Sunday, August 23, 2020

PUTO BLANQUITO

El veneno reaccionario no se aloja solo entre tertulianos cerriles, en la prensa más turbia o en la TDT party. En este país abundan -o acaso es que se hacen notar mucho- esos machotes permanentemente enojados, que lo mismo sacan la rojigualda del toro bravo al balcón cuando juega el equipo nacional que cuando los "moros" del barrio quieren construir una mezquita. 


Atiendan. Les traslado uno de esos ejemplos, entre muchos otros posibles, de los que se da a sí mismo el reaccionario para deslegitimar a la izquierda. (Ello no sería malo en sí mismo, seguro que la izquierda merece muchas críticas. El problema es que a menudo, lo que pretende el reaccionario -y precisamente por eso es reaccionario- es desactivar la lógica de los derechos humanos, cuyo horizonte es siempre la denuncia de aquellas prácticas que hacen el planeta más injusto y menos habitable)  


M.Harrell es un afroamericano que juega en la NBA. En un partido reciente, tras un enfrentamiento con el esloveno Doncic, le llamó "puto blanquito cobarde". El contexto no es el más oportuno: los jugadores de la NBA están llevando a cabo una campaña muy intensa contra el racismo a raíz de los incidentes provocados por el asesinato de George Floyd. Por cierto, la participación de los baloncestistas blancos en la campaña está constituyendo un ejercicio de respeto y solidaridad... Al Presidente Trump le debe estar sentando como un tiro. O no. Porque tampoco descarto que vea en los incidentes, intensificados en los últimos días por las muertes en Wisconsin, una oportunidad para presentarse como el gran gendarme que va a poner en su sitio a los "alborotadores" que osan ocupar las calles manifestándose contra el racismo.  


Es sabido que la mayoría de los participantes de la mejor liga de baloncesto del mundo, y desde luego sus mayores estrellas, son de raza negra. Así, al contrario de lo que sucede en otros ámbitos de la vida, el blanco tiende a sentirse como una minoría. No tienen que explicármelo, yo ya he visto anteriormente en jugadores negros de la NBA comportamientos como el de Harrell. Aquí viene el debate: "¿por qué no sancionan a Harrell?" Entendemos que las autoridades de la NBA no dudarían en hacerlo sin Doncic hubiera llamado "puto negro" a Harrell. "¿No quedamos en defender la igualdad?"


Es este el punto en el cual el reaccionario se siente fuerte. Cuando el supuesto progresista contesta, no suele resultar convincente. Arguye que la misión de las instituciones es proteger a los débiles: no se puede perseguir igual el gesto racista de un negro porque la práctica estructural del racismo se dirige desde los blancos hacia los negros. Esto significa que las injurias de Harrell a Doncic provienen de una víctima, por lo cual tienen la justificación del comportamiento defensivo. No hay que castigar a Harrell, no al menos como se castigaría a un blanco en idéntico caso. Es la misma razón por la que no se puede aplicar el agravante de género a un comportamiento violento de una mujer hacia un hombre. 




¿Les convence? El problema no es que se trate de una explicación sesgada y mal elaborada. El problema es que no convence a nadie, y menos al reaccionario. 


Vengo diciendo desde hace mucho que tenemos un serio problema con la corrección política. No es porque sea inadecuada y haya que destruir sus iniciativas, sino porque sus excesos, que en muchos casos llegan al ridículo, se han convertido en un factor legitimador del discurso reaccionario. 


¿Debe sancionar la NBA a Harrell? Desde luego, y con dureza, la misma dureza con la que habría de sancionar a Doncic si hubiera llamado "fucking nigger" a Harrell... Ni más ni menos, pues se trata en ambos casos de odio étnico. Los mecanismos que gobiernan el surgimiento del racismo no son privativos de una u otra comunidad. El racismo blanco en Norteamérica tiene raíces profundas, pues la nación se construyó desde la esclavitud o el exterminio de otras poblaciones. Los negros son racistas como respuesta a esa larga historia sangrienta.  No obstante, cuando se encuentran en situación de superioridad, tienden también a desarrollar formas de intimidación o de exclusión. Y así es con todas las comunidades -judíos y gentiles, gitanos y payos, musulmanes y cristianos-, porque el simio que somos tiende a rechazar al distinto, a perpetuar los privilegios y a tomar venganza contra inocentes cuando no se siente justamente tratado por el mundo.  


Ahora verán a donde quiero ir a parar. En estos días se habla mucho del asunto de Harrell. Circula entre reaccionarios indignados información respecto a  casos en que una mujer denuncia falsamente a un maltratador. O esos otros en los que un inmigrante comete un robo y cuando la policía lo detiene tiene la desfachatez de gritar que lo esposan "porque sois unos racistas". La lista de agravios, si escuchamos a los votantes de Vox y reaccionarios en general, es interminable: los okupas se instalan en tu casa y las leyes se lo permiten; los inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo y a delinquir, saturan los hospitales públicos, les regalan una casa o les dan pensiones por hacer el vago; los homosexuales ocupan las instituciones para adoctrinar a nuestros hijos con la ideología de género... 


Pongo puntos suspensivos porque el etcétera no tiene fin. En tierras como la mía, donde existe una lengua vernácula y claramente minorizada, el valencià, la indignación reaccionaria insiste hasta el hastío en los supuestos privilegios que obtiene la lengua que las instituciones, cuando son gobernadas por la izquierda, decide proteger. 


Déjenme, a modo de conclusión, que les cuente algo. Tengo un amigo de Ondara, un pueblo alicantino donde hablar valenciano es lo natural. Yo le revelé un caso en el que un defensor de la lengua había actuado de una forma que yo consideré abusiva contra un castellano-hablante. Manolo, que así se llama el de Ondara, me contestó que sí, que mi indignación era razonable, pero que "por cada ataque que tu me cuentes como ese yo te puedo contar veinte en la dirección contraria". Joder, "tenía tota la raó". Me ha bastado desarrollar durante mi vida una mínima conciencia a favor de la lengua de mis abuelos para darme cuenta de que, una y otra vez, lo que se "naturaliza" es el desprecio del valencià y el abuso por parte de la cultura dominante. Sin embargo -o a lo mejor precisamente por eso, porque el castellano domina- los excesos que perjudican al sector mayoritario son los que arman más ruido y desencadenan la indignación reaccionaria. 



Apliquen el caso que les he referido a otras muchas situaciones. Harrell es un racista y debe ser sancionado. Pero, no se engañen, por cada práctica abusiva de un negro de la NBA sospecho que podríamos encontrar cientos de miles de prácticas de racismo estructural. Éstas son tan comunes, se han naturalizado de tal manera en los EEUU, que parece que lo radical es hacerse cuestión de ellas. 


Pregúntense por qué Trump llegó a la Casa Blanca y por qué es tan importante desalojarle.  



Wednesday, August 12, 2020

LA CORONA INCUESTIONABLE


Hace como tres décadas, cuando la democracia era joven y suscitaba euforias y temores, se puso de moda una frase algo irritante: "Respeto tu opinión, aunque no la comparto". Aquello se decía con cierto fastidio, como si fuera resultado de un duro adiestramiento. Dejamos de usar la frase de marras cuando entendimos que el disenso constituía el nutriente esencial e imprescindible del sistema... era pues mucho más que algo simplemente "tolerable". 

Las aventuras del Emérito, asunto que nos entretiene mientras el covid decide si nos mata, me invita a pensar que, tras casi medio siglo formándonos para la libertad, sigue habiendo muchos que no consiguen entender de qué va el tema. 


El de la república es probablemente el único concepto político que me ha seducido siempre sin remilgos. Sin perjuicio de que, obviamente, excluye la posibilidad de una jefatura dinástica, los valores republicanos que de verdad me seducen son los que asocio al poder de la sociedad civil, la participación ciudadana, la separación de poderes, el bloqueo institucional de toda forma de monopolio o la fiscalización permanente de los agentes públicos. La ausencia en esa lógica de un monarca es casi más un "a resultas" que un principio... simplemente cae por su propio peso. 



¿Les he convencido? Si me contestan que no, me va a parecer muy bien... Seguiré intentándolo, aunque ya les adelanto que emplearé más esfuerzos en predicar contra otras prácticas que envenenan la sociedad española. Si ahora escribo sobre el asunto es porque algunos usos que proliferan con la polémica desvelan unos déficits de formación democrática que me parecen preocupantes.  




No recibo con desagrado algunos de los mensajes en favor de la Corona que escuchamos a estas horas. Puedo ponerme estupendo y recordar al mundo lo que todos sabemos, que la restauración borbónica -con don Juan puenteado- es una imposición de Franco. Pero fue Juan Carlos I, convenientemente asesorado por tipos a los que respeto como Fernández Miranda o Suárez, quien protagonizó el astuto "desvío" que truncaron finalmente los planes del tirano. Podemos dudar de la honradez y la firmeza de convicciones de Juan Carlos, pero, conviene no olvidarlo, el Caudillo jamás albergó entre sus propósitos "modernizadores" la intención de regalarnos una democracia digna de tal nombre. 


Hay otras partes del relato hagiográfico de Juan Carlos I que me resultan mucho más dudosas. Ahí está, por ejemplo, la del 23F, un melón que -me temo- va a tardar poco en abrirse... y les adelanto que alcanzará proporciones escandalosas, con salpicaduras considerables hacia algunos de los más reputados padres de la patria. Todo lo demás me parece panoplia campechana, revista Hola, hipocresía y una red de prácticas "indecorosas" -las llamaré así, puesto que hablamos de reyes-, que se han ido ocultando tras el célebre pacto de silencio. 


Yo no pretendo convencer a nadie de mi republicanismo... Lo que digo es que el debate es legítimo, o, lo que viene a ser lo mismo, es perfectamente aceptable poner en cuestión el modelo dinástico de la jefatura de estado y exigir a sus defensores que ofrezcan razones a favor de su supervivencia. Si la solución es que el momento es inoportuno, cabe preguntar cuándo lo será, pues hasta ahora fue inoportuno siempre. Si simplemente se desautoriza al discrepante -y eso es lo que se está haciendo-, entonces estamos ante una imposición tan por la fuerza como la que llevó a cabo el dictador cuando nombró a Juan Carlos sucesor.


En este sentido, permítanme unas pocas aseveraciones... creo que son de mera precaución, un poco como aquello que Habermas consideraría condiciones mínimas para el diálogo.


1. El objetivo de quienes cuestionan la institución monárquica no es desestabilizar el Estado ni socavar las bases constitucionales, sino -tengan razón o no en su propuesta- mejorar la calidad de la democracia. El problema a ese respecto lo tienen quienes consideran que el debate no puede tener lugar porque "es peligroso" o tachan de entrada la posición del interlocutor como perversa. 


2. La asociación que se efectúa insistentemente entre las críticas a la Corona y el carácter supuestamente autoritario o "bolivariano" de Podemos, como si por formar parte del Gobierno uno estuviera deslegitimado para cuestionar un aspecto del sistema, por importante que sea, sí es una maniobra tóxica. El vicepresidente no solo puede  plantear dudas sobre el futuro de la Monarquía... está obligado a hacerlo, pues los valores republicanos forman parte del discurso con el que surgió su partido y se presentó a elecciones. La "fractura" ideológica que eso plantea respecto al sector socialista es, a mi entender, un feliz síntoma de la pluralidad del gobierno de coalición.   

3. La legitimidad democrática de la institución Real es, como poco, discutible. El hecho de que mis padres votarán a favor de la Carta Magna no excluye la posibilidad de que el texto sea sometido a revisión. Me refiero obviamente al célebre punto tercero del primer artículo, donde se define España como una monarquía parlamentaria tras haber aseverado, en el punto segundo, que la soberanía reside en el pueblo. La feliz paradoja que define a un marco legal democrático es que crea las reglas del juego que permiten cuestionar la validez misma de sus instituciones. Lo diré con más sencillez: a mí nadie me ha preguntado si quiero tener un Rey. La especie según la cual quien rechaza la Corona está rechazando el sistema constitucional de libertades es profundamente malintencionada. 


4. La idea de que los sectores republicanos están aprovechando de forma torticera los actos del Emérito para extender la infección a la institución monárquica al completo está planteada de forma tramposa. "Si el Presidente de la República que tanto deseáis fuera un corrupto, ¿habría por ello que dinamitar el sistema al completo?". Hay una pequeña diferencia de entrada: al Presidente corrupto lo pueden juzgar los tribunales, cosa que no está claro a estas alturas que suceda con el monarca, dadas las singularidades de su inviolabilidad. Asimismo, la distinción entre persona e institución que tanto se recalca es de dudosa aplicación en el caso de la monarquía: al Presidente podemos elegirlo y por tanto deponerlo, cosa que no sucede con el Rey, el cual solo puede dejar el trono motu proprio, es decir, a través de una abdicación. En cualquier caso, y más teniendo en cuenta lo que siempre se nos ha dicho, que los españoles eran juancarlistas más que monárquicos, no sé de qué nos extrañamos cuando los republicanos cargan ahora los cañones contra la institución... No se trata de oportunismo, pues el principio republicano que recusa al Trono se basa precisamente en que su existencia ampara actos tan reprobables como los que este señor viene llevando a cabo desde hace mucho tiempo. No es, insisto, oportunismo, es más bien un "ya os lo dije". 


5. Que en España haya firmes republicanos me parece poco motivo de escándalo. No son peligrosos para el sistema porque no lo son sus ideas, y lo que es peor, porque no somos mayoría en un país en el cual, por motivos en mi opinión equivocados, la ciudadanía parece seguir presintiendo que necesita un Rey. A mí me preocupa más que durante casi medio siglo la prensa y, por tanto, la libertad de expresión, han vivido recluidos bajo los confines de un pacto de silencio que prohibía investigar o difundir cualquier circunstancia o comportamiento que pusiera en peligro el prestigio de la Casa Real. ... Omertá, creo que lo llaman los mafiosos. 


Quizá no tengamos razón ni futuro quienes aspiramos a vivir sin reyes, pero mucho menos futuro tiene la democracia española si no entendemos que la controversia está sobre la mesa. 


... Y no ha hecho más que empezar. Al tiempo.