Al contrario que mi madre no soy capaz de perseguir algo sin
descanso hasta el fin de los tiempos. En el asunto al que voy a referirme temo
haber tirado ya hace tiempo la toalla.
Hoy vuelvo a referirme a él, pero no va a ser mucho más que
aquello de Adorno de lanzar un botella al océano con un mensaje dentro y la
esperanza de que alguien lo lea algún día. En cuanto a mis verdaderos
interlocutores en el tema, los científicos, y muy en especial, los profesores
de lo que comúnmente denominamos “ciencias”, soy bastante más escéptico. Simplemente,
después de tantas décadas de esfuerzo y de intentar –por lo general
inútilmente- no ya convencer sino simplemente ser escuchado, he llegado a la
conclusión de que la enseñanza de las humanidades se habrá de mantener
litigando no solo contra los políticos y el creciente sesgo tecnocrático que
toman nuestras sociedades, sino también contra algunos compañeros. Lo siento,
no soy capaz de sacar del error a muchos de ellos: el prejuicio de que los
estudios científicos son “mejores”, y que los humanísticos deberían ser poco
menos que residuales en el sistema educativo está implantado entre muchos
docentes por ignorancia, por egoísmo o, por qué no decirlo, por la pura
incapacidad para apreciar el esfuerzo ajeno.
Lo vuelvo a intentar… sin mucha esperanza, desde luego.
1.
La verdad, como explicó Platón hace milenios, es
lo opuesto a la opinión. Creer que solo son verdaderos los juicios propios de
la metodología matemático- experimental, es decir, que saberes como el
literario o el historiográfico son simplemente opinables, equivale a confundir
el valor de los estudios sobre el derecho romano o el genocidio armenio con los
del tarot o la ouija.
2.
Diferenciar entre saberes útiles y saberes,
digámoslo así, “ornamentales”, arrastra consecuencias peligrosas. La inversión
en algo tan valioso como un laboratorio que investiga la covid es algo que
decide un político, y que por cierto se lo carga en cuanto le viene bien porque
no es rentable, porque es mejor comprar armas o porque al milmillonario de
turno no le viene bien. Lo que quieren de nosotros, a ver si lo entendéis de
una vez, queridos compañeros de “ciencias”, es que produzcamos mano de obra
barata y dócil y que instruyamos a los niños en el consumismo y la pasividad.
3.
Coinciden quienes tienen capacidad para
diagnosticar males sociales en que vivimos un tiempo de desorientación e
incertidumbre, en una crisis general del sentido… “Faltan valores”, se dice, y
vosotros soléis estar de acuerdo. Blanco y en botella, amigos, necesitamos
conocimientos de tipo ético, entendiendo que cuestiones como la virtud y la
decencia forman parte del ámbito de la razón, aunque los resultados de su
enseñanza no se puedan someter a una probeta ni haya una fórmula pitagórica
para determinarlos. Así de compleja es nuestra especie.
4.
Personajes como Donald Trump, con epígonos en
todo el mundo, incluyendo España, y con poder para difundir fakes y majaderías
de todo tipo a través de internet se combaten con la política, la ética o la
historia tanto como con el rigor científico. Lo que convierte a Greta Thunberg
en un personaje ejemplar no son solo los datos a favor del desastre climático,
también su dignidad y su coraje.
5.
Acabo, soy profesor de filosofía, no de “letras”
o de “humanidades”. En el Corte Inglés ponen los libros de mi disciplina al
lado de los de esoterismo, pero me da completamente igual: mi misión es
explicar a los alumnos cómo se diseña el mapa de la razón, o, si lo prefieren,
cómo podemos diferenciar lo verdadero de la ilusión, la demagogia, los fakes o
la charlatanería. La filosofía es la ciencia madre, el origen mismo de la civilización
entendida como construcción racional y, por tanto, diferenciada del mito y el
miedo a los dioses. El hecho de que tantos saberes que formaron inicialmente
parte de la tarea filosófica se hayan ido desgajando del tronco para
independizarse solo es una prueba más de la validez de esta gran aventura
iniciada con los griegos y que alcanza logros tan colosales como las vacunas,
los derechos humanos o la democracia.
Creo que tengo con mis queridos compañeros de biología,
matemáticas o física el mismo problema que he tenido a lo largo de la vida con
algunas mujeres: ellos me gustan a mí más que yo a ellos. Permitidme recordaros
cierta canción de La Polla Records, es decir, del gran Evaristo:
“Luchamos entre nosotros,
mientras ellos se ríen,
unámonos contra ellos…”