Desde la Cueva del Gigante, lugar perdido en un territorio árido donde antiguamente se refugiaban los bandoleros, esta página intenta echar luz, y también alguna sombra, sobre los fenómenos sociales contemporáneos: las nuevas tribus, los simulacros culturales, los movimientos de masas, etc...
Saturday, December 22, 2012
EL POCALISIS
"Viene el pocalisis", solía decir mi abuela. Se refería al nombre bíblico que designa el fin de todo, de todos nosotros, el gran pifostio que habría de ponernos ante Dios para ser juzgados, una situación en la que, con tanta gente con prisa, Dios debe andar algo estresado, lo que aumenta las posibilidades de que la tome con uno y termines viéndote en el infierno.
Las teles deberían convertir esto del fin del mundo en un clásico, algo así como el prolegómeno pesimista de algo tan obviamente esperanzador como es la Natividad del Señor. De igual manera que en los telediarios de fin de año aparecen los saltadores de esquí, el concierto de Viena o el bar ese de Noruega que está todo hecho de hielo, podrían también sacar cada año los telediarios a los llamados "Preparacionistas", unos tipos que hay en Norteamérica y que gastan su energía y fortuna en edificar refugios subterráneos a la espera del gran pedo final. Cuando venga la llamarada solar que nos queme, o la madrugada nuclear, o los alienígenas -que a mí ya hace mucho que se me figuran como los lagartos de la serie V- ellos se meterán en su bunker con latas de alubias -que es lo que siempre hay en la despensa de los refugios- y los demás seremos fulminados en un visto y no visto. Los Preparacionistas están como putas cabras, claro, aunque eso no parece gran mérito en un país donde hay tantos lunáticos por kilómetro cuadrado. Ya me imagino a los amish, los gilipuertas del Séptimo Día o los cabalistas del Armagedon celebrando el error de los partidarios de las profecías mayas y asegurando que el Fin del Mundo no era ayer, sino mañana, o el mes que viene, pues es lo que seguramente predijo Nostradamus, el libro secreto de los templarios o algún yogui hindú que se había fumado unos porretes.
Aprendí leyendo Asterix que lo único que teme un guerrero galo es que el cielo caiga sobre su cabeza. Tal temor parece infundado, pues el cielo no es un ente material ni concreto, de manera que no puede desplomarse como la marquesina de un viejo cine y rompernos el cráneo. Claro que hay otros elementos por los que sí resulta recomendable elevar de vez en cuando la mirada, no sea que también les dé por abatirse sobre nosotros, en cuyo caso la sensación de cataclismo puede ser muy similar a la de las profecías apocalípticas. Los mismos mayas, por ejemplo, de haber imaginado como iban a acabar ellos mismos -infectados de viruela y asesinados o esclavizados por los invasores-, habrían pensado que su predicción era certera, sólo que habrían tenido que adelantarla algunas centurias, pues los dioses optaron por exterminarlos bastante antes de lo que se pensaban, los muy infelices. Se me ocurre pensar si, en vez de pasarse el día mirando embobados a la Osa Mayor y ofreciendo sacrificios humanos para aplacar la ira de Kukulkán, les hubiera dado por gestionar razonablemente los asuntos terrenales, acaso nos les habría terminado yendo tan mal, qué se le va a hacer, al menos con la gilipollez de la profecía han dado a ganar pasta a mansalva a algún productor de Hollywood y materia para intercambiar chorradas en internet, que tampoco es mala cosa.
No pienso demasiado en el fin del mundo, como diría Woody Allen: "no voy a preocuparme de eso cuando ni siquiera encuentro un fontanero en domingo.". No me lo tomo a broma, no se crean, es más, sospecho que la humanidad está dando pasos muy precisos hacia su propia extinción. Lo que pasa es no se trata de una catástrofe como gusta en el cine de masas, súbita y bestial, como aquel meteorito que acabo en un rato con los dinosaurios. Ya saben de sobra ustedes como va esto, pues lo han visto repetidas veces en los multicines del centro comercial al que van los sábados: un monstruo surgido del océano, una salva de asteroides, un gorila gigante, una nave extraterrestre o un grupo terrorista se lanzan sobre Nueva York, los taxis empiezan a colisionar en la Quinta Avenida, un ejecutivo trajeado se atraganta con un sandwich de pollo cuando levanta la vista, un vagabundo negro empieza a blasfemar porque su perro, que presiente el desastre, se pone a ladrar como un descosido... Me temo que el final no se va a parecer nada a esto.
Hace algún tiempo, meditando en común sobre la crisis, cuando ya se hizo muy evidente que la cosa iba en serio y que lo de los "brotes verdes" no llegaba ni a la categoría de chiste, un amigo lanzó una de esas sentencias que a uno le impactan: "Yo lo que creo es que han decidido exterminarnos". Vamos, como aquel eslogan de los sindicatos en la huelga general -"Quieren acabar con todo"-, pero entendiendo que el "todo" nos incluye también a nosotros. El tipo no se explicó demasiado bien, pero la cosa tiene sentido. ¿Se acuerdan de aquella intervención de Juan Roig, dueño de la próspera empresa Mercadona? Vino a elogiar el temperamento extremadamente disciplinado y laborioso de los chinos, incitándonos a todos a tomar ejemplo. Es posible que aquel día Roig andara algo molesto porque la cuenta de beneficios de la semana no hubiera sido tan colosal como la de la anterior. Sus empleados deberían hacer turnos aún más largos, cobrar menos, no ir a mear... Podría también quitarles definitivamente los domingos -en las otras grandes superficies ya lo están haciendo-, sustituir a los delegados de tienda más respetuosos por otros que vejen y presionen más a los empleados; todo ello con la noble intención de mejorar la productividad. Podría Roig, finalmente, reclamar al señor Rajoy que decrete la restauración de la esclavitud, una práctica clave para entender el enorme incremento de la competitividad comercial de China, país en el cual pasar del comunismo al capitalismo ha supuesto abandonar un modelo de oligarquía sin cambiar para nada a los oligarcas ni cambiar tampoco la miserable vida de los siervos.
Es posible que Roig sea un gran empresario y un gran creador de prosperidad, aunque a mí me parece que el mayor mérito es el de sus trabajadores, a los que observo diariamente y que no merecen que su jefe les menosprecie instándoles a tomar ejemplo de los chinos. Me pregunto si Roig, que sin duda ha odiado desde la cuna el comunismo, sabe que en la República Popular las cosas han cambiado mucho menos de lo que parece, y me pregunto también si para que él tenga más yates y se compre casas más suntuosas tienen sus empleados que aguantar que les digan que no son suficientemente productivos. Yo, por ejemplo, también puedo pensar que es ridículo dedicarse a gimotear sobre un campo de fútbol porque ha descendido el equipo que él y su hermano se han comprado, o que deberían pedirnos perdón él y todos los demás grandes empresarios de este país por haber confiado durante años para dirigir su "sindicato" en un tipo tan siniestro como Díaz Ferrán.
Es posible que el fin del mundo llegue por un meteorito o que a Kukulkán se le hinchen los cojones y nos envíe una radiación solar, pero hasta que eso ocurra, deberíamos intentar convivir lo más sanamente posible sin dedicarnos los unos a los otros a hacernos la vida imposible.
De lo contrario se nos puede hacer muy largo hasta que llegue el pocalisis.
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