Saturday, December 16, 2017

¿POPULISMO?

¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? Se asocia el concepto a demagogia, a enunciaciones destinadas a remover vísceras, a formulismos huecos y con más "pegada" que elaboración, a radicalismo inconsecuente, a manipulación de las masas... Se llama populista al Frente Nacional porque ha capturado astutamente los temores del proletariado francés, redirigiéndolos hacia el racismo. En el otro lado del espacio ideológico convencional, nos encontramos a los griegos de Syriza o a los españoles de Podemos, especies supuestamente oportunistas que, con ocasión de la recesión y la masiva venalidad de los políticos, habrían configurado un discurso simplista pero muy mediático, capaz de atraer votos de castigo hacia el stablishment desde el señuelo del anticapitalismo y la lucha de los "de abajo" frente a la oligarquía del dinero y a sus esbirros de La Casta. 

Puedo tener muchas cosas contra Podemos, y tengo muchas más contra Le Pen, contra Trump, y, si hacemos memoria, contra Jesús Gil... pero lo que me nace no es enfocar mi malestar en la acusación de populismo. Y el caso es que aparece continuamente y es usada por tipos muy sesudos, que parecen encontrar en ella la gran amenaza para nuestras sociedades democráticas. 

Yo tengo mis dudas, y el ensayo que acabo de leer, Las razones del populismo, de Ernesto Laclau, me ha ayudado a resolverlas, o, como mínimo, a ponerlas en sus términos correctos. 

Si yo entiendo bien a Laclau, el problema es que pensamos en el populismo como una desviación, una patología del sistema que aparece cíclicamente en ciertos contextos. Por el contrario, el populismo es el factor esencial en la construcción de lo político. No es una opción y menos un accidente, es el elemento constitutivo de lo político. Laclau lo entiende como un agregado de demandas heterogéneas que encuentran normalmente un enemigo común y que se acogen para identificarse a una serie de significantes vacíos, es decir, conceptos que por resultar indefinidos y abstractos, cumplen la función de cementar una estructura determinada, pudiendo trasladarse a otro contexto para hacer el mismo papel con una estructura diferente e incluso opuesta a la anterior. 

Seré más claro. Todos los populistas surgen con vocación de enfrentamiento con un supuesto statu quo. Pueden ser "esos burócratas corruptos de Washington", los políticos que meten la mano, los banqueros... pero también los lobbies gays, las feministas o los colectivos que otorgan "privilegios" a los inmigrantes. No hace falta recurrir a fórmulas agresivas: la Libertad, la Democracia, el Trabajo, la Clase Media, la Familia... Todos estos valores pueden ser empleados como significantes vacíos para lo que Laclau considera que es el momento clave del proceso, la voluntad de una plebs (autodefinida como "los de abajo", supuestos damnificados del orden vigente) por convertirse en el populus, es decir, por presentarse como mayoría moral destinada a asumir la hegemonía. 

Si esto es así, entonces corremos el riesgo de tropezarnos por doquier con trazas de populismo. La idea de patria, o incluso la de la defensa de la Constitución, pueden ser usadas como esos significantes vacíos que se emplean contra otro significante, el Nacionalismo, que se acepta en un contexto conflictivo determinado, pero que resulta sumamente abstracto si se intenta definir para cualquier contexto. Así, Puigdemont habla de democracia o de voluntad popular, términos a los que también se refiere Rajoy.  Le Pen  maneja conceptos similares a los que en otro contexto utiliza Podemos, que habla a menudo de "los de abajo".  Hace años -algunos de ustedes lo recordarán- el vicepresidente del Gabinete González, Alfonso Guerra se erigía en defensor de los "descamisados". 

¿Ven a dónde voy a parar? Sospecho que la imputación de populismo empieza a ser abusiva, no porque tal cosa no exista, sino porque quienes la utilizan no terminan nunca de definirla, lo cual genera confusiones que terminan volviendo infructuoso el debate. 

Déjenme referirme al caso Trump, uno de los más fascinantes de los últimos decenios. Donald Trump es un facha de manual, sus principios son zafios y la imagen que nos hemos hecho de su electorado es la de un blanco avinagrado, el cual ha visto precarizarse su situación profesional y afirma ante una pinta de cerveza que el Estado le roba sus impuestos para financiar sus corruptelas o los programa de asistencia a vagos y delincuentes. 

¿Manipulación? ¿Demagogia? Sin duda, pero hay algo más. La precarización del mercado laboral y el desclasamiento de grandes capas de población es consecuencia de que son tipos como Trump los que han impuesto una agenda económica que, desde los años del reaganismo, propaga la especie de que el Estado es el mal y que la libertad consiste en ahorrar costes, evadir el fisco y hacerse rico. Cuando la evolución del capitalismo contemporáneo muestra que sus verdaderas intenciones consistían en trasladar astronómicos activos económicos desde las clases bajas o medias hacia una minoría, entonces reaparece el fantasma del supremacismo blanco, personificado por un magnate que odia a los inmigrantes y pone a las mujeres en su sitio. 

Trump contiene un toque antisistema que, en realidad, es resultado de la ira de mucha gente. ¿De verdad creemos que toda esa gente podía confiar en un personaje tan del stablishment como Hillary Clinton? Trump es un populista, no tengo dudas, pero él no ha inventado las claves del populismo. Estamos ante una criatura surgida de un largo periodo histórico durante el cual se nos ha convencido de que el Estado del Bienestar es ruinoso, que la política es una mentira de los burócratas, que los inmigrantes vienen a robar y que el dinero es el único dios al que debemos adorar. 

No comments: