Saturday, April 12, 2014




ECHEMOS UNAS RISAS 

Alguien ha comparado los últimos acontecimientos en la ciudad de Valencia con una novela de Mario Puzzo, pero temo que la solemnidad que envuelve a los Corleone vuelve el símil excesivamente generoso. En la mirada profunda de Mike se presiente el drama del asesino: vive en el callejón sin salida de la mafia porque es la única oportunidad para la supervivencia de su familia. El asunto del intento de secuestro de un ex-Presidente del Valencia cf por otro, que ha conmocionado a la ciudad en la última semana, tiene marchamo igualmente delincuencial, pues contiene todos los elementos que la escena requiere -el sicario italiano, la cita en la pizzería, la planificación del crimen...-, pero añade un pestilente olor a acequia y a cutrez. No nos equivoquemos, aunque nuestros malos sean malos porque son dañinos, antes que miedo lo que provocan es risa, por no decir lástima. No se parecen a Al Pacino, se parecen a Tony Leblanc. 

A propósito no sé si recuerdan cierta película local de finales de los sesenta, El dinero tiene miedo. Un desaprensivo convence a dos empresarios incautos para llevarse su dinero a Suiza y pegar lo que presenta como un colosal pelotazo financiero. Es muy serio, sí, tanto como que el mundo parece estar yéndose a la mierda precisamente porque a todo este tipo de personajes les han tolerado sus corruptelas unas instituciones que han traicionado la confianza de sus ciudadanos. Pero, qué quieren que les diga, a mí me da risa la imagen de Tony Leblanc pasando la aduana del aeropuerto con una maleta tan repleta de billetes de mil pesetas que se le van cayendo por el camino.

El año pasado Justo Serna publicó un ensayo titulado La farsa valenciana. Tras un exhaustivo repaso de fechorías, venalidades y soflamas grandilocuentes, nos asiste la sensación de estar viviendo en medio de un esperpento. El saqueo del País Valencià es una tragedia sin excusas porque los culpables son los valencianos, es un desastre que no tiene causas naturales ni responde a más maldición que la de la corrupción moral y la bochornosa aquiescencia de unos ciudadanos que, una elección tras otra, dan alas a la jerarquía política y económica para que siga convirtiendo el territorio en una especie de Isla Tortuga donde parece que lo raro es no robar. Y, sin embargo, insisto, la escena no consigue asomar con tonos trágicos. 

El caso de Soler es paradigmático, todo un símbolo de la prosperidad valenciana de los años del boom inmobiliario. Su todopoderoso papá le regaló un club de fútbol y él lo embarcó en una larga serie de proyectos faraónicos -incluyendo una delirante política de despilfarro en fichajes- que han dejado a tan histórica entidad en quiebra técnica y al borde de la extinción. Todo ello, por cierto, en medio del beneplácito de amplísimos sectores de la sociedad valenciana, las sospechosas facilidades que otorgaban las instituciones y la cobarde pasividad de unos medios de información que, con la honrosa excepción de la Cadena Ser, le rieron las gracias y no se atrevieron a cuestionar ni sus peores cacicadas. 

Así es esta comunidad. En estos días, el club de fútbol que dejó devastado Soler se ofrece al mejor postor. Asociado, aunque sin poner un duro, claro, a cierta empresa de origen ruso que pretende comprar el Valencia, el célebre Alfonso Rus, parlamentario de pro, alcalde de Xàtiva, presidente de la diputación valenciana e ilusionado desde crío con presidir el club, desacreditó la oferta rival de origen árabe afirmando que "los moros no han gobernado Valencia desde Jaume I". De inmediato los árabes abandonaron la puja. 


Cuando en algunos círculos manifiesto mi condición de seguidor irredimible del Valencia suelo recibir más de una sonrisa condescendiente, cuando no alguna censura. Me importa bien poco, estoy en paz con el hincha que llevo dentro. Siempre encontraré un misterioso romanticismo en ese anciano que acude con su hijo un lunes a las diez a Mestalla para animar a su equipo mientras se desata un aguacero sobre el estadio. Y sí, el fútbol es un negocio especialmente turbio donde toda suerte de desaprensivos acuden a buscar su tajada. Y, en consecuencia, los aficionados que lo sostienen son acaso unos cándidos. Pero no nos engañemos, la institución futbolística que nos abochorna es sólo uno más de tantos ejemplos de bajeza moral, corrupción, despilfarro y gestión irresponsable como proporciona la sociedad valenciana de los últimos tiempos. 

Soler es tan sólo una criatura de la Valencia del PP, la California del Mediterráneo convertida en una comedia bufa. Mejor reírse un poco, antes de que la vergüenza nos asfixie. 

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