Saturday, November 14, 2009








LA TRAICIÓN







El destino de cualquiera de nosotros es ser apuñalado por la espalda en el momento en que menos lo esperemos. El shakesperiano "tú también, Bruto, hijo mío" de César tiene parangón en un relato de Borges, La trama:

"Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena"





Es imprudente reprocharle a este viejo planeta su indolencia por albergar tantos traidores, pues con ello olvidamos la cantidad de veces en que fue a nosotros a quien brilló el colmillo mientras daga en mano esperábamos el momento para asestar un golpe seco, mortal y, sobre todo, inesperado por su víctima. No hablo sin embargo del desasosiego que me causa la omnipresencia de la vocación traidora porque yo me sienta ajena a ella. En cualquier caso, creo que soy lo suficientemente idiota como para no tramar intrigas de gran alcance. Más que nobleza y lealtad, creo que es pudor... no quiero que nadie me mire con cara de "pero, ¡che!" mientras acabo de sacarle las tripas. No al menos alguien que no se lo merezca Prefiero hacerle ver mucho antes que no habrá amor entre nosotros. Seguramente por eso dicen algunos que soy perezoso para la amistad. No soy perezoso, soy precavido o, si lo prefieren, cobarde. En cualquier caso, sé muy bien qué implicaciones tiene el compromiso, en especial el amoroso. Y he optado por asumirlas como un adulto.



Divorcios por todas partes... sí, ya lo han adivinado, este el motivo del post. El matrimonio -una palabra que ya cuando éramos púberes parecía no inventada para nuestra generación, acaso por su connotación de compromiso institucionalizado e in eternum- se está desmoronando a nuestro alrededor como las casas mal construidas en los días que suceden a un gran terremoto. Cuando llegó el divorcio a España, se hablaba de apelotonamientos históricos en los juzgados, que se colapsarían ante la afluencia masiva de gente dispuesta a, por fin, legalizar su condición de no "querer ser más el cónyuge de", no fuera a ser que los poderes residuales del franquismo volvieran a darle un vuelco al asunto. Pero no, no hubo colas gigantes porque quienes tenían claro que querían divorciarse no necesitaban urgencia: acudirían hoy o mañana, pero lo harían sin dudas y nunca habrían de arrepentirse por otorgarle curso legal a la ruptura de un vínculo que, de facto, estaba roto mucho antes.




La Ley Fernández-Ordóñez podía discutirse en sus detalles, pero no en su espíritu. Era imprescindible una ley del divorcio de igual manera que hace falta una ley que proteja a los huérfanos o diques que contengan los tramos inundables. Pura cuestión de salud pública. Sin embargo, la derecha se opuso entonces como ahora se ha opuesto al matrimonio homosexual. Triste destino el de tener que luchar contra una ley de la que uno sabe, en el fondo, que va a terminar haciendo uso, prueba incontrovertible de la bondad de dicha ley y de la deshonestidad de muchos de los que a ella se oponen. Pero la derecha, adscrita por cinismo o por sumisión a la obediencia de la jerarquía eclesiástica, tiene la costumbre histórica de enfrentarse a cualquier reforma que propicie la libertad de los sujetos. La recuperación de los viejos argumentos de la España más clerical y reaccionaria con motivo del reciente "divorcio expréss" no dejan de sorprendernos. Parece que hay que obligar a la gente a que se lo piense, agrandar hasta la nausea los trámites, el precio y los enredos burocráticos, a ver si, con suerte, a los dos cónyuges que se detestan les entra la tentación de decir eso de "bueno, nos aguantamos como sea". Por lo visto, los defensores de la indisolubilidad del matrimonio temen que la caprichosa niña -que tantas ganas tenía de casarse de blanco- se despierte una noche al primer ronquido del vecino de lecho y decida en plan rabieta lanzarse al juzgado de guardia. Podíamos aplicar esto a todo: poner trabas legales interminables para el que quiere cambiar de ciudad, besar a la dependienta de Zara de la que acaba de enamorarse o comprarse un velero para irse a una isla a escribir poemas... fastidiar a base de bien a todo el mundo no sea que nos dé por hacer uso de la libertad para elegir lo que queremos que sean nuestras vidas.



"Acabarán con la familia". Como tantas veces sucede, se confunden causas y efectos. Sea o no deseable la subsistencia del modelo tradicional de familia, el problema no es que facilitar la libre disolución del matrimonio vaya a romper aquel modelo, es que hace mucho tiempo ya que la sociedad dejó de estar preparada para soportar los rigores de aquella cultura que, entre otros méritos, se sustentaba desde el principio patriarcal de sumisión de la mujer. Quienes siempre vieron con malos ojos los procesos políticos de emancipación femenina no se equivocaban cuando advertían que el feminismo pondría en crisis el matrimonio. Es lo que tiene la libertad, que se pone más difícil eso de obligar a alguien a hacer lo que no desea hacer. En cuanto a la familia... Me cuesta ver que quien decide disolver un vínculo que convierte una casa en un infierno cotidiano o quienes pelean por casarse y adoptar un niño siendo dos personas del mismo sexo sean los que van a acabar con la familia. Más bien creo que aquel votante de Fraga con vocación de terrorista moral que me dijo hace veinte años eso de "¡quien se equivoque, que se joda!" es el que pincha el globo de cualquier ilusión matrimonial.

Pero no es la defensa de algo como la legalización del divorcio, que se defiende solo en la pura cotianeidad del mundo de la vida, lo que provoca este artículo. No, a ver si sé explicarme porque temo que parezca que lo que digo es lo contrario de lo que pretendo decir: es más bien la proliferación de la ruptura lo que me inquieta últimamente.



Temo que, por razones de edad y por el sector social con que me relaciono, la frecuencia de rupturas matrimoniales que presencio tienda a ser mayor, pero a poco que uno aguza los oídos se da cuenta de que la gente está divorciándose a la carrera en todas las franjas de edad y clases sociales. Por todas partes encontramos maridos en la cincuentena que se han ido a un piso de alquiler donde viven con una joven sudamericana, veinteañeros ante el juez que no llegan ni al año de casados... la casuística es complejísima. Lo es porque, afortunadamente, la gente puede complicarse la vida como libremente decida. Y, sin embargo, es irremediable preguntarse qué es lo que está pasando.


En el noventa por cien de los casos que conozco aparece por medio el dichoso concepto: traición. "Me has traicionado", yo también he recurrido en algún momento a un concepto tan connotativo, tan viscoso, tan cargado de significaciones emocionales y valoraciones morales. Peligro. Hay personas que tienen permanentemente preparada esa bala en la recámara de la boca. Llaman traidor a alguien que les abandonó, sin pensar en que lo enfermizo hubiera sido no abandonarles. Se llama traidor a alguien que decide romper con un bando con el que, sinceramente, ya hace tiempo que no comulga. Eso no es traicionar, es rectificar. A mí han llegado a llamarme traidor -no a la cara, claro- por no irme a cenar o de copas con personas que no entendían que desear estar solo no me convierte en enemigo. Siempre recuerdo a un cenutrio autoproclamado independentista que decía con frecuencia que "Serrat era un traidor a la Nova Cançó". Valiente majadería. Hay personas que establecen tal dictadura sobre sus allegados, que ya tan solo les dejan la opción del hecho consumado -de pronto una mañana las maletas, "me voy, adiós para siempre"-, pues son incapaces de advertir, y por tanto corregir, el sufrimiento que cotidianamente producen.


Puedo insistir, llenar de razones al que abandona, seguir poniendo peros a la banalización que algunos fanáticos hacen al usar continuamente la palabreja de marras. Pero no, no voy a hacerlo porque, pese a todo, la traición se da. Y es terrible.


En los últimos tiempos no paro de encontrarme situaciones en que internet alimenta procesos de traición sentimental especialmente oprobiosos. No es culpa de internet, desde luego, pero repugna que alguien confíe sobre la pantallita de marras insultos y burlas terribles a un tercero sin rostro contra la mujer que, tras acostar al niño, le está preparando una tortilla a cuatro metros. Con o sin ordenador, es terrible que uno prepare durante meses el terreno para edificar su vida próxima junto a alguien "menos aburrido" mientras el otro permanece ignorante de que se trama su ruina y, en muchas ocasiones, su deshonra. Es desalentador haberse trabajado el amor durante años y años para que de pronto el primer recién llegado con cara de gilipollas se convierta en objeto de toda la pasión que uno se ha pasado años pidiendo sin éxito.


"Nuestros cónyuges no nos comprenden". He escuchado mucho esta frase entre amantes adúlteros. Pero nuestros cónyuges, en realidad, nunca nos comprenden. No saben lo que nos molesta que pongan mala cara por que su padre está en el hospital justo el día en que venimos contentos del trabajo, no saben cómo sufrimos porque no les gustan las mismas películas que a nosotros, no tienen ni siquiera la delicadeza de poner buena cara después de que miremos a la vecina con cara de "está más buena que tú". No nos comprenden, y para colmo, si les dejamos por un tercero, se pasan meses y meses llorando por las esquinas, para ponérnoslo difícil, qué cabrones son los cónyuges. Pero, ¿qué nos habíamos pensado que es esto del amor de lo que con tanta seriedad hablábamos cuando decíamos que duraría para siempre? Tenemos tanto derecho a amar como a dejar de hacerlo, no he hecho otra cosa en este artículo que intentar demostrarlo, pero dejar tirado en la cuneta a alguien que cumplió con el compromiso de lealtad que le exigíamos con vehemencia y que nosotros mismos hemos roto es terrible, no es un juego que se soluciona con un acuerdo favorable de divorcio.


La "biografía singular", concepto de moda en esa sociedad cada vez más entregada al culto al individuo -acaso porque no le queden otras cosas- colisiona cada vez más contra el viejo mecanismo de identificación suministrado por la familia. En un momento en que los hijos parecen ya convertirse en el último reducto de identidad emocional permanente, ¿será que la pareja se ha convertido definitivamente en una utopía? Vivimos en una sociedad que ha sustituido las viejas certezas por una interpretación del hedonismo en clave consumista. ¿Qué nos hizo pensar que la pareja se libraría de ser una mercancía más? Y como todo producto, aquel al que creemos amar puede ser devuelto si no nos satisface. Todo, también el amado, pasa a tener la fecha de caducidad escrita en la nuca.

Me preocupa poco si alguien confunde este mensaje con las cruzadas de los obispos contra el libertinaje y el desorden moral. No es mi matrimonio lo que pretendo proteger de los vientos de divorcio que soplan a norte y sur mientras el sol asoma con timidez en esta fría mañana. Es mi honor.






Acabaré citando a Zygmunt Bauman, define muy bien las sensaciones que intento transmitir respecto a este laberinto del amor y la pareja, cada vez más intrincado:



"Invertir sentimientos profundos en la relación y jurar fidelidad implica correr un enorme riesgo: eso lo convierte a usted en alguien dependiente de su pareja. Para echar un poco más de sal en la herida, su dependencia tal vez no sea correspondida, y no tiene por qué serlo. Por lo tanto, usted está atado, pero su pareja es libre de marcharse, y el lazo que lo ata a usted no basta para asegurar la permanencia del otro"

2 comments:

notorius said...

Es una lástima que el tema de la traición, tan interesante y que planteas al principio, haya quedado un poco diluido. La crisis actual del matrimonio, de la relación de pareja está directamente relacionada con la crisis del capitalismo y de mentalidades. Se ha convertido todo en una especie de juego, igual da la enseñanza que la relación de pareja. Hablas hacia el final del artículo de "interpretación en clave hedonista" y creo que por ahí van los tiros. Y es verdad, yo también estoy asustado. Como tutor de alumnos de la ESO me quedo perplejo ante la proliferación de divorcios (absolutamente increíble en los últimos años) y la enorme cantidad de problemas que se producen. Sin ir más lejos, en la última reunión de padres vino la policía para llevarse a un padre porque la madre tenía orden de alejamiento. Saludos. Notorius.

David P.Montesinos said...

Esta psicosis de la que hablas ha llegado, efectivamente, a las escuelas. Hay normativas por las cuales no se puede dejar a un padre o madre entrar al centro así como así, por ejemplo, en un recreo, pues se entiende que puede llevarse a un niño que resulta ser su hijo... Cosas veredes.