Wednesday, July 27, 2022

LA ROSALÍA






Rosalía amenaza con conseguir que una vez más, las dos Españas asomen para hacer lo que mejor se les ha dado siempre, que es pelearse. Frente a quienes afirman que es un bluff, yo le reconozco poder de seducción y talento artístico… Diré más, creo que Rosalía es un ciclón, lo supe desde la primera vez que la vi. Claro que también están sus acríticos adoradores, aquellos que declaran genial el primer gargarismo que hace en el aseo por las mañanas y que la diva cuelga en instagram. También hay quienes la coronan como ejemplo supremo de fémina empoderada y dueña de su arte. A ellos les contestaría que Rosalía es un producto de masas perfectamente calculado, un mainstream diseñado hasta el detalle en los laboratorios del art business.

Cuando apareció “Malamente”, no era difícil aventurar que había nacido una estrella. Mas allá de la canción, que adapta con habilidad peculiaridades culturales como las de la Catalunya andaluza, el videoclip que lanzó acierta a conectar magistralmente con la experiencia teenager. Sé de qué hablo. Cierta agresividad cani muy de suburbio, objetualización del cuerpo femenino, culto a una especie de machismo obsoleto y desacreditado pero extrañamente superviviente entre nuestros adolescentes… Quienes diseñaron aquel clip entendían a la perfección que cierto chonismo de barrio y chandal fosforescente, de maquillaje barato pero muy visible, tacones altos y uñas imposibles conecta hoy con millones de jóvenes, la mayoría nada identificados con una cultura adulta que solo les inyecta pesimismo e incertidumbre.








El problema es lo que vino después, cuando se dieron cuenta que tenían un diamante para el mercado planetario. A muchos adultos les fascinó la noche en que apareció en los Goya demostrando que podía cantar como los ángeles, cosa que ya sabían quienes la habían seguido desde que como niña prodigio destacaba en una rumba mestiza enredada en hip hop. Pero no estaba ahí el mainstream que había que vender al mundo, pues cantantes buenas hay muchas. El producto "Rosalía" debía ser otra cosa.

Dijo Shakira que se convirtió en estrella global cuando pasó por Miami. Ubicado, conviene no olvidarlo, en EEUU, Miami es algo así como el Toledo medieval, es decir, un centro mundial de encuentro y traducción, y lo es además desde hace mucho. La misión de los laboratorios del entertainment en Florida es hacer accesible al mundo latino la cultura yanqui y viceversa. Sucede lo mismo para el mundo árabe con El Cairo o para el asiático con Hong Kong. Son los centros desde los que se adapta la diversidad cultural para convertirla en mainstream y hacerla digerible para cientos de millones de consumidores.

Quizá recuerden que Rosalía pasó el periodo pandémico en Miami. No es casualidad. Allí se terminó de domesticar el producto, lo cual incluye también presentarla como lo que ya no es, es decir, una singularidad local, una gitana salvaje e insolente dispuesta a comerse el mundo. Aquí empieza de verdad el producto de masas, aunque su frescura y la supuesta originalidad de sus gestos, sus danzas y sus palabros inventados invite a los ingenuos a pensar en una artista poco menos que revolucionaria. Pero no, Rosalía va camino de ser lo mismo que espantajos como Lady Ga Ga o Madonna. 


“Yo me transformo”, dice nuestra choni. Hace décadas que los artistas globales no hacen otra cosa que imitar a Bowie. Obviamente ninguno se arrima ni soñando a su talento visionario. Pero hay algo más trascendente: el monstruo interior que hace girar la vida de un ser humano no se cocina en microondas y se vende a bajo precio a la hipervelocidad a la que se hace mutar un producto como Rosalía. Demasiado joven para transformarte, querida, demasiada insistencia en decir que te transformas para que sea verdad. Ya no hay mestizaje sino caos, ya no diversidad sino confusión. Por eso las actuaciones en directo generan a la vez sensación de cierta genialidad y de absoluta cutrez. Los movimientos de Rosalía son como los de Beyoncé, lascivos antes que seductores. La letra de sus canciones no se entiende porque lejos de un lenguaje supuestamente alternativo, lo que arrastra es puro efectismo.







Rosalía es un artista de tik tok. Por eso no hay músicos en sus actuaciones... ¿Para qué?: que lleve músicos Springsteen. Por eso un idiota disfrazado perturba continuamente la visión del escenario mientras graba a la nueva reina. Convertida en fetiche pop universal, puede decir “Saoko” y parecer genial, puede hacernos creer que “Motomami” es en realidad el producto de una densa herencia cultural. Si se tirara un eructo al día siguiente aparecerían sus apologetas en la prensa espetándonos que no entendemos la genialidad contracultural de la diva. Pero no, Rosalía no es contracultura, es un producto de la cultura de masas, y por tanto lo contrario de la cultura antagónica, que surge precisamente como denuncia de la uniformidad que impone la cultura barata, construida a la medida del modelo del soft power norteamericano.

Rosalía no es, como no lo fue Shakira -aunque ambas lo pretendan- un ejemplo de la diversificación enriquecedora del pop, que habría apostado por lo latino frente a la hegemonía anglosajona. Como McDonald´s, que vende tex mex o adapta sus franquicias de comida chatarra a las peculiaridades hindúes en Bombay, el pop ofrece una imagen de diversidad cultural adecuada al gusto global. Ya no solo hay un star system de blancos y protestantes como el del Hollywood clásico. Pero es que designio esencial del system es ampliar los nichos de mercado. En cualquier caso, la supuesta singularidad cultural solo esconde un dispositivo de uniformización global o, como dijo Baudrillard, un secreto “integrismo blanco” cuyo plan consiste en acabar con las verdaderas singularidades, con todo aquello que, desde su peculiaridad, irreductible, cuestiona la mundialización del capital.

Lo siento, no creo en Rosalía por la misma razón que no creo en Madonna, quien lleva demasiado tiempo intentando escandalizarme con su supuesta provocación como para tomármela en serio. No, Rosalía no va a liberar a las mujeres ni va a recuperar el elemento hispano para el mundo. Es un mainstream, un bonito mainstream, pero solo eso.



Tuesday, July 19, 2022

UN CALOR DE MUERTE


 




A efectos de higiene de debate quizá no sea lo más presentable aprovechar este espantoso calor para recordar a los amigos que estamos en medio de un proceso devastador conocido como “cambio climático”. Vale, soy un oportunista, pero debo recordarles que fue el líder mundial de los negacionistas, Donald Trump, quien aprovechó una intensa nevada sobre Washington para aseverar que la “existencia del invierno es una prueba definitiva en contra del cambio climático”.


Hace ya mucho que entendí que sostener la polémica con gente así no merecía la pena. Un experto en lógica definiría el negacionismo climático como un rotundo caso de la falacia “ad baculum”, consistente en negar una afirmación porque las consecuencias de que sea verdadera resultan insoportables. Yo, por ejemplo, puedo considerar que un gobierno con la ultraderecha es algo demasiado horroroso como para que ocurra, pero la realidad es que ya tenemos gobiernos autonómicos de coalición con Vox, y es muy posible que obtengan el mismo éxito con el gobierno central. Que sea pavoroso no lo hace menos factible.


La perspectiva del cambio climático dibuja escenarios que están entre lo inquietante y lo apocalíptico. En el mejor de los casos, vamos a tener que cambiar drásticamente nuestra forma de vida, renunciando a muchos elementos que asociamos con el bienestar; en el peor, estamos ante una catástrofe irreversible y es cuestión de tiempo que volvamos el planeta inhabitable… Quizá es cuestión de menos tiempo del que pensábamos.


La respuesta negacionista es irresponsable y pueril. Cuando escuchaba a un líder con tantos seguidores como Esperanza Aguirre cuestionar a Manuela Carmena por su “fobia a los automóviles”, lo que yo me preguntaba es si la ciudadanía está preparada para entender las dimensiones del problema en el que nos hallamos y del cual no hemos más que empezado a percibir las consecuencias. Cuando la señora Ayuso habla de “socialismo o libertad”, se está refiriendo a los procedimientos estalinistas por las cuales se afea a la gente que abuse del transporte privado o se le demanda que haga un uso responsable del aire acondicionado. También piensa en medidas tan bolivarianas y propias del Gulag marxista como cargar de gravámenes fiscales a las empresas que contaminan, en especial a las de los combustibles fósiles.


Más allá de demagogos y espantajos de la política, mucho me temo que hay otros agente más poderosos interesados en acariciar los oídos de tantos y tantos millones de ciudadanos a los que no les gusta que se les diga que vamos al desastre por nuestra propia culpa. El fenómeno de las puertas giratorias -asociado en España sobre todo a las eléctricas - así como la problemática de la financiación de los grandes partidos, explican por qué la posibilidad de crear tejido legislativo capaz de entrar de verdad en el problema es ahora mismo sumamente precaria. Una de las razones por las que he apoyado la inclusión de UP en el gobierno Sánchez es la sensibilidad hacia la cuestión climática -y la ecológica en general- que arrastran las fuerzas políticas asentadas a la izquierda del PSOE. Temo que los resultados a día de hoy sean decepcionantes, incluso a pesar de la creación de un ministerio para la transición ecológica. Ahora bien, al margen de que el poder de España no es el de un país central en Europa, por lo que difícilmente va a arrastrar a grandes potencias, tampoco podemos esperar que un gobernante adopte medidas poco populares si sus votantes no les empujamos a tomarlas.


Ya ven, una vez más el asunto gramsciano por excelencia: la hegemonía. No hay otra, debemos trabajar duro para instalar en las multitudes la convicción de que necesitamos una transición energética eficaz, rápida y concluyente. Hay que convertir el cambio climático en una prioridad, la gran prioridad global. Es cierto que la descongelación del escenario de la Guerra Fría operado por Putin “diversifica” las amenazas sobre el planeta. Al peligro nuclear reactivado por la invasión de Ucrania, añadimos el riesgo de horrorosas hambrunas provocado por las nuevas dificultades sobrevenidas sobre la gestión global de los alimentos. Y, sin embargo, el tema ruso, antes que la inflamación armamentística o la independencia energética, lo que a mí me sugiere es la necesidad de imponer pautas de austeridad en el consumo tanto como la de acelerar la activación de las energías renovables.


Esto no va a ser fácil. La política tiende a ser lo contrario de lo que debería ser, es decir, cortoplacista. Hablando de largos plazos, podemos preguntarnos por qué queremos tener hijos si no estamos dispuestos a legarles un espacio habitable. El problema, no sé si lo han notado, es que los efectos del cambio climático son ya altamente perceptibles, de manera que, incluso por puro egoísmo, deberíamos preguntarnos si vamos por el camino correcto. Como el ex-Presidente Aznar, podemos también decirle a Greta Thunberg que debe volver al aula y deponer su desobediente actitud. O, como Rajoy, argüir aquello de su primo el meteorólogo: “¿quién sabe qué tiempo hará pasado mañana?” Cada uno debe elegir a quién quiere parecerse.


Hace dos años presenté un libro sobre la periodista canadiense Naomi Klein, quien encuentra una secuencia lógica entre sobreexplotación capitalista, desigualdad y desastre climático. En “Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima”, Klein plantea la necesidad de un “Green New Deal”, es decir, algo así como un Plan Marshall sobre el planeta que una las voluntades de todo el planeta para detener el desastre y hacer posible el futuro del hábitat y, por tanto, de la especie. Sería grato esperar que los gestores se encargaran de hacer el trabajo, pero, como tantas veces ha sucedido en la historia, las transformaciones más profundas y decisivas tendrán que venir de abajo. Será, pues, una vez más, la movilización de la gente lo que posibilite una transformación de las dimensiones que precisamos en este momento crítico de la historia de la civilización. Dice Naomi Klein:


“En Occidente, los precedentes más habituales que se invocan para mostrar la capacidad real de los movimientos sociales para actuar como fuerza histórica transformadora son las célebres movilizaciones por los derechos humanos que tuvieron lugar a lo largo de todo el siglo pasado, y entre las que destacan las de los derechos civiles, de las mujeres y de las personas homosexuales. Y todos esos movimientos lograron incuestionablemente cambiar el rostro y la textura de la cultura dominante. Pero el desafío que tiene ante sí el movimiento climático solo podrá superarse por medio de una transformación económica profunda y radical, y no hay que olvidar que todos esos movimientos del siglo XX se impusieron más claramente en las batallas legales y culturales que libraron que en las económicas. “


Sí, estamos hablando de abolir o, en todo caso, de hacer mutar drásticamente el capitalismo. La incertidumbre es máxima, pero estamos ante la mayor batalla por la supervivencia de la historia. Y la estamos librando ahora.



VUELVEN LAS DERECHAS


Aparece en el Instituto un caballero que pregunta si su hijo tiene posibilidades de obtener la plaza escolar que ha solicitado. La conserje le contesta que es complicado, a lo que el demandante contesta que "no me extrañaría nada que en vez de a nosotros se la dieran a un puto inmigrante". Yo, la verdad, le daría la plaza a un mongol y hasta a un alienígena antes que a semejante patán. Sabemos que existen muchos tipos así, gente intoxicada por el odio que trata desesperadamente de inocular sus virus al entorno. Lanzan su basura en sus casas, en las barras de los bares... Pero escucharlo ayer a voz en grito en la recepción de un centro escolar cuya misión es precisamente neutralizar la barbarie, bueno, eso me empieza a parecer ya más preocupante. 

Va a ganar la derecha, parece casi inevitable. Algún allegado me pregunta si el asunto no me angustia. Esa persona da por hecho que soy su correligionario, vamos, que soy de izquierdas como él. Suelo decir que soy de izquierdas porque no sé ser otra cosa. Digamos que es una cierta forma de mirar el mundo. Nada en cualquier caso de lo que me sienta orgulloso ni que me otorgue sentimiento alguno de superioridad moral. Dejo tales honores a quienes defendieron la República contra el fascismo o a los sanitarios de ONG que viajan a selvas infectadas de malaria para salvar vidas de gente que lo merece mucho más que yo. 


Sé que no tengo nada que ver con el tipejo que entró ayer en el instituto. Como tampoco con una gestora como la señora Ayuso que tramita becas para niños ricos y lo manifiesta orgullosa y pizpireta. No sé si hay alternativa a la reactivación armamentística europea que se está gestando como respuesta a Putin, pero me parece inquietante. Casi tanto como que Macron, en busca de la soñada independencia energética, vaya a potenciar la producción francesa de energía nuclear. Pueden poner la etiqueta que les apetezca a todas estas impresiones, pero a mí, más que de izquierdas, me parecen de sentido común. 

Vuelve la derecha, sí. Les ha bastado cambiar a un tonto por un listo y, a partir de ahí, dejarse llevar por un viento que, incuestionablemente, sopla a favor. Dicen que toda insurgencia reaccionaria es hija de una revolución progresista fracasada. Quizá este regreso del populismo patriótico, atravesado por el rechazo a la inmigración, las políticas identitarias o las exigencias ecologistas, tenga algo que ver con la descomposición de un proyecto que se fraguó en los años de Occupy Wall Street, la Primavera Árabe o el 15M, y que en España se articuló esencialmente con Podemos. Quizá sea eso, o quizá sean simplemente los ciclos de ilusión y decepción característicos de las sociedades demoliberales. Las circunstancias tienen la culpa, de acuerdo: no hay gobierno que sobreviva a una pandemia si lo que le viene luego, además, es un proceso inflacionario cuyas peores consecuencias en forma de recesión se desencadenarán al parecer con furia en los próximos meses. 


Pero no seamos ingenuos. Si la derecha, a pesar de la imagen de corrupción que acompaña con todo merecimiento al PP, se está volviendo a apoderar del país, no es solo por culpa de la oligarquía financiera, la Brunete mediática o el poso reaccionario de las mayorías silenciosas. Algo estamos haciendo mal en la izquierda, y como no me da la gana ser duro con el Gobierno Sánchez -creo sinceramente que no lo merece- no me queda otra que dirigirme a ustedes, mis correligionarios, todos aquellos que, proclamándose de izquierdas con mucha más convicción que yo, deciden que no les apaña nada y que la única izquierda que están dispuestos a aceptar es la que les calza como un guante. 

Háganse una pregunta: ¿hemos estado a la altura de estos años de gobierno de una coalición de izquierdas? Es un gobierno que nadie esperaba. Surgió de improviso, liderado por un señor que había sido defenestrado por el stablishment de su propio partido y procedente de una moción de censura tan inesperada como eficaz. Desde entonces han pasado cuatro años. Repito, además de votar, ¿hemos hecho algo más que refunfuñar con cada decisión que no nos ha convenido? 

Finalizo. A lo largo de los últimos meses he tenido distintos encontronazos desagradables con personas y grupos de los que se supone que estoy ideológicamente cerca. "Son las redes sociales", me podrían contestar. Bueno, sí, pero me ha pasado con personas perfectamente identificadas y, además, no siempre me ha pasado en facebook y similares. Lo que más me ha llamado la atención es que en ninguno de los casos "me lo busqué". En todos los casos la reacción furibunda o de ensañamiento, llegando a lamentables faltas de respeto hacia el interlocutor, fueron producto de intervenciones mías perfectamente respetuosas y yo diría que moderadas. Buscaba entrar en diálogo y me encontré cólera y visceralidad. 


Como no me siento en posesión de la verdad, me sorprendo mucho cuando personas que no parecen especialmente más agudas ni preparadas que yo me hablan como si yo estuviera dentro de Matrix y necesitara que me sacara el Morfeo de turno. 


Lo más de izquierdas que puedo decir es que o aprendemos a debatir o no es que no seremos progresistas, es que ni siquiera seremos demócratas. Y si quieren un pequeño consejo para acabar, vayan con mucho cuidado cada vez que opinen en público sobre el tema catalán, sobre la legislación LGTBI o sobre Podemos. Corren el riesgo de encontrar en el silencio el último refugio. 


 


Wednesday, July 06, 2022

CHICHO Y BALBÍN

1. Dicen que uno tiene lo que se merece. Yo no me lo creo mucho, pero, nos guste o no, llevamos a rastras nuestro pasado. No hemos elegido los agentes que nos han formado -o deformado-; somos antes víctimas que responsables de Torrebruno, José María García, Naranjito, Otan-de-entrada-no, el destape... Pero es lo que somos... tanto o más que Cuadernos para el diálogo, la izquierda clandestina, Raimon o las correrías delante de los grises. Somos La Clave, pero también el Un, dos, tres. 


Chicho Ibáñez Serrador... no recuerdo un solo día de mi vida sin conocer ese nombre. Incluso esa cara, porque aunque supuestamente él era el tipo entre sombras, le encantaba salir y ser reconocido. Como Alfred Hitchcock, al que siempre soñó con parecerse, se dejaba ver en sus películas, al modo del autor que firma su obra. En el Un dos tres aparecía a veces cual Zeus tronante para resolver entuertos con los concursantes y advertir a Kiko o a Mayra -y por tanto a toda España- que era Él quien, al menos los viernes por la noche, gobernaba este país. 


Todo era pura tramoya en el Un dos tres. Pero era una mentira que funcionaba, pues sus decorados, su cultura kitsch y sus emociones manipuladas alegraban un presente que todavía nos parecía gris y tercermundista. 


Chicho fue, o pudo ser, un gran director de cine. Pero no supo o no le dejaron explotar las zonas más oscuras de su alma con la maestría de su ídolo británico, de ahí que su legado se quede en un par de hábiles rarezas cinematográficas como "¿Quién puede matar a un niño?" o "La residencia". Al final, sospecho que para su desdicha, Chicho tiene un legado esencial que es el Un dos tres. Y nos lo lega a todos los boomers, qué vamos a hacerle. 


2. José Luis Balbín es un personaje incómodo para el sector más acomodado y pro-sistema de la izquierda española. Socialista o quizá incluso anarquista, pero radicalmente enemistado con el PSOE, habitó su pasión por la democracia sistemáticamente al margen de aquella izquierda que, en algún momento, creyó tener tan cogido por los huevos al país, que se permitió el lujo de decidir por nosotros, los ciudadanos, qué debíamos y qué no debíamos ver en la tele. 

Por eso no fue Suárez, que también lo intentó antes sin llegar a consumar el crimen, sino González quien se cargó La clave. Demasiada gente valiosa opinando sin restricciones ante millones y millones de aldeanos, demasiada libertad, demasiada democracia. 

Los gobiernos ya no necesitan recurrir a medios tan franquistas como la censura directa. Las opiniones, por fundadas que sean, han dejado de ser armas realmente dañinas. Los debates , por llamarlos de alguna forma, son en televisión talking-shows, mucho más ajustados al formato "Sálvame" o "El chiringuito" de lo que los actuales periodistas influyentes son capaces de admitir. 

No se puede vivir del pasado, es cierto. Pero permítanme que, por unos momentos, me deje llevar por la nostalgia de aquel tiempo en que gente que merecía la pena hablaba sin prisas y sin gritos... cuando parecía que los argumentos debían ser pulcros, se pronunciaban sin prisas y parecían capaces de derribar gobiernos y transformar sociedades enteras.