Thursday, November 04, 2021

INHABILITADO

 



Si cedo a mis primeros impulsos voy a empezar a decir burradas en relación a la inhabilitación del congresista Alberto Rodríguez, de manera que mejor les pongo en manos de dos tipos tan documentados como Ximo Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, y del ex-juez Martín Pallín. 

Espero que al menos a ellos no los acusará el Juez Marchena de "ignorantes", como suele hacer cuando se le discute. Debe ser mi analfabetismo jurídico el que me invita a sospechar que este togado tan pistonudo es un pit bull del PP en el Tribunal Supremo. ¿Es tendenciosa su actitud en este asunto? No tengo ninguna duda. Tanto como lo fue en el caso Garzón, cuya destrucción profesional ha sido el mayor éxito que se ha apuntado el personaje. En cuanto a la Presidenta de la Cámara Baja... Lo siento por mis amigos socialistas, cuyo cariño hacia mí voy a poner a prueba una vez más, pero una cosa es la prudencia que se exige en un cargo como el que ella desempeña y otra es la cobardía. Una Presidenta debe defender a sus congresistas, no contra cualquier cosa, obviamente, pero sí contra la injusticia. Muy a menudo, y en relación a la separación de poderes, reclaman los conservadores que los políticos -siempre tan sospechosos de autoritarismo a sus ojos- no intercedan en el poder judicial. Yo empiezo a preguntarme si ese peligro no viene en la dirección contraria, pues el apremio de Marchena a Batet, instándole a "ejecutar" su sentencia, tiene poco de homenaje a Montesquieu. Como ha dicho Gabriel Rufián, acabamos de elegir al Juez Marchena nuevo Presidente del Congreso de los Diputados. 




Es imaginable el recorrido futuro de la ridícula sentencia que ha desembocado en la inhabilitación de Alberto Rodríguez. Pasará como con la que expulsó de la judicatura a Baltasar Garzón, que ya ha sido condenada por arbitraria por el Tribunal de Derechos Humanos de la ONU. Lamentablemente, eso será dentro de mucho, y acaso ni siquiera sirva para que en este país hagamos una reflexión profunda sobre la calidad democrática de nuestros tribunales superiores. Por mi parte, yo tendré que intentar explicarle a mis alumnos por qué un político que no ha hecho nada sale del Congreso y caballeros infinitamente más tóxicos salen de la cárcel al poco o no llegan siquiera a entrar en ella.  

Por supuesto reaparecen las sombras de la persecución a la izquierda, más en concreto a Podemos. Honra al diario El País el editorial del otro día, en el que denuncia de forma concluyente un proceso que huele mal, muy mal. Acaso se han dado cuenta de que este ataque viene de la derecha y que, además, no hace sino reforzar la credibilidad de Podemos como partido perseguido por el stablishment. No quiero ser mezquino, en la dirección de El País sido justos y ya está,  pero conviene no olvidar que el grupo Prisa ha sido durante años especialmente feroz a la hora de cargar contra la organización morada. 


Lo he dicho muchas veces, el gran pecado de Podemos ha sido su éxito. La singularidad de esta organización, nacida al socaire de una monumental crisis de legitimidad del régimen democrático, ha dejado de parecerme el asunto central de lo que yo bauticé hace tiempo como "el Caso Podemos". Lo que de verdad despierta mi interés como sociólogo es el rechazo a Podemos. No solo ha sido un tema de fachas rancios y poseídos por un atávico miedo a qué sé yo... el comunismo, la colectivización de la tierra y los bancos, la reapertura de las checas, la importación del modelo bolivariano. Lo que de verdad me ha sorprendido es la cantidad de personas a las que respeto y con una buena formación intelectual y moral que han cargado insistentemente y de forma inmisericorde contra el intento más serio que yo he conocido de transformar significativamente las estructuras del país. Creo que en la experiencia Podemos hay, con opciones de éxito o sin ellas, un propósito real de lesionar la confortable seguridad en la cual viven los amos del país, seguros de que mientras gobierne la izquierda del Psoe, no se irá mucho más lejos de casar a los gays o pacificar a los catalanes insurrectos. No diga que sea poca cosa, pero a veces me gusta creer que puedo ilusionarme con la política. 


Me pasó en su momento con Podemos, cuyo gran pecado -lo diré una y mil veces- ha sido su éxito. Me está pasando ahora, por cierto, con Yolanda Díaz, a la que me gusta imaginar como futura Presidenta del Gobierno de España. Pero parece que pensar así te expone a muchos riesgos. Es, a fin de cuentas, lo que le ha pasado a Alberto Rodríguez, aunque a lo mejor es solo por las rastas. 

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