Ellos se lo pierden y, en cualquier caso, sospecho que hay algo de olor a tabaco negro, tugurio, maletas y mal vivir en los autores de tebeos que molesta a quienes suelen sentarse en los sillones de la autoridad académica, tipos por lo general calvos y con gafas, que pasan las tardes en zapatillas de abuelete y evitan deambular por el barrio de las putas.

Valga no obstante la alusión al imprescindible Apocalípticos e integrados, donde por fin en los sesenta un pope de las letras se atrevió a cuestionar las bases desde las que –a partir de la diferenciación entre “high culture” y “down culture", alta y baja cultura- se menospreciaba la trascendencia del cómic en la constitución del imaginario colectivo contemporáneo. Dice Umberto Eco en el 64 al hilo del éxito de masas de Peanuts o Superman:” … no es cierto que los cómics sean una diversión inocua que, hechos para niños, pueden ser disfrutados por adultos en la sobremesa los cuales, sentados confortablemente en un sillón, consuman así sus evasiones sin daño y sin preocupaciones( … ) En la próxima tira, Schulz seguirá mostrándonos en la figura de Charlie Brown, con dos golpes de lápiz, su propia versión de la condición humana.”

Pero no he empezado este escrito pensado en Charlie Brown ni en Superman, sino en el que acaso sea el dibujante español más influyente de nuestro tiempo. No sé en realidad casi nada de El Roto, no sé si lo sabe alguien y, en realidad, tampoco creo que importe demasiado. Se trata del segundo gran seudónimo que ha utilizado Andrés Rábago, dibujante conocido como Ops en sus tiempos de Hermano Lobo y demás publicaciones satíricas del Tardofranquismo. Respecto al cambio de nombre, proviene de una circunstancia no muy diferente a la de estrellas del rock como Prince o Santiago Auserón, que se percataron en un momento determinado de que la fórmula artística que empleaban se había agotado. El autobautismo incorpora, pues, la reinvención de la personalidad, incapaz de adaptarse a un contexto histórico como el de la democracia post-transicional sin un reciclaje profundo. Son muchos los genios de La Codorniz o Hermano Lobo que murieron en ese tsunami de revolución cultural que fue la década de los ochenta.

Rábago sobrevivió. ¿Por qué? Yo creo que cuando un artista forja su poética desde la acidez de estómago que le provoca la omnipresencia del mal en el mundo, hace falta cierta profundidad de alma, tener la mirada recubierta de un denso aceite moral para saber advertir que los centros de la dominación no han hecho sino reubicarse y aplicarse maquillaje. A Rábago no se le acabó el espíritu de indignación –esa fuente tan fecunda de inspiración artística- el día que murió Franco como a Berlanga o a los cantantes-protesta. De ahí que la farsa del neocapitalismo, los contratos basura, la explotación de las naciones pobres, la hipocresía de la opulencia, el fanatismo de los terroristas o el fariseísmo de los obispos sean objeto diario de sus afinados dardos.

No es difícil reconocer en los dibujos de El Roto huellas de clásicos tan imprescindibles como Munch, Solana o Goya, pinceles misteriosamente dotados para mostrar la espantosa soledad en que los seres humanos solemos enfrentarnos al dolor, ese delirio que al no encontrar palabras, debe conformarse con un silencio el cual, no pudiendo “decirse”, tiene que encontrar la manera de “mostrarse”. En alguna de las pocas entrevistas que ha concedido, Rábago declara sentirse muy cerca del inglés William Hogarth (XVIII) y del francés Honoré Daumier (XIX), de profesión “ilustradores”, que aparecen con frecuencia bajo la denominación de artistas satíricos. Yo, no obstante, y en una línea que enlaza con el surrealismo de Dalí o Magritte, presiento por todas partes tanto en El Roto como en Ops la alargada sombra de Roland Topor. Fallecido hace una década, fundó en 1962 el Movimiento Pánico junto a Arrabal y Jodorowski, y se le conoce entre otras cosas por el film que codirigió, Marquis, o por ser el autor de la novela El quimérico inquilino, llevada al cine por Roman Polanski.

Al margen de escuelas y huellas más o menos asumidas, creo que El Roto tiene algo especial, algo que está más allá tanto de aquel lenguaje sarcástico de las revistas satíricas del antifranquismo como de la tradición más aurática de la Vanguardia. Es algo que uno advierte mañana tras mañana, mientras escucha el tráfago de la calle vecina y, ante el primer café, se concede unos segundos para pensar, siquiera para meditar por un solo instante si con cada paso que decididamente damos tras salir de la cama no estamos diciéndole sí a los panzers que arrasan el planeta. Hay una enigmática disrupción entre el dibujo y el texto de cada viñeta de El Roto. Si el texto debe poner en palabras lo que indica la imagen, lo que nos encontramos es un inquietante desplazamiento… la imagen no termina de mostrar lo que ve el ojo… como en un matrimonio condenado a pelearse eternamente, lenguaje y mirada van cada uno por su lado, pero extrañamente se cruzan siempre para ir a parar al mismo sitio.

Es uno de los mayores genios en nuestra República de las Letras, pero su mala leche es más innegociable que la de Pedro Almodóvar, su cabreo dura más, de manera que siempre tendrá demasiados enemigos como para ser reconocido. En su investigación descrita en el libro de Darnton, el detective d´Hemery clasificaba a los escritores en cuatro categorías según su grado de peligrosidad social: “buen sujeto”, “sujeto algo malo”, “sujeto malo” y “sujeto muy malo”. Adivinen dónde habría metido d´Hèmery a Andrés Rábago. Es el mismo círculo del infierno donde le esperan Buñuel, Fernán-Gómez o Pepe Rubianes.

No me he divorciado del irremediable diario El País en parte por culpa suya, aunque esta mañana creo que me voy a poner a leer tebeos… Me quedo en Grub Street.
*La ilustración que encabeza el artículo es de Roland Topor. La segunda es de William Hogarth. La tercera, nuevamente, de Topor. Todo lo demás es de Rábago -él es, obviamente, el retratado en la fotografía-... He elegido algunas de mis viñetas predilectas de El Roto, aunque hay muchísimas más que merecerían figurar en cualquier ontología. Recomiendo la recuperación de los trabajos firmados como Ops en las revistas de los setenta, así como un concienzudo visionado de la obra de Topor, Hogarth y, muy especialmente, Daumier, del que no he incluido aquí ninguna imagen, pero que vale muchísimo la pena.

Saturday, April 04, 2009








DIOS NO EXISTE




La Selección de Fútbol de Argentina fue derrotada el miércoles por la de Bolivia en La Paz por seis goles a uno. Esto en realidad, no significa absolutamente nada relevante. Cualquiera, incluso futbolistas grandiosos como Messi o Agüero, puede tener un mal día, máxime si no superan el inconveniente de jugar a muchos metros de altitud, circunstancia que explica lo difícil que suele ser ganar en casa a una selección de nivel discreto como la boliviana. Y, en cualquier caso, si algún argentino quiere amargarse la vida más de la cuenta con este tipo de agravios a la bandera nacional, es muy libre, tanto como de emocionarse durante los culebrones o ponerse a llorar de emoción cuando pasa un desfile militar al son de la victoria. En cuanto a Bolivia, es tierra en serios apuros, de manera que tampoco les viene mal, de vez en cuando, una pequeña inyección de moral, aunque sea a costa de una cosa tan tonta como un balón.





Lo que verdaderamente me suscita la reflexión es el hecho de que el actual seleccionador argentino se llame Maradona. No albergo ninguna duda respecto al inmenso talento que, como futbolista, tenía Diego... Yo asistí con ojos incrédulos a aquella obra de arte que fue el segundo gol de la albiceleste contra Inglaterra en el Mundial de México... "Gracias, Dios, gracias por el fútbol, gracias por Maradona... y disculpen estas lágrimas". Por unos instantes, en la inolvidable locución de Víctor Hugo Morales, parecía creíble el espejismo del fútbol y las fruslerías del sentimiento nacional y el orgullo del escudo; por unos instantes, parecía que Dios había bajado a un terreno de juego y había arrancado con el balón desde el medio campo encarnado en el cuerpo de un chico pequeño y regordete que salió de alguna zona chabolista en el Barrio de Fiorito en Buenos Aires. El problema de los espejismos no lo tiene quien aprende a asumir lo fugaz de su belleza, fugacidad que, en verdad, habríamos de saber aplicar a todas las cosas de la vida. El problema lo tiene quien corre tras el espejismo, incapaz -pobre de él- de aceptar su caducidad.



Maradona fue convertido en algo más que un ídolo por toda una nación. Un viejo amigo que tuvo una novia argentina -y que, como suele pasar en estos casos, cogió un odio tremendo a todos los de ese país después de aquella mina se las hiciera pasar canutas- me dijo un día que había que "desconfiar de un pueblo cuyos ídolos eran Perón y Maradona". La generalización es arbitraria y abusiva, desde luego, pero, de igual manera que nunca he entendido cómo llegan a ser tan grandes los méritos de Perón como para que todos los partidos políticos argentinos se autodenominen "peronistas" o a su esposa Eva le dediquen ciclópeas y horteras óperas rock, tampoco acabo de saber qué es exactamente lo que tanto subyuga a los argentinos de un tipo tan poco interesante fuera del estadio como Maradona. La mano de Dios, es el inspirado título de un libro biográfico, pero remeda un momento futbolístico fraudulento -marcar un gol disimuladamente con la mano- y al alcance de cualquier pillastre de tercera. Es solo que este engaño lo perpetró Maradona... Y ya se sabe: "la ley soy Yo", que es como decir que habría que arbitrar leyes especiales para que los Grandes se escaqueen de esa cosa tan aburrida que es la justicia y puedan engañar y timar a la gente impunemente y con el aplauso general.


Cuidado, si Maradona me parece cualquier cosa menos el tipo ejemplar en que lo han convertido los argentinos, en nada tiene ello que ver con las veleidades narcóticas que jalonan su biografía. Tampoco estaría mal que algunos aprendieran que no se es más glamuroso ni más heroico ni se parece mucho más a Emiliano Zapata y a Simón Bolívar por el hecho de haberse puesto hasta el culo de drogas una noche tras otra durante años, pero eso, en cualquier caso me trae sin cuidado. Cuando uno conoce bien a un adicto, advierte que ciertas inclinaciones incontroladas huelen más a mala hostia matinal, a tomarla con los que te quieren, a que todo el mundo se te vaya apartando y a ropa sucia y suelos meados que a la leyenda del hedonista libertario e indomable que algunos asocian con Maradona.


En realidad, a mí me gusta Maradona. Lo que me sorprende es que Argentina lo haya convertido en seleccionador nacional. ¿Tanto les cuesta entender que un tipo que sobaba el balón como los ángeles puede no tener ni puñetera idea de cómo conducir un vestuario y colocar las piezas de un equipo sobre la pizarra? Pero no hay que engañarse: los argentinos no creen que Maradona sepa entrenar; de otra manera no habrían colocado como ayudante a un verdadero especialista como Bilardo, quien todos sospechamos que es el que -si al Diego no le pega por cortarle la cabeza- dirige en silencio a la albiceleste. Lo que en verdad creen es que Maradona tiene un pacto secreto con fuerzas telúricas... algún tipo de alineamiento peculiar de los astros que le permitirá, como a Moisés, conducir a su pueblo hacia la gloria. Como en Matrix, alguien parece haber decidido que Neo es el Elegido; como él, no tiene ningún plan, no sabe qué protocolo de actuación habrá de llevar a cabo para librar a su pueblo de los tiranos, solo cree que, por misteriosas razones, las aguas del Mar Rojo se abrirán a su paso. Proclamado Chamán unánimemente por la tribu, sólo él está investido del poder salvífico para obrar milagros y mantener hilo directo con los cielos.






Es inútil pretender vivir sin mitos. Los ilustrados del Siglo XVIII se equivocaron en esto, entre otras cosas porque los principios que proclamaron contra la superstición de las viejas leyendas se hicieron fuertes desde su origen dentro de un nuevo Gran Relato: el de las Luces y la Diosa Razón. Las masas nocturnas de Buenos Aires que gritaban "aguante, Diego" cuando el Pelusa parecía agonizar en un hospital son la prueba de que, dos siglos después, seguimos necesitando poder decir como Odiseo "que digan que yo viví en los tiempos de Aquiles." No son esas gentes distintas a las que llenaron de rosas Buckingham tras la muerte de Lady Di, las que imitan a Madonna como si cada uno de sus gestos fuera el de una diosa olímpica, o quienes le ríen las gracias televisivas a Chávez en su Aló, Presidente. Necesitamos dejarnos seducir por el encanto de los mitos. Antes que la verdad desnuda que prometen las ciencias, necesitamos encontrar esa metáfora, ese enigma del héroe, ese espejismo que -acaso por serlo- es mucho más creíble que cualquiera de las verdades políticamente correctas.








Hay en Argentina una congregación religiosa entregada a la divinización de Maradona. Tienen su templo maradoniano, sus plegarias y sus mandamientos. Ridículo, sí, o freaky, para ser más exacto, porque solo puede producir risa o lástima. Quizá habríamos de estudiar detenidamente el origen histórico de algunas canonizaciones para llegar a la conclusión de que, después de todo, Maradona no sea ni más ni menos ridículamente merecedor de figurar en el Index Sanctorum que, por ejemplo, San Cucufato, piadoso difusor de la fe de hace milenios y que tiene la virtud de responder a peticiones, siempre y cuando el fiel cumpla el ritual de anudar un lazo y decir las palabras mágicas: "San Cucufato, los cojones te ato; si no me lo concedes, no te los desato". Me imagino que habrá algunos rezos similares con el astro bonaerense. Y como todo santo, tiene su martirio. Si a Cucufato lo degollaron despues de abrirle las tripas y que él se las reintrodujese y se cosiera de nuevo el vientre, a Maradona lo persiguió la FIFA echándolo del futbol por su costumbre de ir de coca hasta las cejas. "La noticia corrió como el demonio entre el silencio consternado de todos los argentinos desde la Boca hasta la Patagonia, la Federación ha consumado su venganza y Maradona ha sido expulsado del Mundial". Muchos pensaban que era su carácter díscolo y su afición a echarse unos puros en La Habana con Fidel lo que le indispuso ante los mandarines... Pero ya se sabe que de los Martirologios es mejor desconfiar.




Seis goles, un corralito, el país más rico imaginable y también el más malogrado y desaprovechado del planeta. Maradona es el nombre de uno de los peores excesos con los que Argentina se castiga a sí misma. Podían haber escogido a Jorge Luis Borges, a Julio Cortázar o a Federico Luppi, pero prefirieron al Diego como antes a Gardel o a Perón. Ellos se lo han buscado.

Pero como dice William Munny en Unforgiven: "Todos nos lo hemos buscado"