Wednesday, November 23, 2022

DE POCAS VENGO

 



“De pocas vengo”, decía sistemáticamente mi abuela cuando llegaba a casa con la intención de monopolizar las atenciones de mi madre. La frase invitaba a pensar que le había asaltado la mafia rusa o perseguido un tigre de dientes de sable. Pero no, solía ser una pijada, pero le gustaba hacerte creer que el mundo entero conspiraba contra ella. Me ha venido últimamente la frase a la cabeza porque en mi caso es plenamente aplicable: “de pocas vengo” o, para ser más exacto, “de pocas dejo de contarme entre los vivos”. Pues sí, como se lo digo, que estoy vivo por los pelos. ¿Qué? ¿A que se han quedado con el culo torcido?


La cosa es más o menos así. En agosto empecé a notar una misteriosa disnea –falta de oxígeno- que achaqué al intenso calor o un contagio por covid. El tema, lejos de debilitarse, como yo esperaba, se fue haciendo más grande hasta que, incapaz de llevar a mi hija al colegio sin tener que parar cada diez pasos, opté por acudir a urgencias. Empieza entonces un bonito ciclo de exploraciones cardio-pulmonares y analíticas sanguíneas hasta que, por fortuna, un angiotac detectó la presencia de un trombo en mis pulmones. El bicho en cuestión, surgido de Dios sabe dónde, obstruía mis conductos pulmonares, generando un estrés cardiaco que amenazaba con planes tan lindos como hacer abdicar a mi corazón o provocarme un ictus cerebral. ¿Chulo, eh?


Tres días en la UCI y otros tantos en planta. Al comprobar que mi corazón respondía bien, se me dio el alta con tratamiento de heparina como forma de prevención contra coágulos en la sangre. A día de hoy los galenos siguen sin saber con certeza por qué cojones se produjo en mi cuerpo serrano la afección que figura en el diagnóstico de ingreso: “Trombosis pulmonar masiva”, encoge las gónadas sólo de oírlo.


Estoy bien, voy deshaciendo el simpático bichito gracias a los anticoagulantes y he decidido no reclamar baja laboral, aunque me la recomendaron.  Yo soy así de imbécil. Parece que no voy a morir. De momento al menos… jódanse los que me detestan. Creo que me he tomado con bastante naturalidad la proximidad de la pálida dama. No sé el motivo. Dado que no creo en Dios, siempre he tenido claro que solo tenemos una vida…  Pero, ya ven, algo me dice que el mundo puede pasarse bien sin mí. Además, aunque viviera treinta años más, las perspectivas de volver a ver al Valencia ganar la liga en las próximas décadas son escasas, con lo que tampoco me pierdo gran cosa. Bueno, sí, me pierdo algunas, pero al menos, muriéndome, me libraba del próximo disco de Rosalía, de oír que Pablo Iglesias tiene la culpa de todo o de las mamarrachadas de la señora Ayuso.


De pocas vengo, pero de momento aquí estoy. En la UCI me dio tiempo a pensar, anoté algunas conclusiones (nunca mejor dicho lo de conclusiones). Espero que les sirvan, yo he decidido tomarlas muy en serio.


-La diferencia entre la vida y la muerte no la marca una carta del tarot, ni está escrita por el destino ni tiene que ver con rezos y contriciones. Está en los ojos de un médico que descubre algo muy serio en un angiotac. Gracias señores Galileo, Newton o Curie, gracias a doctores y enfermeras, les debo la vida. No me parece poca cosa.

-La vida no se debe tomar ni demasiado en serio ni demasiado en broma. El barquero nos aguarda a todos, nuestros desvelos acabarán en nada, se perderán como lágrimas en la lluvia. “Esto” es todo lo que tenemos, pasénselo lo mejor que puedan, sin culpabilidad ni dramatismo.

-He explicado a mi hija que he de morir. Me contestó: “Pero vivirás para siempre en mi memoria”. Después de todo, resulta que sí hay una forma de vida más allá de la muerte. Está en el alma de quienes amamos. No sé a ustedes, pero a mí me sirve.

-No quiero morir, pero, cuando lo pienso detenidamente, me pregunto si no sería espantoso un mundo donde la vida no tuviese final. Iríamos, como aquellos inmortales de Borges, buscando la laguna de la mortalidad para poder terminar con nuestras vidas, que se habrían convertido en el auténtico infierno. Quizá, en vez de lloriquear ante la perspectiva de la extinción, deberíamos hacernos una pregunta: ¿merezco vivir más?

-Necesitamos la prosa… y necesitamos la poesía. La prosa consiste en horrendas y pesadísimas logísticas burocráticas que te instalan en un hastío infame, pero construye hospitales. La poesía pone a una joven enfermera consolando a las cuatro de la madrugada a una joven infartada a la que los médicos ya han hecho saber que el resto de su vida será muy dura. La pretensión de vivir sin una o sin la otra es el error.

-No seremos felices, pero nada debe quitarnos la alegría, que es una cosa muy diferente a la felicidad, como bien saben en el sur del mundo. Entendamos que la vida no merece la pena por el placer del coito, sino por la luz de media tarde que se cuela tras él entre las hojas de la persiana. Que no importa la comida, sino la conversación de después. Que Hojas de hierba no es hermoso solo por sus poemas, sino por ese misterio del volumen que tocamos y olemos desde hace cuarenta años. Que no amamos a Hergè, a Bob Dylan o a John Ford, sino esa atmósfera que rodea sus creaciones y que ya vive instalada para siempre en nuestra memoria, que es, después de todo, su verdadero talento.

 

¿Saben? Mientras moría, pensé mucho en todas las cosas buenas que la vida me ha deparado. Lo hice sin esfuerzo, y no me acordé ni por un momento de todo aquello que me abate, me aburre y me enoja. No esperen a tener un trombo masivo para pensarlo.

…De pocas vengo.

 

Wednesday, July 27, 2022

LA ROSALÍA






Rosalía amenaza con conseguir que una vez más, las dos Españas asomen para hacer lo que mejor se les ha dado siempre, que es pelearse. Frente a quienes afirman que es un bluff, yo le reconozco poder de seducción y talento artístico… Diré más, creo que Rosalía es un ciclón, lo supe desde la primera vez que la vi. Claro que también están sus acríticos adoradores, aquellos que declaran genial el primer gargarismo que hace en el aseo por las mañanas y que la diva cuelga en instagram. También hay quienes la coronan como ejemplo supremo de fémina empoderada y dueña de su arte. A ellos les contestaría que Rosalía es un producto de masas perfectamente calculado, un mainstream diseñado hasta el detalle en los laboratorios del art business.

Cuando apareció “Malamente”, no era difícil aventurar que había nacido una estrella. Mas allá de la canción, que adapta con habilidad peculiaridades culturales como las de la Catalunya andaluza, el videoclip que lanzó acierta a conectar magistralmente con la experiencia teenager. Sé de qué hablo. Cierta agresividad cani muy de suburbio, objetualización del cuerpo femenino, culto a una especie de machismo obsoleto y desacreditado pero extrañamente superviviente entre nuestros adolescentes… Quienes diseñaron aquel clip entendían a la perfección que cierto chonismo de barrio y chandal fosforescente, de maquillaje barato pero muy visible, tacones altos y uñas imposibles conecta hoy con millones de jóvenes, la mayoría nada identificados con una cultura adulta que solo les inyecta pesimismo e incertidumbre.








El problema es lo que vino después, cuando se dieron cuenta que tenían un diamante para el mercado planetario. A muchos adultos les fascinó la noche en que apareció en los Goya demostrando que podía cantar como los ángeles, cosa que ya sabían quienes la habían seguido desde que como niña prodigio destacaba en una rumba mestiza enredada en hip hop. Pero no estaba ahí el mainstream que había que vender al mundo, pues cantantes buenas hay muchas. El producto "Rosalía" debía ser otra cosa.

Dijo Shakira que se convirtió en estrella global cuando pasó por Miami. Ubicado, conviene no olvidarlo, en EEUU, Miami es algo así como el Toledo medieval, es decir, un centro mundial de encuentro y traducción, y lo es además desde hace mucho. La misión de los laboratorios del entertainment en Florida es hacer accesible al mundo latino la cultura yanqui y viceversa. Sucede lo mismo para el mundo árabe con El Cairo o para el asiático con Hong Kong. Son los centros desde los que se adapta la diversidad cultural para convertirla en mainstream y hacerla digerible para cientos de millones de consumidores.

Quizá recuerden que Rosalía pasó el periodo pandémico en Miami. No es casualidad. Allí se terminó de domesticar el producto, lo cual incluye también presentarla como lo que ya no es, es decir, una singularidad local, una gitana salvaje e insolente dispuesta a comerse el mundo. Aquí empieza de verdad el producto de masas, aunque su frescura y la supuesta originalidad de sus gestos, sus danzas y sus palabros inventados invite a los ingenuos a pensar en una artista poco menos que revolucionaria. Pero no, Rosalía va camino de ser lo mismo que espantajos como Lady Ga Ga o Madonna. 


“Yo me transformo”, dice nuestra choni. Hace décadas que los artistas globales no hacen otra cosa que imitar a Bowie. Obviamente ninguno se arrima ni soñando a su talento visionario. Pero hay algo más trascendente: el monstruo interior que hace girar la vida de un ser humano no se cocina en microondas y se vende a bajo precio a la hipervelocidad a la que se hace mutar un producto como Rosalía. Demasiado joven para transformarte, querida, demasiada insistencia en decir que te transformas para que sea verdad. Ya no hay mestizaje sino caos, ya no diversidad sino confusión. Por eso las actuaciones en directo generan a la vez sensación de cierta genialidad y de absoluta cutrez. Los movimientos de Rosalía son como los de Beyoncé, lascivos antes que seductores. La letra de sus canciones no se entiende porque lejos de un lenguaje supuestamente alternativo, lo que arrastra es puro efectismo.







Rosalía es un artista de tik tok. Por eso no hay músicos en sus actuaciones... ¿Para qué?: que lleve músicos Springsteen. Por eso un idiota disfrazado perturba continuamente la visión del escenario mientras graba a la nueva reina. Convertida en fetiche pop universal, puede decir “Saoko” y parecer genial, puede hacernos creer que “Motomami” es en realidad el producto de una densa herencia cultural. Si se tirara un eructo al día siguiente aparecerían sus apologetas en la prensa espetándonos que no entendemos la genialidad contracultural de la diva. Pero no, Rosalía no es contracultura, es un producto de la cultura de masas, y por tanto lo contrario de la cultura antagónica, que surge precisamente como denuncia de la uniformidad que impone la cultura barata, construida a la medida del modelo del soft power norteamericano.

Rosalía no es, como no lo fue Shakira -aunque ambas lo pretendan- un ejemplo de la diversificación enriquecedora del pop, que habría apostado por lo latino frente a la hegemonía anglosajona. Como McDonald´s, que vende tex mex o adapta sus franquicias de comida chatarra a las peculiaridades hindúes en Bombay, el pop ofrece una imagen de diversidad cultural adecuada al gusto global. Ya no solo hay un star system de blancos y protestantes como el del Hollywood clásico. Pero es que designio esencial del system es ampliar los nichos de mercado. En cualquier caso, la supuesta singularidad cultural solo esconde un dispositivo de uniformización global o, como dijo Baudrillard, un secreto “integrismo blanco” cuyo plan consiste en acabar con las verdaderas singularidades, con todo aquello que, desde su peculiaridad, irreductible, cuestiona la mundialización del capital.

Lo siento, no creo en Rosalía por la misma razón que no creo en Madonna, quien lleva demasiado tiempo intentando escandalizarme con su supuesta provocación como para tomármela en serio. No, Rosalía no va a liberar a las mujeres ni va a recuperar el elemento hispano para el mundo. Es un mainstream, un bonito mainstream, pero solo eso.



Tuesday, July 19, 2022

UN CALOR DE MUERTE


 




A efectos de higiene de debate quizá no sea lo más presentable aprovechar este espantoso calor para recordar a los amigos que estamos en medio de un proceso devastador conocido como “cambio climático”. Vale, soy un oportunista, pero debo recordarles que fue el líder mundial de los negacionistas, Donald Trump, quien aprovechó una intensa nevada sobre Washington para aseverar que la “existencia del invierno es una prueba definitiva en contra del cambio climático”.


Hace ya mucho que entendí que sostener la polémica con gente así no merecía la pena. Un experto en lógica definiría el negacionismo climático como un rotundo caso de la falacia “ad baculum”, consistente en negar una afirmación porque las consecuencias de que sea verdadera resultan insoportables. Yo, por ejemplo, puedo considerar que un gobierno con la ultraderecha es algo demasiado horroroso como para que ocurra, pero la realidad es que ya tenemos gobiernos autonómicos de coalición con Vox, y es muy posible que obtengan el mismo éxito con el gobierno central. Que sea pavoroso no lo hace menos factible.


La perspectiva del cambio climático dibuja escenarios que están entre lo inquietante y lo apocalíptico. En el mejor de los casos, vamos a tener que cambiar drásticamente nuestra forma de vida, renunciando a muchos elementos que asociamos con el bienestar; en el peor, estamos ante una catástrofe irreversible y es cuestión de tiempo que volvamos el planeta inhabitable… Quizá es cuestión de menos tiempo del que pensábamos.


La respuesta negacionista es irresponsable y pueril. Cuando escuchaba a un líder con tantos seguidores como Esperanza Aguirre cuestionar a Manuela Carmena por su “fobia a los automóviles”, lo que yo me preguntaba es si la ciudadanía está preparada para entender las dimensiones del problema en el que nos hallamos y del cual no hemos más que empezado a percibir las consecuencias. Cuando la señora Ayuso habla de “socialismo o libertad”, se está refiriendo a los procedimientos estalinistas por las cuales se afea a la gente que abuse del transporte privado o se le demanda que haga un uso responsable del aire acondicionado. También piensa en medidas tan bolivarianas y propias del Gulag marxista como cargar de gravámenes fiscales a las empresas que contaminan, en especial a las de los combustibles fósiles.


Más allá de demagogos y espantajos de la política, mucho me temo que hay otros agente más poderosos interesados en acariciar los oídos de tantos y tantos millones de ciudadanos a los que no les gusta que se les diga que vamos al desastre por nuestra propia culpa. El fenómeno de las puertas giratorias -asociado en España sobre todo a las eléctricas - así como la problemática de la financiación de los grandes partidos, explican por qué la posibilidad de crear tejido legislativo capaz de entrar de verdad en el problema es ahora mismo sumamente precaria. Una de las razones por las que he apoyado la inclusión de UP en el gobierno Sánchez es la sensibilidad hacia la cuestión climática -y la ecológica en general- que arrastran las fuerzas políticas asentadas a la izquierda del PSOE. Temo que los resultados a día de hoy sean decepcionantes, incluso a pesar de la creación de un ministerio para la transición ecológica. Ahora bien, al margen de que el poder de España no es el de un país central en Europa, por lo que difícilmente va a arrastrar a grandes potencias, tampoco podemos esperar que un gobernante adopte medidas poco populares si sus votantes no les empujamos a tomarlas.


Ya ven, una vez más el asunto gramsciano por excelencia: la hegemonía. No hay otra, debemos trabajar duro para instalar en las multitudes la convicción de que necesitamos una transición energética eficaz, rápida y concluyente. Hay que convertir el cambio climático en una prioridad, la gran prioridad global. Es cierto que la descongelación del escenario de la Guerra Fría operado por Putin “diversifica” las amenazas sobre el planeta. Al peligro nuclear reactivado por la invasión de Ucrania, añadimos el riesgo de horrorosas hambrunas provocado por las nuevas dificultades sobrevenidas sobre la gestión global de los alimentos. Y, sin embargo, el tema ruso, antes que la inflamación armamentística o la independencia energética, lo que a mí me sugiere es la necesidad de imponer pautas de austeridad en el consumo tanto como la de acelerar la activación de las energías renovables.


Esto no va a ser fácil. La política tiende a ser lo contrario de lo que debería ser, es decir, cortoplacista. Hablando de largos plazos, podemos preguntarnos por qué queremos tener hijos si no estamos dispuestos a legarles un espacio habitable. El problema, no sé si lo han notado, es que los efectos del cambio climático son ya altamente perceptibles, de manera que, incluso por puro egoísmo, deberíamos preguntarnos si vamos por el camino correcto. Como el ex-Presidente Aznar, podemos también decirle a Greta Thunberg que debe volver al aula y deponer su desobediente actitud. O, como Rajoy, argüir aquello de su primo el meteorólogo: “¿quién sabe qué tiempo hará pasado mañana?” Cada uno debe elegir a quién quiere parecerse.


Hace dos años presenté un libro sobre la periodista canadiense Naomi Klein, quien encuentra una secuencia lógica entre sobreexplotación capitalista, desigualdad y desastre climático. En “Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima”, Klein plantea la necesidad de un “Green New Deal”, es decir, algo así como un Plan Marshall sobre el planeta que una las voluntades de todo el planeta para detener el desastre y hacer posible el futuro del hábitat y, por tanto, de la especie. Sería grato esperar que los gestores se encargaran de hacer el trabajo, pero, como tantas veces ha sucedido en la historia, las transformaciones más profundas y decisivas tendrán que venir de abajo. Será, pues, una vez más, la movilización de la gente lo que posibilite una transformación de las dimensiones que precisamos en este momento crítico de la historia de la civilización. Dice Naomi Klein:


“En Occidente, los precedentes más habituales que se invocan para mostrar la capacidad real de los movimientos sociales para actuar como fuerza histórica transformadora son las célebres movilizaciones por los derechos humanos que tuvieron lugar a lo largo de todo el siglo pasado, y entre las que destacan las de los derechos civiles, de las mujeres y de las personas homosexuales. Y todos esos movimientos lograron incuestionablemente cambiar el rostro y la textura de la cultura dominante. Pero el desafío que tiene ante sí el movimiento climático solo podrá superarse por medio de una transformación económica profunda y radical, y no hay que olvidar que todos esos movimientos del siglo XX se impusieron más claramente en las batallas legales y culturales que libraron que en las económicas. “


Sí, estamos hablando de abolir o, en todo caso, de hacer mutar drásticamente el capitalismo. La incertidumbre es máxima, pero estamos ante la mayor batalla por la supervivencia de la historia. Y la estamos librando ahora.



VUELVEN LAS DERECHAS


Aparece en el Instituto un caballero que pregunta si su hijo tiene posibilidades de obtener la plaza escolar que ha solicitado. La conserje le contesta que es complicado, a lo que el demandante contesta que "no me extrañaría nada que en vez de a nosotros se la dieran a un puto inmigrante". Yo, la verdad, le daría la plaza a un mongol y hasta a un alienígena antes que a semejante patán. Sabemos que existen muchos tipos así, gente intoxicada por el odio que trata desesperadamente de inocular sus virus al entorno. Lanzan su basura en sus casas, en las barras de los bares... Pero escucharlo ayer a voz en grito en la recepción de un centro escolar cuya misión es precisamente neutralizar la barbarie, bueno, eso me empieza a parecer ya más preocupante. 

Va a ganar la derecha, parece casi inevitable. Algún allegado me pregunta si el asunto no me angustia. Esa persona da por hecho que soy su correligionario, vamos, que soy de izquierdas como él. Suelo decir que soy de izquierdas porque no sé ser otra cosa. Digamos que es una cierta forma de mirar el mundo. Nada en cualquier caso de lo que me sienta orgulloso ni que me otorgue sentimiento alguno de superioridad moral. Dejo tales honores a quienes defendieron la República contra el fascismo o a los sanitarios de ONG que viajan a selvas infectadas de malaria para salvar vidas de gente que lo merece mucho más que yo. 


Sé que no tengo nada que ver con el tipejo que entró ayer en el instituto. Como tampoco con una gestora como la señora Ayuso que tramita becas para niños ricos y lo manifiesta orgullosa y pizpireta. No sé si hay alternativa a la reactivación armamentística europea que se está gestando como respuesta a Putin, pero me parece inquietante. Casi tanto como que Macron, en busca de la soñada independencia energética, vaya a potenciar la producción francesa de energía nuclear. Pueden poner la etiqueta que les apetezca a todas estas impresiones, pero a mí, más que de izquierdas, me parecen de sentido común. 

Vuelve la derecha, sí. Les ha bastado cambiar a un tonto por un listo y, a partir de ahí, dejarse llevar por un viento que, incuestionablemente, sopla a favor. Dicen que toda insurgencia reaccionaria es hija de una revolución progresista fracasada. Quizá este regreso del populismo patriótico, atravesado por el rechazo a la inmigración, las políticas identitarias o las exigencias ecologistas, tenga algo que ver con la descomposición de un proyecto que se fraguó en los años de Occupy Wall Street, la Primavera Árabe o el 15M, y que en España se articuló esencialmente con Podemos. Quizá sea eso, o quizá sean simplemente los ciclos de ilusión y decepción característicos de las sociedades demoliberales. Las circunstancias tienen la culpa, de acuerdo: no hay gobierno que sobreviva a una pandemia si lo que le viene luego, además, es un proceso inflacionario cuyas peores consecuencias en forma de recesión se desencadenarán al parecer con furia en los próximos meses. 


Pero no seamos ingenuos. Si la derecha, a pesar de la imagen de corrupción que acompaña con todo merecimiento al PP, se está volviendo a apoderar del país, no es solo por culpa de la oligarquía financiera, la Brunete mediática o el poso reaccionario de las mayorías silenciosas. Algo estamos haciendo mal en la izquierda, y como no me da la gana ser duro con el Gobierno Sánchez -creo sinceramente que no lo merece- no me queda otra que dirigirme a ustedes, mis correligionarios, todos aquellos que, proclamándose de izquierdas con mucha más convicción que yo, deciden que no les apaña nada y que la única izquierda que están dispuestos a aceptar es la que les calza como un guante. 

Háganse una pregunta: ¿hemos estado a la altura de estos años de gobierno de una coalición de izquierdas? Es un gobierno que nadie esperaba. Surgió de improviso, liderado por un señor que había sido defenestrado por el stablishment de su propio partido y procedente de una moción de censura tan inesperada como eficaz. Desde entonces han pasado cuatro años. Repito, además de votar, ¿hemos hecho algo más que refunfuñar con cada decisión que no nos ha convenido? 

Finalizo. A lo largo de los últimos meses he tenido distintos encontronazos desagradables con personas y grupos de los que se supone que estoy ideológicamente cerca. "Son las redes sociales", me podrían contestar. Bueno, sí, pero me ha pasado con personas perfectamente identificadas y, además, no siempre me ha pasado en facebook y similares. Lo que más me ha llamado la atención es que en ninguno de los casos "me lo busqué". En todos los casos la reacción furibunda o de ensañamiento, llegando a lamentables faltas de respeto hacia el interlocutor, fueron producto de intervenciones mías perfectamente respetuosas y yo diría que moderadas. Buscaba entrar en diálogo y me encontré cólera y visceralidad. 


Como no me siento en posesión de la verdad, me sorprendo mucho cuando personas que no parecen especialmente más agudas ni preparadas que yo me hablan como si yo estuviera dentro de Matrix y necesitara que me sacara el Morfeo de turno. 


Lo más de izquierdas que puedo decir es que o aprendemos a debatir o no es que no seremos progresistas, es que ni siquiera seremos demócratas. Y si quieren un pequeño consejo para acabar, vayan con mucho cuidado cada vez que opinen en público sobre el tema catalán, sobre la legislación LGTBI o sobre Podemos. Corren el riesgo de encontrar en el silencio el último refugio. 


 


Wednesday, July 06, 2022

CHICHO Y BALBÍN

1. Dicen que uno tiene lo que se merece. Yo no me lo creo mucho, pero, nos guste o no, llevamos a rastras nuestro pasado. No hemos elegido los agentes que nos han formado -o deformado-; somos antes víctimas que responsables de Torrebruno, José María García, Naranjito, Otan-de-entrada-no, el destape... Pero es lo que somos... tanto o más que Cuadernos para el diálogo, la izquierda clandestina, Raimon o las correrías delante de los grises. Somos La Clave, pero también el Un, dos, tres. 


Chicho Ibáñez Serrador... no recuerdo un solo día de mi vida sin conocer ese nombre. Incluso esa cara, porque aunque supuestamente él era el tipo entre sombras, le encantaba salir y ser reconocido. Como Alfred Hitchcock, al que siempre soñó con parecerse, se dejaba ver en sus películas, al modo del autor que firma su obra. En el Un dos tres aparecía a veces cual Zeus tronante para resolver entuertos con los concursantes y advertir a Kiko o a Mayra -y por tanto a toda España- que era Él quien, al menos los viernes por la noche, gobernaba este país. 


Todo era pura tramoya en el Un dos tres. Pero era una mentira que funcionaba, pues sus decorados, su cultura kitsch y sus emociones manipuladas alegraban un presente que todavía nos parecía gris y tercermundista. 


Chicho fue, o pudo ser, un gran director de cine. Pero no supo o no le dejaron explotar las zonas más oscuras de su alma con la maestría de su ídolo británico, de ahí que su legado se quede en un par de hábiles rarezas cinematográficas como "¿Quién puede matar a un niño?" o "La residencia". Al final, sospecho que para su desdicha, Chicho tiene un legado esencial que es el Un dos tres. Y nos lo lega a todos los boomers, qué vamos a hacerle. 


2. José Luis Balbín es un personaje incómodo para el sector más acomodado y pro-sistema de la izquierda española. Socialista o quizá incluso anarquista, pero radicalmente enemistado con el PSOE, habitó su pasión por la democracia sistemáticamente al margen de aquella izquierda que, en algún momento, creyó tener tan cogido por los huevos al país, que se permitió el lujo de decidir por nosotros, los ciudadanos, qué debíamos y qué no debíamos ver en la tele. 

Por eso no fue Suárez, que también lo intentó antes sin llegar a consumar el crimen, sino González quien se cargó La clave. Demasiada gente valiosa opinando sin restricciones ante millones y millones de aldeanos, demasiada libertad, demasiada democracia. 

Los gobiernos ya no necesitan recurrir a medios tan franquistas como la censura directa. Las opiniones, por fundadas que sean, han dejado de ser armas realmente dañinas. Los debates , por llamarlos de alguna forma, son en televisión talking-shows, mucho más ajustados al formato "Sálvame" o "El chiringuito" de lo que los actuales periodistas influyentes son capaces de admitir. 

No se puede vivir del pasado, es cierto. Pero permítanme que, por unos momentos, me deje llevar por la nostalgia de aquel tiempo en que gente que merecía la pena hablaba sin prisas y sin gritos... cuando parecía que los argumentos debían ser pulcros, se pronunciaban sin prisas y parecían capaces de derribar gobiernos y transformar sociedades enteras. 

Thursday, June 23, 2022

PARA QUÉ SIRVE UN PROFESOR

 


Toda profesión, incluso la de paseador de patos, requiere respeto social. Pero hay algunas que pierden todo su sentido si no lo obtienen. Una de ellas es la de juez, otra es la de político… Y otra, creo, es la mía. Ya hace tiempo que cuando acudo por las mañanas al IES no acaba de quedarme claro si trabajo de asesor emocional, cuidador de niños, asistente social, animador cultural, carcelero o burócrata. Yo sé muy bien quién soy y por qué elegí mi profesión, pero me preocupa que el entorno, la sociedad en general y la comunidad escolar en particular, no tenga claro qué justifica mi presencia entre aulas y pasillos del instituto. ¿Para qué sirve un profesor? Buena pregunta.

 

Un establecimiento educativo, antes que ninguna otra cosa, es un centro de difusión de conocimiento. Factores como el de la socialización o la inclusividad son importantes, por supuesto, pero estaremos equivocándonos si olvidamos que lo que nos reúne en este recinto es el interés, o incluso la pasión, por el saber. Dado que de niño no fui un buen alumno, puedo entender el aburrimiento e incluso la rabia de muchos chavales cuando pasan horas y horas aguantando rollos para obtener una titulación que no saben si les va a llevar a algún sitio. No creo que vayan a crecer en el peor de los mundos posibles, pero sospecho que van a construir sus biografías en un escenario social extraordinariamente complejo, cambiante y repleto de incertidumbres. En esas circunstancias, es difícil transmitirles aquello de la cultura del esfuerzo que, llámela cada cual como guste, es lo único que le da sentido a un aula. Podemos enseñar a hablar inglés, leer el Lazarillo o resolver ecuaciones, en realidad es lo mismo. Pero cuando después de tres décadas de ejercicio profesional compruebo que a ningún inspector, gestor político o pedagogo le ha preocupado en lo más mínimo si mis alumnos aprenden algo de mis clases, entonces me da por preguntarme qué demonios pinto con la tiza en la mano delante de un montón de jóvenes que desean que las horas pasen lo más rápido posible para irse a ver banalidades en Tik Tok.

 

Por todo ello me gustaría efectuar algunas aclaraciones. Me gustaría dirigirlas especialmente a mis alumnos, pero sospecho que a quién de verdad podrían hacerles falta es a algunos de mis compañeros más jóvenes. Han llegado a la profesión en un momento en el que aquello del respeto al profesor, que no es sino el respeto a la autoridad académica y moral del enseñante, parece pertenecer a un pasado remoto. Mi primer consejo sería que no se sometieran a esa dictadura de la indiferencia y la burocracia que trata de deshumanizarles. No es seguro que respeten tu trabajo, compañero, por eso es más importante que nunca que te respetes a ti mismo.

 

A quien corresponda:

 

1.     Esto, señores, no es El Corte Inglés. Mi objetivo no es la satisfacción del cliente. Las instituciones me han puesto delante de niños y adolescentes para ayudar a que la comunidad sea mejor. Eso a veces supone ser guardián estricto de la convivencia e incomodar a quienes ocupan el pupitre, pues no hay enemigo más peligroso que la pereza. Mi misión no es hacer amigos ni caer bien.

2.     Agradezco a los políticos su empeño en modernizar los métodos pedagógicos y promover el uso de las nuevas tecnologías. Pero, créanme, me basta con una tiza, una pizarra y, lo más importante, unos alumnos con una mínima ilusión por aprender. Si no nos volvieran locos cambiando las leyes cada poco también estaría bien, aunque creo que ya estoy pidiendo demasiado.

3.     Es posible que cualquier youtuber descerebrado ejerza infinitamente más influencia sobre nuestros queridos alumnos que una clase de Física que pudiera aplaudir el mismísimo Albert Einstein. Sigo creyendo que uno de los placeres más intensos y sublimes es el de la sabiduría, pero no es fácil que los chavales me sigan en ello si desde más allá de los muros del IES les insisten en que lo único que va a realizarles en la vida es ser buenos consumidores.

4.     Enseño filosofía porque me gusta y, sobre todo, porque creo que es bueno para la sociedad en la que vivo. No es una neurosis mía querer que mis alumnos aprendan a analizar un texto, elaboren exposiciones bien argumentadas y aprendan a ser librepensadores y ciudadanos dignos de una polis democrática. Si no quieren que enseñe, señores gestores, póngame con Julia y Marcelo a hacer fotocopias o jubílenme, pero dejen de decirme que la culpa de la desmotivación de los alumnos es mía y que necesito reciclarme. Recíclense ustedes. 

5.     Dejen de insistirme, señores políticos, en que las repeticiones de curso y los suspensos no solucionan nada. Son ustedes los que suelen empastrarlo todo, entre otras cosas porque la mayoría hace siglos que no han pisado un aula, pese a que se les llama “expertos”. Suspendo a algunos alumnos porque quiero reconocer el esfuerzo y el mérito de los que se ganan el aprobado. Es así de fácil. Si todo da igual, entonces creamos la peor de las injusticias.

Thursday, June 16, 2022

EL RÍO




Una noche de primavera deambulaba por la plaza del ayuntamiento de El Pinós, pueblo alicantino de las comarcas del Vinalopó, cuando un caballero se me acercó para preguntarme por cierto personaje de la localidad. Le contesté a lo que me pidió y, a continuación, y en contra de mi natural timidez, le dije que le admiraba y que para mí era un referente porque había ayudado desde la política a mejorar mi vida y la de mis vecinos. 


Era Ricard Pérez Casado, alcalde socialista de los años ochenta en Valencia, y máximo responsable de la conversión del viejo cauce seco en el ahora llamado Jardín del Turia. 


No pretendo que Pérez Casado fuera el único padre de esa maravilla que es actualmente "el Río". Así lo llamamos los lugareños con evidente impropiedad, pues desde el Plan Sur, que desvío la desembocadura sin pasar por la ciudad para evitar inundaciones, lo que queda no es el río, sino más bien su ausencia y el recuerdo lejano de sus aguas y sus barcas. Pues bien, el viejo cauce fue durante décadas causa de polémicas. De haber sido por las autoridades franquistas, que pretendían una enorme autopista intraurbana de ocho carriles -qué chachi-, ahora no tendríamos el parque más grande de todas las capitales españolas, sino más ruido, más contaminación y menos conciencia cívica. Fueron los movimientos vecinales los que propiciaron aquel pequeño milagro, y fue uno de aquellos audaces ayuntamientos socialistas de la primera hornada el que le dio a la causa el empujón que necesitaba.


 No sé si aquel día en El Pinós entendió don Ricard el porqué de mi elogio, pero en casa me enseñaron a ser agradecido. 

Durante el mandato de Manuela Carmena en Madrid, la señora Aguirre, personaje tóxico donde los haya, habló de la fobia al automóvil de la alcaldesa. Llámenme tendencioso. A fin de cuentas, el propio Ribó, actual alcalde de Valencia, ha reconocido la contribución de Rita Barberá al desarrollo de las fases del proyecto que quedaron pendientes desde los años ochenta. Me pregunto que hubiera dicho la gente de Vox, si la polémica inicial -lo de autopista o jardín- la tuviéramos ahora. Pero ya saben, la izquierda propone las fórmulas para modernizar y mejorar las sociedades, y la derecha se opone hasta que ya no puede hacerlo... y entonces se suma e incluso se atribuye los méritos. Curiosidades de la política. 


Dos de las ciudades más interesantes del planeta a las que he viajado son El Cairo y Copenhague. El poder de seducción de la capital egipcia es colosal, pero su tráfico es demencial y la convierte en una ciudad inhabitable, por más que en ella sobrevivan millones y millones de personas. Copenhague... quizá no tenga el mismo hechizo, pero sueño con un gran ciudad como ésta por cuyas calles más céntricas pasa un automóvil cada muchos minutos... Les juro que así es, por increíble que parezca en nuestro tiempo. 


Dedico este escrito al Jardín del Turia y su 35 aniversario porque yo ya resolví hace mucho que prefiero parecerme a Copenhague que a El Cairo. La cuestión es cómo conseguirlo. Valencia tiene un alcalde al que le ha tocado una misión sumamente difícil. No es cómodo hacer entender a los vecinos que no deben coger el automóvil. No es fácil gestionar el espacio de tránsito para la diversidad de vehículos de los que la gente hace uso hoy en día para moverse por la ciudad. Doy fe de que algunos ciclistas y conductores de patinetes son tan incívicos, están tan llenos de desprecio al único habitante natural de la urbe, el peatón, que terminan aumentando el efecto de barbarie que los que promocionan dichos vehículos pretenden evitar. Y, aún así, con todas las dificultades que surgen -y lo que te rondaré, morena- creo que la dirección es la adecuada. 

No se engañen, quizá los daneses sean gente muy civilizada. Pero la razón por la que en Copenhague no hay apenas tráfico privado es que te multan y te crujen a impuestos. 

Podemos alimentar el estrés, el ruido, la contaminación y la violencia, o podemos mejorar nuestra vida y pelear contra el cambio climático. El automóvil habrá de ser un paréntesis en la historia urbana del planeta, un periodo que acaso necesitamos en algún momento pero que ya hace tiempo que en sociedades desarrolladas como la nuestra se mantiene solo por intereses de las grandes corporaciones vinculadas al petróleo y al motor, y por la estúpida hipnosis consumista en la que no nos resistimos a vivir. 


Me voy al Río a caminar un rato. 


Friday, June 03, 2022

ANDALUCÍA


Hay quien ama el western, quien ama a Bowie, quien ama a las mujeres, quien ama al Real Madrid, quien ama el vino o quien ama el mar... Yo amo Andalucía.

Acepto la previsible crítica: los andalucistas tenemos una imagen idílica de esa tierra. Amamos un paraíso califal mixtificado, repleto de arrayanes y a cuyo olor a azahar acuden los versos de Lorca y los retratos de Romero de Torres para engañarnos. No soy cándido del todo, sé de la miseria y el caciquismo. Hay, como en todo lo que es grande en la Tierra, una Andalucía luminosa y apasionada y otra miserable y fraudulenta. Supongo que los forasteros amamos en Andalucía algo que es capaz de decirnos sobre nosotros mismos, eso que Goytisolo encontró en los yermos paisajes de Almería, y yo entre las callejas del Albaycín o ante las puertas de la Mezquita. Dejaré que otros lo llamen "duende"...

No es muy romántico continuar este escrito hablando de política, pero vienen elecciones, y sí, amigos, las va a perder la izquierda, no me cabe duda. 

Hace tiempo, en un autobús rumbo a Baeza, una anciana que había regresado después de medio siglo viviendo como emigrante en Alemania, me dijo, mientras miraba los campos, algo que me ha dejado poso: "la verdad es que ahora Andalucía está divina". Nada que ver con el paisaje agreste y desolado del que siendo una adolescente escapó cincuenta años antes para no morir de hambre.



Soy cada día más crítico con el PSOE y, por muchas razones, siento una inquina especial por figuras como González, Guerra o Chávez, más lamentables todavía en la medida en que creo que el socialismo de base es incapaz de superar su tóxica influencia. Y, sin embargo, creo que en las palabras de aquella vieja se advierte que algo de verdad tuvo el plan de la cohesión territorial, o, si lo prefieren, la idea de europeizar los rincones peninsulares más inclinados hacia África. 


¿Debería entonces reprochar a los andaluces la victoria incontestable que van a concederle a ese personaje tan gris que es Moreno Bonilla? Asusta, por cierto, pensar que su única duda es si tendrá que concederle alguna cosita a Vox, cielo santo. Lo que está claro es que de la izquierda no hay noticias.


Y es que lo de este señor en realidad ha sido una cuesta abajo, no le ha hecho falta tractorar en exceso. Le basta con evitar el porte de señorito que tenía Arenas y adoptar un perfil bajo para vencer a una Susana Díaz que es la prueba más rotunda de la incapacidad del PSOE para superar sus viejos vicios. Tampoco sé si hay muchas cosas mejores que decir de una nueva izquierda que en los últimos años no parece haber hecho otra cosa que fragmentarse, cosa a la que por cierto siempre fueron los rojos muy aficionados. 


Puedo explicarles las razones por las que creo que la Andalucía del PP es un fiasco, pero dejaré que lo haga el economista granadino Juan Torres, cuyos escritos me parecen imprescindibles. Tras leerle, puede que concluyan, como yo, en que el Gobierno de Moreno Bonilla en estos tres años ha sido una colección de mentiras y dislates. 

https://blogs.publico.es/juantorres/2022/05/30/balance-de-la-gestion-economica-de-moreno-bonilla-en-andalucia/



¿Deben entonces los andaluces retirarle su confianza? Pues sí, es lo que deberían, pero no dispongo de autoridad para decirlo si soy el primero que no detecta un discurso creíble en los partidos de izquierda. Y, en este sentido, el PSA me parece especialmente culpable. No se trata solo de haber mantenido durante décadas de mayorías absolutas una odiosa estructura corrupta; se trata de tener la firme resolución de romper con la lógica que la propició. Mi sensación es que no quieren o no pueden. 


Tengo amigos en el PSOE. Algunos son, muchos años después de las mayorías arrolladoras del felipismo, aquellos "socialistas de carnet" que se encabritaban cada vez que se te ocurría cuestionar alguna atrocidad, que las hubo en cantidad y, por cierto, las sigue habiendo. Son la mayoría personas honestas, pero vengo preguntándome desde hace mucho si el PS tiene algún proyecto de gobierno real -para Andalucía y para España-, si está firmemente decidido a transformar el país con la energía con la que, al menos en parte, lo transformó en los años ochenta, o si se conforma con pedirnos que les votemos solo para que no gobiernen los malvados reaccionarios del PP. Porque sí, señores, Moreno Bonilla nos puede caer mal, pero Susana Díez... qué quieren que les diga. Está muy bien amenazar con la ultraderecha y aprovechar la mínima oportunidad para fustigar a Pablo Iglesias, que tiene la culpa de todo, ya lo sabemos... Pero a mí no me basta. Espabilen de una vez. 


En fin, que Andalucía está divina, o en realidad siempre fue tierra hechizada, pues, a fin de cuentas, es Dios quien comparece secretamente ante nosotros tras la voz de Camarón y la guitarra de Paco. 

Friday, May 27, 2022

ARMAS

 

 

 

Creía sinceramente el viejo Kant en un futuro de paz entre los pueblos, una paz cosmopolita y permanente. Tanto optimismo se nos puede antojar ahora cándido, pero tampoco es tan difícil de entender que un burgués prusiano de aquellos años, asombrado ante las maravillas llegadas de una Francia deslumbrante, apostara por un mundo mejor en la medida en que nos dejásemos guiar por la Razón. Es ésta un arma tan potente, que hasta un pueblo de demonios podría instalarse en una convivencia pacífica si la Razón les asistía para recordarles que siempre es mejor entenderse que matarse.



A veces me pregunto con Kant lo que los franquistas con Franco -cada quién tiene sus ídolos-, qué pensaría de nosotros si levantara la cabeza. Acaso se emocionaría con los logros en medicina o astronomía o se maravillaría con el poder de difusión de conocimiento de la cibernética. Pero respecto a cuestiones como la invasión de Ucrania, los femicidios, el hambre en el mundo o la matanza de estos días en un colegio norteamericano… sospecho que todo esto le espantaría en mayor medida precisamente por no esperarlo de una civilización tan avanzada en tantas materias.



No sé qué mueve a un tipo a entrar en un colegio y empezar a disparar a los niños. Sé que ya está muerto antes de cometer tal monstruosidad, su alma se convirtió en algún momento en uno de esos asteroides helados que circulan sin sentido por el espacio… o quizá fue así desde que nació. No lo sé y, sinceramente, no me importa, no comparto la atracción por los psicópatas.



Es posible que la idea de los USA como un reino de locos peligrosos y gente armada hasta los dientes tenga algo de tópica. Sin embargo, los datos indican que la tasa de homicidios de la nación más poderosa del planeta es siete veces mayor que la de España, Japón o Francia, resultando más cercana a la de países del África subsahariana o Sudamérica. Curiosamente, la comparación es similar en materia de población reclusa, aspecto en el cual USA es líder mundial, lo que invita a pensar que su sistema penitenciario es muy activo pero escasamente eficaz. Por otro lado, se calcula que en ese país salen siete millones de armas ligeras a la venta cada año, y se calcula que la cantidad total de armas existentes supera al número de habitantes. Es extremadamente fácil conseguir una pistola o un rifle allí. Se obtienen sin grandes problemas por internet y se anuncian con atractivas fórmulas de marketing como “de fabricación nacional” o “satisfacción garantizada”, sin que conste la obligación de incluir advertencias amenazantes como las que encontramos en los paquetes de cigarrillos.

 

Si entendemos el fenómeno como específicamente norteamericano, pondremos el foco sobre el lobby armamentístico y una cultura del miedo y la violencia que podría remontarnos hasta los tiempos de la conquista del Oeste, donde se daba por sentado que uno debía procurarse los medios para defenderse de salvajes y bandidos, dado que las fuerzas del orden ni estaban ni se las esperaba. Ahora bien, yo he conocido personas violentas a lo largo de mi vida que, no siendo yanquis, participaban de hábitos y creencias muy similares a los que descubrimos en un Trump o en todos esos descerebrados que aparecen en las pelis de Michael Moore enseñando a disparar a sus bebés y llenando las paredes del garaje de pertrechos destinados a reventar cráneos. El ínclito líder de Vox, por ejemplo, ya ha insinuado la conveniencia de “armarnos” para combatir a los malos, aunque no sé si ya ha incluido entre los susceptibles de ser tiroteados a los gays y a las feministas o se conforma con ladrones, inmigrantes sin papeles y, por supuesto, a todos los sarracenos de la Tierra.

 

La culpa es del lobby de las armas”, de acuerdo, pero ¿quién es el lobby? Nos gusta pensar en las corporaciones norteamericanas de armas cortas que experimentan a estas horas un importante alza en la Bolsa, parece que por las muchas que se están vendiendo debido al miedo a que Joe Biden decrete regulaciones. Esto es muy poca cosa en relación a todo lo que mueve la industria armamentística norteamericana, sin duda uno de las claves que explican el enorme poder que el Tío Sam sigue ejerciendo sobre el mundo. En cualquier caso, haremos muy mal en creer que lo de vender armas es cosa de tejanos que adoran disparar a los búfalos. En este enlace encontrarán información de un diario tan moderado como El País, donde se detallan las operaciones de venta de armas y material “de defensa” que lleva a cabo con nuestro país. Léanlo y sonrójense.

https://elpais.com/espana/2021-12-23/las-exportaciones-espanolas-de-armas-rebotan-tras-el-confinamiento-y-crecen-un-37.html

 

Y tras sentir vergüenza, piensen en lo que nuestros dirigentes financieros y políticos, esos señores tan admirables a los que tanto admiramos, tienen que ver con el hecho de que cada día mueren 2000 personas por arma de fuego en el planeta. En cuanto a nosotros… Verán, a mi me horrorizan particularmente las armas, pero a veces la culpabilidad no es por acción sino por omisión. En los años noventa tuve un amigo que practicaba la caza y presumía de saber mucho de rifles y otros artefactos similares. Además era un machista, olía a sudor, le atraía mucho toda forma de violencia y detestaba a los maricones. Reconozco algo de aquel miserable el tipejo ese que esbozó un cartel de Vox en una colina con docenas de conejos ensangrentados. Qué gracia, ¿verdad? No sé qué podemos hacer contra los delirios de un loco que es capaz de perpetrar una barbaridad como la que acabamos de ver en una escuela de Texas. Pero sí podemos hacer algo: dejar de normalizar la violencia, empezando por la que encontramos cerca de nosotros.




LA PATRIA EN LA CARTERA. JOAQUÍM BOSCH.


Conocí a Ximo Bosch en los ochenta, cuando ambos nos sumábamos a las movilizaciones contra la Reforma de las universidades del ministro Maravall. Ximo estudiaba leyes, y ya entonces tenía entre los huelguistas algo de personaje legendario. Se decía que había sublevado a media Facultad, a pesar de lo repleta de fachas que Derecho estaba entonces. Siempre he dicho, por cierto, que uno de los grandes errores de la izquierda ha sido escapar del ámbito jurídico... Como si, al igual que sucede con el de la Economía, hubiera que dejárselo graciosamente al enemigo. Recuerdo algunas intervenciones públicas de Ximo: era brillante, pero su apasionamiento, al contrario del de algunos exaltados, parecía sólido y documentado. Nunca vi en él violencia ni arbitrariedad, siempre pensé -como ahora pienso- que era un hombre bueno y sabio. 


Recién concluyo "La patria en la cartera", segundo ensayo del Juez Bosch, habitual en muchos escenarios mediáticos y portavoz de una asociación tan admirable como es Jueces para la Democracia. No voy a destriparles el libro, les va a salir a cuenta leerlo porque es magnífico, un estudio que traza con encarnizada precisión el mapa de la corrupción en España. No es un simple informe periodístico, es en gran medida también una investigación historiográfica, así como un catálogo de conclusiones y propuestas que haremos bien en tomarnos muy en serio, pues sospecho que nos va mucho en ellas. 


A ver. Cree el juez que la corrupción no es un mal hispánico que podríamos asociar al ADN ibérico, la paella o la tauromaquia. Ciertamente hay un fenómeno hispánico de corrupción excesiva, pero su causa no es "cultural" o atávica, se trata de un problema de desarrollo institucional. Si se mantiene a lo largo del tiempo no es porque "vaya con nuestra esencia", sino porque un régimen tras otro, las élites actúan como poderes extractivos que esquilman al Estado o, lo que viene a ser lo mismo, son el poder económico que compra y somete al poder político. 


No es cierto que nuestra calidad institucional sea similar a la de las grandes naciones. Los niveles de seguridad jurídica, imparcialidad en la gestión de las instituciones y meritocracia en el funcionariado están muy por encima de nosotros en los países europeos más desarrollados. En su defecto, que es al fin un defecto de calidad democrática, lo que tenemos es lentitud judicial, sistemas de inspección estériles y subordinados, falta de regulación en los procesos públicos de concurso y contratación, opacidad de gestión...


La tesis que sostiene Bosch, a partir de una análisis muy sólido de la trayectoria de las instituciones españolas es que se registra una continuidad en los procesos de clientelismo y corrupción desde la Restauración hasta el Franquismo y, finalmente, la democracia.


Todos hemos oído hablar del turno de partidos característico del XIX. Figuras como la del cacique o el cesante son reflejo de una arquitectura clientelar perfectamente diseñada. El franquismo dio continuidad a aquella lógica en su aspecto esencial, el predatorio. La aventura republicana generó un coste añadido en forma de violencia feroz, represión e inflamación ideológica, pero, no nos engañemos, el Régimen fue por encima de todo una gigantesca cleptocracia, cuyo objetivo era trasladar la riqueza de los perdedores a los ganadores desde la lógica del botín de conquista. Durante cuarenta años España se colapsaba en su tránsito hacia la modernidad mientras en todo Occidente crecía y se modernizaba la maquinaria estatal. Insisto: el fascismo es la excusa que se dieron los depredadores, en este caso una gran estructura de amigos y afines al Régimen, para dedicarse a lo que siempre han hecho mejor, el pillaje. 


Y en esto... la Santa Transición, como la llamaba Umbral. Conviene evitar malentendidos: Bosch no cree que el proceso fuera un timo ni que, como ahora sostienen algunos, vivamos en una pseudo-democracia. La imagen rupturista resulta audaz y sugerente, pero en su radicalidad se estrella contra una evidencia -la de que no sufrimos los rigores de un régimen autoritario como el que tuvimos- y, además, cae en la injusticia de no reconocer los esfuerzos y riesgos de quienes le hicieron frente a la Dictadura para conseguir algo que se pareciera a lo que vino después. Ahora bien, tales presupuestos no deben taparnos los ojos respecto a otras circunstancias que también tienen su peso en el devenir histórico del país. Una es que, en los años en los que el Régimen viró hacia el desarrollismo, ya se empezó a observar que una Dictadura militar era incompatible con la voluntad de presentarse ante el mundo como una nación integrada y digna de confianza. 

El tránsito, tal y como fue diseñado por Torcuato Fernández Miranda, con Suárez y el Borbón como figuras visibles, se ejecutó en términos de notable moderación, con pequeñas y astutas rupturas y un sentido general de continuismo destinado a tranquilizar a la oligarquía afín a Franco. ¿Cobardía? ¿Traición? Estos son términos gruesos. Lo que sí es cierto es que todo se decidió desde arriba por mentes muy convencidas de que lo que necesitaban los españoles eran ilustres y valerosos salvadores. Es ese el momento en que se define a los partidos como piedra arquimédica del sistema, apuntalando su organización en vertical, es decir, en términos de fuerte jerarquía.  


Entonces vino la amnesia. Dejó de hablarse de la Dictadura y sus horrores, se oficializó un relato heroico y ejemplar de la Transición que incluyó también, como tonto útil, a Tejero y su golpe. Pero el franquismo dejó un legado que terminó estallando en los noventa: los hábitos corruptos. La falta de arquitectura institucional "posibilitó en España la acción de determinadas élites extractivas, que siguieron concibiendo sus relaciones con los políticos como una forma de hacer negocios, al igual que ocurrió durante el franquismo". Pronto extendida a las recién nacidas comunidades autónomas, la corrupción en el Estado y en los grandes partidos se fue convirtiendo, al hacerse sistemática, en el tóxico ideal para escampar entre los ciudadanos la desconfianza hacia los responsables políticos. 


El catálogo de los horrores es exhaustivo... y Bosch se refiere casi exclusivamente a casos con sentencias de culpabilidad. Solo nombrarlos ya supone páginas y páginas. El PSOE, tras inaugurar la era de los escándalos en los noventa, cargó de motivos a los que le contestaban con el "tu quoque" con el delincuencial enredo andaluz de los ERE. El PP bate records, aunque con casos como Gurtel se infiere que en Madrid o Valencia esta organización, antes que un partido político, ha sido una asociación destinada al bandidaje... crimen organizado en toda la extensión de tan cinematográfico concepto. El pujolismo en Catalunya, con el famoso tres por ciento, convierte en ridículas las acusaciones al Estado de perseguir las ideas nacionalistas con todos aquellos procesos que afectaron especialmente al Honorable y su familia... Insisto, el mapa del fraude es tan extenso que resulta espeluznante.


Algunas conclusiones enunciadas o inspiradas por el libro de Bosch: 


-La percepción de la corrupción en España afecta especialmente a la clase política y sus vínculos empresariales, pero los españoles no creen vivir ante una administración corrompida. No somos en suma una república bananera donde para cualquier trámite hay que "mojar" a algún tipejo con gorra de plato. Esta percepción no es imaginaria. El mal no atraviesa la función pública en su labor cotidiana, el mal está en los centros de decisión últimos, es decir, en la política. 

-Los profesionales independientes, esos que en otras naciones -e incluyo al periodismo- señalan y denuncian prácticas irregulares, han sido sistemáticamente disuadidos o suprimidos en nuestro país. La estructura clientelar de los partidos domina el tablero. 

-Tenemos un gravísimo problema con la jerarquización de los partidos. Es imprescindible para que nuestra democracia funcione restar atribuciones a las cúpulas y espacios de decisión a los partidos mismos, como ya sucede en otros países de Europa. Estas organizaciones necesitan más democracia interna y facilitar el control desde las bases. 

-Hay que cambiar las leyes electorales, en concreto las relativas a las circunscripciones, que establecen una injusta proporcionalidad, destinada a favorecer a los grandes partidos. Las listas cerradas y bloqueadas  con las que se concurren a elecciones no solo asfixian la libertad de elección del ciudadano, sino que además alimentan la falta de democracia interna, en la medida en que convierten a los equipos de líderes en auténticos dictadores. 

-Hay instrumentos de participación que funcionan bien en otros países y que nosotros no hemos incorporado o hemos optado por no llevar a la práctica. Las consultas populares o la iniciativa legislativa están contempladas en nuestras leyes, pero en unos términos tan restrictivos, que más bien se diría que el objetivo de tales normativas es justamente alejar a los ciudadanos de la política. 


... Interesante, ¿no? Al menos a mí me lo parece. 





 


 

Friday, May 06, 2022

LOS FEROCES NOVENTA



Reconozcámoslo: la cagamos en los noventa.


Hemos asumido que los males del nuevo siglo provienen de los años ochenta, cuando de la mano de Thatcher o Reagan estalló la llamada revolución conservadora o, lo que es lo mismo, se implantó la hegemonía neoliberal. Yo creo, pese a todo, que lo que de verdad estalló en aquellos años fue un debate urgente y apasionante: ¿era sostenible el Estado del Bienestar, característico de las naciones más avanzadas desde el final de la 2ª Gran Guerra?

 

 Es en los noventa cuando llega el momento de elegir... y elegimos mal. La Caída del Muro generó una euforia perfectamente lógica pero que no supimos digerir. Ideologos tan vacuos como Fukuyama extendieron el mantra de que la era de los conflictos políticos había tocado a su fin y que llegaba el momento para el libre comercio global sin hipotecas autoritarias. 


La cagaron tipos como Miterrand, Blair, González o Clinton... O mejor, la cagamos todos porque les creímos. Su herencia la tenemos ahora mismo extendida como un cadáver sobre la mesa: hace ya mucho que nadie cree seriamente en el poder del socialismo para imponer desde las instituciones una verdadera transformación de la sociedad. 



Pero no nos engañemos. Aquel hatajo de farsantes nos engañaron porque de alguna forma les pedimos que lo hicieran. El llamado pensamiento único era lo que se respiraba en el ambiente. Y la razón es sencilla: nos iba bien, o, al menos, eso queríamos creer. El engorde rápido producido por la explosión cibernética y la globalización estaba generando colesterol suficiente para terminar enfermándonos. Pero eso en aquel momento no nos lo planteábamos, y ni siquiera los más respetables economistas, salvo honrosísimas excepciones, fueron capaces de advertirlo. Simplemente el capitalismo había vencido y había que saber ajustarse a un orden en el que no se concebían ya las alternativas. Lo del batacazo... bueno, eso vino después y nos dejó a todos con cara de tontos.



Dice Ramón González Ferriz en "La trampa del optimismo" ("Cómo los años noventa explican el mundo actual"), lúcido y oportuno ensayo que inspira mi reflexión: 


"El mundo actual, el posterior a la crisis, puede interpretarse como una consecuencia imprevista, accidentada y contradictoria de las decisiones que tomaron los líderes políticos y económicos de la década de los noventa. Es posible afirmar que la crisis económica de la última década, que hasta ahora ha supuesto para mi generación el momento central de nuestra experiencia como adultos con deseos de trabajar, progresar y, con suerte, asentarse, tuvo sus inicios en decisiones tomadas en los años noventa en ámbitos como el financiero, el monetario o el regulatorio"

 

Hay un pasaje del libro que me ha llamado especialmente la atención, el dedicado a la serie "Friends", tan amada y añorada por los boomers, por más que en mí jamás desató ni la más mínima emoción. Los seis protagonistas eran guapos y trendy... algo tontos, sobre todo ellos, pero a veces un poquito pillos, sexuales pero sin sexo, activos pero sin que se supiera muy bien de qué vivían, deseosos de integrarse y fundar una familia pero bloqueados en una especie de permanente adolescencia. Rachel, Phoebie y Mónica eran modernas e independientes, pero cuando estaban tristes se vestían de novias para animarse. 



"Friends" fue la perfecta caja de resonancia del clintonismo. Bill no era rancio, como suelen ser los republicanos, pero durante su mandato se gestaron algunas de las barbaridades por las que crucificaríamos a los presidentes conservadores. Y no me refiero al asunto Lewinsky, que a la postre fue lo que propició su impeachment. Lo peculiar fue la habilidad para ocultar que en aquellos años de bobalicón optimismo, se engrasaron todos los mecanismos del modelo de globalización que finalmente ha impuesto su hoja de ruta al mundo entero. Las consecuencias las sufrimos ahora. Dice González Férriz:

"En los años noventa, tras la Caída del Muro y la desaparición del bloque comunista se pudo pensar, y de hecho así se hizo, que Occidente ya no sufriría algunos de lo males políticos y morales que todavía estaban presentes en los países que seguían viviendo en la historia. Pero aquí están: han vuelto el populismo, las políticas radicales de izquierda y de derecha, un racismo legitimado por el establishment político, el recelo ante la democracia representativa y el nacionalismo en todos sus grados y formas y con todos sus peligros potenciales. Hemos sucumbido a una trampa del optimismo; la de creer que determinadas expresiones políticas estaban en el basurero de la historia y no podrían volver, y que la tecnología era el camino hacia un mundo al mismo tiempo más democrático y fiable. Pero, como zombis, los fantasmas del pasado, aunque transformados y probablemente menos peligrosos, han vuelto."

Thursday, April 28, 2022

GUARDIOLA Y LA PREHISTORIA







¿Soy el único que se da cuenta de que la prensa deportiva de Madrid odia a Guardiola? Y si el tema quedara solo en As o Marca... pero me temo que, como sucede a menudo, las filias y fobias que se concretan en el mundo del deporte provienen en realidad de terrenos menos banales.


Tras el partido de Champions contra el Atlético, solventado con un escuálido 1 a 0, Pep alegó que, desde la prehistoria (desde que se inventó el fútbol, vamos) marcarle goles a un equipo que se repliega con sus once jugadores es extremadamente complicado, lo cual explica que el City no lograra un ataque más fluido. La prensa calentó a los atléticos, en especial a su racial y testosterónico entrenador, el Cholo Simeone, bajo la especie de que Guardiola había dicho que su rival jugaba "como en la prehistoria". Aunque no les interese el fútbol, creo que son ustedes capaces de advertir la manipulación semántica. Esta circunstancia intoxicó las relaciones entre los dos entrenadores, lo que permitió llenar algunas portadas. Resuelta finalmente la eliminatoria en campo atlético a favor del City, vivimos unos últimos minutos de partido especialmente violentos, echando más leña al fuego Simeone contra Guardiola en la rueda de prensa posterior.


En el siguiente partido de Champions, curiosamente frente al Real Madrid, Guardiola mantuvo una actitud deliberadamente fría y lacónica con la prensa española. Ojo, no fue irrespetuoso, Guardiola nunca lo es porque, por fortuna, está en las antípodas de Mourinho,  por cierto un personaje adorado por un amplio sector del madridismo. En cualquier caso, no hay que negar que Pep fue hostil, civilizado pero hostil. La razón es sencilla: cree que la prensa deportiva de Madrid manipula para dañarle, es así de sencillo. Y es que además tiene razón. 


Obviamente, el escándalo genera rentas periodísticas, y todos sabemos que el amarillismo y las vísceras tienen mucha pegada, lo cual explica por qué se tergiversaron las palabras de Pep. Pero hay elementos más oscuros en el trasfondo de este asunto. Cuando estalló el Procés, Guardiola fue el personaje público con más relevancia internacional que apoyó la causa secesionista. Eso no se le ha perdonado. Quien me conoce sabe que no comulgo con el plan independentista. Pero esa no es la cuestión: Guardiola tiene el mismo derecho a proclamarse secesionista como yo a considerar que dicha solución sería terriblemente dañina para millones de ciudadanos de dentro y de fuera del Principado. 


Pero me malicio que hay más. Guardiola es culto, elegante, domina con verdadera maestría al menos cuatro idiomas y es un soberbio entrenador. También fue un gran futbolista que, por cierto, rindió considerables servicios a la selección española. "Guardiola mea colonia", dicen, pero esa es una crítica de gañán mesetario y cainita. Durante los años más brillantes del Barça, las dirección de Pep dinamitó las elevadas expectativas que -equivocadamente- se crearon en el Real Madrid con Mourinho, un tipo desagradable, maleducado, rencoroso y manipulador que consiguió que el madridismo más tóxico le amara solo porque demostraba odiar al Barça tan ferozmente como ellos. Guardiola le derrotó muchas veces y lo hizo además con un fútbol hermoso con el que contrarrestó la histérica violencia de un Madrid que nunca ha vivido tan equivocado como entonces. 

No soy del Barça y, al contrario que Guardiola, no me molesta que en mi DNI ponga que mi nacionalidad es española. Pero creo que las sacudidas fóbicas que crea Pep entre muchos "españoles profundos" van más allá de una simple desavenencia ideológica. Sospecho que en el éxito de Pep, en su elegancia, en su civismo, en su inmenso talento, descubren algo de sí mismos que, en el fondo, detestan, lo cual delata un venenoso complejo de inferioridad. No hablo del Madrid: por mal que nos caiga, Pep y yo sabemos lo grande que es ese club. Yo hablo de otra cosa, es un problema que muchos españoles han tenido siempre con Catalunya. Y es algo que va más allá del rechazo a la ruptura de la unidad del Estado. Digan lo que digan, es lo catalán, o, si lo prefieren, la compostura y la finura del fenicio, del europeísta, del judío, del mediterráneo, del hombre de diálogo lo que de verdad perturba a muchos reaccionarios españoles cuando piensan en Catalunya. 


De todo ello ven en Guardiola un paradigma. Háganselo mirar.