Friday, September 13, 2019

MARCELINO

"¿Qué puedo esperar?" Cada vez que soy testigo de una injusticia tan escandalosa como la que se acaba de cometer con el entrenador del Valencia me viene a la memoria la tercera de las preguntas desde las que el viejo Kant estructuraba su concepción del sujeto. Tras la segunda de las grandes cuestiones, "¿qué debo hacer?" -la primera es "¿qué me es dado conocer?"- podemos empezar a plantearnos si el cumplimiento del deber nos da derecho a ser de alguna forma premiados. Kant no va a decirnos cómo vamos a ser premiados, ni siquiera si vamos a serlo... esa petulante temeridad la deja en manos de inquisidores, profetas y santeros. Lo que el de Konigsberg nos invita a plantearnos es solo si merecemos ser premiados, si nos hemos ganado el derecho a esperarlo. 

¿Qué espero? Dado que Dios no me ha iluminado con la fe y, por tanto, con ambiciones de inmortalidad, mis expectativas se limitan a cuestiones mundanas: poder mirarme al espejo sin sentir vergüenza, ser amado por mi familia, tener el respeto de mis pocos amigos, de mis alumnos, de mis compañeros... en fin. 

Al grano. El hombre al que un sátrapa llamado Peter Lim acaba de destituir ha sido durante los dos últimos años un tipo irreprochable; su trabajo ha sido brillante y exitoso, pero sobre todo ha sido leal, intenso y apasionado. Marcelino García Toral cree en lo que hace, confía en sí mismo y tiene ese misterioso poder de seducción que adorna a los líderes y que en su profesión implica que los jugadores le creen, entre otras cosas porque les hace sentir que son mejores futbolistas bajo su dirección. 

Accedió al banquillo de Mestalla elegido por Mateu Alemany, un gestor de acreditada trayectoria y que ha contado sus decisiones por aciertos. Un buen día Lim vio la luz y sacó del club a sus siervos de la empresa Meriton, un hatajo de ineptos que conducían al centenario club de Mestalla hacia el abismo. No sé cómo un antojadizo sin alma como él encontró aquel momento de lucidez, pero es llamativo que su única decisión certera desde que se compró un club de fútbol haya sido hacerse a un lado para dejar la gestión en manos de alguien a quien pidió que pusiera orden en la institución que el propio Lim había empastrado con un administración delirante. Tras dos temporadas coqueteando con el descenso, el Valencia es ahora campeón por primera vez en once años -se dice pronto- y se ha clasificado por segunda vez consecutivo para la competición más prestigiosa del mundo, la Champions League. 

¿Por qué pegarse este tiro en el pie? ¿Cómo explicar la eliminación de un empleado tan rentable y, con ello -puesto que Alemany caerá también en breve- destruir el proyecto deportivo más serio que ha tenido el Valencia en esta década? Mateu y Marcelino sacaron al Valencia de la mierda a la que Lim lo había conducido, le dieron mucho más de lo que podía exigirles. ¿Por qué cargárselos? Sencillo: son demasiado buenos y, lo que es peor, tienen dignidad. Quienes como los dos últimos presidentes del Valencia, solo han nacido para esbirros, son incapaces de entender esto... Como el propio Lim, quien al modo de un señor feudal, asume que la única misión de sus empleados es satisfacer sus caprichos, por ridículos y pueriles que sean. 

Permítanme establecer tres conclusiones. No hace falta ser valencianista, ni siquiera aficionado al fútbol para reflexionar en torno a ellas.

1. No voy a entender nunca esta especie de embobamiento con el  cual las multitudes miran a los milmillonarios. Yo no sé cómo se hizo rico el señor Lim, aunque me malicio que algo tiene que ver el carácter tan peculiar de la democracia de baja intensidad en la que vive Singapur, enclavada en la región del mundo que ha demostrado que capitalismo y autoritarismo son perfectamente compatibles o, para ser más exacto, que la democracia hoy es una traba para los negocios. 

Cada vez que un oligarca de la sociedad valenciana se ha apoderado del club, éste se ha encaminado hacia el desastre; cuando tras todos los desmanes de gente como Paco Roig, Joan Soler o Amadeo Salvo llegó al fin otro mandarín a salvarnos, en este caso asiático, las cosas han sido igualmente nefastas, solo que con el jefe a tres mil kilómetros y sin que Mestalla puede permitirse el lujo de silbarle y pedirle que se largue. Hay quien piensa que su objetivo es enriquecerse a toda costa con el Valencia, aunque tal cosa suponga enviar a la extinción a un histórico del fútbol español. Yo creo que simplemente es un privilegiado con una concepción feudal de la economía. Quizá sea muy listo, pero supongo que reserva para el Valencia ese pequeño margen de estulticia que se permiten los genios, pues cada decisión que toma le acerca más a la condición de tonto de baba. Le bastaría simplemente saber que España, al contrario que Singapur, es una democracia, y que aquí se educa a la gente para ser ciudadana y no esclava. Pero parece que no le da para tanto. No deberíamos extrañarnos, Lim sale en la lista Forbes de grandes cresos del mundo, pero fíjense en quien gobierna actualmente los EEUU. 

2. Pese a todo, Lim no ha inventado esta situación de indignidad. La misma sociedad valenciana que toleró que sucesivos irresponsables y desaprensivos demagogos locales destruyeran la institución civil más amada de la capital (junto a las Fallas y la Mare de Deu), es la que después creyó a los pillos que propiciaron que Lim se quedara a bajo precio con el club extendiéndose la especie de que con él llegaba el maná. Muchos de los que ahora braman contra Lim son los que le jalearon cuando llegó con la cara de aldeanos cándidos con la que Berlanga reflejó a los españoles en "Bienvenido, Mr Marshall". 

3. Lo siento, pero aún nos pasa poco, o mejor, aún os pasa poco, porque algunos exhibimos desde el primer momento nuestra desconfianza. Cuando en su momento mi hermano o yo nos pronunciamos en las redes sociales con sospechas hacia la venta del Valencia, coleccionamos insultos y bravuconadas de tantos y tantos indocumentados como proliferan en la ciénaga de las redes sociales, de manera que optamos por abandonar la controversia. Es de justicia igualmente destacar el papel jugado en este asunto por la sección de deportes de la Cadena Ser, dirigida por Pedro Morata, quien lleva un cuarto de siglo desenmascarando valientemente las patologías del valencianismo, enfrentándose a la larga secuencia de farsantes, trileros y salvapatrias que han ido apoderándose del Valencia durante todo este tiempo con la inexplicable aquiescencia de gran parte del valencianismo. En ese sentido, no debemos olvidar la bochornosa cobardía de la mayor parte de los medios, incapaces de explicarle a la gente la verdad del club por miedo a caer en desgracia ante sus dirigentes. 

El periodismo independiente es una de las garantías de una democracia sana y real. Es normal que Lim no lo entienda... Que no lo entendamos nosotros, eso es bastante más inquietante. Por cierto, mientras siga nuestro particular Mr Marshall no volveré al estadio. Quien quiera tragarse su dignidad es muy dueño, allá vosotros. 

  


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