Tuesday, January 25, 2022

BORBONES

 


“La primera causa del divorcio es el matrimonio”. El chiste parece estúpido, pero yo le veo mucho fondo. Las hijas de Juan Carlos I el Campechano fueron escrupulosamente adiestradas en el objetivo de casarse “bien”. Si lo hubieran querido empastrar a posta -no sé, por ejemplo para chinchar a sus egregios progenitores- no lo habrían podido mejorar: valiente par de espantajos se buscaron. Me pregunto si la abundante prole que ha resultado de tales consorcios se limitará a lo que vienen haciendo desde hace siglos los Borbones, es decir, robarnos e irse de putas. O acaso, sin que ellos lo sepan, el destino ha urdido el plan definitivo para destruir el país, usando como tantas otras veces a la entrañable dinastía para consumarlo… eso sí, sin perder esa cara de tontos tan característica que todos tienen. Ya me estoy imaginando una nueva guerra carlista desencadenada por Froilán de Todos los Santos, por cierto con Abascal al mando de los ejércitos reaccionarios que, como siempre ha ocurrido, constituirán el bando vencedor. 


No se aflijan, infantas, todos coleccionamos fracasos sentimentales. 


Cuando era crío a mi casa entraba gran cantidad de revistas del corazón, empezando por el Hola, que molaba más porque tenía fotos chulas y el papel era de los buenos. El Semana y otras publicaciones del populacho se movían en territorios sociales repletos de arribistas, efímeras estrellas televisivas y divorcios en el fango… No sé, la Cantudo, las azafatas del Un, dos, tres, la familia Flores… cosas así. Pero el Hola… jolín, el Hola se especializó en la nobleza, dominaba a la perfección el lenguaje cortesano y sabía atender los deseos de sus lectoras, que trasladaban su imaginación a esos palacios donde reina el lujo y uno cree que todo es té y simpatía. Todo era mentira, claro, excepto el dinero, que es lo que que en una sociedad tan hipócrita como la nuestra te permite incluso simular que tienes clase. El Hola retrataba paisajes aristocráticos en los que en el fondo no creía ni la propia revista, pues incluso su director más carismático, Jaime Peñafiel, supo siempre que el secreto es presentar un mundo ordenado y y deseable para, a continuación, vender el placer perverso de su corrupción y su desplome.




Con el juancarlismo, del cual no estoy seguro que hayamos salido -por más que los monárquicos se empeñen en dejar atrás la siniestra sombra del emérito- los españoles hemos vivido un largo proceso de reconversión. A izquierda y derecha, los padres de la patria acordaron hace medio siglo proteger con armas y bagajes la regia institución, convirtiendo en digerible una idea tan ridícula como la de la monarquía a base de alimentar la popularidad del soberano. Para ello no dudaron en cargarse garantías democráticas básicas como la libertad de expresión, criminalizando a quienes se iban de la lengua e incluso a quienes se limitaban a exhibir su desprecio por un régimen de Jefatura de Estado que se impuso y por el que aún no se nos ha preguntado.

 

La descomposición de la Familia Real, que es también una descomposición moral, no generaría en mí gran interés -a fin de cuentas hoy todo cristo está divorciado, y cada español folla con quien puede- de no ser por un pequeño detalle: los ciudadanos financiamos generosamente la monarquía para que tenga una conducta ejemplar. A nadie le exijo rectitud matrimonial, pero ya que les pago el bodorrio y el palacete… pues mira, os jodéis y mantenéis el santo sacramento. Lo gordo, claro, es lo de las corruptelas económicas. 


Respecto al Campechano… Verán, yo creo que nunca hemos querido saber muy bien quién es este señor. Basta con plantearse que la más brillante operación de marketing que se ha llevado jamás a cabo en este país es la que le tiene a él de protagonista. En cuanto a don Iñaki y su esposa, esa con la que acaba de “interrumpir la convivencia”… Pues miren, yo le he dado algunas vueltas al asunto. Gente como Urdangarín la conocí en el odioso colegio religioso en que me crie. Nos lo han presentado como un bandido efímero, un oligarca aburrido que, engañado por un buscavidas, se lanzó un tanto cándidamente a saquear a tipos todavía más primaveras que él. No estoy seguro de que sea así. ¿Y si en el cole ya robaba? ¿Y si con esa cara de membrillo poco cocido ya le brillaba el colmillo desde que se empezó a arrimarse a la infanta tras los partidos de balonmano? Y la infanta… Se me ocurre que acaso le estén pasando ahora factura por haber quedado blindada mientras el otro se comía el marronazo.  

 


¿Quieren que les diga una cosa? No estamos solo un problema monárquico o borbónico: los poderosos del mundo, por lo general, son unos mierdas. Desazona ver cómo a un bandido le permiten elegir una cárcel vacía como quien elige un hotel, deprime comprobar que en un país donde cada vez tenemos más dificultades hay gente como ésta a la que tenemos que seguir inyectando millones a mansalva porque a Cebrián, Ansón, González y similares se les antoja que los españoles necesitamos un Rey. Pero, por favor, no envidien a don Iñaki ni a su ex… además de despreciables, son espantosamente tristes y aburridos.



Friday, January 21, 2022

A PROPÓSITO DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA



Hace mucho decidí que lo mejor que podía hacer con el asunto de la corrección política era referirme a él lo menos posible.

 No dudo que tengamos un problema con ciertas formas particularmente histéricas de higienismo lingüístico, o que haya en las instituciones personas con vocación monjil cuyo mayor objetivo es amargarle la vida a sus congéneres con prohibiciones puritanas. Ahora bien, si yo en mi vida diaria percibiera una asfixiante presión por parte de tales sujetos, hasta el punto de ver seriamente restringidas mis libertades, sin duda haría como Javier Marías, es decir, viviría permanentemente indignado y me pasaría el día lanzando soflamas contra la dictadura de lo políticamente correcto. El problema es que, para imitar a Javier Marías, tendría que convertirme en lo que aún no soy, un rancio y un paranoico. Además, pese a que sí creo que algunos gestores se ponen algo pesados con el lenguaje inclusivo -por ejemplo en mi trabajo-, tampoco he recibido en mis muchos años como docente una presión intensa respecto a ciertos usos en la relación con mis compañeros y mis alumnos. No al menos más allá de lo que indica el sentido común e incluso los principios constitucionales. 

Verán. Hace años un colega y amigo que se había metido a jefe de estudios me reveló que tenía un problema muy serio con un profesor de su Centro que llamaba en público a sus alumnas "mis putitas". El tema acabó en manos de Inspección Educativa, y si la solución fue expulsar al interfecto de la función pública, cosa que dudo, soy el primero en aplaudir. Sé que no puedo llamar "maricón" en público a un alumno, decirle "Manolo" por mis santos huevos a una trans para escarnecerla, o "mongólico" a uno con síndrome de Down. Si quieren llamarle a esto corrección "política", son muy dueños, pero yo le llamo derechos humanos, convivencia y dignidad democrática.

-"Ya, pero es que están obligando a decir "todes" y "alumnes"


Indignante, sí, salvo por un motivo, que eso es mentira. No es verdad que nos estén obligando a decir "todes". "¡Hay agentes de igualdad en los institutos haciendo de comisarios políticos!". Vaya, yo no los he visto. Y les aseguro que ni he dicho "todes" ni lo pienso decir. Lo que sí hago es no tolerar conductas racistas, xenófobas o machistas. No necesito a ningún agente de igualdad para adoptar tales conductas, pues las asumo libremente.



Y sí, es verdad, hay gente muy gilipollas. Produce sonrojo ver que a  un grupo de jóvenes descerebradas de una granja les pega por separar a gallos y gallinas porque estos "violan a las hembras". Claro que, quizá, lo que deberíamos preguntarnos es por qué semejante delirio sale en todos los telediarios y, al día siguiente, es tema omnipresente de todas las conversaciones. Llego a tener la sensación de que hay quien no tiene otro tema. Ven por todas partes a la Gestapo amenazándoles con arruinarles la vida si dicen una mala palabra o tienen un mal gesto. El problema es que yo no la veo.


Voy a las conclusiones. Hace años, Charlton Heston, por entonces líder de la entrañable Asociación del Rifle, cuyo ideario consiste en armar a los bebés hasta los dientes para freír a tiros al primer negro que se acerque a tu casa, afirmó que "la corrección política está destruyendo América". Se me ocurre que si los USA han perdido crédito como fuente inspiradora del derecho y las libertades, quizá sea más bien por la afición de sus gobiernos a abrir centros ilegales de tortura como Guantánamo, a bombardear poblaciones civiles o a boicotear sistemáticamente acuerdos internacionales sobre derechos humanos o cambio climático. Además, ni siquiera estoy tan seguro como los reaccionarios de que la corrección política sea patrimonio de la izquierda. Quizá sea la progresía la que puso de moda el asunto en los campus norteamericanos en los años noventa, pero fueron las guerras de Bush Jr en Oriente Medio las que lanzaron el término de "daños colaterales" para distraer las atroces consecuencias de sus bombardeos sobre los ciudadanos iraquíes.

Lo diré de una vez, la corrección política es el hombre de paja ideal que ha encontrado la derecha para fustigar a la izquierda. Es curioso que a Pablo Iglesias, por ejemplo, se le haya acusado insistentemente de extender ese virus, a la vez que se le pinta como un fanático e irredento marxista que solo pretende arrebatarnos nuestras propiedades e instaurar una dictadura bolchevique. ¿En qué coño quedamos? Si la izquierda es pijo-progre, entonces no es fundamentalista ni revolucionaria... ni siquiera es peligrosa, solo es hipócrita y cargante. Si es bolivariana y leninista, entonces el problema es su ferocidad y, si quieren, su locura, pero no su "buenismo", joder. 




Quizá encontremos la solución a todo este debate el día que entendamos que las llamadas "políticas de la identidad" no pueden sustituir causas esenciales como la política migratoria, la gestión de servicios públicos esenciales, la fiscalidad de las grandes corporaciones, la precariedad laboral, la violencia de género o la feminización de la pobreza. En nuestro próspero y civilizado país hay un treinta por cien de niños en riesgo de exclusión social, la brecha educativa es colosal, la desigualdad es creciente y la perspectiva de que las nuevas generaciones van a vivir bajo standards de bienestar inferiores a las anteriores es angustiosa. Si queremos meterle de verdad el miedo en el cuerpo a los reaccionarios debemos aclarar el sentido de las luchas por la emancipación y la justicia social. 


Thursday, January 06, 2022

COJA LA CESTA


 

Tedi es una corporación alemana dedicada a la venta minorista. Como otras de su país más centradas en la alimentación, como Aldi o Lidl, pretende ocupar nichos de mercado similares a los que la poderosísima Wall-Mart tiene cautivos en Norteamérica. Bajos sueldos con contratos precarios y gran volatilidad de personal, productos mayoritariamente traídos de la gran fábrica mundial -es decir, China-, uso de materiales sospechosos de toxicidad… Todo suele venir en el pack cuando llegan estas tiendas extranjeras que algunos conciudadanos celebran por su supuesta política de precios bajos. Como los empleados son jóvenes locales -no asiáticos, para entendernos- parece que incluso hemos de estarles agradecidos. Llevo décadas temiendo que se extienda en Europa la firma Wall-Mart, que siempre me ha parecido el ideal de la rentabilidad a través de la precarización laboral. Bien pensado, su lógica ya lleva mucho tiempo entre nosotros, no merece la pena sufrir por la llegada de una enfermedad que ya se nos ha contagiado, aunque no sea con el virus previsto.

Les cuento. Día anterior a Reyes. Entro a una de las tiendas Tedi con ánimo de comprar papel de envolver. “Coja una cesta”, me dice con contundencia una dependienta desde la distancia. Pienso que no me lo dice a mí… Pero sí, porque me mira fijamente mientras yo, que tan solo quiero comprar un papel de regalo de colorines, quedo paralizado. Entiende que debe darme una explicación: “es para contar el aforo”. Sigo paralizado unos instantes… tras lo cual, recomponiendo la figura y la dignidad digo que “no, no quiero”, doy marcha atrás y salgo de la tienda, por cierto con la firme intención de no regresar jamás a comprarle a la tienda ni una goma de borrar.

Como el consumidor dócil que soy, y que todos somos, mi primera inclinación podría ser la de obedecer la instrucción de la moza y coger la puta cesta de los cojones. Pero hace ya tiempo que entro a este tipo de lugares con la mosca tras la oreja. Interpretemos. Algún alto ejecutivo de Tedi debe haber tenido una idea genial para descargar sobre las precarias y jóvenes dependientes la exigencia gubernamental de controlar el aforo por la pandemia. Podrían haber contratado otra persona para realizar esa función, pero eso habría reducido el margen de beneficios de la corporación, con lo que se les ocurrió que obligando a cada cliente entrante a coger una cesta pueden saber cuándo la tienda alcanza el aforo permitido. El razonamiento de Tedi…”yo me ahorro uno más de los miserables sueldos que pago, las empleadas hacen de guardia de seguridad con las cestitas sin dejar de cumplir sus otras funciones, y el cliente hace lo que le pedimos porque es idiota y le encanta adquirir nuestros productos. Y si no le gustan, da igual, en Navidad la gente compra lo que sea”.

A ver. Cuando estábamos confinados, varios sénecas de derechas como Aznar o Vargas-Llosa nos intentaron convencer en un delirante escrito conspiranoico de que el estalinista gobierno de Sánchez e Iglesias pretendía aprovechar la coyuntura sanitaria para convertirnos al comunismo y asfixiar las libertades. La sensación que yo he tenido desde entonces es que Sánchez va de culo intentando hacer compatible la urgencia clínica con las exigencias de la CEOE, no le fueran a decir señores tan respetables que el Coletas mandaba más que él. Pero, qué curioso, mientras nos advierten los defensores de los ricos que los comunistas pretenden someternos a su praxis autoritaria, resulta que es un ejecutivo, o acaso un gilipollas enchufado por los jefazos, quien decide que para entrar en su tienda yo he de coger una cesta y jibarizar un poquito más mis libertades.  

Quizá sea una de estas reacciones maniáticas de viejuno, pobres chicas de Tedi… Pero, verán. Actualmente yo trabajo para las gasolineras, hago de cajero para mi banco tanto como para Carrefour… Es cuestión de tiempo que, gracias a la genialidad de algún gestor corporativo empeñado en “optimizar” la empresa por la vía de echar gente a la rue, me toque a mí pagarme mi salario, cultivarle a Mercadona las patatas que luego me vende o pasarla la escoba a las autopistas por las que viajo… Claro que, después de todo, no sería una mala idea, pues ese camino a lo mejor terminamos de entender que lo mejor que podemos hacer es librarnos de tanto comisionista y explotador disfrazado de emprendedor y nos acordamos de que la dignidad no se consigue siendo consumidor, sino ciudadano.  

Tuesday, January 04, 2022

NO MIRES ARRIBA

 

La polémica creada por las feroces críticas de Sergio del Molino, autor de "La España vacía", a “No mires arriba”, con salpicaduras a la serie “Black mirror”, me pilla cuando recién acabo “Contra la distopía. La cara B de un género de masas". Su autor, Francisco Martorell, cuestiona la actual inflación de relatos distópicos. Su diagnóstico es que la incapacidad para alimentar como en otros tiempos la expectativa de sociedades más libres, inteligentes y prósperas -lo que promovió la emergencia de grandes utopistas- responde en el presente a la indolencia con la que nos conformamos con el prejuicio de que ya solo nos puede ir peor. Para Martorell vivimos dominados por el sentimiento de la impotencia política. Narraciones aparentemente subversivas, en las cuales se nos alerta sobre amenazas ya existentes como el autoritarismo, el fanatismo religioso o la tecnología deshumanizadora, ocultan mensajes aquietadores, destinados a paralizar la voluntad a través del miedo.

Cuando leí el libro me atravesó a menudo una sospecha: la inclinación a desautorizar a cualquier relato que habite “Distopiland” empuja al autor a meter en el saco productos tan tramposos como “V de vendetta” o “El juego del calamar” junto a otros  tan valiosos e inteligentes como “Years and years” o “The leftlovers”.

 

Acepto que se me invite a reflexionar sobre esta creciente propensión a meterle miedo a la gente. A más a más, quizá deberíamos preguntarnos por qué vemos tantas teleseries, aunque solo sea porque alimentan un mal hábito como es el de no salir de casa ni compartir lumbre y conversación con otras personas. En cualquier caso, yo siempre he pensado que no queremos relatos para entretenernos, sino porque los necesitamos. Y así ha sido desde que habitábamos las cavernas. Hace quince años yo no veía series en la tele… las veo ahora porque las hay muy buenas y aportan luces a mi vida. Por lo demás, es de sentido común entender que, como en cualquier género, hay distopías buenas, regulares y malas. Y cuando son buenas, y aquí discrepo de Martorell, no es impotencia política lo que transmiten… La complejidad de The leftlovers o Years and years no merece ser atendida con tales simplismos.

 

Esta reflexión a propósito de “Contra la distopía” me lleva a la polémica creada por Del Molino a raíz de sus burlas al último gran éxito de Netflix. No creo que “No mires arriba” sea una gran película. Estamos ante una parodia bastante ingeniosa, pero seguramente inane en muchos aspectos y con considerables elementos poco creíbles y, en algún momento, incluso gruesos. Si planeo no obstante ponérsela urgentemente a mis alumnos es porque sitúa astutamente en el foco la posibilidad de que estemos viviendo en algo así como un infierno imbécil.

 

Acepto que no es demasiado creíble que el inminente impacto de un meteorito capaz de precipitar el fin del mundo genere una reacción tan delirante en las fuerzas políticas, financieras y mediáticas como la peli plantea. Y ello por no hablar parte de la candidez de una población que se deja manipular por esos oligarcas a los que resulta que “no les interesa” que la apocalíptica amenaza descubierta por dos científicos desarrapados sea verdad. La peripecia me recuerda a una célebre falacia, tipificada por la Lógica como “ad baculum”, por la cual se declara la imposibilidad de una aseveración porque las consecuencias de que sea verdadera resultan intolerables. Es demasiado horrible que el meteorito impacte, luego no puede ser verdad lo que anuncian los científicos. Una vez más, la posverdad: solo acepto como verdadero aquello que emocionalmente puedo asumir. Podemos no creernos que tal caso sea posible en los términos que plantea “No mires arriba”, pero la abundancia de casos similares que se dan en nuestros días, empezando por el negacionismo del cambio climático, invita a pensar que la sátira es oportuna.

La película no es excelsa, desde luego, ni siquiera es desternillante, aunque a mí me arrancó un par de carcajadas, sobre todo con algunas intervenciones de esa Presidenta-pibonazo, magníficamente encarnada por Merryll Streep, que a todos se nos antoja como una réplica femenina de Donald Trump. De ahí a calificarla como “bobada”, “chorrada manifiesta” o “cuñadez”… pues no sé, me parece que don Sergio se ha pasado unos cuantos pueblos. Tampoco me parece oportuna la analogía con el éxito del decimonónico Eugene Sue ni sé muy bien a qué viene acusar de pueril o adolescente irresponsable a quien elogia la película.


Con todo, nunca me parece tan desacertado como cuando habla en términos similares de “Black mirror”, que a mí me parece una muy buena serie. Por su formato -a razón de una historia distinta con director y personajes distintos por capítulo- es irremediablemente irregular a lo largo de sus cinco temporadas. No obstante tiene media docena de episodios brillantes, empezando por el primero, que me parece deslumbrante. Además no recuerdo uno solo, incluso de los más flojos, que no contenga algún elemento interesante.


Ni Del Molino ni Martorell me convencen en su animadversión por “Black mirror”. No entiendo qué tiene de aquietador o inconformista advertir sobre los peligros del abuso tecnológico. Si en un “Black mirror” de hace treinta años se nos hubiera presentado un escenario con calles repletas de personas mirando un teléfono móvil nos habría parecido una jeremiada… Y ya ven.

 

Trato con adolescentes a diario. No sé si es una patochada pseudorrevolucionaria lo que voy a decir -seguro que a Del Molino se lo parecería-, pero todo eso que mis alumnos hacen durante horas interminables en el móvil -léase redes sociales y videojuegos- me parece el soma con el que el neocapitalismo les proporciona la evasión estúpida que necesitan para no convertirse en librepensadores, es decir, en ciudadanos.  

 

Leí con placer “La España vacía”, y personas en las que confío me han aconsejado sus novelas. No pido a su autor que sea siempre luminoso o que comparta mis puntos de vista. Lo que sí le pido es que argumente con cierto sentido sus opiniones y que se ahorre algunos calificativos innecesarios. En cualquier caso puede escribir lo que le apetezca. Tanto como yo dejar de leerle.

 

Un consejo para acabar: vean la “No mires arriba”, se divertirán, creo. Pero, sobre todo, vean “Black mirror” y “Years and years”.