Thursday, June 23, 2022

PARA QUÉ SIRVE UN PROFESOR

 


Toda profesión, incluso la de paseador de patos, requiere respeto social. Pero hay algunas que pierden todo su sentido si no lo obtienen. Una de ellas es la de juez, otra es la de político… Y otra, creo, es la mía. Ya hace tiempo que cuando acudo por las mañanas al IES no acaba de quedarme claro si trabajo de asesor emocional, cuidador de niños, asistente social, animador cultural, carcelero o burócrata. Yo sé muy bien quién soy y por qué elegí mi profesión, pero me preocupa que el entorno, la sociedad en general y la comunidad escolar en particular, no tenga claro qué justifica mi presencia entre aulas y pasillos del instituto. ¿Para qué sirve un profesor? Buena pregunta.

 

Un establecimiento educativo, antes que ninguna otra cosa, es un centro de difusión de conocimiento. Factores como el de la socialización o la inclusividad son importantes, por supuesto, pero estaremos equivocándonos si olvidamos que lo que nos reúne en este recinto es el interés, o incluso la pasión, por el saber. Dado que de niño no fui un buen alumno, puedo entender el aburrimiento e incluso la rabia de muchos chavales cuando pasan horas y horas aguantando rollos para obtener una titulación que no saben si les va a llevar a algún sitio. No creo que vayan a crecer en el peor de los mundos posibles, pero sospecho que van a construir sus biografías en un escenario social extraordinariamente complejo, cambiante y repleto de incertidumbres. En esas circunstancias, es difícil transmitirles aquello de la cultura del esfuerzo que, llámela cada cual como guste, es lo único que le da sentido a un aula. Podemos enseñar a hablar inglés, leer el Lazarillo o resolver ecuaciones, en realidad es lo mismo. Pero cuando después de tres décadas de ejercicio profesional compruebo que a ningún inspector, gestor político o pedagogo le ha preocupado en lo más mínimo si mis alumnos aprenden algo de mis clases, entonces me da por preguntarme qué demonios pinto con la tiza en la mano delante de un montón de jóvenes que desean que las horas pasen lo más rápido posible para irse a ver banalidades en Tik Tok.

 

Por todo ello me gustaría efectuar algunas aclaraciones. Me gustaría dirigirlas especialmente a mis alumnos, pero sospecho que a quién de verdad podrían hacerles falta es a algunos de mis compañeros más jóvenes. Han llegado a la profesión en un momento en el que aquello del respeto al profesor, que no es sino el respeto a la autoridad académica y moral del enseñante, parece pertenecer a un pasado remoto. Mi primer consejo sería que no se sometieran a esa dictadura de la indiferencia y la burocracia que trata de deshumanizarles. No es seguro que respeten tu trabajo, compañero, por eso es más importante que nunca que te respetes a ti mismo.

 

A quien corresponda:

 

1.     Esto, señores, no es El Corte Inglés. Mi objetivo no es la satisfacción del cliente. Las instituciones me han puesto delante de niños y adolescentes para ayudar a que la comunidad sea mejor. Eso a veces supone ser guardián estricto de la convivencia e incomodar a quienes ocupan el pupitre, pues no hay enemigo más peligroso que la pereza. Mi misión no es hacer amigos ni caer bien.

2.     Agradezco a los políticos su empeño en modernizar los métodos pedagógicos y promover el uso de las nuevas tecnologías. Pero, créanme, me basta con una tiza, una pizarra y, lo más importante, unos alumnos con una mínima ilusión por aprender. Si no nos volvieran locos cambiando las leyes cada poco también estaría bien, aunque creo que ya estoy pidiendo demasiado.

3.     Es posible que cualquier youtuber descerebrado ejerza infinitamente más influencia sobre nuestros queridos alumnos que una clase de Física que pudiera aplaudir el mismísimo Albert Einstein. Sigo creyendo que uno de los placeres más intensos y sublimes es el de la sabiduría, pero no es fácil que los chavales me sigan en ello si desde más allá de los muros del IES les insisten en que lo único que va a realizarles en la vida es ser buenos consumidores.

4.     Enseño filosofía porque me gusta y, sobre todo, porque creo que es bueno para la sociedad en la que vivo. No es una neurosis mía querer que mis alumnos aprendan a analizar un texto, elaboren exposiciones bien argumentadas y aprendan a ser librepensadores y ciudadanos dignos de una polis democrática. Si no quieren que enseñe, señores gestores, póngame con Julia y Marcelo a hacer fotocopias o jubílenme, pero dejen de decirme que la culpa de la desmotivación de los alumnos es mía y que necesito reciclarme. Recíclense ustedes. 

5.     Dejen de insistirme, señores políticos, en que las repeticiones de curso y los suspensos no solucionan nada. Son ustedes los que suelen empastrarlo todo, entre otras cosas porque la mayoría hace siglos que no han pisado un aula, pese a que se les llama “expertos”. Suspendo a algunos alumnos porque quiero reconocer el esfuerzo y el mérito de los que se ganan el aprobado. Es así de fácil. Si todo da igual, entonces creamos la peor de las injusticias.

Thursday, June 16, 2022

EL RÍO




Una noche de primavera deambulaba por la plaza del ayuntamiento de El Pinós, pueblo alicantino de las comarcas del Vinalopó, cuando un caballero se me acercó para preguntarme por cierto personaje de la localidad. Le contesté a lo que me pidió y, a continuación, y en contra de mi natural timidez, le dije que le admiraba y que para mí era un referente porque había ayudado desde la política a mejorar mi vida y la de mis vecinos. 


Era Ricard Pérez Casado, alcalde socialista de los años ochenta en Valencia, y máximo responsable de la conversión del viejo cauce seco en el ahora llamado Jardín del Turia. 


No pretendo que Pérez Casado fuera el único padre de esa maravilla que es actualmente "el Río". Así lo llamamos los lugareños con evidente impropiedad, pues desde el Plan Sur, que desvío la desembocadura sin pasar por la ciudad para evitar inundaciones, lo que queda no es el río, sino más bien su ausencia y el recuerdo lejano de sus aguas y sus barcas. Pues bien, el viejo cauce fue durante décadas causa de polémicas. De haber sido por las autoridades franquistas, que pretendían una enorme autopista intraurbana de ocho carriles -qué chachi-, ahora no tendríamos el parque más grande de todas las capitales españolas, sino más ruido, más contaminación y menos conciencia cívica. Fueron los movimientos vecinales los que propiciaron aquel pequeño milagro, y fue uno de aquellos audaces ayuntamientos socialistas de la primera hornada el que le dio a la causa el empujón que necesitaba.


 No sé si aquel día en El Pinós entendió don Ricard el porqué de mi elogio, pero en casa me enseñaron a ser agradecido. 

Durante el mandato de Manuela Carmena en Madrid, la señora Aguirre, personaje tóxico donde los haya, habló de la fobia al automóvil de la alcaldesa. Llámenme tendencioso. A fin de cuentas, el propio Ribó, actual alcalde de Valencia, ha reconocido la contribución de Rita Barberá al desarrollo de las fases del proyecto que quedaron pendientes desde los años ochenta. Me pregunto que hubiera dicho la gente de Vox, si la polémica inicial -lo de autopista o jardín- la tuviéramos ahora. Pero ya saben, la izquierda propone las fórmulas para modernizar y mejorar las sociedades, y la derecha se opone hasta que ya no puede hacerlo... y entonces se suma e incluso se atribuye los méritos. Curiosidades de la política. 


Dos de las ciudades más interesantes del planeta a las que he viajado son El Cairo y Copenhague. El poder de seducción de la capital egipcia es colosal, pero su tráfico es demencial y la convierte en una ciudad inhabitable, por más que en ella sobrevivan millones y millones de personas. Copenhague... quizá no tenga el mismo hechizo, pero sueño con un gran ciudad como ésta por cuyas calles más céntricas pasa un automóvil cada muchos minutos... Les juro que así es, por increíble que parezca en nuestro tiempo. 


Dedico este escrito al Jardín del Turia y su 35 aniversario porque yo ya resolví hace mucho que prefiero parecerme a Copenhague que a El Cairo. La cuestión es cómo conseguirlo. Valencia tiene un alcalde al que le ha tocado una misión sumamente difícil. No es cómodo hacer entender a los vecinos que no deben coger el automóvil. No es fácil gestionar el espacio de tránsito para la diversidad de vehículos de los que la gente hace uso hoy en día para moverse por la ciudad. Doy fe de que algunos ciclistas y conductores de patinetes son tan incívicos, están tan llenos de desprecio al único habitante natural de la urbe, el peatón, que terminan aumentando el efecto de barbarie que los que promocionan dichos vehículos pretenden evitar. Y, aún así, con todas las dificultades que surgen -y lo que te rondaré, morena- creo que la dirección es la adecuada. 

No se engañen, quizá los daneses sean gente muy civilizada. Pero la razón por la que en Copenhague no hay apenas tráfico privado es que te multan y te crujen a impuestos. 

Podemos alimentar el estrés, el ruido, la contaminación y la violencia, o podemos mejorar nuestra vida y pelear contra el cambio climático. El automóvil habrá de ser un paréntesis en la historia urbana del planeta, un periodo que acaso necesitamos en algún momento pero que ya hace tiempo que en sociedades desarrolladas como la nuestra se mantiene solo por intereses de las grandes corporaciones vinculadas al petróleo y al motor, y por la estúpida hipnosis consumista en la que no nos resistimos a vivir. 


Me voy al Río a caminar un rato. 


Friday, June 03, 2022

ANDALUCÍA


Hay quien ama el western, quien ama a Bowie, quien ama a las mujeres, quien ama al Real Madrid, quien ama el vino o quien ama el mar... Yo amo Andalucía.

Acepto la previsible crítica: los andalucistas tenemos una imagen idílica de esa tierra. Amamos un paraíso califal mixtificado, repleto de arrayanes y a cuyo olor a azahar acuden los versos de Lorca y los retratos de Romero de Torres para engañarnos. No soy cándido del todo, sé de la miseria y el caciquismo. Hay, como en todo lo que es grande en la Tierra, una Andalucía luminosa y apasionada y otra miserable y fraudulenta. Supongo que los forasteros amamos en Andalucía algo que es capaz de decirnos sobre nosotros mismos, eso que Goytisolo encontró en los yermos paisajes de Almería, y yo entre las callejas del Albaycín o ante las puertas de la Mezquita. Dejaré que otros lo llamen "duende"...

No es muy romántico continuar este escrito hablando de política, pero vienen elecciones, y sí, amigos, las va a perder la izquierda, no me cabe duda. 

Hace tiempo, en un autobús rumbo a Baeza, una anciana que había regresado después de medio siglo viviendo como emigrante en Alemania, me dijo, mientras miraba los campos, algo que me ha dejado poso: "la verdad es que ahora Andalucía está divina". Nada que ver con el paisaje agreste y desolado del que siendo una adolescente escapó cincuenta años antes para no morir de hambre.



Soy cada día más crítico con el PSOE y, por muchas razones, siento una inquina especial por figuras como González, Guerra o Chávez, más lamentables todavía en la medida en que creo que el socialismo de base es incapaz de superar su tóxica influencia. Y, sin embargo, creo que en las palabras de aquella vieja se advierte que algo de verdad tuvo el plan de la cohesión territorial, o, si lo prefieren, la idea de europeizar los rincones peninsulares más inclinados hacia África. 


¿Debería entonces reprochar a los andaluces la victoria incontestable que van a concederle a ese personaje tan gris que es Moreno Bonilla? Asusta, por cierto, pensar que su única duda es si tendrá que concederle alguna cosita a Vox, cielo santo. Lo que está claro es que de la izquierda no hay noticias.


Y es que lo de este señor en realidad ha sido una cuesta abajo, no le ha hecho falta tractorar en exceso. Le basta con evitar el porte de señorito que tenía Arenas y adoptar un perfil bajo para vencer a una Susana Díaz que es la prueba más rotunda de la incapacidad del PSOE para superar sus viejos vicios. Tampoco sé si hay muchas cosas mejores que decir de una nueva izquierda que en los últimos años no parece haber hecho otra cosa que fragmentarse, cosa a la que por cierto siempre fueron los rojos muy aficionados. 


Puedo explicarles las razones por las que creo que la Andalucía del PP es un fiasco, pero dejaré que lo haga el economista granadino Juan Torres, cuyos escritos me parecen imprescindibles. Tras leerle, puede que concluyan, como yo, en que el Gobierno de Moreno Bonilla en estos tres años ha sido una colección de mentiras y dislates. 

https://blogs.publico.es/juantorres/2022/05/30/balance-de-la-gestion-economica-de-moreno-bonilla-en-andalucia/



¿Deben entonces los andaluces retirarle su confianza? Pues sí, es lo que deberían, pero no dispongo de autoridad para decirlo si soy el primero que no detecta un discurso creíble en los partidos de izquierda. Y, en este sentido, el PSA me parece especialmente culpable. No se trata solo de haber mantenido durante décadas de mayorías absolutas una odiosa estructura corrupta; se trata de tener la firme resolución de romper con la lógica que la propició. Mi sensación es que no quieren o no pueden. 


Tengo amigos en el PSOE. Algunos son, muchos años después de las mayorías arrolladoras del felipismo, aquellos "socialistas de carnet" que se encabritaban cada vez que se te ocurría cuestionar alguna atrocidad, que las hubo en cantidad y, por cierto, las sigue habiendo. Son la mayoría personas honestas, pero vengo preguntándome desde hace mucho si el PS tiene algún proyecto de gobierno real -para Andalucía y para España-, si está firmemente decidido a transformar el país con la energía con la que, al menos en parte, lo transformó en los años ochenta, o si se conforma con pedirnos que les votemos solo para que no gobiernen los malvados reaccionarios del PP. Porque sí, señores, Moreno Bonilla nos puede caer mal, pero Susana Díez... qué quieren que les diga. Está muy bien amenazar con la ultraderecha y aprovechar la mínima oportunidad para fustigar a Pablo Iglesias, que tiene la culpa de todo, ya lo sabemos... Pero a mí no me basta. Espabilen de una vez. 


En fin, que Andalucía está divina, o en realidad siempre fue tierra hechizada, pues, a fin de cuentas, es Dios quien comparece secretamente ante nosotros tras la voz de Camarón y la guitarra de Paco.