Friday, December 23, 2016

EL ÁRBOL Y RECTIFY

De entre las explicaciones sobre el origen de los símbolos de la Navidad que circulan, me quedo con la de San Bonifacio, quien en el siglo VIII no tuvo mejor idea que viajar a los bosques germánicos a convertir paganos. Acabaron matándolo, supongo que por pelma, aunque no le fue mal del todo, porque contaba setenta años cuando cayó atravesado por algún acero godo. Se le representa bautizando infieles mientras con el pie pisa un roble, lo cual alude al hecho de haber sustituido el roble por un pino, o lo que es lo mismo, eliminar el culto a Thor en favor de la fe cristiana.

No es extraño que el árbol navideño remita a tierras del norte. Dado que la llegada del invierno amenaza con dejar a muchos miembros de la comunidad en la indigencia, depositar bajo el roble lo que a uno le sobra en beneficio de otros aldeanos es la manera de proteger solidariamente la supervivencia de la comunidad. 

Por supuesto, el comportamiento generoso que prolifera en los ánimos estos días tiene también mucho que ver con el mensaje evangélico. El hombre cuyo nacimiento se celebra en estos días -dos mil años después- es aquel que llega para sacrificarse, es decir, Jesús de Nazaret es quien acepta la misión de exonerar a sus hermanos de la culpa original aún a sabiendas de que su destino es fatal, dolorosamente fatal, como se advierte por la atrocidad de la cruz, convertida para siempre en símbolo de la cristiandad.

En vísperas de la conmemoración acabo la serie Rectify, un relato cuyas resonancias bíblicas son insoslayables. No recomiendo ver cuatro temporadas de una serie (unos dos mil doscientos minutos) en apenas un mes y medio, como yo he hecho, pero a veces no hay otro remedio, aparte de que -debo confesarlo- el relato me ha atrapado de tal manera que no veía  cada día el momento de llegar a casa para ponerme un capítulo por la noche. Reconozco haber visto el desenlace -en especial el último capítulo, pero pienso en toda la cuarta temporada- con una intensidad emotiva similar a la que pasé en su momento con las dos últimas temporadas de la fabulosa The Wire. 

Veamos. Daniel Holden sale de prisión después de casi veinte años en el corredor de la muerte. Se le condenó por la violación y asesinato de su novia, Hannah, cuando tras múltiples interrogatorios con la policía, aceptó declararse culpable. Ahora se ha descubierto que las pruebas de ADN estaban mal hechas, de manera que la judicatura ordena excacelarlo y Daniel vuelve a casa con su familia, mientras el senador que antes convirtió su condena en un éxito electoral propio jura ante los indignados ciudadanos que hará que Holden regrese al corredor. 

Quien decide ver la serie y no quedarse únicamente con su brillantísimo inicio, debe saber pronto que descifrar el enigma de si Daniel es o no culpable no es la cuestión esencial. La maestría del relato consiste en hacernos deambular a través de la subjetividad traumatizada de un personaje que ha pasado dos décadas dentro de una pequeña caja sin ventanas, sabedor de que en cualquier momento los celadores aparecerán para llevárselo a la cámara de ejecución. Al modo de un Rip Van Winkle -uno de los relatos fundacionales de la narrativa norteamericana- Daniel Holden regresa al mundo después de un "pause" de dos décadas que le impide entender un mundo que apenas se parece a aquel en que se crió y que hubo de abandonar apenas alcanzada la mayoría de edad. 

¿Y quienes hemos permanecido fuera de esos estrechos muros durante todo este tiempo? Quienes lucharon por él sin desmayar -su hermana, su madre y el abogado- ven en Daniel a un Job torturado por una injusticia monstruosa; los demás ven a un psicópata que abandona el corredor por un golpe de suerte. Entre unos y otros queda la tortuosa introspección del protagonista, en la que adivinamos la mirada de un loco, un loco como puede serlo cualquiera de nosotros si nos aprietan durante algún tiempo las tuercas. 

¿Nos parecemos a esa pequeña ciudad que rechaza a Daniel, al cual ve como un monstruo aún sin saber a ciencia cierta si es culpable? ¿O nos parecemos más bien a ese hombre desorientado e ingenuo que no le encuentra el sentido a una comunidad que ya no sabe diferenciar entre el bien y el mal?

No lo sé, no estoy seguro. Pero sé algo, que siempre es posible la rectificación, que el ser humano, pese a todo, tiene el único don divino que puedo concebir: la libertad. 

Bon Nadal a tothom.



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