Friday, April 26, 2024

SARTRE EN LA OCUPACIÓN

 



Mi absoluta antipatía por la figura de Bernard Henri Levi no ha sido óbice para enfrascarme en la lectura de “El siglo de Sartre”. La razón es sencilla: BHL, como yo suponía, conoce perfectamente el paisaje intelectual francés del siglo XX, y solo por eso conviene leer su ensayo. La sombra de Jean-Paul Sartre que se adivina en todo lo que ha hecho a lo largo de su vida es extraordinariamente alargada. Además, debo reconocerlo, Henri-Levi es probablemente el intelectual vivo más influyente de Francia, lo cual no me parece poca cosa.


 No me gustan sus operaciones financieras ni su obscena riqueza; no me gustan sus convicciones radicalmente pro-sionistas, ni su confusión entre el totalitarismo estalinista y cualquier asomo de socialismo, ni su amistad con Sarkozy o con Macron… No me gusta su ansia de protagonismo ni la propensión –tan de moda entre los reaccionarios, especialmente si son ex izquierdistas- a fingir provocación anti sistema donde solo hay un cómodo rechazo a toda forma de crítica a la política imperialista de los EEUU o al neoliberalismo. BHL pretende pasar por ataque al totalitarismo lo que solo es una forma más de complicidad con los oligarcas del mundo, una casta de la que él forma parte con su habilidad para acumular dinero, poder mediático y haciendas en Francia o en el Mahgreb.

He leído su libro porque, pese a todo, respeto su enconada defensa de su maestro. ¿Merece el autor de La náusea tales auxilios y exculpaciones? Tengo una sensación extraña. Sartre fue un comunista con actitudes más que discutibles respecto a los crímenes del estalinismo. Curiosamente, su doctrina filosófica, conocida como Existencialismo, se relaciona con el totalitarismo soviético como el agua con el aceite. En algún momento, y puesto que tonto del todo no era, Sartre cuestionó algunas operaciones de desvelamiento de las atrocidades del Gulag, pero no porque fueran falsas, sino porque las masas obreras no estaban psicológicamente preparadas para asumir una verdad que probablemente desalentaría su esfuerzo revolucionario. Todo muy sinuoso, demasiado retorcido, me parece a mí. Quizá el apoyo de Sartre a Israel o, sobre todo, la obsesión de BHL por convertirse en Sartre, una especie de intelectual total, expliquen muchas cosas. Creo que BHL no comulga ideológicamente con su maestro, creo más bien que le admira, que le ama, que de alguna forma lo que desea es ser él.


A mitad del extenso estudio aparece el tema inevitable, es decir, la Ocupación, o, lo que es lo mismo, el papel de la intelectualidad francesa en relación a la Francia de Vichy.

Imaginen la siguiente escena. Un tipo con una boina calada y de facciones duras tira al suelo un gauloises y se ajusta las solapas del abrigo mientras se sube discretamente a un tren. Se baja de un salto en la siguiente estación y desaparece entre la niebla de París… Cuando la gendarmerie entre en el tren se encuentra un vagón con varios cadáveres que uno adivina de criminales torturadores de la Gestapo. Me la he inventado, pero en realidad crecí con escenas similares de películas en blanco y negro donde, sospecho, se magnificaba el probablemente precario fenómeno de la Resistence. (Del colaboracionismo, temo que generalizado, se ha hablado siempre mucho menos, claro)



No tengo gran interés en los detalles, me ciño a lo que dice Henri Levi.

Al inicio de la Ocupación Sartre fue confinado en el campo de prisioneros de Treveris, del que huyó según algunas lenguas malintencionadas en “extrañas circunstancias” (Igual pretenden que en vez de sobornar a algún vigilante huyera en moto a lo Steve McQueen) BHL califica de “chismes disparatados de policías intelectuales” ciertas informaciones que aluden al hecho de que Sartre siguiera publicando libros y estrenando en París obras teatrales. Mientras tanto, a Simone de Beauvoir, pareja de Sartre, la echaron de la Universidad, parece que por un asunto lésbico con una alumna, y para poder comer se metió a locutora de radio en un programa nocturno completamente despolitizado. Es cierto que algunos intelectuales huyeron a países aliados o se limitaron a guardar silencio durante la Ocupación. ¿Era mejor eso?

Afirma BHL que durante aquellos años Sartre no escribió una sola palabra que invite a la más mínima sospecha de complicidad o complacencia. Pero hay algo más concluyente: Sartre creó el grupo Socialismo y libertad con la firme pretensión de implicarse en la llamada resistencia interior, que tuvo un papel nada despreciable sobre todo a raíz del Desembarco de Normandía. Aquel colectivo fue poco práctico, elucubraba sobre métodos para asesinar a algunos personajes del entorno del Mariscal Petain y terminó disolviéndose. Todos preferiríamos que Sartre se hubiera parecido al gran Jean Cavailles, filósofo de enorme talento y héroe incuestionable de la Resistencia, el cual terminó siendo fusilado por los ocupantes tras combatir duramente contra ellos.

La pregunta no es si hay ambigüedades y contradicciones en la conducta de Sartre y Beauvoir durante aquellos años dramáticos en los cuales, conviene no olvidarlo, todos los invadidos reaccionaran o no – fueron víctimas de un ejército invasor al que no deseaban. Sartre hubiera podido hacer más, seguramente, pero también podría haber hecho menos. La famosa imagen de la pareja en bici por la orilla del Sena en una mañana radiante ha desatado sarcasmos, pero se me ocurre que quizá pensaron en salir a disfrutar y sonreír precisamente para evitar la depresión que, se me ocurre, era lo que los nazis deseaban ver en los rostros de los sometidos. La verdadera pregunta es más bien qué habría hecho yo en su lugar.

Sartre y Beauvoir vivieron lo que Zizek cínicamente llama “tiempos interesantes”. Yo no tengo esa desgracia, vivo tiempos razonablemente aburridos. Puedo insultar a Netanyahu o hacer chistes contra Sánchez sin correr grandes riesgos. No me considero un cobarde, aunque he actuado como tal en algunos momentos de mi vida, lo cual lamento profundamente. Lo que sé con certeza es que tampoco soy un héroe, aunque hay en mi biografía algunos momentos de una audacia que me sorprende incluso a mí.

¿Qué habrían hecho ustedes en la Francia ocupada por Hitler? Yo sigo pensando que hay razones para retornar una y otra vez a Sartre, pues en su literatura, y quizá aún más en su personaje, se hallan muchas de las respuestas que el siglo XX guarda para que acertemos a entender el presente. Y si quieren un consejo todavía mejor, lean El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Creo que es a ella a quien la historia del pensamiento terminará reconociendo como uno de los intelectuales más determinantes respecto de la condición contemporánea.



Monday, April 15, 2024

SUCCESSION. "SOMOS UNOS MIERDAS"

 


 Si digo que Succession imita la estructura de Star Wars no adelantamos mucho, vale, pero digo verdad … y sus creadores lo saben. Sucede como con La fortaleza escondida, ese inolvidable medieval de Kurosawa que imitó descaradamente Spielberg. La clave es encontrar a dos tontos muy mezquinos cuchicheando insistentemente en las esquinas, lo cual sirve para ir introduciendo al espectador en el relato. Son dos desertores para Kurosawa, dos robots para Spielberg y, para Sucession, Tom y el primo larguirucho.

A partir de esa pista es sencillo establecer paralelismos. El patriarca Logan Roy es Darth Vader, dirigiendo con mano de hierro y una caprichosa crueldad la empresa de comunicación más potente de EEUU y por tanto del planeta. No resulta difícil identificar a Luke, Han Solo, la Princesa Leia u Obi Wan. Quizá ya he dado con el Emperador y tengo que pensar más para encontrar al Maestro Yoda, aunque acepto sugerencias. En cuanto a La Fuerza… bueno, mucho me temo que la única que merece tal nombre es el dinero o, si lo prefieren, el poder, únicas energías capaces de agitar el universo de las megacorporaciones. No es otra cosa que el capitalismo globalizado y monopolista de lo que trata esta serie tan apasionante y, seguramente, tan discutible.

Puedo aburrirles buscando otras referencias como al shapeskeariano Rey Lear –al que me encuentro tan a menudo en toda suerte de historias ficticias y reales-. En términos más precisos, Sucession es, como la saga de Kevin Costner de Yellowstone, un Dallas, Dinastía o Falcon Crest adaptado a la condiciones de producción y recepción características del Siglo XXI, cuando encontramos la teleficción sometida a la lógica de las grandes plataformas y el concepto de serie de éxito se ha hecho más complejo y sofisticado. Se incrementan las líneas narrativas, entran en juego mas personajes, los guiones –y es algo que se refleja mucho en los diálogos- son producto de un ingenio “teamer” sospecho que extraordinariamente profesionalizado… Por lo demás, ya saben: lujo, belleza y un retrato desalentador de la condición humana.

Lo digo sin ambages. Si nos tomamos en serio Sucession es que ya estamos tardando en reinstalar la guillotina, pues el destino de nuestras sociedades, gobernadas desde la sombra por tipos como Logan Roy, es una destrucción asegurada. Sucession es en ese sentido uno de los telerrelatos más crueles de la historia, pues nadie, repito, nadie, puede simpatizar, más que desde el cinismo, con el hatajo de desaprensivos y miserables que pululan por la serie. Basta que alguien, por ejemplo Kendall, tenga algún momento de gallardía para que al poco nos hagan recordar lo profundamente estúpido, engreído y mezquino que es. Y así todos los demás.

Como es sabido, y como indica el nombre de la serie, lo que se nos plantea es la sucesión de Waystar Royco ante la evidencia del ocaso de Logan Roy. Pese a existir más candidatos, la línea narrativa está atravesada por la pretensión de heredar la empresa que tienen tres de los cuatro hijos de Logan, es decir, Kendall, Siobhan y Rome. (El cuarto, Connor, quiere ser Presidente de los EEUU… el pobre no parece entender que a su padre le da igual, pues ya controla con su dinero los centros del poder político, que por supuesto desprecia)

OJO, SPOILERS BRUTALES

La primera muerte de Roy se produce con el inicio de la serie. Tras un ictus el viejo queda en coma y empiezan las hostilidades entre los aspirantes. Contra todo pronóstico se recupera y, hasta la quinta y última temporada, en la que finalmente fallece, dirige el imperio Waystar con la inhumanidad de siempre, pero entre serias dudas respecto a su salud mental. La relación con los hijos es digna de un psicópata, una pelea continua cuyo objetivo es castrar su iniciativa, manipularlos y hacerles sentir que no pueden vivir sin él, por más que, como saben ellos y sabemos los espectadores, tampoco con él, pues Logan Roy es insufrible. A Ken llega a sacrificarlo como Abraham a Isaac, tratando de meterlo en la cárcel para salvar a la empresa; a Rome le da un tortazo; a Siobhan llega a agredirla sexualmente, un siniestro incidente del inicio de la serie y de la que no volvemos a oír hablar, como si hubiera quedado freudianamente invaginado en lo más recóndito de la memoria. Nada de qué extrañarse, el patriarca puede destruir o golpear a sus hijos porque su ira es la de Zeus… puede incluso cometer incesto, pues no hay normas que pongan límites al deseo de un dios.

Cuando al fin muere, la batalla final reúne a los tres hermanos porque hay un yuppi sueco milmillonario e insoportable que amenaza con hacerse con Waystar. Tras una larga pelea, repleta de momentos ridículos y pueriles protagonizados por los hermanos Roy, llega el duelo final. Después de haber acordado juntos que el sucesor es Ken, Siobhan les traiciona y el imperio pasa a manos del yuppi, desapareciendo para siempre de la órbita de los Roy.

Se ha cumplido la maldición de Lear. Con mi muerte acaba todo… y a vosotros, a vosotros os falta talento para ser como yo. Los tres hermanos se apuñalan unos a otros porque, de alguna forma, todos sospechan que no son capaces de dirigir la empresa fundada por su padre. “La verdad”, Ken, “es que eres un mierda, también Siobhan, también yo lo soy… La verdad es que somos unos mierdas”.

En la última escena y después de casi medio centenar de capítulos vemos a Ken solo y devastado sentado frente al mar. Ahora es un inútil con más dinero que nunca porque sus acciones han sido traspasadas, pero solo da lástima.




Sunday, March 03, 2024

ESCATOLOGÍAS COTIDIANAS


 
No ser Isabel Preysler ha dañado mi vida de muchas maneras. Una de ellas es que en mi casa solo hay un WC. Con los años he descubierto que esta circunstancia convierte mi vida y la de mi familia en una aventura digna de Alejandro Magno. Si a Preysler se le estropea un inodoro, le quedan otros dieciocho; si me pasa a mí, puede sobrevenir lo de esta semana, la cual –y perdonen el chiste fácil- ha sido una semana de mierda.

Grosso modo... El domingo detecto algunas pequeñas anomalías en el funcionamiento de la simpática máquina. El lunes, ante la evidencia del problema, pues cae agua a borbotones desde mi tubería, aviso a mi seguro. Me envían un “fontanero”, o eso decía ser. Tras inspeccionar el territorio, llega a la conclusión de que no sabe cuál es el problema, pero que le va a decir al seguro que es cosa de la finca, con lo que ellos no aportarán ninguna solución.
La pregunta ¿y entonces para qué cojones tienes un seguro de hogar si cuando se rompe una cañería no te lo arreglan y has de pagar tú?, es ciertamente muy oportuna. Me ha dejado huella el interfecto. Se burló de mí diciendo que “me tocaba irme a cagar al bar”. Le pedí un informe urgente y me dijo que “tranquilo, ya lo haré esta noche pero después de una cervecita”. Debió tomarse más de una, pues diez días después sigo esperando el informe de mi seguro.
No voy a entrar en muchos más detalles. El seguro de la finca determinó que el escape era de mi bajante y tuve que avisar yo a una cuba, la cual, como ya me había advertido algún vecino, entendió fácilmente que era un fuerte embozo y lo liberó en cuestión de segundos. Trescientos y pico euros que, no tengan duda, ya he reclamado a mi seguro, Caser, para más señas, a la espera de que me digan que no es cosa suya y me dé el gustazo de ponerles una denuncia que -también hace falta este chiste- se van a cagar.
Dejo mis problemas, que ya tienen ustedes bastante con los suyos. Solo se me ocurre pensar en lo lejos que queda la lírica del mundo cuando se estropea un wáter. Se te quitan las ganas de decirle a tu pareja que la amas, de escribir soflamas contra los enemigos del pueblo o de celebrar un cumpleaños. Solo piensas en ir al Corte Inglés porque suele tener los aseos limpios.
Afirma el siempre ocurrente Zizek que la relación que establecemos con nuestra mierda tiene implicaciones dignas de la antropología cultural y, acaso, también del psicoanálisis. Se podría definir una cultura nacional –dice el esloveno- a partir de la singularidad de sus inodoros.
Sabemos que desde los neandertales siempre hemos instituido formas de alejar nuestra industria excrementicia. Es más o menos lo mismo que con los cadáveres pero con menos religión y, en consecuencia, menos ritualismo. Los romanos, por ejemplo, desarrollaron una tecnología tan avanzada y compleja como la de las cloacas, y parece que todo alto gestor de la capital imperial contaba con un mapa de la distribución del subsuelo de la urbe. El Medievo no fue capaz de mantener aquello, de manera que hoy nos imaginamos a los habitantes de aquellos burgos fortificados como particularmente malolientes. ¿Estoy diciendo que un sistema de alcantarillado es sinónimo de civilización? Sí, eso digo, y también que lo distintivo de la barbarie es precisamente la ausencia de una política de desechos.
Si yo entiendo bien a Zizek, la gran ventaja de nuestro modelo es que, más que eliminar los residuos, lo que hacemos es simplemente apartarlos de nuestra vista. Nosotros solo tenemos que excretar… a partir de ese momento todo desaparece por una red de tubos que conectan con una misteriosa red de alcantarillas de las que apenas nada sabemos. Esto significa que podemos trazar una larga biografía sin tener que entablar ningún tipo de relación con nuestras deposiciones. Como con aquellos morlocks de “La máquina del tiempo”, duendes del subsuelo se ocupan de todo y nosotros nos olvidamos absolutamente de ello, de ahí que podamos preocuparnos solo de opinar sobre la amnistía a Puigdemont o hacernos selfies para instagram.
Esta es, sin embargo, una crítica que no vale para mí, perdonen la inmodestia. No es solo lo de mi wc de esta semana. Cuando ejercí de presidente de la enorme finca donde habito, tuve la oportunidad de conocer seriamente el infierno de los sótanos. Como Nexus 4, “vi cosas que no imagináis”. Pero hay algo que sí debo referirles, es una muestra de la indignidad humana, pero no la de los desechos biológicos, sino la que anida en el alma. Una empresa que vino a inspeccionar las tuberías me dijo que si influía en la comunidad de propietarios de forma que los contratáramos a ellos para cambiar las bajantes “tendrían un detalle conmigo”… Especificaron después, sin yo preguntar, la cifra en euros.
Los envié a cagar, claro. Yo no me vendo, y menos por quinientos euros.

Thursday, January 04, 2024

ADIÓS, SAVATER

 




Muchos varones, en especial aquellos que han ejercido cierto poder durante su vida, terminan convirtiéndose en una caricatura, algo así como una parodia de sí mismos. Les cuesta demasiado entender que sus alrededores ya no están dispuestos a ajustarse a la medida de sus deseos. Ese desorden del mundo, ese desarreglo en que quedan las cosas porque ya no eres tú quien las dirige... supongo que es eso lo que invita a los ancianos a matraquearnos con la jeremiada de que la civilización se encamina inexorablemente a su final.


Por si no lo han adivinado, voy a hablar de Savater. Me he resistido durante años, a pesar de que los signos de declive intelectual, por no decir de degeneración, eran más que evidentes.
Yo le quise, le quise mucho, y me equivoqué, o acaso no. Yo tenía 18 años cuando le asaltamos en Donosti para hacernos una foto con él. “¿Qué pasa, soy una atracción turística más”...“Pues no, la verdad, pero somos de la Facu de Filosofía y nos queremos hacer la foto para presumir después con las chicas de clase”...“Vale, ahora sí me habéis convencido, a mí también me gusta presumir”... y nos hicimos la foto. Guardo esa foto y ese recuerdo, pero ya no me haría otra foto con él... ni harto de vino... Y, ¿saben qué? Tampoco él se la haría conmigo.


He defendido durante años a Fernando Savater de múltiples ataques, y eso, por escandaloso que ahora les resulte, tiene una explicación. Dijo Carlos Martínez Llíria que “Savater pudo llegar a ser el Chesterton español”. No sé si da para tanto, pero nos ayudó a entendérnoslas con Nietzsche y, de propina, nos trajo a Cioran, lo que no es poca cosa. Los compañeros más sesudos y “escolares” de la Facultad, esos lo suficientemente imprudentes como para tomarse en serio la profesión filosófica, le miraban con desprecio, acusándole de “divulgador” y de agradarle en exceso la atención de los focos. A mí, la verdad, nunca me han dicho demasiado estas críticas, que huelen a ese rancio clericalismo que la grey intelectual parece que nunca se quita del todo. ¿Era Ortega algo más que un buen conversador obsesionado con la celebridad? ¿Era demasiado “mediático” Sartre? ¿Era un divulgador Umberto Eco? Se tiene el mérito que se tiene por lo que uno aporta al mundo. Y Savater ha contribuido a actualizar la filosofía en España, esto me parece difícilmente discutible.


Claro que mi admiración por Savater jamás habría llegado tan lejos de no ser por su papel en los últimos años del llamado conflicto vasco. La cuestión no es si compartes sus propuestas, sino si adviertes el inmenso coraje que hace falta para salir en los peores momentos con una docena de ciudadanos al centro de Donosti para gritar “Basta ya”. Aquella iniciativa, que se sostuvo en el tiempo, fue digna de héroes, pues heroico es el esfuerzo de quien se arriesga a ser marginado, vilipendiado e incluso asesinado por los bárbaros. Todos decimos oponernos al fascismo, pero cuando unos pocos valientes dan la cara para hacerle frente porque nos está derrotando, entonces, puesto que yo no he tenido ese valor, lo que toca es quitarse el sombrero y aplaudir.


¿Justifica aquello todo lo que ha venido después? Digamos que, durante mucho tiempo, yo podía experimentar desacuerdo e incluso cierta vergüenza por las opiniones que vertía Savater en El País. Guardé silencio por respeto. El viejo era como ese amigo que hace locuras pero le perdonas porque sabes que ha sufrido mucho. El problema es que lo de ahora no es desacuerdo ni vergüenza ajena, es asco, el asco que se le debe tener al fascismo, porque en eso se ha convertido Savater, en un fascista. O, para ser más exacto, en un falangista, es decir, eso que de pequeño le obligaron a ser. No es solo la desfachatez con la que suelta todo tipo de invectivas contra cualquiera que le moleste, es la pobreza argumental.


Estamos ante uno de esos ancianos resentidos y llenos de odio que solo saben soltar ladridos que ya ni siquiera los aludidos se toman en serio. Y cabe casi todo: Sánchez, Podemos, las feministas, el cambio climático, los nacionalistas. La lista debería incluirnos a casi todos, pues solo se es digno del respeto de don Fernando cuando no se discrepa de él. Nadie, ni tan siquiera su hijo Amador, que me parece un señor muy valioso, parece atreverse a explicarle que hace el ridículo y que ya ni sabe pensar ni es mínimamente decente como escritor. Le quise, sí, pero ahora solo es un pelmazo y un majadero, y por cierto, tediosamente previsible.


Tengo que hacerme la pregunta: ¿y si el problema no es que se haya vuelto loco a la vejez, como he supuesto durante mucho tiempo ¿Y si siempre fue el tipo odioso que ahora vemos y yo no me di cuenta a tiempo? Moriré sin ser capaz de contestar a esa pregunta. En cuanto a Savater morirá sin que yo vuelva a leerle ni a escribir sobre él.