Saturday, October 29, 2011







ALGUNOS TEBEOS




1. VUELVE THE WALKING DEAD. Supe de este relato sobre zombis gracias a un cómic que me prestó Ricardo Signes. "Pero léelo", me dijo, a lo que yo contesté con cierto fastidio, como sintiéndome obligado a transigir con algo que, de entrada, me interesaba bien poco. No me decían demasiado los autores -Kirkman en el guión y Moore en el grafismo-, pero, sobre todo, no me decían nada los protagonistas. A mí, desde siempre, los zombis me han parecido unos tipos asquerosos.


En una impagable escena de esa joya cinematográfica de Tim Burton que es Ed Wood, el viejo Bela Lugosi -interpretado por Martin Landau- se burla de Boris Karloff, al cual Hollywood ha asignado al monstruo de Frankenstein de igual manera que a él lo asocian al Conde Drácula. "El vampiro es seductor, hipnotiza a sus víctimas con su mirada profunda, su porte es aristrocrático... En cuanto a Frankenstein, sólo sabe levantar las manos y chillar como un idiota para asustar: Uuuuuh!" No pretendo, Dios me libre, comparar al zombi con el monstruo de Mary Shelley, pero creo que la analogía que hace el ficticio Lugosi nos puede servir. El zombi no es seductor, y si nos incomoda su aparición es, antes que nada, porque da asco. Nos alejamos de él no porque -como sucede con el gran seductor del imaginario occidental, Lucifer- nos atraiga con sus oscuras dotes de manipulador, sino por la misma razón por la que nos alejamos de un vómito: huele mal, da asco.


Esta es la razón por la que nunca le encontré la gracia al gore. Las primeras pelis de este género que recuerdo las vi en casa del primer amigo cuyos padres se compraron un vídeo. Pagábamos a medias pelis que alquilábamos -"acordaos que sean VHS, no Beta, que aquí no se ven"- y así pasábamos unos viernes por la tarde particularmente estúpidos, viendo casi siempre este tipo de films que no solían poner en la tele, ni en la primera cadena ni en el UHF. Como no podíamos ver porno -no al menos mientras sus padres andaran por casa- alquilábamos pelis donde hubiera efusión generosa de algún tipo de fluido corporal. Y así mi vida se topó con los zombis, aquellos tipos maquillados como el Michael Jackson de Thriller, que entraban en masa en la casa de la adolescente protagonista y había que hacerlos pedacitos con un hacha -aquello sí era una deconstrucción en toda regla- porque si no, no se morían y seguían haciendo aquella risita irritante que asustaba mucho a las chicas.


La verdad es que nunca me interesó el asunto, y en realidad sigue sin hacerlo. Es algo que, en realidad, me pasa en general con los no muertos, que me parecen unos tipos fastidiosos, pero que no terminan de poblar mi imaginación, ni siquiera a la hora de las pesadillas. Son como un vecino que tengo, excepcionalmente pesado y que se te echa encima para devorar tu paciencia en cuanto te topas con él: para olvidarme de él me basta con esquivarlo.



¿Por qué veo entonces Walking dead? En primer lugar porque desde el principio, y en contra de lo que yo preveía, me atrajo el cómic que me dejaron. No estaba siquiera seguro de querer leerlo pero, al acabar el primer tomo, le pregunté a Signes si tenía más. Esta serie me parece una digna puesta en escena televisiva de ese estupendo tebeo. En segundo lugar porque hay algo en ella que engancha con el universo de las ficciones televisivas de los tiempos en que un servidor formó su imaginario narrativo, el cual -qué vamos a hacerle- está tan poblado de tele y tebeos como de cine de Bergman y novelas de Kafka. Hay algo muy muscular, muy primitivo y testosterónico en la serie. Quizá los actores no sean gran cosa y las acciones sean a veces forzadas en exceso, aunque sólo sea por esos condicionantes, tan característicos de estos productos, que determinan que el final de cada capítulo ha de dejarnos en suspenso o que deben desarrollarse varias tramas narrativas a la vez para cubrir todo el espectro dramático que la escena de la serie ha creado.



Funciona, no sé muy bien la razón, y les aseguro que en mi caso no es por los zombis, que podrían ser tranquilamente sustituidos por otros seres amenazantes y no necesariamente igual de asquerosos. No sé, pienso en V, aquella serie de alienígenas invasores que nos conmovió en los ochenta. Diana, la protagonista, resultaba ser una reptil marranísima que se comía una rata entera, pero la mayor parte del tiempo los reptiles tenían aspecto humano -para engañar- y resultaban hasta sexys. Creo en realidad que no son los zombis, sino el brillo de su ausencia lo que le da su riqueza a este relato. Los presentimos, nos percatamos de cómo la amenaza de su lógica devoradora va configurando la escena que se desarrolla cuando ellos no están. Es la manera en que los humanos administran su nueva vida en los tiempos del apocalipsis lo que me atrae. Algún científico trabaja en un laboratorio remoto y sigue tratando de encontrar el antídoto contra la infección; el niño que se pierde en el bosque desencadena el terror de sus padres; el caminante que se acerca poco a poco amenaza con su ambigüedad -pues no sabemos si es de los nuestros o es un zombi-; las relaciones entre adultos, empezando por las amorosas, se alimentan de su propia precariedad, pues el futuro ha quedado más que nunca en situación de incertidumbre...


Hay una última cosa. La editorial Anagrama publicó recientemente un ensayo titulado Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo. Seguramente no lo hubiera leído de no ser por el cómic de marras y, sobre todo, por la editorial que lo había premiado y publicado. El ensayo juega astutamente con la idea de que los zombis han pasado a ser los pobladores predilectos del horror postmoderno por causas más produndas que la simple evolución de los gustos del público. Frente al vampiro gótico, figura seductora y aristocrática, el zombi provendría de una democratización del miedo. El Conde gobierna el reino de las tinieblas, poblado por las criaturas que el Mal ha producido siempre para recordarnos que si existe la luz es porque nace de un juego de sombras; el zombi forma parte de una masa informe de autómatas que han descendido por debajo del grado cero de la libertad y la identidad, deambulando en busca de algo que puedan digerir y que, en cualquier caso, no les satisfará. El vampiro es una figura romántica y transgresora, está entregado al vicio porque se mueve en las estancias de lo prohibido, por eso busca inocentes y bellas muchachas, a las cuales convertirá a su infame causa. Al zombi no le importa nada quién seamos ni qué piense Dios de sus fechorias: si le mostraran una cruz trataría de comérsela y, al comprobar que no podía reducirla a nada que se pueda devorar, la olvidaría.



Para Fdez Gonzalo, la horda zombi es un epítome de la mayor de las amenazas de nuestro tiempo: la pérdida de la autonomía del sujeto en pro de una sumisión pasiva a la sugestión barata del consumo y a la homogeneización de los individuos en base a unas claves colectivas simplistas y empobrecedoras. Creo que hay que hablar más de este libro...







2. NO HE VISTO EL TINTÍN DE SPIELBERG... Debería, pues, tener cerrada la boquita, porque además no tengo la intención de ir a ver la película, pero Tintín no es algo respecto a lo que acepte fácilmente el silencio, pues yo crecí con él en la misma medida en que mi padre creció con Flash Gordon. Le debo demasiado a Tintín, le he buscado por la Europa francófona -encontré su castillo, Moulinsart, en la localidad de Cheverny, junto al Loira-; he llenado mis paredes y estanterías con los fetiches nacidos de la imaginación de Georges Remi -Herge-; he pensado demasiadas veces, sobre todo viajando por ahí, en qué habría hecho el periodista belga en tal o cuál situación de apuro o las cuatro cosas que le habría dicho el Capitán Haddock al Bebe sin sed de mi vecino del séptimo, el que me tira agua casi todas las noches desde el balcón...


No voy a callarme, aunque sería de prudencia ver la película, quizá la vea, pero temo arrepentirme. Dijo Borges que Shakespeare era capaz de sobreponerse incluso a una pésima compañía de teatro. El problema aquí es que Spielberg no es un mediocre director de cine. Quizá sea eso lo que más temo, que habrá tratado de hacer un buen producto cinematográfico con Tintin. Habrá acción, efectos de todo tipo, una sucesión vertiginosa de peligros y peripecias... Y todo va a ser inútil, porque Tintín es intraducible al cine. Quizá sirva para que muchos niños opten por leer los tebeos que sus padres tienen en una estantería, pero soy escéptico respecto a ello, porque estos críos no han configurado su imaginario a partir de la lectura de cómics, por lo cual estos siempre habrán de parecerles una degradación de la película dichosa.


Es muy difícil explicar para un ajeno de dónde arranca la fascinación por el universo de Hergé, que convierte en coleccionistas casi compulsivos a personas que, como es mi caso, nos negamos por principios a coleccionar nada. Este amor -uno de los pocos que me ha durado toda la vida y que no ha cedido ni un milímetro- me recuerda al de aquella chica que tanto me hipnotizaba en tiempos escolares: "él no sabe quererla como yo", pensaba en aquel tiempo, maldiciendo al destino que se negaba a entregársela a quien más la merecía. Con aquella joven me equivocaba, con Tintín no: Spielberg no le ama como yo, Spielberg no sabe lo que es amar.


Por cierto, leí algo que dijo un crío después de ver una de aquellas películas -cutres y baratas, pero acaso menos impostoras que la de Spielberg- que se hicieron en Francia en los sesenta sobre el personaje de Hergé: "No me ha gustado, el Capitán Haddock no tiene esa voz". Genial, expresa, si se entender bien la frase, lo que yo siento ante este tipo de traslaciones al lenguaje del cine de un universo que enamora a cocción lenta y que sólo puede desarrollar todo su poder de fascinación en largas tardes infantiles. Creo que no voy a ir a verla, me he ganado el derecho a decirlo y quedarme así de ancho.







3. LLÁMENME CENIZO, PERO TAMPOCO CUELA CON EL CAPITÁN TRUENO. No es por algunas desoladoras noticias que llegan del rodaje y la postproducción y que habría que saber poner en cuarentena. Pero, qué quieren que los diga, me temo lo peor. No sé por qué católicos, musulmanes, y hasta cienciólogos, tienen derecho a poner el grito en el cielo cada vez que alguien degrada a sus dioses con una película, mientras yo he de tragarme que arrastren por el fango a los míos sin rechistar.


Nadie ha explicado mejor que Fernando Savater lo que significa haberse criado con el Capitán Trueno, cuando en su decidida voluntad de luchar contra los malos y no dejarse silenciar por nadie, le echaba la culpa al influjo de este personaje. Trueno, para mí, fue siempre un héroe de la democracia que se abría camino a duras penas en este país de falangistas guerreros del antifaz en los años en que yo empecé a leer el cómic de Mora y Ambrós. Aquello de "Santiago y cierra España" podía ser el residuo fascista de una época donde el espíritu de la censura atormentaba a cualquier creador, pero el mundo de Trueno era abierto, noble y tenía la mente limpia. Savater tiene razón, el Capitán nos enseñó que debemos rescatar al amigo en peligro -aunque para ello hayamos de jugarnos el pellejo-, que debemos plantarle cara a los malos -aunque sean poderosos o, precisamente, porque lo son-, que nunca se termina de guerrear contra la injusticia...


Temo una visión fílmica que sólo crea en las espadas y el encabalgamiento desmesurado de batallas. Creo que es el mayor problema del cine de masas, en especial el llamado de acción: no conoce la pausa, no se detiene a pensar, por eso todas las pelis saben a lo mismo. Pero quizá me equivoque en este caso; no sé sinceramente lo que saldrá finalmente de este proyecto que lleva años y años pendiente de concretarse y que, finalmente, lo ha hecho. Ojalá sea para bien.




Por cierto, una vez una alumna me reconoció que su padre le había puesto Sigrid en honor de la amada del Capitán. Bonito, ¿no?

5 comments:

Tobías said...

Es curioso que a pesar de lo mucho que corre Tintín en cada una de sus aventuras, a pesar del casi perpetuo movimiento, todas las adaptaciones al cine y las versiones en dibujos animados han sido francamente decepcionantes. Creo que me pasa algo parecido a lo que decía esa niña a la que no le gustaba la forma en la que hablaba Haddock: el universo de Hergé parece tan particular que es casi imposible cambiarlo de hábitat, es el lector el que recrea en su mente todo aquello que el cine o los dibujos animados quieren completar. Y de ahí el fracaso y la decepción.

De todas formas iré a ver la película de Spielberg, en parte para indignarme un poco por aquello de que van a cambiar el guión de Hergé, que es magnífico, para rellenar la aventura con fuegos de artificio. Pero también porque recuerdo unas escenas de Indiana Jones, unas pocas escenas en unos subterráneos, que me parecieron puro Tintín. No me va a gustar, ya lo sé, pero no temo que la película afecte a futuros lectores. Les pasará lo que a mí, verán un día la portada de “La isla misteriosa”, quedarán seducidos por esa enorme seta que crece ante un Tintín perplejo y sentirán la necesidad de abrir el álbum y comprobar si las amenazas de Philipullus, el profeta, son ciertas.

No fue a iniciativa propia pero caí en la tentación de ir a ver “El capitán Trueno”; la verdad es que pensaba, a diferencia de Tintín, que tampoco la versión cinematográfica podía estropear mucho el original. Reconozco que tienes razón en lo que dices, lo del Guerrero del Antifaz era demasiado nacional-católico y el guión era de pena. El capitán Trueno humanizaba al héroe y lo hacía más próximo, incluso parecía que un día u otro se cepillaría a Sigrid. Sin embargo volví a leer algunas aventuras no hace demasiado tiempo y apenas encontré nada de lo que me gustaba de pequeño. Las historias son flojillas y repetitivas (incluso más que las del Jabato), el Capitán apenas tiene matices y los compañeros están de relleno más que otra cosa. Bueno, el caso es que la película es mala con ganas, el guión infame y está poblada de actores salidos de series de televisión que hacen honor a su escaso prestigio. Lo único salvable es un tímido intento de que el capitán Trueno asuma su auténtica condición de mercenario, rápidamente descartada y desestimada el resto de la película. En cuanto al componente ético del personaje, y ya que citas a Savater, me remito a aquello que decía en “La tarea del héroe”: el héroe es “aquel que logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia”. Tanto Trueno como Tintín entrarían en la definición, aunque yo me quedo con Haddock.

David P.Montesinos said...

Interesante reencuentro, Tobías, veo que lo propicia un tema que te es caro y lo celebro.

1. No descarto la posibilidad de hacer una interpretación de Tintín que, yendo más allá de la textualidad original, sea capaz de enriquecer el universo por él creado. En casa tengo un cuadro pintado por un desconocido en el que aparece un extraño Tintín borracho y deprimido en la barra de un bar... Y es magnífico.

No soy un purista, la leyenda no acaba con la muerte de su autor ni se reduce a sus textos clásicos por la misma razón que El Rey Lear sería mucho menos de lo que es si nos hubiéramos limitado a la ortodoxia del texto de Shakespeare. Lo que intento decir es que la obra es abierta -en el sentido más "Umberto Eco" de la expresión- y que sus revisitaciones, versiones y nuevas lecturas la enriquecen indefinidamente. Ahora bien, a partir de ahí, hay revisitaciones certeras o despreciables. Llevar a Tintín al cine pretendiendo que sea como un tebeo de Tintín me parece un error. Mi problema es que Spielberg se ha basado en referentes reconocibles para subsumirlos dentro de su lenguaje cinematográfico, que guarda trazas remotas del de Hergè, pero que en cualquier caso vive en una lógica completamente diferente, mucho más en la medida en que le aplica una tecnología que puede ser muy eficaz, pero que roba su atmósfera peculiar al mundo gráfico de Hergé, condenándolo a una asepsia que me parece insoportable. Spielberg necesita monstruos, piruetas imposibles, salvaciones de último segundo continuas, luchas sobre el abismo. Tintín es otra cosa, con Tintín nos paramos a pensar, necesitamos la pausa, respirar el aire de Moulinsart, percibir el sonido amenazante del motor del avión que va a ametrallarnos, morirnos de sed en el desierto durante horas, reírnos con ese vino clarete que no termina nunca de sacar Oliveira de Figueira... No creo que Spielberg se mueva cómodamente en esos tramos de la narración en que no valen los efectos especiales.


Me parece bien que Spielberg ame a Tintín, pero su concepción del cine de aventuras está más cerca de Piratas del Caribe que de Hergè. Tintin no es Indiana Jones.

Una última cosa, colecciono objetos y dibujos del mundo tintiniano, pero fíjate, me atrae infinitamente más el dibujo que un crío de seis años hace del cohete lunar de Tornasol que cualquiera de las imágenes perfectamente definidas, virtuales y asépticas de esta película.

David P.Montesinos said...

2. Lo del Capitán Trueno me lo temía. Creo que no es culpa del tebeo, desde luego. Tengo la impresión de que durante años lo han destrozado un poco entre todos, por las noticias que me llegan. A mí me parece muy sugerente ese mundo medieval, me parece que se podría reinventar para el cine, cosa que también pienso de Tintín, pero sólo si se entiende que hay que hacer algo diferente en toda regla al tebeo, algo que tenga sentido cinematográfico. Ese mundo del Mago Morgano, de la Reina de Thule, de los viajes a tierras desconocidas... Yo lo veo muy sugerente. Si volviera a leer el cómic me parecería infantil probablemente. De niño, la profundidad de campo de cada una de las viñetas de esos relatos es inmensamente mayor de lo que te parece de adulto. Pero acaso sea esa la gracia, que consiguen ilusionarte, que dejan volar la imaginación infantil a partir de un material de partida muy básico. NO sé, a mí me gusta toda esa iconografía, me sigue despertando emociones... Siento que sea un bodrio la película.

Yo también soy de Haddock, por cierto, pero creo que sólo tiene sentido dentro de un escenario coral. Más que un personaje genial de por sí, que sin duda lo es, Haddock es un hallazgo genial dentro de un cuadro que se había configurado sin él y que, una vez él es introducido, se vuelve infinitamente más atractivo.

Ricardo Signes said...

1. Auténtica fiebre zombi por ahí: tebeos, películas, series, música... y ahora ensayos de filosofía o afines. De toda esa vorágine me quedo con "El reino de este mundo", de Alejo Carpentier y "Yo caminé con un zombi", de Tourneur (algunas de sus imágenes perduran en mi retina muchísimos años después de haber visto la película: fascinante, hipnótica). Y, entre los cómics, "Walking dead", que para mí es mucho mejor que la serie, de la que soporté solo un par de capítulos, y otro, disparatado y absurdo, sobre un Elvis redivivo, del que hablo en un artículo en mi blog titulado "Literatura y zombiedad"(2).
2. Tintín. Me crié con Tintín. En Reyes en casa un regalo fijo era un álbum de Tintín, de esos de la tapa dura y el lomo de tela. Recuerdo un precio de 90 pesetas, que es una cifra de esas que se te queda para siempre, como los 100 kilómetros que separan Valencia de Gata, que entonces me parecía una distancia casi astronómica (la que separaba mi ciudad y el paraíso).
Los que hemos disfrutado de Tintín de pequeños formamos una especie de sociedad secreta, una hermandad fraguada por la fuerza de un imaginario geográfico y aventurero a la que que le está vedada la entrada a los que se aproximaron a los personajes de Hergé de adultos. Qué complicidad maravillosa la de un amigo en un callejón de Tánger cuando ante un arco de herradura a la entrada de la medina exclamé: ¡Como en "El cangrejo de las pinzas de oro"!
Me da que Spilberg no leyó "Tintín" de pequeño, no pertenece al Club, así que por mucho dinero que le ponga en forma de efectos especiales me barrunto que no va tocar mi fibra. Además mi hijo ya es mayorcito para dejarse llevar al cine. Y mi curiosidad se decanta hacia otras aventuras.
Y que conste que no abundo más en estas historias para que no me acuse nadie por ahí de ser un Serafín Latón.
Un abrazo.

David P.Montesinos said...

Usted, señor Signes, no me recuerda nada a Serafín Latón. Le veo a medio camino entre el profesor Callis -descubridor del calisteno- y el General Alcázar.

Y qué coincidencia, yo pensé exactamente lo mismo en Tánger, y sospecho que podría ser el mismo arco. Y yo aún diría más -cito a los Hernández y Fernández- podría ser el mismo arco que aparecería en cualquiera de las revistas que consultaba Georges Remi para elaborar sus obras. (Él en realidad viajó poco, devoraba publicaciones sobre países exóticos y luego trasladaba imágenes que le interesaban para crear sus escenarios)

Lo de la hermandad tintiniana me parece sugerente. A nuestro común amigo, Lluís, miembro honorífico de la hermandad, intenté provocarle un ataque de envidia cochina contándole mi viaje al Castillo de Cheverny, donde los franceses tienen su museo Tintín, pero él me dio mi merecido contándome su excursión al museo de Bruselas. No, creo que no voy a ir a ver la peli de Spielberg. Creo que la fortuna de este Rey Midas no se resentirá en exceso por ello.