Friday, October 28, 2016

LOS MUERTOS

¿Cómo nos relacionamos con la muerte? Es esta una pregunta "de humano", pues aunque los animales se protegen instintivamente, sólo nosotros vivimos bajo la certeza de que somos caducos. Cuando Heidegger habla del hombre como "ser-para-la-muerte", está dejando fuera de campo cualquier expectativa de convertir la vida en tránsito hacia la eternidad. No hay tal cosa, nada es eterno, sólo alcanzamos la sabiduría cuando asumimos nuestra precariedad con todas las consecuencias. No se trata de ir contra la religión -quizá sólo se llega a amar verdaderamente a Dios cuando entendemos que la vida es irrepetible-, sino de aceptar que nada que no esté destinado a desaparecer es imaginable. 

Imaginemos que dos viajeros griegos, retornados de unas guerras, se encuentran en algún rincón perdido del Asia Menor con un pastor con el que, por mor de conocer costumbres exóticas, deciden conversar. Este les comunica, con toda dignidad, que a sus familiares muertos los devoran, ante lo que los dos griegos experimentan una arcada difícilmente reprimible. El asiático, visiblemente ofendido, les pregunta qué hacen ellos con su gente cuando fallece. El primero, procedente de alguna isla no muy conocida del Egeo, explica que su pueblo incinera los cadáveres, a lo que el pastor responde con una arcada. El segundo, convencido de que sólo entre los suyos se encuentran la razón y la piedad, afirma que su pueblo practica la inhumación, a lo que responde con una arcada todavía mayor y acompañada de un vómito. Para un sofista un relato como éste confirma las teorías relativistas; lo que a mí me indica es que la manera en que el tratamiento a los muertos otorga las señas de identidad determinantes a toda las comunidades humanas.


El problema es tan antiguo como los neanderthales, unos señores entrañables sobre los que últimamente me ha dado por leer. No sé si somos conscientes de que no siempre hubo una sola especie de homínidos inteligentes sobre el planeta, como ahora sucede. Neanderthal es anterior a nosotros, pero no es nuestro antecesor, sino, por lo que ahora se sabe, una rama distinta de un antepasado común. Convivieron largo tiempo con nosotros, y no acaba de estar demostrada la presunción de que en algún momento hubo intercambio genético. Tendemos a pensar -y planteamientos como el de En busca del fuego nos refuerzan- que eran sumamente primitivos y que sólo llegaron a esbozar conductas racionales en la medida en que emularon las de los sapiens. Hay sin embargo interpretaciones muy distintas, según las cuales es posible que fueran ellos los primeros en saber proveerse de fuego, desarrollar una industria de herramientas, proscribir el canibalismo o enterrar a los muertos. 

Explica Arsuaga en La especie elegida que estas prácticas las llevaban a cabo asociándolas a ciertas liturgias. ¿Qué pretendían? Quizá trataban de explicarle a sus dioses que, una vez cumplida por el finado la obligación de vivir noblemente, ahora se les otorgaba a ellos la de ponerles en disposición de cuidar de la tribu. 

Presumo que es esta última la función de los muertos. "¿Por qué vas a volver a tu país si tus familiares están todos muertos?", "porque están en mi memoria", contesta Silvia en la última escena de La intérprete. Cuenta Baudrillard en su obra más fascinante, El intercambio simbólico y la muerte, que entre los primitivos nada tiene más prestigio, ni siquiera los ancianos, que los muertos. Son estos quienes, si la tribu sigue los ritos que sirven para convocarlos, mantienen el hechizo que protege a la tribu. 

Hemos creado una civilización expansiva, racionalista y tecnológica... Podemos prolongar la vida mucho tiempo, talar millones de árboles en un suspiro y viajar hasta rincones muy alejados de la galaxia, pero no nos gustan los muertos. Morirse es un escándalo, una incomodidad con la que nos importunan nuestros vecinos, nuestros familiares o nuestros compañeros de trabajo. Hemos renunciado a integrar la muerte en los ciclos simbólicos que constituyen toda comunidad, incluso la nuestra. Por eso no aceptamos siquiera que Elvis Presley o Walt Disney hayan muerto. Pero el problema no es la muerte, ella es la condición misma de la existencia, la línea de sombra desde la que se alza esa tenue y frágil llama que constituye la existencia... el problema es la incapacidad de la sociedad contemporánea para entenderse con los muertos. 

... Y sin embargo, yo a veces siento, cuando deambulo por ciertas calles, que están ahí observándome, que de alguna manera iluminan mi existencia y me advierten secretamente de los peligros que amenazan con destruirme, con destruir a la familia, con destruir a la comunidad.   

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