Saturday, March 26, 2016

EL DÍA EN QUE CRUYFF ME MIRÓ




La escena transcurre hace más de veinte años en el Aeropuerto de Mallorca, donde yo hacía lo preceptivo en un lugar así: esperar y aburrirme. Me sobresaltaron entonces los gritos agudos de una jauría de adolescentes que rodearon a un tipo pequeñajo y con el pelo largo, al que yo confundí con Sergio Dalma. Como cotilla irredento me aproximé al epicentro de aquel terremoto que se había apoderado del aeropuerto y descubrí que se trataba de José Mari Bakero, racial delantero del Barça. Tras él llegaron Romario -Dios, qué pequeñito era-, Julio Salinas, Sergi, Stoickov... Y entonces apareció, me lo crucé de morros, era Johan Cruyff, pasó a centímetros de mí y me miró a los ojos. Faltó una décima de segundo para que le dijera "hola", como si mi sistema nervioso me indicara que él me conocía, que toda una larga vida juntos no le había pasado inadvertida y que se acordaba de mí después de tantos encuentros. 

Echamos la mirada todavía más atrás. Yo tenía poquitos años y era, como todo niño decente, bastante impresionable. Tras un nefasto comienzo de liga, el Barça logró al fin materializar el fichaje de Cruyff, campeón de Europa con el Ajax y subcampeón del mundo contra Holanda. Era de noche y el partido lo emitía TVE, pero mi padre me dijo que había que ir a Mestalla, pues "tenemos que ver a Cruyff", como si por verle en vivo a uno pudiera de alguna manera llegarle esa magia que te envuelve bendiciéndote al contacto con un santo. No fue una buena noche porque yo quería que ganara el Valencia, pero Cruyff marcó los únicos dos goles del partido y el Barça confirmó una escalada colosal que le llegaría a ser campeón de liga. Al día siguiente supe que el cromo de Cruyff -ubicado en la página del álbum dedicada a "Ultimos fichajes"- se cambiaba en el mercado negro a un precio de cincuenta cromos.  

Parecía un extraterrestre, se desenvolvía con elegancia danzarina por el campo y los contrarios, que sólo parecían pensar en arrearle patadas, se veían superados porque no le entendían. La verdad es que ninguno estábamos preparados para entender a Johan. Éramos un país de paletos cuyos futbolistas eran como Pirri, tipos ásperos que jugaban al fútbol como quien cubierto de barro cava trincheras o labra secarrales. Con su melena rubia, acompañada por las patillas de Neeskens, y con su juego racional y a la vez sutil e imaginativo, Cruyff trajo el pop al fútbol español. Fue él quien logró incrementar poderosamente la autoestima de los catalanes, que con aquel inolvidable 0-5 en el Bernabeu sintieron que se hacía trizas el mito del Madrid invencible, lo cual, si sabemos entender lo que significa aquello de que "som més que un club", tiene implicaciones extrafutbolísticas de mucho calado.  

Pero la aventura ya no llegó tan lejos en aquellos años en los que el barcelonismo vivía todavía preso de sus viejos complejos, empezando por el ridículo victimismo, que definía entonces el mundo culé, y por cuya supervivencia tanto hizo el inefable Núñez. Hubo de regresar Johan Cruyff, ya en calidad de entrenador, para que el club experimentara el salto definitivo hacia la hegemonía en el fútbol español y mundial. 

"Era como tener al Mago Merlín con nosotros", ha dicho un entristecido Pep Guardiola. No voy a insistir en todo lo que en estos días hemos escuchado con respecto a la revolución táctica que supuso la llegada de Johan al banquillo del Nou Camp. Pero se me ocurre una cosa: el fútbol se había convertido entonces en un juego muscular y tediosamente estandarizado, los futbolistas debían ser atletas y se les enseñaba por encima de todo a gestionar esfuerzos físicos intensos y obedecer órdenes estrictas. Con Cruyff los futbolistas livianos, capaces de vivir de la fantasía y el virtuosismo antes que de una potencia de la que carecían, dejaron de ser "cortados" en su trayectoria hacia la élite. El Barça tocaba y tocaba, hacía circular la pelota para desesperación de un correoso contrario que no la encontraba. Defenderse con el balón, descansar con el balón... estos mantras hubieran sonado a delirio si los hubiera pronunciado cualquier otro, pero a Cruyff le creyeron sus futbolistas y le terminamos creyendo todos. Por eso la selección española ha ganado tantos títulos en los últimos tiempos y nuestro país produce más jugadores que ningún otro: hemos asimilado el cruyfismo, así es pese a quien pese.  

Quizá no fue tan buen entrenador como a mí me parecía, quizá era más bien un seductor.  Le vi cometer muchísimos errores, tantos que a veces me preguntaba si su éxito no se debía a la manera tan astuta con la que hipnotizaba a sus futbolistas, empujándoles a perseguir lo que acaso sólo eran ficciones. Pero son esas ficciones las que, muchos años después, siguen nutriendo el espíritu del mejor equipo del mundo. ¿Y qué son a fin de cuentas el liderazgo y el éxito sino el poder de influir en los demás? Durante el último cuarto de siglo resulta que el Barça ha alcanzado la hegemonía en el fútbol español y mundial. Y lo ha hecho porque un día Merlín le dotó de un método que el club ha seguido fielmente hasta hoy. Por eso al Barça lo han entrenado holandeses como Van Gaal o Rickjaard o herederos directos de Johan como Guardiola o Luis Enrique. Y por eso le ha ido bien. 

Johan fue siempre una excepción en el mundo del fútbol. Había mucho de ilusión en su propuesta, pero son las ilusiones, cuando creemos firmemente en ellas, las que cambian el mundo. 


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