Tuesday, October 19, 2021

SOBRE EL JUEGO DEL CALAMAR



Despierta inquietud la propagación por los patios escolares de los siniestros procedimientos de "El juego del calamar". Es razonable, pero no veo gran novedad ni motivo de escándalo: desde tiempos remotos la tele o el cine han fecundado la imaginación infantil para perpetrar barbaridades... puedo jurarlo. En cualquier caso para maltratar a los débiles, cumplimentar venganzas o sacudirle al mariquita de la clase nunca hicieron falta inspiraciones ajenas, nos bastábamos con nuestra propia barbarie. 

¿Les parece atroz lo del calamar? Bien, pero es que la televisión que yo veía de crío también estaba llena de violencia, machismo y crueldad. Se veía menos sexo, sí, pero se presentía por todas partes sin llegar a hacerse explícito porque la mojigatería reinante vigilaba escrupulosamente. No sé si nuestros chicos consumen más o menos violencia mediática, pero puedo asegurarles que no son más crueles ni mas acosadores ni mas violentos que éramos nosotros. De otro lado, no estaría mal recordar a los padres que son ellos quienes deciden qué pueden y qué no pueden ver sus vástagos en la tele o en internet. 

A grandes rasgos y por si forman parte de la minoría que aún no ha visto la serie...

Seong Gi-hun es un paria social por méritos propios. Ludópata y, a menudo, borracho y pendenciero, las deudas le están devorando. Es un milagro que su madre le deje aún vivir en su casa o su ex-mujer todavía le permita ver a su hija, con la que Seong actúa como el más incompetente de los padres. En plena desesperación, topa con un caballero que representa a una misteriosa firma que organiza juegos con grandes premios en metálico. La pesadilla empieza en ese momento. Seong entra junto a varios centenares de desdichados como él en un escenario infernal de juegos con apariencia infantil donde perder supone la muerte. 

Asistimos desde entonces a una sucesión de competiciones, cada una de las cuales es más siniestra que la anterior. El chirriante colorido de las estancias, similar al de una simpática guardería, y el tono falsamente afable de la voz en off que se dirige a los participantes, es lo único que nos aleja de Auschwitz. La muerte es igualmente calculada, el terror de ser el siguiente se convierte en parte esencial de la lógica en que se instalan los "jugadores". La crueldad no encuentra límites, la vida pasa a no valer nada o, en todo caso, a valer la entrada que unos cuantos desalmados pagan por contemplar el espectáculo. Se me ocurre que al menos los nazis tenían algún motivo contra los judíos. En el Calamar no mueres porque nadie tenga nada contra ti, eres tan solo una pieza cuyo destino es ser "eliminada" como parte de una diversión macabra. 

Los jugadores no son obligados a participar, deciden voluntariamente seguir en la isla porque, pese a que solo uno de entre varios cientos habrá de sobrevivir, la codicia de obtener la gigantesca bolsa de millones reservada al ganador les empuja a resistir. El mismo Seong, perfectamente consciente de la locura en la que han ingresado, decide resistir porque encuentra en la isla la única posibilidad que vislumbra de abandonar el pozo de fracaso y ruindad al que se ha abocado su vida. 
 

No les cuento más. Les recomiendo el visionado de la serie desde una contradicción: no me gusta El juego del calamar. Creo que es un producto astuto, es decir, efectista y destinado a no dejar una huella demasiado profunda... Está muy lejos de lo que considero una teleserie importante y peligrosamente cerca de otras tan tramposas como La casa de papel, a la que recuerda en algunos aspectos. Brilla en su poder adictivo e incluso consigue algunos personajes luminosos, pero poco más. 

Y pese a todo... Verán, llevo días preguntándome si no hay algo de verdad en lo que imagina el guionista de esta serie. Ya nos hemos acostumbrado a la pornografía emocional del reality, donde los protagonistas se pelean, follan y odian "de verdad", como nos enseñó Gran Hermano, en un camino que después se ha hecho sistémico en la televisión del siglo XXI. ¿Por qué no llevar hasta sus últimos extremos la lógica del reality, convirtiendo el terror y los asesinatos en la parte esencial del espectáculo? Como explica Byung Chul Han -por cierto filósofo de origen coreano- el capitalismo contemporáneo tiene la misión de "extenuarnos". Convencidos de que somos responsables de nuestra mediocridad y nuestro fracaso, nos auto-obligamos, como los jugadores del calamar, a obedecer sin rechistar hasta morir por agotamiento y ansiedad. En la serie te pegan un tiro en la cabeza cuando pierdes. No es una pequeña diferencia, pero acaso el paisaje de la precariedad hacia el que nos encaminamos tiene algo que ver con el de la dichosa isla. 

Creo que harán bien viendo la serie. Pero sin niños, of course.  

Thursday, October 14, 2021

FIERAS CORRUPIAS






No es probable que la posteridad otorgue su gloria a Fernando Sánchez-Dragó por la valía de su ingente obra literaria, pero hay que reconocer que sus programas televisivos nos brindaron algunos episodios impagables. Muchos de ustedes recuerdan la borrachera de Arrabal, seguro que sí. Pero, ya ven, a mí me mola más aquel en el cual Manuel García Viñó lidió violentamente con Vicente Molina-Foix, concluyendo la contienda fuera de cámara con un bofetón de aquél a éste.

Viñó ya murió hace tiempo y ni siquiera el libelo que él dirigía, “La fiera literaria”, continúa publicándose. En cuanto a Molina-Foix, ha comentado en alguna ocasión que aquel fue un episodio penoso y que no es buena cosa que a menudo, cuando se habla de él, se le recuerde por este trance y no por sus textos.

Miren el video, tiene su enjundia. Un anciano con signos evidentes de enfermedad mental escarnece sin motivo aparente al contertulio… Le grita, le insulta, trata de convencerle de que es un mal escritor y, lo más llamativo, dice que puede “demostrarlo”. Lo de acabar con una hostia es casi lo de menos: si se pudiera matar con las palabras, Molina-Foix no habría sobrevivido al “coloquio”. Tuvo razón el escritor en su respuesta: García Viñó se comportó como lo que probablemente era, un fascista. El motivo fundamental por el que sospecho que Dragó le convocó es que tanto en La fiera como en diarios muy de derechas se dedicaba a defenestrar insistentemente a los novelistas más celebrados del país.

A quienes conocían La fiera literaria no debieron sorprenderles tales maneras. El objetivo principal de esta publicación era demostrar que Javier Marías era el peor escritor de la historia. Desataban también largas secuencias de insultos y desafíos a Elvira Lindo, Antonio Muñoz-Molina, Almudena Grandes o Juan José Millàs. No me olvido de Arturo Pérez Reverte, otra de sus fobias declaradas. Claro que don Manuel no se limitaba a los escritores en nómina de Prisa: también cargaba sin piedad contra el star system de otros gigantes editoriales, de ahí sus feroces diatribas contra Eduardo Mendoza o Carlos Ruiz-Zafón. Las malas lenguas interpretan que la final caída en desgracia de Viñó tiene que ver con que molestó a ciertos prebostes del mundillo mediático, y no me refiero a Prisa.




A través de Wikipedia he sabido que el tal Viñó fue también un prolífico literato, con largas incursiones en materias dispares como la poesía, la novela o el ensayo. Solo los títulos de sus obras ya prometen un aburrimiento sin fin, pero creo que no emplearé mis próximos años de vida en comprobarlo. Mi conclusión es imaginable: un escritor fracasado que se hace célebre insultando a colegas con éxito es, por encima de todo, un envidioso.

Su mayor invención como crítico es, por lo visto, la” lectura acompasada”, que consiste en copiar fragmentos de escritores muy leídos para demostrar que hacen un uso incorrecto del castellano. Así se entiende lo que en el video -pueden comprobarlo ustedes- le dijo en un tono muy aseverativo a Molina-Foix: “puedo demostrar que usted es un mal escritor”.

Bien. He consultado algunos de esos pasajes en La Fiera. A veces son hasta divertidos. Y no es que no tenga razón ocasionalmente: supongo que a veces Javier Marías cae en ciertos usos lingüísticos discutibles. El problema es que si yo no adoro al autor de “Berta Isla” no es porque Viñó y otros fanáticos del rigor académico me hayan “demostrado” que es un mal escritor... El problema es más bien que nunca consigo entusiasmarme con sus tramas, con sus personajes, con su sentido estético, con su ámbito de preocupaciones, con su visión del mundo… Marías me deja frío, más o menos igual que algunos de los autores a los que odiaba Viñó. Sin embargo, discrepo radicalmente en otras fobias, por ejemplo la que toma como diana a Eduardo Mendoza, quien a mi entender alcanza cimas literarias con novelas como “La verdad sobre el caso Savolta” o “La ciudad de los prodigios”. Podría hablar de los demás citados, de mis impresiones respecto a cada uno de ellos, pero yo, al contrario que el señor Viñó, no me considero un experto literario.

Desconfío de la posibilidad de “demostrar” que X o Y son malos escritores. Yo he oído aseverar de forma concluyente que Hemingway es un escritor nefasto, pero, qué quieren, a mí me encantan “Por quién doblan las campanas” o “El viejo y el mar”. He leído incluso críticas hacia el manejo del castellano supuestamente descuidado de Cervantes en el Quijote, pero a mí don Miguel consigue cautivarme en cada página.
















¿Algo más? Sí, ha de haber algo más. De lo contrario no tendría sentido referirse a un personaje y una publicación cuya difusión solo es explicable por el morbo de ver cómo se insulta a celebridades y, sobre todo, por esa obsesión por desacreditar al Grupo Prisa que la derecha española arrastra desde hace más de treinta años. A mí la causticidad de un viejo resentido puede no decirme gran cosa. Pero, verán, con independencia de si nos gusta más o menos Javier Marías, la cuestión es si realmente hay algo de verdad en la opinión central de Viñó, según el cual el mercado literario ha convertido la novelística española de los últimos cincuenta o sesenta años -se dice pronto- en una absoluta impostura. De entrada no creo que sea malo que haya un mercado literario, me parece inevitable. ¿Legiones de autores injustamente postergados? Seguro que sí, aunque si leen la singular la lista que hizo La fiera de las mejores novelas españolas del siglo XX, igual les pasa como a mí, que me invita a pensar que en el mundo hay mucho flipao y mucho imbécil empeñado en parecer original y profundo.

… Y aun así, la pregunta tiene sentido: ¿cuanto de impostura hay en lo que con gran esfuerzo inversor promocionan Planeta o Prisa? A los espabilaos de La Fiera les pone enfermos Marías. A mí me parece un bluff Ruiz Zafón. (A Marías les parecemos imbéciles todos, dicho sea de paso). No sé, una vez me dijo un músico que los Rolling Stones eran unos “músicos mediocres”.  Pues será así, pero a mí, que no sé ni solfeo, me parecen geniales. Lo que intento decir es que la celebridad, dentro y fuera de la literatura, es siempre sospechosa o, como dijo Rilke, “una suma de malentendidos”. Y sí, la industria literaria nos ha dado a truhanes como Fabio Coelho o Pío Moa. Pero también nos ha dado a Luis Landero, no lo olvidemos.

Friday, October 08, 2021

PAGAR IMPUESTOS

 


No debería hacer falta explicar a la gente por qué pagamos impuestos. Entiendo que, de entrada, la palabra nos ponga a todos a la defensiva. “Imponer” implica coaccionar, tomar algo a la fuerza que no se concedería de buen grado. Esta precisión semántica invita a pensar en la famosa definición de estado como “aquel al que se atribuye el monopolio de la fuerza”, que debemos al imprescindible Max Weber. Existen sin embargo sinónimos que no arrastran las mismas connotaciones, como “tributar”, o el medieval “diezmo”. En uno u otro caso, entendemos que hay una administración que recauda en capital o especies de sus súbditos, y que es perfectamente humano desear que al jinete uniformado y su séquito se les olvide este año pasar por nuestra hacienda y llevarse una parte, que siempre nos parece excesiva, del grano que hemos obtenido agachando el lomo como mulas de carga.

Ahora bien, desde que el mundo es mundo, o mejor dicho, desde que existe la civilización, siempre ha hecho falta sufragar una administración. Con el tesoro público resultante se financian cosas tan buenas como la construcción de caminos, escuelas y torres de vigilancia, o tan malas como mazmorras, cañones o patíbulos. Supongo que un anarquista profundo recordará aquello de “no le deseo un estado a nadie” y contestará que las grandes estructuras burocráticas se crearon no para liberar a los ciudadanos sino más bien para garantizar su esclavitud. Sugerente principio, pero hay un pequeño problema: sin instituciones no podríamos vivir, y, como dice Tony Judt, “de momento no hemos inventado nada mejor que los estados”.

Hablando del monopolio de la fuerza y de las atribuciones de la res pública, recuerdo de la universidad a un radical que afirmaba de forma concluyente la necesidad de acabar con el ejército. Yo simpatizaba con su convicción pacifista, pero cuando una anciana le preguntó lo típico en estos casos -“y si no hay soldados, ¿qué hacemos si nos invade el Rey de Marruecos?-, yo no terminé de ver clara su respuesta, aunque me eché unas risas:

“Pues que entren las tropas de Hassan II... a mí me la sopla”

 




Supongo que ven por donde voy. No me gustan demasiado las fuerzas armadas, de hecho hice en su momento lo que pude por librarme de la mili, pero lo que no soy es gilipollas. Hablando de radicales, también recuerdo el caso de un pequeño terrateniente para el que trabajé en una ocasión, y al cual yo definiría como un “anarquista reaccionario”. Era un activo defraudador fiscal. Decía que si venían “los moros, yo los espero en mi casa con la escopeta cargada”. Alguien podría pensar que si todos actuáramos así no harían falta ejércitos, pero yo más bien creo que harían falta legiones armadas hasta los dientes para evitar que nos matáramos unos a otros.

 

Siento haberme hecho mayor y, por consiguiente, escéptico en relación a ciertos excesos pueriles del radicalismo. Pero, verán, a menudo me malicio que a los amos del mundo les encanta oír que lo público no funciona y que el Estado nos oprime, pues lo que desean es justamente eso, debilitar hasta sus últimos extremos su poder garante de la justicia y el derecho para que triunfe de una vez por todas y sin trabas la ley del más fuerte.

A ver. El País, al que por primera vez en mucho tiempo estoy dispuesto a elogiar, ha sacado a luz una trama de empresas off shore en paraísos fiscales que, lejos del caso puntual, parecen corresponder a un problema sistémico. No voy a explicar qué es un paraíso fiscal ni cuáles son las monstruosas dimensiones del fraude que propician, pero tengo claro desde hace mucho que constituyen uno de los grandes cánceres de la comunidad planetaria y que deben ser perseguidos porque ocasionan desigualdad, injusticia, violencia terrorista, criminalidad… ¿No hablaba Bush jr, de “El eje del Mal”? Pues ahí lo tienes, majadero, por ejemplo en unas islitas a unas pocas millas de tus costas.

Un neoliberal me dijo que lo que hay que hacer con los paraísos fiscales es “competir con ellos”. Supongo que el odioso dumping fiscal que con respecto a otras comunidades españolas ejerce actualmente Madrid debe parecerle estupendo. Lo que a mí me parece es que a los tramposos hay que sancionarlos, pues jugar dopado es jugar sucio. El problema no es solo nacional, obviamente. A lo mejor soy un racista, pero no creo que haya en el mundo un país más odioso que Suiza, aunque en el pack podríamos meter a otros, y no solo a los ya reconocidos como Luxemburgo, Mónaco o Liechtenstein, que parecen haber sido creados para que los amos del viejo continente custodien sus tesoros de la supuesta codicia de los burócratas.

Las autojustificaciones son conocidas. Enumero, algunas son muy divertidas.

 

1.     Mis impuestos sufragan a funcionarios vagos y políticos corruptos.

2.     Todo lo que se gestiona desde la administración pública y no desde las leyes del mercado es ineficaz.

3.     No es ilegal buscar salidas menos gravosas para mis bienes.

Podríamos seguir. Hasta llegar a declarar que la fiscalidad es un robo y que viviríamos mejor sin impuestos no va demasiado trecho. A mí, que soy malicioso, todos estos mantras de los think tanks liberales me huelen un poco a chamusquina. Yo también me desgravo mis cosillas, e incluso he llegado a acceder a los deseos del fontanero que me arregló el wc y me dijo que no me haría recibo. No soy un santo. Pero la realidad es que pago unos impuestos bestiales al consumo, a través de las facturas de agua o luz y, por supuesto, a través del IRPF, que me resta un tanto por cien altísimo de mi sueldo bruto. Me ponen enfermo la corrupción y las puertas giratorias, pero sospecho que quienes más hacen por untar a los políticos o meterlos en sus consejos consultivos cuando salen de los partidos son precisamente los amos financieros del país.

Si por ellos fuera, el papel del estado no sería otro que el de hacer de policía vigilante de sus negocios y sus propiedades. Por fortuna no estamos en el Antiguo Egipto, no pagamos impuestos para construirle mausoleos a cuatro magnates. Hay Estado porque necesitamos hospitales, carreteras, escuelas, policía… existen las instituciones porque si lo dejáramos todo en manos de los “emprendedores”, los usureros, el Ibex y demás próceres del mal llamado “mercado libre”, entonces viviríamos en un mundo hobbesiano, una especie de selva donde toda sombra de justicia se asfixiaría bajo los gruñidos de los depredadores.