En estos días hemos sabido que al líder sueco lo mató -al parecer- un compatriota tan insignificante como el que durante años cargó con el sambenito. La evidencia de que el asunto no fue investigado de forma diligente da pábulo a la conspiranoia. Así, se especula con la autoría de los supremacistas blancos de Sudáfrica, dado el apoyo de Palme a la causa de Mandela y su insistencia en acabar con el Apartheid. Se ha hablado también de una pista que conduce a los independentistas kurdos... y sospecho que si nos dedicamos a escudriñar en internet encontraremos otras hipótesis, alguna acaso razonable y otras muchas descabelladas.
Llama la atención que el caso se haya dado por cerrado, pero, no teman, no voy a acabar acusando a los masones ni a los illuminatti. Quizá después de todo el Lee Harvey Oswald de este asunto sí actúo motu proprio. Lo que creo que debemos preguntarnos es si de verdad había razones para acabar con Palme; o mejor, tantos años después hay que determinar qué perdimos cuando cayó abatido por un lunático o por quien fuera.
Veamos. Palme tuvo la osadía de mantener a Suecia ante la Guerra Fría en una situación que se califica como neutral pero que yo designaría como de independencia, lo que le acarreó una enorme animadversión por él en el Gobierno USA, al que además atacó con dureza por la Guerra del Vietnam. Fue la misma dureza con la que censuró la invasión soviética de Checoslovaquia. Añadimos su defensa de la causa palestina, sus ataques a los últimos asesinatos del gobierno de Franco, sus campañas en favor de los derechos humanos, su inequívoca vocación pacifista, su trabajo en favor de una red de países no alineados... Que un hombre así se gane enemigos peligrosos es cualquier cosa menos sorprendente.
Pero yo voy más lejos. A Olof Palme lo mataron, o mejor, a Olof Palme había que matarlo porque su figura generaba un aura de legitimidad para el socialismo democrático que llegó a resultar insoportable. El modelo sueco del que él fue el gran arquitecto ilumina la esperanza de un Estado social y de derecho, un Estado del bienestar en toda la extensión del concepto. No me parece irrelevante el hecho de que Palme fuera asesinado en 1986, cuando el influjo anglosajón de la Revolución Conservadora ya había escampado por el mundo la tóxica especie de que un Estado sólido y una sociedad cohesionada son un freno para los negocios y un obstáculo para lo que el neoliberalismo entiende como prosperidad, es decir, la generación de grandes fortunas.
Fue un radical, por eso convenía deshacerse de él. Para entenderlo deberíamos interrogar a algún oligarca financiero bien informado: descubriríamos entonces que los verdaderos protagonistas de sus pesadillas son tipos como Olof Palme.
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