Friday, August 14, 2009












MEDIA VIDA (II)








8. No abandonaremos nunca del todo el recuerdo de aquel verso del gran cantor del Nuevo Mundo Walt Whitman -"Pobre de aquel que camine una sola legua sin amor"-... Sin embargo, pasada la cuarentena, me he ido cargando de algunas prevenciones respecto a esa prédica amorosa de la que, por cierto, oí las más encendidas arengas de niño en la sacristía. Recibo apelaciones al romanticismo, a la aventura y al goce de ser eternamente Peter Pan en personas que, tras estrenar amorío, han dejado en la estacada a quienes les fueron leales hasta el final... Aquellas son las mismas que acusan de materialista y prosaico a quienes les recuerdan que habitar el engaño y la traición es de cobardes y no de aventureros. El amor es cualquier cosa menos eso que muy certeramente llaman mis alumnos un encoñe. A partir de cierta edad, ser romántico es ser idiota... O mejor: creer que solo se puede vivir el amor como romance es de un patetismo pueril.


9. Se puede vender el alma al diablo, vaya si se puede. Consiste en tirar por tierra los esfuerzos más nobles de una vida para obtener poder, dinero, éxito. He visto crecer -y ahora las veo envejecer- a personas que con tal de acceder a la posición de éxito que creen merecer son capaces de convertir a cada persona que les rodea en simple herramienta de su misión megalómana. Fuera de la condición de herramienta, para alguien así ya sólo se puede ser un estorbo. Reivindico pues mi condición de estorbo.









10. No se debe creer demasiado en la sinceridad de los homenajes. Unos meses antes de abandonar cierto lugar donde dejé jirones de piel durante años, ví como era despedido entre vítores un amigo en aquel mismo lugar. Me fijé en las sonrisas impostadas de quienes, mientras le aplaudían, no tardarían ni un minuto en ponerle pingando entre bastidores. Durante los días siguientes, el homenajeado pasaba por el lugar como esperando sentir de nuevo el clamor de las felicitaciones y el afecto... pero ya no quedaban ni los ecos. En realidad, quienes le veían aparecer más bien parecían a punto de preguntarle "¿qué haces aquí?" La vida es un gran escenario teatral donde cada actor representa su papel y, cuando este ha concluido, lo que debe hacer es marcharse por el foro. Desaparecer sin aplauso, quizá sin dejar apenas rastro, con una pequeña sonrisa de complicidad con alguien del público o con un leve gesto de despedida, nada más... Quizá en ese saber desaparecer de la escena en el momento oportuno resida el verdadero arte de vivir.




11. La inmensa mayoría de las preocupaciones son estúpidas y neuróticas. Por cada riesgo que evitamos con un desvelo hay una fatalidad que nos sale al encuentro -con ironía- allá donde no podíamos esperarla. No hace falta para vivir tanto equipaje como creemos, no necesitamos tantas cosas. El Síndrome de Diógenes que padecen algunos viejos es el eco lejano de las épocas de carestía en que crecieron. Lo que nos va a matar no es el hambre, sino el colesterol, la debilidad del sistema inmunitario, la velocidad, el estrés o la reproducción enloquecida de las células... Ninguna de tales causas de muerte -ni siquiera la falta de anticuerpos, provocada por los medicamentos, el exceso de higiene y la falta de enemigos naturales- se asocia a los estados carenciales, sino más bien a la saturación y al sobreequipamiento.


12. Se puede -y quizá, como indicaron los Padres Cristianos- se debe ser pobre, pero lo que no se puede ser nunca es miserable. Hay todo un mundo de distancia entre ambos conceptos aparentemente tan cercanos.





13. La familia es la más contradictoria de las instituciones. Son infinidad los vicios, las miserias y las pasiones destructivas que, desde Caín, le son debidas. Sin embargo, cuando uno abandona la casa paterna -a la que por cierto, conviene no regresar- no tarda demasiado en descubrir lo profundamente inhóspito que es el mundo. La familia es uno de los pocos refugios cálidos que le quedan a un mundo cada vez más helado, como refleja de manera tan conmovedora Cormack McCarthy en su obra maestra La carretera. Nada tan misterioso como esa tenacidad con las que tantas madres -se diría que aún después de muertas- preservan la unidad espiritual aún cuando los miembros del nido han dejado ya de creer en ello.






14. Emplear la vida en la persecución de la felicidad, valiente estupidez. Me parece mucho más honesta aquella intervención de Adorno, quien encontraba un objetivo máximo de cualquier proyecto político en el aminoramiento del sufrimiento físico. Es cierto que los viejos sabios helenísticos no pararon de hablar de la eudaimonia, pero traducir tal vocablo como felicidad -en el sentido en que nosotros entendemos la felicidad cotidianamente, como consecución de expectativas de realización y satisfacción personal- resulta abusivo. La felicidad es siempre una resultante fugaz, apenas una tregua en la batalla, un silencio que apenas llega precariamente a sostenerse en medio de los truenos...
Dice mi padre que ha dejado de dolerle la rodilla: no busquen más, siento decepcionarles pero tienen ahí perfectamente definida la felicidad posible. Recuerdo también aquella frase de Woody Allen. "Durante mi juventud pensé que la frase más bella era Te amo; ahora pienso que la frase más bella es esa que alguna vez escuchas de labios de un médico: el tumor es benigno."




15. Heráclito tenía razón, el conflicto, trama nuestras vidas. De una manera u otra estamos condenados a fluctuar eternamente entre la conflagración y la negociación, entre las hostilidades y la tregua. El armisticio nunca es definitivo porque casi siempre tiene la forma de la rendición. Es en el fuego permanente del polemós donde se forjan las instituciones, cuajan los grandes proyectos y nacen las mejores ideas. La paz de la que creemos gozar es mucho más frágil y sometida a hipotecas de lo que nunca imaginamos, y en todo caso es tan solo un islote en medio de un oceáno bélico. La mayoría de quienes se presentan como grandes libertadores y profetas de un mundo más justo desencadenan la guerra y terminan, con frecuencia, creando más dolor y más esclavitud de la que ya teníamos. Acaso, pese a todo, tengan razón, acaso es una cobardía ridícula querer vivir en paz... Tan solo un matiz: mejor no hacer daño si uno puede elegir no hacerlo, mejor pensarlo dos veces -esto es lo que los grandes redentores no se plantean nunca- por si resulta que no estamos en posesión de la verdad. Mejor seguir leyendo filosofía si eso sirve, como quiso Adorno, para que Auschwitz no se repita.










1 comment:

Anonymous said...

Dos veces bueno.

gracias

BT