Thursday, May 27, 2021

 

SHAKESPEARE HA MUERTO

 


La web informa del fallecimiento del octogenario Shakespeare, que por lo visto, fue el primer varón británico en vacunarse contra el covid. Se presiente a estas horas cierta tristeza en su localidad, pues era un hombre popular entre sus vecinos, pero no es ésta, como pueden imaginar, la verdadera razón por la que ha trascendido la noticia. Lo relevante es el nombre del finado, circunstancia mediáticamente agrandada porque ha circulado el fake de que se llamaba William y que su pueblo era el mismo que el del Bardo que creó a Hamlet. Pues resulta que no, no se llama William sino Bill -tampoco se le va tanto- y su pueblo no era Stratford upon-Avon.


Verán: me fascina el mundo de Shakespeare desde que me conozco.



De crío me dejaron impactadas aquellas imágenes de Rey Henry, interpretadas con una solemnidad inigualable por John Gielgud, uno de los grandes actores shakespeareanos, quien además de para Orson Welles, hizo Shakespeare para Mankiewicz con “Julio César”. En realidad, se trataba de “Campanadas a medianoche”, bellísima versión cinematográfica wellesiana de “Enrique IV”, donde Orson interpretaba a Falstaff, infame compañero de correrías del joven Hal -Laurence Olivier-, que abandonará la vida ligera la mañana en que, a la muerte de su padre, le corresponderá tomar el trono.



Nada puedo decir de Shakespeare y su inmenso universo que no hayan dicho mejor otros. Cioran, ese escéptico radical que presumía de no creer en nada, dijo estar dispuesto a entregar “el mundo entero y todo Shakespeare por una brizna de ataraxia”. Observen con atención: se desprendería del mundo antes que del dramaturgo. Recuerdo también cierta anécdota personal revelada por Borges. Confesaba haber deambulado sin rumbo por barrios de Buenos Aires hasta dar, casualmente, con un pequeño teatro donde se representaba una obra del Bardo. Se animó imprudentemente a entrar. Todo era lamentable, los actores, la escenografía, el vestuario… “Aún así, salí henchido de pasión trágica… Shakespeare se había abierto camino una vez más”.


Insisto, no sé qué decir, y quizá sea mejor obedecer el mandato de los místicos, que guardan silencio sobre Dios porque su infinitud es lo indecible. Puedo por eso citar incluso a mi hermano, quien hace cuarenta años me preguntó, indignado, “¿qué hace Hamlet por los suelos?”. Tenía razón, la que andaba extraviada bajo el sofá era la edición de Austral -bastante mal traducida por cierto- de la más grandiosa tragedia jamás escrita.



Me viene a la memoria cierta parodia de Woody Allen, quien profundiza hasta el absurdo en las polémicas circunstancias relativas a la autoría de algunas de las obras atribuidas a Shakespeare. A medida que avanza en la investigación, descubrimos que no sabemos apenas nada del mejor escritor de la historia… ¿Son las obras de Shakespeare de su amigo Marlowe? ¿Era en realidad Shakespeare la mujer de Shakespeare? ¿Eran Shakespeare dos o más personas? Es aleccionador pensar que hay quien emplea su vida en resolver tan procelosos enigmas mientras yo me dedicó a disfrutar leyendo “Macbeth” y “La tempestad”, fueran de Shakespeare, de la Reina Elizabeth o de alguna prostituta de Whitechapel.


Permítanme cierta comicidad, a fin de cuentas nuestro personaje fue tan grande en la lágrima y el espanto como en el caricato y el enredo.

 


Bueno, sí pondré algo de mi cosecha, aunque solo sea una ocurrencia del momento. Creo que no entenderemos a Shakespeare mientras no advirtamos que su condición de dramaturgo es, al menos lo es en su caso, indisociable de su trabajo en una compañía de teatro. Esto es impensable en, pongamos por caso, un novelista. Podemos otorgar carácter sagrado a los elementos escenográficos incluidos en el texto original, pero se nos olvida que si aparece una cuerda para subir a un balcón es porque, a lo mejor, la compañía no disponía en ese momento de una escalera lo bastante alta. Me divierte por eso el papanatismo de majaderos como Javier Marías -alias “mariconadas ni una”- a quien le pone enfermo cualquier propuesta de representación shakespeareana que se aleje mínimamente de la ortodoxia de los jubones, las espadas y las capas renacentistas. Los conflictos de los personajes shakespearianos son eternos, definen los contornos de lo trágico y lo cómico de nuestra efímera presencia en el mundo… la grandeza de la obra de Shakespeare consiste en que vale para todas las épocas y lugares. Las implicaciones de su literatura desbordan cualquier pretensión de ortodoxia, Shakespeare es demasiado grande para aceptar el corsé de un academicismo shakespeareano.

 

Añado otra pequeña curiosidad. ¿Se han preguntado alguna vez que diría Shakespeare de nosotros? ¿Escribiría sobre Trump en tono de comedia o engrandecería al personaje otorgándole la ambición autodestructiva de Ricardo III? ¿Veríamos a una mujer cabizbaja en el metro, disertando sobre el sinsentido de su existencia? Se me ocurre que para parecer shakespearianos lo primero que deberíamos hacer es apagar el puto móvil, pero creo que es pedir demasiado.

 

Ah, por cierto, Bill Shakespeare no ha muerto de covid. Descanse en paz.

 

Wednesday, May 19, 2021

EL15M Y NOSOTROS, QUE LO QUISIMOS TANTO

Sigo pensando que el 15M es lo más interesante y enigmático que nos ha pasado en el último medio siglo.

 


 La Santa Transición sería una astuta obra de ingeniería política. La reacción multitudinaria al 23F mostró al mundo que los españoles ya no deseaban las asonadas cuarteleras. El ingreso en Europa fue la culminación de un largo anhelo histórico por hacer que está península demasiado cercana a África se sintiera parte de la modernidad. La Movida Madrileña, los festivales de música, la celebración olímpica o los éxitos deportivos nos convencieron de que podíamos aportar algo al planeta... Nada de todo esto es despreciable, lo digo sin asomo de sarcasmo. Sin embargo todo estaba de alguna forma en el guión, todos estos acontecimientos sin duda luminosos formaban parte de un relato previsible. 

 

De acuerdo, es un relato repleto de sombras, contiene muchas mentiras y arrastra, sin duda, efectos de manipulación orientados a despolitizar a las multitudes. Pero es, pese a todo, muy consistente, aunque solo sea porque ha generado cuatro décadas de paz en un país cuyo historial contiene demasiada sangre y venganza. Nunca hay paz sin conflictos, somos seres humanos, no ángeles. Las cosas no han estado bien en este tiempo y lo están menos ahora mismo. Pero en estas horas vemos cómo legiones de desdichados se lanzan a nado desde las playas del norte de África para llegar hasta nosotros. Algo habrá en nuestras vidas de envidiable incluso ahora, cuando más agrietado se nos aparece el dichoso relato y cuando más amenazantes se presentan los años venideros. 

 



El 15M no estaba en el guion. Es un genuino acontecimiento en el sentido que otorgan Alan Badiou o Slavoj Zizek al concepto. Por eso, de entre todos sus eslóganes, el "Nobody expects the spanish revolution" se me antoja como el más sugerente, seguramente por su polisemia. La gente llegó a las plazas... eso ha ocurrido otras veces. Pero no se marchó. Y lo que hizo fue recordar a quienes toman las decisiones que la democracia solo merece tal nombre si la voluntad de la ciudadanía tiene alguna transitividad. Por eso nos pusimos a deliberar. Nada incomoda más a quienes siguen pensando que la democracia es una formalidad más o menos incómoda, una novedad extranjera que hubo que implantar porque tener a un sátrapa vestido de militar -y que convirtió la nación en un cuartel- empezaba a resultar muy poco presentable ante los tribunales de la historia de Occidente. 

 

"El 15M fracasó". Esta especie debe ser matizada, aunque contiene mucho de verdad. Decía Joaquín Estefanía, uno de los pocos hombres de Prisa a los que sigo leyendo, que las algaradas reaccionarias suelen suceder a las revoluciones fracasadas. La historia le da la razón insistentemente desde la Toma de la Bastilla o la proclamación de la Comuna. La durante años tan esperada emergencia de la ultraderecha española puede ser hoy un síntoma de ese efecto. Es el mismo que localizamos en el triunfo del descerebrado de Trump tras los años de Obama. Volviendo a nuestro país, tampoco sorprende que la caída del líder más significativo que ha dado la izquierda española en el siglo XXI se interprete como el cierre del ciclo del 15M. 

 

No estoy seguro de que sea tan sencillo. Podemos pensar que las aguas han vuelto a su cauce y que, por ejemplo, el bipartidismo ha superado su peor crisis. Pero sospecho que el vacío que se ha abierto en la confianza ciudadana hacia los partidos políticos dista mucho de ser una herida restañada. 

 



"No nos representan". Quienes ven a los Indignados de entonces como un rescoldo de utopismo revolucionario más o menos estéril y desfasado no están destinados a entenderlo, pero aquello no fue un movimiento de nostálgicos ni de cándidos. Ni siquiera los códigos de inteligibilidad que articularon el Mayo Francés son suficientes para entender lo que pasó en las plazas aquellos días inolvidables. Más allá de ciertos gestos más o menos desesperados o radicales, lo que de verdad unió a aquella diversidad de gentes fue la convicción de que el sistema nos había estafado. Pocos hablaban en los campamentos de 2011 del maoísmo, de la dictadura del proletariado o de nacionalizar los bancos. Lo diré de una vez: lo que de verdad reunió a la gente fue el miedo a no tener una vida. 

 

La indignación sacó a los ciudadanos de casa. La evidencia de que la crisis se estaba resolviendo con un colosal traslado de riqueza a favor de las élites confirmaba la evidencia de que el viejo pacto entre clases se había roto unilateralmente. Algunos llaman a este fenómeno "la secesión de los ricos". Me parece acertado. Algún allegado me dijo, al estallar la Gran Recesión, que "han decidido exterminarnos". Es un sarcasmo, una hipérbole arbitraria, sí, pero contiene un tercer sentido nada despreciable: el capitalismo globalizado está haciéndonos sentir que sobramos, que se nos permite vivir con tiempo prestado y que en el futuro ya solo podremos aspirar a la precariedad. Que a un joven se le diga que lo mejor del bienestar ya lo hemos quemado las generaciones anteriores resulta irritante; pero que mientras se te dice que vas a tener una biografía repleta de amenazas haya centenares de corruptos o las grandes fortunas aprovechen las penurias de la mayoría para incrementar su poder y su riqueza... buff, si no entendemos que ante tal panorama salga desacreditada la legitimidad de las instituciones es que no entendemos nada. 

 

Dijo Zizek no tener demasiada fe en el asambleísmo. "Yo no quiero gestionar la polis, sería un esfuerzo penoso y sobrehumano. Prefiero que lo hagan otros para yo poder dedicarme a escribir y a cuidar de mi casa." Hay mucha carga de cinismo en este razonamiento, como siempre en Zizek, pero tiene razón en lo esencial. Por eso yo reinterpretaría el eslogan central del 15M. "No nos representáis"... "pues aprended a hacerlo, joder". En otras palabras. El problema, al contrario de lo que piensan algunos antisistema inconsecuentes, no proviene del fracaso de la representación, sino de que han renunciado a representarnos, que es muy distinto. Yo sí quiero ser representado; otra cosa es si lo estoy siendo o no. 

 

Es esta la razón por la cual desconfío de quienes, como Amador Savater, insisten en el riesgo de que los partidos políticos -y creo que piensa en Podemos- secuestren el espíritu de las multitudes movilizadas para reificarlo en una organización jeraquizada y, finalmente, integrada en el sistema. Lo que consiguió el 15M -y yo creo que, con todos sus errores, Podemos ha aportado mucho a ello- es convencer a una gran parte de la ciudadanía de que la democracia tiene que abrirse paso día a día en medio de enormes dificultades. Ello supone un gran esfuerzo, el que  cada uno de nosotros ha de realizar en su trabajo, en su barrio y en su casa para vencer a los intolerantes, a los abusadores, a los corruptos...

 

Sí, diez años después quizá sea el momento de decir que el 15M ha fracasado. Pero, yo siempre vuelvo a Antonio Gramsci, los campamentos han extendido por la arena del debate público convicciones que hace solo unos años producían sorna. Por ejemplo, la de que el capitalismo, liberado del control de las instituciones democráticas, es una hoy una máquina destructiva capaz de exterminarnos a todos.  

 

Deberíamos deliberar sobre ello.

 

 

 

 

Wednesday, May 12, 2021

 


DIVERTIRSE HASTA MORIR

 

Algunos allegados se sorprenden porque no muestro especial pesar ante la concluyente derrota que “los míos” han sufrido en Madrid. De entrada debo alegar que no me ha sorprendido en exceso: Madrid es lo que es, y si un gobierno de izquierda es ya una anomalía para la Villa y Corte, para la comunidad autónoma es casi un imposible. Cuando fue posible, hace veinte años, sobornaron a dos miserables para que el PP siguiera gobernando la comunidad en la persona de Esperanza Aguirre, lo que desencadenó una larga secuencia de negligencia y corrupción, no exenta de esa chulería que, sospecho, debe tener algo que ver con eso del "a la madrileña" que hemos oído en la reciente campaña electoral . No parecen haber escarmentado, puesto que lo que se han buscado para sustituirla, tras el breve periodo de Cristina Cifuentes,  es al alter ego de Aguirre, la simpar señora Ayuso.

 

¿Les va bien la vida a los madrileños hasta el punto de mostrarse alérgicos a cualquier proyecto transformador y optar sistemáticamente por gobiernos conservadores? Quizá sea más exacto afirmar que “creen” que les va bien. Y si no, da igual: la derecha les brinda la posibilidad de echarles la culpa a los catalanes, a los inmigrantes, a Podemos y a las feministas. De alguna manera, y pese a la afición que tienen a declararse víctimas de la incomprensión ajena, los madrileños intuyen que su lugar en el mundo es afortunado y que cualquier aire de cambio sopla desde la periferia y con el objetivo de hurtarles protagonismo y privilegios. No hay más que reparar brevemente en el aire con el que los “madrileños profundos” deambulan en verano por la costa para darse cuenta de que su mayor carencia es la que creen que no tienen:  una verdadera perspectiva de conjunto respecto al Estado y todas sus singularidades. Por eso es completamente imposible que entiendan lo que está pasando en distintas comunidades, por ejemplo Euzkadi y Catalunya -aunque no solo ellas- donde los acontecimientos siguen una lógica cada vez más intraducible a los códigos de lo madrileño.


 


A mí me puede parecer un error colectivo votar mayoritariamente a la derecha y más aún a la ultraderecha, pero ésta es una apreciación muy personal y perfectamente discutible. Yo a estas alturas de la vida estoy seguro de muy poquitas cosas. Soy de izquierdas porque no sé ser otra cosa. Quizá esa tendencia de la que no sé cómo desembarazarme me condene a vivir en una melancolía crónica. 


Puedo pensar que Angel Gabilondo es el mejor dirigente que Madrid habría tenido nunca. Lo siento: no creo que los cinco millones de habitantes del territorio estén preparados para ver en este personaje tan solvente intelectual y éticamente mucho más que un muermo sin ningún poder de seducción. Puedo, de igual forma, enojarme porque se le otorgue crédito a una consigna tan ridícula como la de "comunismo o libertad", sobre todo cuando ha sido lanzada por un partido que pacta con señores que, a diferencia del PP, no tienen escrúpulos en proclamarse admiradores del Caudillo.


Pero claro, ya se sabe, los de Podemos son bolivarianos y el comunismo siempre fue totalitario... Por lo general siempre he pensado que los reaccionarios en España no suelen saber de qué hablan cuando hablan de comunismo. En cualquier caso, no creo que Podemos sea comunista, por más que sus líderes se hayan formado en el marxismo, cosa que no pienso reprocharles, entre otras cosas porque es algo que comparto con ellos... yo, que no soy comunista. En cualquier caso, si lo fueran tampoco creo que soñaran demasiado con imponer alguna suerte de régimen estalinista, pues si de algo se da cuenta buenos analistas del capitalismo como Errejón o Iglesias es que éste es prácticamente imbatible. Aún así, la prensa insiste en que la fobia a Pablo Iglesias ha movilizado el voto a la derecha incluso en los territorios más tradicionalmente inclinados a la izquierda. 



La prensa, digo... Tiene narices que Iglesias sea acusado de liberticida y de querer acabar con ella cuando, más allá de La Tuerka, tiene a todos los magnates del negocio periodístico, incluyendo a los de la prensa supuestamente progresista, acosándolo ferozmente desde hace un lustro hasta que han conseguido destruirle. Es una especie calumniosa y despreciable a la que se han adherido con entusiasmo incluso personajes tan intelectualmente respetables como Javier Marías, que hace de vocero semanal de algunos de los tópicos más ridículos del franquismo sociológico.


Aún así... bueno, quizá la izquierda no sea sino un sueño irresponsable. A lo mejor cada periodo de gobierno de izquierda solo es el tiempo que necesitan los españoles para acordarse de que la igualdad, la justicia social o el ecologismo son, después de todo, batallas destinadas a perderse ante la prosa del mundo y la realpolitik del sálvese quien pueda. 


Bien, pero permítanme una pequeña apostilla, porque hay algo que no pienso aceptar ni en mis momentos más escépticos. Es repugnante que la derecha capitalice las supuestas aspiraciones de libertad acusando al Gobierno Sánchez de llevar un año y medio aterrorizándonos. Y eso sí que no, güei. No estoy diciendo que la gestión de la pandemia haya sido impecable. Ni lo ha sido en el caso de Sánchez ni lo ha sido en el de los distintos gobiernos autonómicos, empezando por el de Madrid, que ha sido una sucesión de dislates. Llevamos mascarillas, se ponen multas a los que violan normas sanitarias y se nos confinó en casa durante meses, con las desastrosas consecuencias económicas que ya conocemos, porque había que hacerlo... Repito, lean mis labios: había que hacerlo. Se tomaron todas esas decisiones porque si no los hospitales habrían colapsado y porque, afortunadamente, no somos Brasil ni la India, países donde la mortalidad derivada del covid parece más propia de un feroz conflicto bélico. 



No sé si han oído las declaraciones de Carles Francino en la Ser, recién regresado de una convalecencia por la pandemia dichosa que estuvo muy cerca de matarle. Dice haber visto a los sanitarios que le salvaron la vida a él y a su familia llorar de rabia e impotencia mientras un hatajo de subnormales celebraban un multitudinario botellón en el centro 
de Madrid. 


Hay que desearle suerte a Ayuso, no estoy bromeando. Pero la libertad no es esto, no lo es en absoluto. 

Friday, May 07, 2021

SIMARRO O LA SOBERBIA


Entre los numerosos vicios a los que mi alma presta refugio no encuentra fácil acomodo la soberbia. Creo ser ajeno a ella por dos razones. 


Una es de tipo biográfico. Cuando escarbo en mi memoria -ese empeño absurdo que todos deberíamos evitar- lo que encuentro por doquier son ridículos excesos de confianza, imprudencias temerarias, enamoramientos completamente  improcedentes... Si se instituyera un premio a la incapacidad para cuidar de uno mismo creo que tendría aspiraciones fundadas de hacer pódium. Soy, en definitiva, tan sumamente imbécil, que lo único sensato que me queda, por puro instinto animal de supervivencia, es vigilarme a mí mismo con la tenacidad de un cardo, siempre con la disposición a pedir perdón por el siguiente empastre. 


La segunda razón es de orden genético. Mi familia paterna, por motivos que no vienen al caso, tiene una propensión a la soberbia que ha llegado a parecerme una especie de maldición congénita, al estilo de los relatos de Allan Poe. El resultado es desastroso: entre mis parientes es tan común creerse destinado a glorias superlativas que lo que finalmente se ha extendido es una lamentable propensión a la frustración y la pereza. Vamos, que -aunque sea por pura observación doméstica- me considero vacunado contra el primero de los pecados capitales. 




Hace tanto daño la soberbia, intoxica de tal manera la vida de la gente, que a veces me pregunto si Dios la ha introducido entre estos monos lunáticos que somos como parte de algún plan superior cuyo sentido se me escapa. He visto a tantas personas con méritos vulgares presumir de sus logros sin advertir la irritación o la mofa que despertaban, que me pregunto si lo que de verdad desata la soberbia es precisamente que se carece absolutamente de todo aquello de lo que se presume. 


Van a permitirme por todo ello que les haga partícipes de un pequeño decálogo de consejos que envié recientemente a mi viejo amigo Simarro. 


Algún dato sobre el interfecto. En el Instituto una bella dama, compañera de clase, se dio la vuelta en el pupitre y le dijo "Simarro, que te la agarro", de lo cual él dedujo, erronéamente, que con aquella señorita podría mojar el churro. ¿Lo ven? Este fue siempre el gran problema de Simarro (que te la agarro): nunca tuvo bien tomada la medida de sí mismo. No quise decírselo en mi carta, pero las multitudes no solo no aman a Simarro sino que le ignoran olímpicamente... Y, por cierto, tampoco quieren agarrársela.  


Ahí va el decálogo, por si les sirve de algo, pues sospecho que a Simarro (que te la agarro), no le hará gran efecto... saber escuchar nunca estuvo entre sus virtudes.


Querido Pepón Simarro:


1. A nadie le interesa tu opinión más que en momentos muy fugaces y solo para el caso de que andes acertado y aportes algo al que te escucha. 


2. Si, como a ti te sucede, no tienes la suerte de ser gay, asúmelo: a las mujeres no les gustas, al menos no como a ti te gustan ellas. Y, sobre todo, si llegas a gustarles alguna vez no es por los mismos motivos por los que ellas te gustan a ti, de ahí que tampoco vayas a conseguir jamás entenderlas. 


3. "Todo el mundo miente", decía el Doctor House. La diferencia entre una persona inteligente y una tonta es que a ésta se le nota mucho antes que las verdaderas causas que le mueven no son las que hace públicas, sino otras muy distintas, y a veces las opuestas. Me temo, Simi, que estás entre estos últimos.


4. Los tipos a los que odias, e incluyo a los más malvados y dañinos, están hechos de la misma pasta que tú, luego no estás tan lejos como te crees... Es más, seguramente lo que odias en ellos es aquella parte de ti que se siente inclinada a imitarles. 



5. Casi todos somos unos cobardes y unos miserables. Si cargáramos con las desdichas de alguna de esas personas a las que el azar ha destinado a horribles enfermedades, carencias y minusvalías, no duraríamos ni un minuto más en el mundo. Por eso, ten al menos la puta decencia -so cabrón- de no cargar contra los desventurados que mueren ahogados en el Estrecho o contra quienes  pasan penalidades que tú no has olido en tu vida ni de lejos
.

 

6. Los héroes existen. Son escasos y, lo siento,  tú no estás entre ellos. Claro que muchos que no tenemos madera de paladín actuamos a veces, muy contadas, con inaudita audacia. Saber lo complicado e ingrato que resulta debería ser suficiente para que nos abstuviéramos de crujir desde nuestra absoluta mediocridad a quienes se arriesgan y cargan con responsabilidades que muy bien podrían eludir, que es lo que tú y yo hacemos a menudo. 


7. A nadie le interesan tus teorías sobre si la prensa, el gobierno y las élites nos quieren meter miedo con el covid. Son gilipolleces y si alguno las lee, por ejemplo yo, es para reírse de ti, capullo. Tampoco les importa si ya conocías a Radio Futura antes de que le gustaran a todo el mundo, si crees que los Beatles y los Stones son unos mierdas porque los que de verdad molan son los Stooges, Frank Zappa y los Allman Brothers, o si ya habías visto todo Fassbinder antes de que algún enchufado del PSOE lo programara en la Filmoteca. Calla de una vez y disfruta de la caída de la tarde o, al menos, no me la jodas a mí.


8. Deja de crujir a la tipa que tiene ovarios para salir a cantar en público, al que se atreve a pintar retratos al oleo en la calle, al que levanta la mano para emitir su discrepancia o al que se presenta a un concurso de preguntas de la tele. No solo es admirable el atrevimiento de hacer tales cosas, también lo es porque saben que va a haber mediocres y resentidos como tú dedicándose a defenestrarles.


9. Nadie tiene nada contra ti, no eres significativo hasta tal punto. En todo caso resultas especialmente desagradable cuando estás borracho o cuando te dedicas en la barra del bar a decir que odias la corrección política y que el Coletas te cae mal. Tampoco es verdad que hayas tenido mala suerte en la vida o que tus enemigos se confabularan en los momentos clave para que no alcanzaras los triunfos que merecías. 


10 El día que muramos, será ya mucha suerte que una o dos personas nos lloren sinceramente. También habrá quien diga que después de todo no éramos malos chicos. Todos los demás asistirán a las exequias con ganas de acabar cuanto antes. Y harán muy bien. De manera, viejo amigo, que lo mejor que de momento podemos hacer es no morirnos y plantear de qué manera vamos a dedicar lo que nos queda a hacer alguna cosa digna de ser admirada o, en su defecto, tumbarnos al sol con un gin tonic y la absoluta disposición a pasárnoslo de puta madre. 


                                  Abril de 2021. Tu viejo camarada Montesinos.



Thursday, May 06, 2021

PABLO IGLESIAS.

 
Escribo apresuradamente mi particular necrológica política de Pablo Iglesias Turrión por dos razones. 


La primera es que no le soy hostil, y como a estas horas hay muchos que danzan sobre su tumba, creo que es mejor que sea alguien como yo quien cartografíe su legado. De sus numerosos y tenaces haters -ahora se llaman así- solo espero lo habitual: insultos y maldiciones. No puedo decir que fuera mi ídolo. Yo nunca le necesité para intuir que este país tiene un problema muy serio de calidad democrática, aparte de que nunca me gustaron demasiado algunos de sus gestos. Tampoco es que me deje frío. Al menos su figura ha sido capaz de hacerme pensar. Llevo un sexenio entero reflexionando sobre lo que ha significado para la vida española su creación -Podemos-, y solo eso ya constituye a mis ojos un mérito considerable. 


Hay una segunda razón. La euforia que muestran sin rubor los reaccionarios ante su caída no puede sorprenderme. Diría que me produce incluso cierto hastío, el que uno experimenta ante la mezquindad de quienes no han sabido siquiera guardar un respetuoso silencioso ante la marcha de quien tuvo la audacia de enfrentarse con todo el coraje a las fuerzas más poderosas del país. El alivio menos explícito y, quizá por ello, más hipócrita, de un amplio sector de la izquierda, más en concreto el que se arrima al calor del PSOE... eso sí me genera una intensa preocupación. 


En realidad me viene sobreviniendo esa inquietud desde hace tiempo, cuando descubrí que Iglesias no despertaba rechazo por la amenaza de sorpasso al PS que arrastraba su incuestionable poder de seducción electoral. Ni siquiera ha sido solo por su supuesta soberbia, su chalet, su caudillismo o ese toque tan leninista de tribuno de la plebe y gurú supremo de la revuelta popular. 


No, el verdadero problema es que Pablo ha removido zonas muy profundas del inconsciente popular de la nación. 



De un lado ha activado el miedo de una derecha todavía muy emocionalmente inclinada a los mitos franquistas sobre la luciferina ferocidad de aquellos a los que el Caudillo reunía bajo la denominación de "rojos ateos, masones o judíos". Podemos reírnos de la simplonería de la disyunción planteada por Ayuso, "Libertad o comunismo", pero -a las pruebas me remito- esos tópicos siguen funcionando y, al menos en la capital del Reino, ganan elecciones. 


De otro lado, y a un nivel, creo, más profundo, Pablo ha puesto sobre la mesa una evidencia: la izquierda solo tiene sentido en tanto que vehicula propuestas de transformación social "auténtica". En otras palabras, no votamos izquierda para evitar que la derecha gobierne, ni siquiera para introducir reformas legales que modernicen las costumbres, como en su momento entendió ZP, sino para que desde la representación política se emprendan proyectos de progreso o, si quieren que sea mas concreto, para crear desde las instituciones el tejido jurídico que garantice los derechos humanos básicos. No sirve un gobierno supuestamente de izquierda si no pelea contra la desigualdad creciente, si no colisiona de alguna forma -dentro de lo posible- contra las élites corporativas y financieras, si no protege más y mejor a los débiles, si no crea medidas realmente eficientes contra la catástrofe ecológica, si no incrementa las libertades, empezando por la libertad de expresión o la de tramar la propia biografía como uno considere oportuno sin ser discriminado ni perseguido por su sexualidad, su raza o su estatus económico...


¿Estaba destinado Iglesias a conseguir todas estas cosas? Quizá no. Quizá, como pretenden esos que llevan un lustro insistiéndome en que es "mala gente", no ha hecho sino engañarnos por pura vanidad y ansia de fama y fortuna, como siempre ha sucedido en nuestro país con los pícaros. 



En cualquier caso, si su corazón solo albergaba el mal, es algo que probablemente ya no sabremos nunca. Para ser un bandido, todo sea dicho, le ha faltado la tenacidad del mal, pues en cuanto percibió el mínimo eco de la incoherencia entre sus principios y los cargos que asumió, le faltó tiempo para largarse y dejarnos tranquilos..."Cuánta paz dejas, Pablo", le dijo Casado -qué señor tan pequeñito- cuando abandonó la vicepresidencia del Gobierno. Insisto, para ser un obseso del poder le han faltado resistencia y la desfachatez de los auténticos malvados. Vaya decepción, joder. Y lo peor, bien pensando, es que no sé a quién van a echar ahora las culpas de que llueva, de que haya sequía, de que los árbitros no le piten penaltis al Madrid o de que nos dejen nuestras novias. 


Soy sarcástico, sí, pero reconozco mi indignación. No porque Pablo Iglesias Turrión se retire de la política institucional ni porque la derecha gane en Madrid. Yo sé qué tipo de personas tienen futuro en la política profesional y también sé cómo es Madrid. Lo que no perdono es el silencio de Cebrián y de tantos otros supuestos paladines de la libertad frente al ejercicio de violencia y terrorismo que un hatajo de fanáticos han llevado a cabo durante muchos meses con el despiadado acoso personal a un político cuyos hijos no tenían ninguna culpa de las ideas de su padre. 


Ha tenido que ser Errejón, su íntimo enemigo, quien honre el cadáver ante el que otros solo muestran su profunda mediocridad. "Ha sufrido un acoso personal intolerable", ha dicho Iñaki en estas horas.


Me apetece decirlo mientras le coloco en los ojos las monedas para el barquero: pese a todo, sí se puede.