Friday, May 15, 2015

ELECCIONES

En unos días los ciudadanos de esta nación llamada España saldremos a los colegios electorales para ejercer lo que la etimología de la palabra "democracia" indica que es nuestra obligación, es decir, emitir instrucciones para la gobernanza. Sí, ya sé, suena a asambleario, a genuino e inquietante poder popular, pero es que si nos pronunciamos mediante una papeleta es porque entendemos que lo que el grupo de señores que en ella figuran van a hacer cuando gobiernen es lo que han prometido que harían; en eso consisten las instrucciones, en instarles a cumplir lo que anunciaron. Cualquier otra cosa es fraudulenta; si esa otra cosa se ha convertido en usual es que somos víctimas de una enfermedad muy seria.

Estamos ante unos comicios dominados por la incertidumbre. "Hay partido", se dice, vaya si lo hay: no sabemos quién va a ganar en cada gran ayuntamiento o en cada parlamento autonómico, y mucho menos sabemos quién va a gobernar, con la perspectiva de que sean pactos electorales los que decidan, una operación sometida a un laberíntico juego de estrategias en los partidos, como advertimos estos días en Andalucía. Voy a permitirme el lujo de lanzar algunas advertencias previas al match. No sirve de nada hacérselas a los políticos, de cuya sincera disposición a escuchar descreo bastante; se las lanzo a cualquier conciudadano, y, especialmente, me las lanzo a mí mismo, a ver si al menos acudo a la urna con la mente libre. 

1. Como dijo recientemente Daniel Innerarity,  deberíamos aprender a no esperar demasiado de la política. Es imprescindible que existan gestores para la cosa pública, pero exigirles que lo resuelvan todo y después decepcionarse es como cuando los seguidores de un equipo medianejo exigen ganar la Champions y luego cargan contra el entrenador que tan sólo consigue la permanencia. Los políticos son personas hechas de la misma pasta que nosotros. Quizá lo peor de cada casa se dedique a la política, pero por cada indeseable que aparece en una lista hay cien que se quedan en casa esperando que los demás tomen decisiones para después dedicarse a despotricar. Prefiero participar y dejar de quejarme de que no hay cauces o de que estos son insuficientes; lo inteligente es aprovechar los que hay y pelear para mejorarlos y para crear otros nuevos. 

2. Soy agnóstico respecto a la partidocracia. Nunca voto con entusiasmo y hace ya mucho que no me permito cargarme de ilusión antes de unas elecciones. Votaré a aquellas opciones que crea que pueden beneficiar a la mayor cantidad de gente, pero me niego a sucumbir a planteamientos simplistas. La vida en común es terriblemente complicada y gestionar la convivencia en un mundo tan imprevisible como el que nos rodea convierte la gobernanza en una laberinto. Por eso quien me vende soluciones facilonas me provoca una absoluta desconfianza. 

3. Si algo debemos haber aprendido ya es que hemos de triturar las bases sobre las que se asienta la tolerancia a la corrupción. Que nuestros vecinos voten a un corrupto es un fracaso colectivo, síntoma de que la pedagogía democrática de estos últimos cuarenta años ha fracasado; que yo mismo no sea lo suficientemente beligerante frente a la corrupción es un fracaso de mi propio mapa moral.

4. Debemos perder el miedo a los cambios, por ejemplo en relación al bipartidismo. Algunos parecen últimamente muy angustiados por el auge de los llamados partidos emergentes, acaso sea porque temen perder su trabajo o porque no les apetece en lo más mínimo tener que negociarlo absolutamente todo. Pero es que en eso consiste justamente la política, en que te digan que no y tú hayas de convencer o dejar que te convenzan. Bienvenidos señores gobernantes al mundo en el que vivimos todos los demás.  


5. El abstencionismo me parece un error, por muy santas que sean sus intenciones. Voy a poner un ejemplo. En la Comunitat Valenciana hay dos partidos -Compromís y Esquerra Unida, especialmente estos últimos- que, con fuerzas parlamentarias muy limitadas, han pasado los últimos años denunciando conductas corruptas y gestiones negligentes por parte de un gobierno que lleva dos décadas al cargo de la Generalitat, convencido de ser impune y de que la ciudadanía tolera y comparte su miseria moral. Probablemente acabemos siendo decepcionados, supongo que es el destino de la democracia, pero prefiero entregar mi confianza a hombres que parecen buenos que a un hatajo de bandidos. 

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