Sunday, August 02, 2009





EN EL PARO






Agosto significa mucho para infinidad de personas, pero nada para un parado, especialmente si su vínculo con las oficinas del INEM tiene ya tiempo. El parado tampoco trabaja en agosto, pero lo suyo no es un descanso, no goza de los mismos laureles que el profesional que se lanza a las carreteras a disfrutar de su libertad, ya que él no "se ha ganado sus vacaciones". Cuando ya hace décadas un gobierno democrático decidió crear el subsidio de paro, hubo muchos para los cuales su sudor diario servía para que el gobierno "subvencionara a vagos". Escuché muchas veces esta frase por aquel entonces, pero su letanía se ha ido perdiendo a medida que la gente ha ido descubriendo que la fiscalidad que paga con su esfuerzo cada día es un colchón de seguridad del que todos nos beneficiamos. Se ha de ser muy torpe o muy insolidario para seguir sin entender esto, aunque siempre se puede cargar contra los funcionarios -todos unos vagos- o contra los políticos -todos corruptos- para justificar la racanería de tantos y tantos que, ufanos por su condición de grandes señores cada vez que se compran un coche de potente cilindrada, buscan después toda suerte de añagazas para no pagar a Hacienda. Es humano intentar no pagar, sí, pero luego hay que pensárselo dos veces a la hora de quejarse porque resulta que hemos ido a Urgencias y está colapsado. Claro que también podemos en este caso, como el Director del Hospital Gregorio Marañón, echarle la culpa a las enfermeras.

El paro es un organismo de complexión viscosa. Primero parece una estación de paso, una eventualidad de la que algunos pueden incluso disfrutar durante algún tiempo, como descubrimos en aquella película de Stephen Frears, La camioneta, donde el primer consejo de un parado de larga duración a un amigo de mediana edad que acaba de perder su trabajo es tomarse unas cervezas e ir a jugar al golf un rato. No es mala idea: en casi todo en la vida habríamos de empezar por no ponernos nerviosos y tomarnos un tiempo para la reflexión. El problema es cuando uno se da cuenta de que lo que ha estrenado no es un traje de entretiempo, sino no una nueva condición vital y, en cierto modo, una identidad. Es entonces cuando el gusano revela su viscosidad.

Uno puede deambular entonces por la ciudad sin prisa porque no va a ningún sitio. Si dedica su tiempo a labores domésticas descubrirá que en esta Sociedad de Derecho no hay mayor paria que aquel que no genera ingresos, con lo cual da igual la intensidad de sus esfuerzos por tener la casa limpia: se le va a seguir otorgando consideración de persona improductiva. Es un poco como cierta vieja amiga que de pronto, y con el argumento de que era fea, dejó de arreglarse: "¿por qué voy a insistir en esfuerzos que no van a cambiar mi vida en nada?". No es difícil entender entonces lo cerca que el paro nos sitúa de la melancolía y la depresión.

Rara vez la desocupación es mucho más que una cifra para tantos tertulianos, articulistas o políticos que se refieren continuamente a ella. Como siempre digo de malos profesores -que no saben lo que es ser un mal estudiante, por lo que difícilmente pueden entender que alguien lo sea-, todos estos hombres de éxito desconocen lo que es el paro. Acaso me asusta más el hecho de que la carga de dramatismo y de angustia que tiene esta pandemia social tienda a pasar inadvertida para tantos y tantos ciudadanos comunes que no dudan, ni por un momento, de que la confortable situación laboral en que se encuentran se la han ganado ellos... razonamiento cómplice del que determina que el perdedor es culpable de su fracaso.
Hablando de profesores, hay entre mis compañeros quienes no parecen haber visto jamás en peligro su estabilidad laboral, y no dudan en exigir derechos que creen merecer. Algunos han hecho uso de todo tipo de chanchullos y corruptelas -toleradas y fomentadas muchas de ellas por administración y sindicatos- para no tener siquiera que vivir un par de añitos desplazados de sus localidades de residencia. El que esa indulgencia a favor de algunos perjudique a otros muchos no parece importar a nadie, a fin de cuentas los sindicalistas obtienen cada cuatro años su puestecito gracias a los que trabajan, y no a los parados, que no cuentan para nada en las elecciones sindicales, que es lo mismo que decir que no existen para el mundo laboral. Raramente veo que dichos profesores -encolerizados porque sus alumnos no atienden en clase y no estudian para sus exámenes- se preocupen de intentar orientarles respecto al laberinto laboral para el cual supuestamente se preparan. Difícilmente podrían hacerlo, pues en su momento tuvieron la buena suerte de poder instalarse sin grandes problemas en un paisaje relativamente cómodo de derechos laborales, con lo que mucho menos ahora van a preocuparse de qué es lo que realmente está ocurriendo en las empresas españolas. Simplemente, creen que no les afecta.


"Sociedades sin trabajo". Esta fórmula, acuñada por el prestigioso sociólogo alemán Ulrich Beck, define una situación que muchos trabajadores o ex trabajadores vienen ya detectando en las naciones desarrolladas sin necesidad de más investigación académica que la de su propia experiencia. "Ya no hay empleos en Alemania, y lo peor es que no va a haberlos", me dijo Gerardo, un viejo inmigrante alicantino que llegó a Berlin con una mano delante y otra detrás hace ya cincuenta años. La sustitución en Occidente del viejo modelo fordista o fabril por la llamadas "sociedad del saber y la información" es paralela a un crecimiento del principio de flexibilidad, nombre eufemístico que oculta toda una filosofía de lo precario, lo discontinuo y lo informal, o, para entendernos, de los contratos basura, los empleos temporales, la economía sumergida... Qué paradoja. La firme resolución de propiciar la rentabilidad del capital invertido, entendida como triunfo del principio de racionalización del sistema, supone que tengamos una sociedad ganada por todo aquello -la inestabilidad, el riesgo, la provisionalidad, la informalidad- que ya desde los maestros pensadores se definió como lo opuesto a la Razón. En este contexto, que por la vía de triturar los mejores logros del Estado del Bienestar presume de conducir las sociedades occidentales hacia el "pleno empleo", la consigna de que el parado lo es "porque quiere" adquiere una siniestra energía, escamoteándonos el hecho que no querer trabajar supone aspirar a algo más que unas condiciones laborales cutres y sin futuro.

Así pasa sus días el parado, escuchando estadísticas de las que se le dice que forma parte. Largos días en que las horas pasan lentas... Ha hecho fortuna ese retrato del parado de mediana edad que se sienta en el banco de un parque con la cabeza entre las manos y el rictus de la desesperación y la vergüenza en el alma. Conozco personas para las que ese anunció de Nescafé que sortea sueldos para toda la vida es algo más que una panoplia publicitaria de la que solo cabe burlarse. Conozco personas en paro que elucubran sobre maquinaciones dantescas para obtener dinero. No, no es cosa de risa. Hay gente que lo está pasando muy mal. Ha habido en España un periodo de esta crisis, hace unos meses, en que, como en esas epidemias que parecen pasar la segadora en momentos muy concretos, perdió tanta gente su trabajo, que uno se sentía casi como una anomalía por el hecho de conservar el suyo.

Si escribo todo esto en este inicio del mes vacacional por excelencia -ese que parece más bien destinado a las estadísticas de siniestralidad en la carretera, los incendios y los fichajes del Barça y el Madrid- es porque no pude evitar indignarme hace un par de día con motivo de la Campus Party, acontecimiento del que ustedes habrán oído hablar y que se celebra anualmente en Valencia. Empeñada la alcadesa en promocionar tantos eventos maravillosos como organiza su gobierno, sus voceros mediáticos de Canal 9 no dudan en animar a los jóvenes a acudir al festivar del chip con la pretensión de ser ojeados por el cazatalentos de alguna gran multinacional y convertirse poco menos que en el nuevo Bill Gates.






Me gustaría pensar que es así, y me gustaría poder aconsejarle el Campus Party a aquellos de entre mis alumnos que destacan en cuestiones informáticas. Ciertamente, pueden allí navegar con un ancho de banda inusual y comunicarse a gran velocidad con gente que vive en la Tierra del Fuego o en las Islas Orcadas, aunque por esa misma razón les sugeriría que, si de lo que se trata es de divertirse, se fueran a tomar una cerveza en algún chiringuito de la playa y pasaran del puto ordenador con el que -sin Campus Party por medio- ya pasan la mayoría de horas de su vida. Lo que yo pude ver en la imagen televisiva -para los ordenadores no, pero para los desaprensivos sí tengo cierta intuición- fue la imagen de un par de esbirros con falso aspecto grunge y enrollado de alguna poderosa empresa de software cuyos paseos entre las mesas de los esperanzados adictos a la informática no tenían por objeto buscar genios, sino obtener compradores para sus sistemas antivirus o sus últimas novedades en videoconsolas. Este tipo de procedimientos me recuerdan por qué siempre me niego a acompañar a los alumnos a las llamadas "ferias del empleo". Los puestos y barracas que se encuentran en su excursión, supuestamente dedicados a ofrecerles "orientación laboral", no tienen otro objeto que venderles cursos y masters para formar líderes, especializar en no sé qué cosa rara o prepararles para dirigir futuras empresas punteras.


Por cierto, no dejo de recordar lo que, en una de estas visitas, le dijo a un alumno mío un tipo que pasaba por allí y que, casualmente, se había licenciado años atrás en Administración y Dirección de Empresas.

-"¿Eres propietario de una empresa?"

Mi alumno, apenas 17 años, le contestó que no...

-"... Y entonces, ¿para qué cojones quieres estudiar Administración y Dirección de Empresas?"






Nadie es tan vulnerable a los timadores como un desesperado. Tenga cuidado si se ha quedado usted sin empleo. Tengámoslo todos.

2 comments:

Alonso said...

“La mejor salsa del mundo es el hambre, y como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto”. Ya no hay tantos pobres como en la época de Don Quijote, pero hay tantos desaprensivos, o más, que se encargan de medrar en cualquier estado de complexión viscosa. Denunciémoslo públicamente.
Felicidades por tu blog.

David P.Montesinos said...

Gracias, amigo, por la felicitación y por la cita.