Sólo una sociedad profundamente enferma puede insistir tanto en no querer ver las evidentes causas de su mal. Los medios conservadores de Norteamérica tienen hoy a bien escarbar en el perfil psiquiátrico del perturbado que ha cometido la atrocidad del Instituto de Parkland. Nada sobre el trasfondo que hace posible toda esta locura: una cultura ferozmente violenta y paranoica por un lado y, por el otro, el poder colosal del lobbie armamentístico. En cuanto al Presidente Trump, sus declaraciones han estado a la altura de su leyenda: hay que incrementar las medidas de seguridad en los centros escolares. Es un crack, sí.
En los EEUU se encuentra el cinco por cien de la población mundial, sin embargo contiene más de la mitad de las armas de uso civil del planeta. Están muy locos los yanquis, solemos decir, pero no nos engañemos: ni el odio, ni la venganza ni, obviamente, la demencia, son privativas de Norteamérica. Conozco por nuestros lares a muchas personas -entre otros algunos alumnos o ex alumnos- que si pudieran acceder fácilmente a las armas de fuego convertirían la plácida convivencia de este rincón europeo en un infierno donde viviríamos permanentemente aterrados.
En Bowling for Columbine, a vueltas con la matanza escolar más terrible de la historia, Michael Moore observaba con melancolía los treinta metros de río que separaban la frontera con Canadá. "¿Qué ocurre en nuestro lado", se preguntaba "...para que la muerte por disparos sea una constante cotidiana y, tan sólo treinta metros más allá, vivan completamente en paz?".
Moore nos invita a contemplar el manicomio nacional, que se presenta curiosamente sonriente y eufórico, como suele pasar por cierto con los negocios más infames del capitalismo. Aparecen spots con rubias monísimas y recauchutadas que empuñan con mirada lasciva la recortada que van a venderte. En un banco del Medio Oeste te regalan un rifle sólo por abrirte una cuenta.
Pues bien, las estadísticas demuestran que después de cada acontecimiento como el de Columbine o Parkland se incrementa notablemente la venta de armas. Hay que defenderse de los malos, claro. Y, por cierto, ¿quiénes son los malos? Para Nikolas Cruz eran sus compañeros de escuela y sus profesores, por eso los acribilló. No parece que el origen hispano de su apellido le creara grandes dudas cuando se adiestró como asesino con grupos paramilitares de supremacistas blancos.
Ténganlo claro, esto no va a parar. Veremos cuántos caen la próxima vez.
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