Desde la Cueva del Gigante, lugar perdido en un territorio árido donde antiguamente se refugiaban los bandoleros, esta página intenta echar luz, y también alguna sombra, sobre los fenómenos sociales contemporáneos: las nuevas tribus, los simulacros culturales, los movimientos de masas, etc...
Wednesday, September 29, 2021
DEVUÉLVANME LA DOCENCIA
Thursday, September 23, 2021
MARICONES PERDIDOS
De acuerdo, lo de los neonazis en Chueca del otro día no es para reírse. Pero, reconózcanmelo, el caso del manifestante homófobo que aparece orgulloso en twitter y es identificado por el chico con el que se había acostado anteriormente resulta cómico. La conversación privada entre ambos, que el gay reconocido decidió hacer pública, no tiene desperdicio. De esta guisa…:
-“Pero si tú eres al que se la chupé hace poco”
El nazi le contesta en privado lo que el interlocutor terminará haciendo público:
-“Lo que yo haga en mi vida privada no importa, haz el favor
de no publicarlo que me hundes”
Y sí, seguro que al tipo lo han hundido, al menos ante los
demás cabezas rapadas, unos señores encantadores que tienen el cuajo suficiente
para acudir a Chueca en pleno siglo XXI para manifestarse contra los
homosexuales. Si detrás de la decisión por parte del político correspondiente de
tolerar dicha movilización hay mala fe o solo negligencia, no soy capaz de
discernirlo. Lo que sí sé con certeza es que después de tales ejercicios de
supuesta libertad de opinión vienen la violencia, el abuso, el miedo… En suma,
todos los ingredientes del coctel del fascismo, cuyo objetivo esencial siempre
es aplastar la diversidad desde el ejercicio de la intimidación. Y eso por no
hablar del mal gusto y la incultura de quien corea eslóganes como “Fuera
sidosos de nuestros barrios” (Yo también podría hablar sobre la gente que me
gustaría echar de mi barrio, empezando por los macarras ultratatuados que van
con perros con instintos criminales).
Por acabar con el protagonista de esta historia tan de vodevil... Bueno, se me ocurre que además de no
pasarse próximamente por el club de reuniones de rapados ni por la sede de Vox, debería
hacer un esfuerzo por aclararse. Por cierto, no es el único. Yo puedo entender
que haya personas reticentes a admitir en público su orientación sexual, pues
ni siquiera hoy, pese a los avances propiciados por la democracia, implica
riesgo cero ir por el mundo besando morros “inadecuados”. Lo que sí me cuesta
mucho más entender es la cantidad de maricas y boyeras fachas que van por el
mundo, algunos ocupando incluso cargos relevantes. Yo no digo que porque a uno
le gusten los de su sexo haya de abrazar la fe marxista-leninista; puede ser neoliberal e
incluso devoto de la Semana Santa. Lo que no me cuadra es que apoye al PP, que
se ha opuesto históricamente a todas las reformas políticas ideadas para hace a
la gente más libre -empezando por el matrimonio homosexual-, y que además pacta
con un partido tan declaradamente homófobo como Vox.
A mi parecer cada persona puede chupar, morder o hurgar lo que le apetezca y le dejen. Mi felicitación a quien mejor se lo pase. Como cantaba el Titi, “si estás vivo y no estás muerto, a darle gusto a tu cuerpo”. Bastante jodido es aguantar a ciertos vecinos, que tus padres enfermen, que barruntes que ese dolor persistente sea cáncer o que el mundo esté repleto de miseria y dolor para que encima tengamos que seguir haciéndole caso a los inquisidores. Nunca tan tristes y oscuros personajes que he encontrado en las sacristías -pero también, mucho ojo, en ciertas militancias de izquierda- han terminado de aclararme por qué les molestan tanto el sexo y el erotismo, que a mí me parecen dimensiones esenciales del bienestar y la paz de espíritu y cuerpo. Supongo que al niño Jesús le hacen llorar los orgasmos. Pero no estoy muy seguro, pues también me dijeron que salían pelos verdes en las manos si te hacías pajas… y a mí nunca me salieron, ya ven.
Hace un par de días descubrí que habían abierto un club “de
ambiente” por un lugar por el que paso casi a diario. Salieron del garito tres
tipos con la cerveza en la mano y franca camaradería masculina. Eran voluminosos,
barbudos… . Me recordaban a mí y a mis amigotes cuando quedábamos para beber y
ver jugar al Valencia… La única diferencia es que ellos quedan para follar. Sin
dramatismos, sin laberintos emocionales ni todos esos juegos de equívoco y
elusión a los que tan acostumbrados estamos en el mundo hetero.
Lo diré de una vez. Yo creo que los gays -y me refiero, sí, a los hombres homosexuales- han sido muy listos. Hay que tener en cuenta la negra y larga noche de la que vienen. Hasta el año 75 aún les pegaban palizas los de la Brigada Social o los de Cristo Rey. Decir que la batalla está ganada es precipitado, pero sería una jeremiada negar que el camino ha ido normalizándose. Y sí, hay tipejos que se atreven a protagonizar un esperpento como el del otro día en Chueca. Pero ya sabemos cómo funciona el alma reaccionaria: cada vez que una minoría injustamente oprimida se instala en la normalidad, exhibiéndolo incluso con orgullo, el rencor aparece en formas violentas. Esto lo saben los negros, las feministas y, si nos remontamos en el tiempo, los siervos o los esclavos libertos. Nunca las luchas más justas se ganaron plácidamente.
¿Qué se puede aprender de ellos? Ya me he referido a la
salud mental que demuestran por dresdramatizar las relaciones sexuales. Pero
hay otra cosa, y tiene que ver con lo del tuit del que he empezado hablando.
Generalizando mucho -pero es que si no generalizo no escribo- yo diría que su éxito se basa en un dominio magistral del terreno de la ironía.
Me explico.
Sigo habitualmente los videos de cocina de Mikel López Iturriaga, francamente divertidos y desenfadados. Alguien le mandó un tuit con evidentes ganas de fastidiar: “A mí me pareces más maricón que cocinero”. Lejos de enojarse, Mikel dijo que estaba pensando en titular así a su sección en El País: “Más maricón que cocinero”. Ahí va otra, ésta tomada del mundo de la ficción. En un antiguo episodio de Los Simpsons, Homer empieza a preocuparse porque su esposa ha hecho amistad con un gay. “Lo que más me molesta de vosotros es que uséis con todo desparpajo las palabras que nosotros hemos inventado para insultaros”.
No sé si ven dónde quiero ir a parar. La cultura gay ha usado
con brillantez la estrategia del judoka. Cuanto mayor es la agresividad del
hostil, peor es el revolcón que se pega, pues el gay, en vez de responder con
idéntica violencia, esquiva la colisión y le deja estrellarse contra el muro de
su propia ceguera. Es por todo ello que no comparto ciertas críticas a la
Fiesta del Orgullo o, qué sé yo, la obra y la filosofía de Andy Warhol, el cine
de Almodóvar o incluso algunas intervenciones de personajes más o menos
diletantes como Boris Izaguirre o Bob Pop.
Aprendamos de ellos, pues.
Friday, September 10, 2021
HAN VUELTO
No sabemos qué está pasando en Afganistán. No es extraño,
pues, a fin de cuentas, tampoco entendimos en su momento una guerra europea: la
de los Balcanes. Cuando, por ejemplo, el siniestro Rey de Bélgica, mandaba
asesinar a millones de indígenas en el Congo porque le importunaban, los
europeos vivíamos confortablemente, convencidos de que el continente negro
necesitaba nuestra presencia para “civilizarse”. Nada se nos contaba sobre las
carnicerías que allí se perpetraban. Hoy sí creemos saber lo que pasa. La hipertrofia
informativa alimenta la sensación de que el drama se nos está
transmitiendo en
directo, pero, cómo tantas veces, lo que nos llega es un relato, un relato
sesgado y accesible a nuestras mentes, tan perfectamente formateadas en la
lógica demo-liberal.
Creemos saber, pero no entendemos. No podemos imaginar en
qué mundo viven los habitantes de Afganistán. No sabemos por qué los pastunes parecen
desear el regreso talibán, no sabemos cómo le ha ido a la mayoría de las
mujeres durante la dominación extranjera… solo sabemos que con los bárbaros volverán
a ser martirizadas, excluidas, anuladas… La disidencia será perseguida… claro,
como en tantos otros sitios.
En cualquier caso ese noticiario que en los últimos días
empieza a remitir -al hilo de la DANA, el frustrado fichaje de M´Bappe o las
ridículas críticas del líder del PP- forma parte de un horror show que
encuentra su momento ideal en el verano. Los mismos que se sienten impulsores
de la revolución feminista apoyando la causa de Rociíto, nos exhortan a hacer
algo para salvar a las mujeres afganas del terror talibán. Sorprende que la
estructura de las tertulias “serias” sea análoga a la de los programas de
telebasura a los que nos ha acostumbrado Telecinco.
Si realmente creemos saber, deberíamos estar en condiciones
de contestar a ciertas preguntas.
Para empezar, y pese a que buscamos a los talibanes en las tinieblas de la prehistoria -y ciertamente sus prácticas y sus gestos parecen medievales, casi asirios-, nos cuesta entender que en su origen está la CIA. ¿Qué responsabilidad tiene el gobierno norteamericano en la emergencia histórica de los fanáticos? En la lógica de la Guerra Fría, los halcones de Washington entendieron que aquella plaza en el centro del mundo no se podía conceder a los soviéticos… Entonces se inventaron a los barbudos. Y como sucede en las películas, cuando alimentas al monstruo antes o después se vuelve contra ti.
“Geoestrategia”, lo llaman. La OTAN nos lanzó a invadir
Afganistán y se alegaron motivos humanitarios. Veinte años después abandonamos
el fortín porque el ejército regular afgano “nos ha decepcionado”. Ese problema
no lo tienen en Arabia Saudí. Allá los sátrapas controlan el petróleo, la
sharía se impone igualmente y la obscena riqueza de algunos coexiste con la
infame pobreza de los esclavos, como si una y otra cosa no tuvieran nada que
ver. Pero Afganistán es más fea porque toda ella es pobre y en vez de jeques
mandan los señores de la guerra.
Ah, claro, y está el Islam, esa cosa tan peculiar a la que
aquí nos referimos como sabiendo de qué hablamos. Miramos el mundo musulmán
como un fracaso histórico sin remedio. Como siempre, aplicamos fórmulas
simplistas para concluir que una cultura desconectada del progreso bloquea el
acceso al bienestar y la democracia. Pero no pensamos que los fanáticos siempre
han triunfado en todo el planeta allá donde se escampaban la ignorancia, el
hambre y la violencia. También fue así en Europa, sede de las mayores
degollinas hasta no hace mucho.
No dudo de la brutalidad talibán, sé qué tipo de sujeto es
un fanático. Y sé también por qué la gente desesperada se une a ellos. ¿Quién
de entre nosotros no desearía un destino menos infame para los ciudadanos de
Afganistán, especialmente para las mujeres, amenazadas por el burka, cuando no
algo peor? Ahora bien, cuando identificamos con los derechos humanos y la
democracia eso a lo que llamamos pomposamente los “valores occidentales”, se
nos olvidan dos cosas.
La primera es que, antes que progreso y libertades, lo que los
occidentales han exportado al mundo son ejércitos, armas, esclavitud y
corrupción. Cuando, no sé si por una candidez angélica o un cinismo atroz, los
liberales hablan de la necesidad de más globalización”, me pregunto si el
verdadero problema con algunas sociedades, especialmente con la árabe, no
radica en que son refractarias a la mercantilización generalizada que impone el
capitalismo contemporáneo. “Integrismo blanco”, así llamaba Baudrillard a la
gran lógica de la mundialización cuyo designio es someter a la ferocidad de la
rentabilidad corporativa cualquier lugar de la Tierra con posibilidades
extractivas. Tras ese integrismo soft, repleto de buenas palabras, se oculta un
plan siniestro: asfixiar todas las formas de singularidad comunitaria y
cultural, toda práctica generadora de cohesión social que de una u otra forma
se resista a la plantilla única de la globalización, esa que solo puede
expresarse a través del dinero y la especulación.
La otra cosa que se nos olvida, seguramente por un patético paternalismo, es que en esas sociedades a las que enviamos a los ejércitos para salvarles de sí mismos, existen personas y colectivos llenos de coraje que pelean por sacar a sus comunidades adelante. Grupos de médicos, maestros y líderes de barrio en las favelas; colectivos indigenistas que protegen las selvas de una criminal deforestación; pastores nómadas que en el Sahel plantan cara a los yihadistas; cooperativas de pequeños propietarios que resisten la presión de la agricultura intensiva y los monocultivos; estudiantes e investigadores que trabajan por encontrar en bosques y montañas nuevos remedios frente a la depredación de las farmacéuticas… La lista, por fortuna, es interminable. La expresión enferma y odiosa de esa resistencia son los terroristas y los fanáticos, pero vamos por mal camino si no entendemos que el mundo no está esperando que le salvemos con nuestros ejércitos, que solo son la prueba de que no entendemos nada.