Thursday, March 25, 2021

EN PODER DE MEDIASET (I)


Hizo fortuna hace décadas aquella afirmación tan enigmática de Marshall MacLuhan: "el medio es el mensaje". No creo que hayamos extraído las consecuencias pertinentes. La visión ingenua entiende que lo que se muestra como relato, imagen o discurso, tiene valor en términos absolutos y por sí mismo, es decir, con independencia del medio que lo reproduce. Así, se juzga la "calidad" del medio en función de la fidelidad de reproducción y, en todo caso, del alcance más o menos multitudinario que consigue. La cortedad de miras de este enfoque se advierte con facilidad cuando comparamos un retablo medieval, que sin duda contiene un mensaje, con el speech de un supuesto sacerdote a través de un canal de televisión de una región de México. Podemos creer que el mensaje es el mismo, por ejemplo, la amenaza de horrorosos tormentos por nuestros pecados, pero mucho me temo que quien afirma tal cosa no entiende en absoluto cómo funciona esto de la cultura y la comunicación.


Aparece una señora llamada Rocío Carrasco en lo que el canal presenta, en prime time y con una garantizada audiencia masiva, como un "documental". El primer matiz es casi obvio: se trata de una "exclusiva" -así las llaman- de las que abundan en la prensa del corazón. Que suene un piano triste de fondo, que la escenificación esté escrupulosamente estudiada o que se intercalen imágenes para acompañar los momentos más emotivos de la protagonista no convierte el producto en un documental... Es, insisto, una exclusiva en la que una famosa relata circunstancias de su vida, más en concreto relacionadas con una dura experiencia biográfica relacionada con su ex-marido y sus dos hijos.



Podríamos desoír la advertencia macluhiana y eludir el factor mediático. A fin de cuentas es una señora que nos relata su vida. Podría ser una desconocida, o podría ser un reportaje de un semanario serio sobre la pesadilla del maltrato que viven muchas mujeres españolas. Es entonces legítimo posicionarse sin más. Yo he visto la entrevista. Parece difícil escapar a la evidencia de que quien relata entre sollozos su tragedia está diciendo la verdad. La frase "Yo sí te creo", muy difundida desde el movimiento feminista, adquiere entonces toda su relevancia. Rocío no ha podido demostrar, no al menos en la opinión de los jueces que hasta ahora han tramitado sus denuncias, que su ex-marido la ha maltratado de forma sistemática, hasta el punto de destruirla psicológicamente de forma completamente premeditada. Y, sin embargo, hay que alcanzar grandes dosis de cinismo y me atrevería a decir que de insolidaridad para pensar que está fingiendo su condición de víctima. No debe entonces sorprender que diferentes líderes de la política se hayan manifestado ya en su favor o que la emisora haya despedido de forma fulminante al padre de los hijos de Rocío Carrasco, quien llevaba algunos meses trabajando como colaborador en la cadena.    
 


Ahora vienen los matices. No se trata de disculpar al agresor ni de cuestionar el testimonio de la víctima. De hecho, si les dijera lo que pienso de lo que se relata les llamaría la atención mi contundencia, pero lo que yo opine no importa. Como tampoco es relevante la opinión de las hienas que han insultado a Rocío desde Telecinco durante años o los energúmenos que le gritan por la calle acusándola de ser una mala madre. Lo que sí es relevante es el sufrimiento atroz que esa mujer ha pasado precisamente por lo que se le ha hecho y por la consecuencia que ha tenido respecto a la relación con sus hijos. En cualquier caso, no es ahí a donde quiero ir a parar. 



Explicaba el articulista de Público y habitual personaje televisivo, Quique Peinado, que pese a su profunda desconfianza hacia la calidad ética de Telecinco, prefiere que una famosa cuente al país su tragedia porque eso puede beneficiar a la causa de la persecución de los maltratadores. Quizá tenga razón, pero sigo pensando que hay que agarrar el asunto con papel de fumar. 


El "documental" de R.Carrasco no responde a una iniciativa de la propia Rociíto, es un operativo desplegado por la cadena de Vasile a la que la ella ha accedido, entre otras cosas porque las recientes apariciones en programas de la cadena de su ex-marido y de su hija desencadenaron en Rocío un intento de suicidio. No cuestiono que intente proteger su honor ante las insidias de que ha sido objeto. Pero, verán. Recientemente, la celebridad que históricamente más se ha denostado en la telebasura omnipresente en la cadena, Isabel Pantoja, fue convencida para participar en un reality de la propia Telecinco. Vasile ganó mucho dinero y también Pantoja. Casualmente, no mucho tiempo después, el hijo de Pantoja ha llenado horas de Telecinco a costa de poner a parir a su madre. Últimamente se ha dado un caso similar. Antonio David Flores fue contratado por la cadena y ha aparecido a menudo, así como su hija, que por lo visto ha roto con su madre y defiende activamente la posición de su padre. Ahora llega el docudrama y Flores es expulsado de la cadena. Quizá solo sean coincidencias, pero a mí me parece que Vasile y Jorge Javier Vázquez son dos inteligencias al servicio del mal, o si lo prefieren, del bussiness. 


EN PODER DE MEDIASET (Y II)

 


No sé si conocen una película llamada "Rompenieves". Coreana, de 1911, distópica... Está considerada como peli de culto, de ahí que la hayan convertido en serie para Netflix. No es una obra maestra, pero como propuesta narrativa y visual contiene incuestionables hallazgos. Resulta que una tecnología desplegada para frenar el cambio climático ha provocado, por error, una glaciación sobre el planeta. Un millonario, previendo tal posibilidad, construyó a tiempo un tren cuyo secreto es que, mientras esté en movimiento, produce la energía que necesita para sobrevivir durante un tiempo indefinido. Dado que la vida alrededor ha desaparecido, engullida por los hielos, el tren ha construido todo un ecosistema social donde viven explotadores y explotados, pensando que no hay ya otro refugio donde ir. 


Telecinco, como Rompenieves, se retroalimenta... Recordando a Baudrillard, es una "máquina soltera". Se diría -y vuelvo a MacLuhan- que un medio de comunicación transmite la realidad exterior a él. Pero la realidad es creada por Telecinco, luego no hay un exterior, solo la ilusión del espectador de que la cadena le está poniendo en contacto con ello. 



Cuando surgió hace tres décadas, Telecinco sacaba a mozas que bailaban enseñándonos las tetas, abusaba ferozmente de la publicidad y nos ofrecía programas festivos que nos hacían sentir que siempre estábamos en Nochevieja. Luego encontraron la gallina de los huevos de oro con el reality show y los programas del corazón: costes mínimos, máximo rendimiento. Pero a estos últimos les cambiaron el formato, los lanzaron, por así decirlo, hacia la posmodernidad. Ya no nos mostraban las mansiones y las bodas de la aristocracia, a cuyo buen gusto aspira la clase media, como siempre ha hecho el Hola. En su lugar contrataban a famosillos fabricados in vitro por la propia cadena para divertir a la gente haciendo que una banda de hienas los escarnecieran. 


Todo se iluminó el día que llegó Jorge Javier Vázquez, todo un talento al servicio del mal. Vázquez reinventó la televisión. Interminables horas de emisión diaria en la que vemos a menudo a los cámaras y el realizador. Ya no hay nada que simular, le televisión está definitivamente en tu casa; no es una representación, somos la realidad desarrollándose ante tus propios ojos. Ya no hacían falta los invitados, ellos mismos se convirtieron en las estrellas. Y así lloran, se pelean, se critican, se reconcilian, enferman, comen, gritan, insultan... Estamos esperando que algún tertuliano tenga el buen gusto de morir ante las cámaras. Entonces veremos a Jorge Javier haciéndole los primeros auxilios, los demás invitados llorarán, alguna tendrá un ataque de nervios, después habrá un debate en que acusarán  a alguno por no haberse condolido lo suficiente. Belén Esteban, epítome de la vulgaridad, actuará a la altura de su exigencia en tanto que "Princesa del pueblo" y pataleará en las exequias del finado, que se nos transmitirán en directo, of course. Ni Alfred Jarry, autor de Ubú, se hubiera imaginado un reino patafísico tan grotesco como el que Vázquez nos regala cada tarde. 


Telecinco ha creado la tragedia de la que ahora viene a salvar a Rociito. Durante años le dio cancha a su ex-marido, y sus compañeros de plató sometían a público proceso inquisitorial los comportamientos de supuesta mala madre de Rocío Carrasco, quien por cierto es famosa solo por serlo, es decir, jamás ha tenido más mérito que el de ser hija de una popular tonadillera. Rocío ha sido insultada a menudo por la calle, lo que le ha generado una fobia social que le ha convertido en carne de psiquiatra y ansiolíticos. Con mucho dinero Mediaset ha conseguido "recuperar" a Rocío para la causa, emitiendo un "documental" donde nos exhibe todas sus cicatrices sin guardarse nada. En otras palabras: la cadena crea el tóxico y la cadena aparece después con el antídoto para salvarnos de su propio veneno. Ahora despiden a Antonio David Flores, lo cual forma parte del operativo de blanqueamiento de la propia inmoralidad de Telecinco. Ellos siempre ganan, y ganan lo único que les importa, audiencia, es decir, dinero, dinero a espuertas. 



En los últimos años se advierten en el reino de Jorge Javier  movimientos orientados a la política. Es el paso que Hola y similares jamás se atrevieron a dar, supongo que porque siempre entendieron el consejo del General Franco: "Haga como yo, no se meta en política". Nadie obligó a Pedro Sánchez a entrar en antena con Jorge Javier, quien se lo ha agradecido mostrando apoyo a su gobierno en imponentes debates ideológicos con Belén Esteban, que se manifiesta más cercana a la derecha. Aparece Rocío Carrasco en su docudrama y algunas damas de la alta política, preferentemente de izquierdas, reivindican su condición de maltratada. Mientras, los medios de la derecha como La Razón atacan a Rocío y a Telecinco, y el inefable Federico acusa a la cadena de estar haciéndole la campaña a Podemos en Madrid. 


Insisto, el medio es el mensaje. Telecinco ha patentado un lenguaje al cual traduce toda la realidad. Ya no necesita actrices ni cantantes con glamour. La política misma es reducida a lo visceral. Todo es banal, todo son bajas pasiones, todo es un espectáculo nauseabundo donde cabe cualquier cosa. Antes eran tetas y Mamachichos, después fueron polvos bajo el edredón en Gran Hermano, y ahora son cosas tan serias como los maltratos. ¿Cuándo llevarán a Pedro Sánchez a hacer de tertuliano con Kiko, Mila, Belén y Jorge Javier?



Vale todo. Sin escrúpulos. No hace falta esperar a que el mundo exterior nos salpique de sangre, es más cómodo fabricarlo a medida dentro de la propia cadena, que consigue escampar su aire fétido por todas partes para que lo respiremos. 


Criaturas de Telecinco, pronto Sálvame será decisivo para decidir victorias electorales. Entre tanto, ingenuos como yo dan clases de Ética a adolescentes. No me extraña que la Ministra Celaá vaya a cargarse tan inútil materia. 



Wednesday, March 17, 2021

COMUNISTAS


La disyuntiva entre "comunismo o libertad", tan dramáticamente apuntada por la candidata del PP a la Comunidad de Madrid, ha producido un escrache en mi memoria. De entrada me ha hecho recordar el nombre de aquella corriente, literariamente sustanciada en una revista mítica, "Socialismo o barbarie", desde la que algunos de los grandes de la intelectualidad francesa vislumbraron la necesidad de alejarse del embrujo estalinista. 


Tiene otro eco más divertido. Quizá recuerden aquella portada genial del dibujante Ramón en "Hermano Lobo" -hará más de cuarenta años de antigüedad-, en la cual un líder político con pinta de superviviente del franquismo espeta al pueblo aquello de "Nosotros o el caos", a lo que éste contesta con idéntica inflamación pasional: "¡El caos! ¡El caos!".


Ayuso ha venido al mundo a divertirnos, cosa que le agradezco. No me sorprende que unas horas después del tremendo eslogan, "socialismo o libertad", algún adlátere le aconsejara sustituir lo de socialismo por comunismo, que suena más a gente peligrosa y de mala vida. Debió resultarle fastidioso, pues el PSOE y, más ahora en la Era Sánchez, es una organización de marxistas tan irredentos como los podemitas, como a gritos nos recuerda el almuecín Federico todos las mañanas. 


Se me ocurre una pregunta para alumnos de la ESO: ¿diferenciamos ambos conceptos? Por más que se empeñaran en diferenciarlos hace décadas algunos pelmas expertos en dogma marxista como Marta Harnecker, yo creo que en la tradición revolucionaria asociada al movimiento obrero siempre se sirvió de ambos conceptos como si fueran intercambiables, empezando por Karl Marx. Ha sido la tradición parlamentaria de nuestra era la que ha atribuido el apelativo de "comunista" a la izquierda que pretende romper con el sistema capitalista. Queda entonces lo de "socialistas" para quienes pretenden salvar el estado social desde un reformismo capaz de contrapesar el capitalismo sin destruirlo. 



Sospecho que la gente que aconseja a Ayuso -ella no creo que llegue a tanto, básicamente porque es tonta- se maneja dentro de este contexto semántico para apuntar que, si bien Sánchez y el PS aceptan vocacionalmente la lógica del Sistema, la coalición con Unidos Podemos, básicamente formado por los rescoldos aún humeantes del PCE y por un grupo de universitarios chavistas, está escorando España hacia las simas del bolchevismo. Se diría que Sánchez aún no ha entendido que el horizonte de todo leninista es deshacerse en cuanto puedan de sus acompañantes mencheviques. Vamos, que el momento en que les toque a las hordas de Pablo Iglesias "conquistar los cielos" será el inmediatamente posterior a ese en que habrán pasado a cuchillo a los moderados como Sánchez. 


Bien, ya me he reído un rato, dejo de decir gansadas. Se me ocurren al hilo de los últimos acontecimientos de Celtiberia Show unas cuantas reflexiones. 


La primera tiene que ver con el citado líder -o ex líder- de Podemos y ex-vicepresidente del Gobierno. Más allá de sus estrategias de partido, que tiene tanto derecho a sostener como las demás formaciones, hay algunas preguntas que yo dirigiría a quienes hace años se entregaron a una cruzada para convencernos de que el señor de la coleta es la bicha. Dijeron a los del 15M que abandonaran la calle y formaran un partido y llevaran sus propuestas a la lógica parlamentaria... lo hicieron, por eso surgió Podemos. Dijeron a Iglesias que abandonara la comodidad del extremista y que tomara la responsabilidad de gobernar y dejara de ponerse al lado de la derecha a la hora de impedir al PSOE gobernar -con Ciudadanos-... Ya están gobernando, y no tengo la impresión de que sus iniciativas hasta el momento hayan sido descabelladas. Tras la entrevista con Évole y tras confirmar respecto a las élites españolas lo que siempre dijo antes de ser ministro, le pidieron que fuera coherente y abandonara el Gobierno... y ya lo ha hecho. Se le dijo que era un ególatra, que se aferraría al poder como una garrapata, que estaba enfermo de ego... y ya ni es vicepresidente ni líder de Podemos. Y todo ello por decisión propia, joder con la bicha. 


Claro, ahora concurre a las elecciones madrileñas. Desde El País, los esbirros de Cebrián ya se han apresurado a buscarle las vueltas a la operación. Si hubiera optado por construir un bunker bajo el chalet de Somosaguas y se hubiera ocultado dentro para desaparecer del mundo le habrían llamado cobarde e irresponsable; si se quemara a lo bonzo dirían que esa es la confirmación de su enfermiza megalomanía. Me recuerda a ese chiste -o quizá no lo fuera- sobre un nazi obsesionado con la conspiración sionista y con la determinación de los judíos a destruir el mundo. Alguien le dice, "pues ya ve, a mí me suelen parecer amables y simpáticos". La respuesta del nazi es la del perfecto paranoico: "Así es, esa es precisamente la mejor prueba de la perversidad de sus planes".



No es descartable que la espantada del Vice le deba algo al acoso feroz e incansable sobre la vida personal del político y su familia. No conviene decirlo demasiado, pues el éxito de la empresa puede dar alas al fascismo, cuyo marca distintiva siempre es la violencia. Pero me llama la atención que un hecho tan inaudito, sobre todo por lo insistente, como ha sido el del acoso a la casa de Iglesias y Montero haya recibido tan pocas muestras de solidaridad sobre nada menos que un vicepresidente del Gobierno por parte de sus colegas parlamentarios o por la prensa en general. Yo no sé cómo habrían actuado ustedes, pero yo no estoy hecho de mármol; si tuviera tres niños me pasaría por la cabeza largarme de la política, o por lo menos del Gobierno. 


Verán, no soy comunista. Desconozco si lo es Iglesias, y en el fondo no me importa demasiado. Si ser comunista significa sentirse cercano al estalinismo o al chavismo, pues miren, no. Claro que también puede significar lo que dice Zizek: entender que el único objeto del debate y la acción política es "lo común", es decir, aquello que nos une y que nos permite elegir cómo construir una sociedad decente y habitable. Si Iglesias es comunista en ese sentido, creo que podemos entendernos. 


En cualquier caso, mucho me temo que si Iglesias lleva dentro un íncubo de Lenin, lo va a tener que guardar muy adentro, dicho sea para tranquilidad de los reaccionarios que se felicitan por verlo fuera del Gobierno pero ahora temen que termine pillando cacho en la Comunidad de Madrid. Nadie cree ya en la dictadura del proletariado ni piensa en nacionalizar la banca ni nada por el estilo. Lo que el sector de UP en el Gobierno viene planteando son medidas que en tiempos del New Deal apoyaban incluso conservadores como Roosevelt. ¿Un ejemplo? Aumentar la presión fiscal sobre las grandes rentas. 


Es posible que Iglesias, como le dijo a Évole, no haya hecho sino comprobar desde dentro la actual impotencia de los canales políticos, cosa que en realidad ya sabía. Quizá después de todo no sea más que un farsante que nunca ha deseado otra cosa que notoriedad y dinero. Quizá siempre lo tuvo todo planeado -los leninistas son así- y nos ha estado mareando todo el tiempo. 


... Pero, se me ocurre, ¿de verdad creemos que es éste el gran problema de este país? Pablo ya no será presidente ni, probablemente, lleguemos a verlo más en un gobierno. Quizá termine volviendo a las entrevistas de "La Tuerka" y dedique las tardes a leer a Rosa Luxemburgo y a cuidar a sus niños. 



No soy pesimista porque Iglesias haya dimitido. Lo soy porque cada vez estoy más convencido de que la alta política no es más que un trampantojo hacia el que enfocamos embobados la mirada, ignorando que el verdadero juego está en otros sitios hacia los que no miramos. No me confundan con conspiranoicos ni chorradas similares. Lo que intento decir, y es la conclusión de este escrito, es que si por una de esas Iglesias no era un farsante y sí pretendía llegar al Gobierno para tomar medidas en contra del verdadero cáncer de nuestra sociedad, la desigualdad, entonces su desaparición es síntoma de que seguir esperando algo de los políticos es de cándidos.   

 

Tuesday, March 09, 2021

ISABEL SAN SEBASTIÁN, PERIODISTA



Una mañana llegué a pensar que en Isabel San Sebastián había un poso de bondad y sensatez. En una tertulia de ladradores de algún canal para franquistas, una alimaña a la que prefiero no nombrar fue pillado off the record insinuando toda suerte de cochinadas sobre la sexualidad de las adolescentes. La pestilente toxicidad del estudio se incrementó gracias al ínclito Alfonso Ussía, que le reía las gracias al contertulio. San Sebastián aludió a su propia hija, a la que "espero  mantener alejada de enfermos como vosotros". En mi opinión fue insuficientemente enérgica en sus recriminaciones, pero al menos fue la nota discordante ante aquel lodazal odioso, y eso la honra porque no debió ser fácil. Creí que a San Sebastián le faltaba poco, no digo para volverse una seguidora de Judit Butler, pero, demonio, al menos sí para construir un discurso razonable sobre la causa de la igualdad entre los sexos. 


Su intervención de las últimas horas sobre la ministra Irene Montero me ha dejado estupefacto... No voy a analizarla ni a ponerle adjetivos. Me limito a adjuntarla para que juzguen ustedes. 



Verán. Yo no soy feminista. Me produce apuro declararme como tal porque soy un varón, lo cual no es óbice para entregar todo mi afecto a pensadoras que me han iluminado tanto como Hannah Arendt o Simone de Beauvoir. Siento un enorme respeto por la historia del movimiento de liberación de la mujer e identifico la feminista como una tradición intelectual seria y fecunda. 


No soy ni siquiera "hembrista". Una amiga lesbiana me dijo hace muchos años que creía que "las mujeres somos más guais que los hombres". Yo le contesté que le pasaba como a mí, que las mujeres me gustan más, pero "lo de que  más seáis más guais... pues, mira, eso no, lo siento". Conozco la suficiente cantidad de mujeres hipócritas, tóxicas, amorales, crueles, codiciosas o corruptas como para sentir algún complejo de inferioridad por tener pene, cosa que por cierto yo no he elegido y de la que no pienso desprenderme, más que nada porque dicen que duele un montón. En cualquier caso, y como dijo Wilder, "nadie es perfecto". 


Ya que empiezo a ponerme un poquitín mezquino, voy a seguir tirando del hilo de la sinceridad y expondré dos razones egoístas a favor de la celebración del ocho de marzo y, en general, del movimiento feminista. No es por ustedes, amigas, es por mí.



La primera es que gracias a ustedes, señoras, la derecha no prospera tanto como le gustaría. Fueron mujeres las primeras en movilizarse en los USA contra Donald Trump, entendiendo desde el primer instante que su presencia en la Casa Blanca era, como se ha demostrado, una amenaza para la democracia y los derechos humanos. En nuestro país, y sospecho que en la mayor parte del viejo continente, el porcentaje mayor del voto de izquierda es femenino. Habla en favor del buen gusto de la mayoría de las señoras que sea poco más que residual el porcentaje del electorado femenino que vota a Vox, lo cual, por cierto, también indica cosas respecto a qué tipo de sociedad quiere construir la ultraderecha. 


No sé si ven por donde voy... Vamos, que grosso modo y asumiendo la injusticia de la generalización, se puede decir que la sensibilidad política femenina es más progresista e ilustrada y menos reaccionaria que la de mis compañeros de sexo... (A ver si va resultar que sí son más guais... Según escribo me voy replanteando mis creencias... es lo que tiene)


Segundo motivo egoísta. Verán, a mí eso de las "nuevas masculinidades" me parece un poco cursi. Pero debo reconocer una cosa: me he pasado la vida entera teniendo que demostrar mi hombría... y estoy un poquito hasta los cojones, ya ven. Voy a poner un simple ejemplo... uno solo entre muchos servirá para que ustedes, amigas, entiendan que, si muchas veces en la vida les pesa el rol femenino, a mí también me han hecho cargar con el mío como un fardo de los gordos. Lo advertirán mejor con un pequeño ejemplo. 


Aprobé el carnet de conducir a la séptima. Como lo oyen: a la séptima. Con cada nuevo suspenso mi tensión se incrementaba de tal manera que la obtención de mi carnet llegó a convertirse en un caso de interés psiquiátrico: me sentía completamente incapaz de sobreponerme a los nervios que me producía el hecho de ser examinado para conducir un automóvil por una ciudad, así de sencillo. En uno de aquellos ejercicios de tortura, sería el cuarto o quinto examen, un joven y yo fuimos evaluados por una vieja hija de perra que, tras humillarnos con evidente crueldad durante el trayecto con cada uno de nuestros deslices, nos calificó en rojo con ese disfrute tan característico de quienes son tan insignificantes que solo destruyendo la autoestima de los demás sienten que la suya vale algo. Recuerdo su frase final: "dos hombres hechos y derechos como ustedes, descompuestos por un examen de conducir, qué vergüenza". Un plato de gusto para mí y para el otro chaval lo de aquellos minutos, pueden imaginarlo. 


Podría contarles otras muchas como aquella... Hay episodios de fracaso testosterónico en mí desde el momento mismo en que estrené uso de razón hasta mi cincuentena actual. Pero es un paseo de los horrores y no quiero aburrirles. Además creo que se me ha entendido. Simone de Beauvoir explica que la lucha feminista no pretende mejorar la situación de las mujeres, sino operar una transformación profunda de la sociedad al completo, lo cual significa combatir el rol de la mujer tanto como el del varón. La casualidad determinó que yo no perteneciera al "segundo sexo", pero me siento absolutamente interpelado por las pretensiones revolucionarias de El Castor, como Sartre llamaba a su amada.



Supongo que Isabel San Sebastián ha conseguido su objetivo, que hablen de ella y la vuelvan a contratar en una tertulia de tipos execrables en alguna televisión para ciudadanos rabiosos. Pero me temo que la historia no está ya de ese lado. Como reza uno de los mejores eslóganes del ocho de marzo: "Ahora somos imparables". 



 


Tuesday, March 02, 2021

TIEMPOS INTERESANTES

 


Es sobradamente conocida la especie según la cual los chinos te maldicen -ignoro si es cierto- deseándote "que vivas en tiempos interesantes".


 El sarcasmo es evidente. Lo que un historiador considera una época "interesante" es en realidad una sangrienta serie de convulsiones, guerras, invasiones, saqueos, genocidios y, en definitiva, toda forma de crueldad que ayude a hacerle la vida imposible a la mayor cantidad de gente. Recuerdo lo que me dijo un día mi dentista: "tienes una boca aburrida, David". Supe entonces que el destino de mi dentadura no era suscitar atención odontológica a costa de mi felicidad. (Sabido es que una dentadura "entretenida" puede destruir tu vida) 


Yo entiendo que si vives tiempos de grandes emociones tienes más posibilidades de ser recordado por los estudiosos del futuro, pero también se incrementa la expectativa de que te toque dormir bajo un puente, recibir bombardeos, sufrir una plaga mortífera o acabar devorado por una horda famélica de zombis. Lamento decepcionarles, pero prefiero una vida aburrida. Como dijo Woody Allen, "ya tuve bastantes emociones cuando me crucé con Bing Crosby por la Séptima Avenida" Además, qué quieren que les diga, aunque pueda parecer gris e incluso miserable, las mayores aventuras que a duras penas toleran mis nervios tienen que ver con las fisuras que se abren en las bajantes del edificio donde vivo, o con el color marrón que toma el agua del grifo cada vez que Aguas Potables corta un rato el suministro. 



Pero, claro, no depende de mí, y mucho me temo que sí, que vienen tiempos interesantes, por no decir que estamos ya en ellos. Los síntomas son numerosos. Deterioro de la calidad de una democracia que parece venderse barata y ha normalizado el incumplimiento de sus propias promesas; proliferación de plagas y pandemias; precariedad laboral; incertidumbre biográfica; quiebra del estado del bienestar y, lo que es peor, del estado social; crecimiento de la desigualdad; cambio climático; catástrofe ecológica; conflictos bélicos cronificados... No creo que haga falta continuar. 


Cuando Voltaire predecía hace dos siglos que el avance científico- tecnológico conduciría sin lugar a dudas al progreso moral, no valoró suficientemente las advertencias de Rousseau, su íntimo enemigo, quien sabía que con el conocimiento se pueden hacer incluso mayores males que con la ignorancia. Porque sí, hemos alcanzado avances impresionantes, pero no parece que estemos sabiendo hacer uso de nuestros inmensos recursos actuales para conseguir una comunidad planetaria pacificada y hospitalaria. Más bien se diría que cuanto de más poder e información disponemos, más dispuestos estamos a complicarnos la vida y a pegarnos tiros en el pie. 


¿Jeremiadas? Bueno, sí, quizás el paisaje que bosquejo es algo catastrofista. Aparte de que estratégicamente es poco recomendable dejarse vencer por el desánimo, tampoco es justo afirmar sin más que somos un desastre y que vamos sin remedio hacia un abismo que es lo que a fin de cuentas nos merecemos. La cantidad de relatos distópicos o directamente apocalípticos que se emiten por las televisiones dicen mucho sobre el imaginario que está construyendo la posmodernidad sobre el destino de la especie. Quizá exista cierto mesianismo en la pretensión de vivir tiempos dignos de mención... El caso es no pasar desapercibidos ante el tribunal de la Historia, y si no es por la gloria, que lo sea por las plagas. 


De acuerdo, pero, no nos engañemos, las aguas vienen turbias. Una cosa es no ser tremendista y otra no percatarse de que las cosas se están complicando mucho para la mayoría de la gente. España misma, sin ir más lejos, ha tenido que ser rescatada ya dos veces en pocos años por las autoridades europeas para no sucumbir a la ruina. Podríamos hablar de las colas del hambre, de las obscenas -casi surrealistas- cifras del paro, de la desesperación juvenil, que tiene en realidad poco que ver con Pablo Hásel, de la impunidad de los corruptos cuando forman parte de los cenáculos del poder... Entiendo que haya quien se rebote contra la más precaria suposición de que de todo este escenario puede salir algo bueno. 


Y sin embargo...


Se me ocurre preguntarme si ya nos hemos dado cuenta de que, durante los años del boom, lo que entendíamos como crecimiento económico era en realidad insostenible y no solo por motivos ecológicos. Podemos ser cándidos y pensar que entonces nos iba bien y ahora mal, como si fueran fenómenos independientes entre sí, pero mucho me temo que los desperfectos actuales son en gran medida resultado del colesterol que acumulamos en nuestras arterias en los años de una bonanza tramposa. El "milagro español" fue un fraude tan grande como su supuesto responsable, el simpar Rodrigo Rato. Acuérdense del refrán sobre aquellos polvos y estos lodos. 


Quizá se nos haya gripado el motor porque esa es la manera de avisarnos de que íbamos a estamparnos. Acaso aún haya una oportunidad de salir de ésta. Pero eso, para España y para el mundo, sólo ocurrirá si somos capaces de entender que necesitamos cambiar drásticamente nuestra manera de vivir. Para empezar, en vez de espantarnos por la violencia nocturna de unos cuantos alborotadores o enfurruñarnos con el vicepresidente porque dice que nuestra democracia no carbura -ay, qué irresponsable-, deberíamos considerar intolerable que personas cada vez más jóvenes y preparadas se acerquen a las colas de la beneficencia en busca de comida porque ya no aguantan más la situación. Es el indecente espectáculo de la pobreza lo que verdaderamente debe conmovernos para asumir, de una vez por todas, que o transformamos drásticamente las reglas del juego o nos abocaremos hacia un futuro pavoroso. 


Y eso no es una jeremiada, me temo. Ojalá los tiempos, después de todo, no resulten todavía demasiado interesantes.