Thursday, July 11, 2019

CHERNÓBYL

Cuando últimamente todo el mundo habla de una serie de televisión, la primera reacción razonable es desconfiar, evitar cualquier urgencia: "sí, sí, ya la veré cuando pueda". Así fue con "Juego de tronos" y nunca me he arrepentido, a pesar de que hubo momentos en que no seguir la serie me ponía en la misma situación de "nerd" impresentable en la que me sentí el día que una compañera me fotografió cuando me vio llamando desde una cabina telefónica. (Les aclaro que no uso móvil y, por si no se habían dado cuenta, que aún existen las cabinas, algunas de las cuales por cierto funcionan, basta echarles unas moneditas) 

Aquella noche no tenía yo mucho que hacer, sólo ver un partido de fútbol playa en teledeporte . Como no jugaba Amarele, el único talento futbolístico en estado puro que he visto en esta última década, decidí esquivar mis prejuicios y ponerme el primer capítulo de "Chernóbyl", esa serie de la que todo el mundo habla. Apenas unos días después ya había visto los cinco capítulos y leído el libro en el que se inspiró: "Voces de Chernóbil", de Svetlana Alexievich, que recibió el Premio Nóbel por el mismo. 

Empecemos -y ahora me pongo muy serio- por desechar dos reticencias habituales en estos casos. La primera es que "Chernóbyl" no es una teleficción al uso, es una película larga... que la veamos por la tele no cambia eso. La segunda tiene que ver con el horror que algunas personas me han confesado que les aleja de la serie cuando les he trasladado mi entusiasmo por ella. Dado que en "Juego de tronos" y similares, por no hablar de las interminables pelis de catástrofes, nos han acostumbrado a atrocidades de lo más retorcido, ya puedo tranquilizarles adelantándoles que no hay sadismo ni regodeo en la sangre en "Chernóbil"... El problema está en que lo que cuenta es "real". Y, sobre todo, sospecho que pone ante nuestros ojos un pánico que en el fondo inconsciente del sujeto contemporáneo desata mucha más angustia que alienígenas, zombis o caminantes del hielo: un enemigo invisible y diseñado por el ser humano cuyo poder destructivo -que es para lo que fundamentalmente se creó- alcanza dimensiones de armagedón. 

Lo terrorífico y, en cierto modo, lo banal, lo estúpido de ese enemigo invisible es que no tiene nada que ver con los enemigos mortales de la humanidad de tiempos anteriores. Primero las autoridades soviéticas dicen en aquel momento que no pasa nada, que sólo es un incendio que apagarán los bomberos. Después envían un ejército de liquidadores a los que engañan haciéndoles creer que unas pocas precauciones les librarán de todo riesgo. Es impagable esa escena en que los mineros del carbón enviados a hacer un agujero bajo el reactor aparecen desnudos en el trabajo, debido a que la autoridad competente no les pone ni siquiera un ventilador pese al calor asfixiante del túnel. "Deberían vestirse"... "¿Por qué?", le pregunta el minero al burócrata enviado por Moscú. "Bueno... están demasiado desprotegidos"... "Si nos ponemos ropa, ¿nos salvaremos de la radiación?". No hay respuesta, no puede haberla. Y los mineros siguen trabajando en pelotas. 

Hoy sabemos que esos mineros, como los liquidadores, como los que hicieron las primeras maniobras de limpieza, como los tres voluntarios que entraron al reactor para vaciar los depósitos de agua, evitando con ello una explosión en cadena de los otros tres reactores, salvaron la vida de sus compatriotas a cambio de la suya propia. Probablemente salvaron incluso la nuestra, pues de no haber intervenido entonces, acaso ahora Europa sería toda ella una "zona de exclusión", un continente definitivamente devastado y abandonado, un gigantesco cementerio. 

Es curioso. Hoy el entorno de Chernóbil tiene las características de una reserva natural. Osos, lobos, zorros, gamos y una vegetación agreste y admirable habitan el territorio, asimilando la radioactividad pero libres del peor de sus enemigos, la presencia humana. La naturaleza nos considera una plaga tal, que prefiere convivir con el más mortífero de nuestros desechos a hacerlo con nosotros. 

Y pese a todo, la zona no ha sido completamente abandonada por los seres humanos. Siguen colándose merodeadores y saqueadores, muy habituales por cierto en los primeros meses, cuando el ejército ordenó evacuar a todo el mundo y matar a tiros a todos los animales, empezando por las mascotas, convertidos en bombas de radioactividad... Como la ropa, como las cebollas y las patatas, como los cuerpos de los bomberos que fueron enviados la primera noche a apagar un fuego que era mucho más que un fuego...Aquellos cuerpos fueron enterrados bajo planchas de hormigón porque después de muertos eran un peligro para la supervivencia de los que quedaban.  

Queda para la historia de la literatura y de la televisión el momento en que un soldado intenta obligar a una anciana que ordeña una vaca a abandonar su casa y acompañarle. Repito de memoria: "Joven: depusieron al zar los bolcheviques, hubo una guerra. Después Stalin nos envió la hambruna. Más tarde llegaron los nazis. No he dejado de ver morir vecinos, amigos, familiares... Nunca me fui. ¿Crees de verdad que voy a marcharme ahora por un enemigo al que ni siquiera puedo ver?"

Svetlana Alexiévich merece ser leída porque consiguió aquello que desde siempre ha distinguido a los grandes escritores: tras un suceso del que oímos hablar como si estuviera muy lejos, como si apenas nos afectara, nos encontramos con seres humanos de verdad, cuerpos destruidos, miedo, heroísmo... Todo lo peor y lo mejor de la condición humana aparece en carne viva en medio de una tragedia que pone a prueba a aquellos sobre los que, mereciéndolo tan poco como cualquiera de nosotros, ha caído con todo su poder devastador. 

Dicen que con Chernóbil empezó a descomponerse el imperio soviético. Yo creo que con aquella catástrofe empieza una nueva era para nuestra especie. "Chernóbil" -dice Alexievich-  "es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI. Un desafío para nuestro tiempo".  

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