Thursday, September 26, 2019

1. Ustedes lo ignoran, pero mientras escribo estas líneas, noto la presencia a unos metros de mi cogote de un indeseable. Es un compañero de trabajo al que estrangularía con gusto. No es que me caiga mal o me moleste su traza ideológica, eso son minucias, es que me parece un tipo sin escrúpulos, un profesional sin principios que aprovecha el más mínimo resquicio para faltar a sus deberes y que después, cuando regresa al aula, no tiene inconveniente en imponer al débil, es decir, al alumno, las exigencias que él incumple a diario sin el mínimo mal de conciencia. Lo que más me escandaliza es la suficiencia -digna de don Pantuflo- con la cual proclama a voz en grito en la sala de profesores su determinación a no dejar que "estos se pasen ni un pelo conmigo". 


Díganme, les necesito: ¿qué hacemos con los hijos de puta? Soy algo animal pero cortés,  si saludo aunque sin efusiones incluso a los peores de entre mis vecinos de bloque -que los hay, y podría contarles cosas que no creerían-... con más razón habré de mantener las formas con colegas de trabajo con los que llevo una eternidad compartiendo estancias y corredores. Podría escupir al paso del indeseable, decirle de una vez lo que pienso de él... Llegaría entonces la típica denuncia por acoso: "un profesor escupía, amenazaba e insultaba a otro cuando se cruzaban por el pasillo", dirán en el diario. Añadirán estadísticas sobre mobbing laboral y resultará que el cabrón soy yo... qué cosas. 



2. ¿Recuerdan el "orgasmatrón"? Sí, en "El dormilón", era aquella máquina ideada en una sociedad futura que garantizaba la satisfacción sexual sin necesidad de contactos carnales, desde la más absoluta profilaxis. Cuando la prueba el personaje de Woody Allen, obviamente con la imprudencia de poner la máquina a excesiva potencia, la cara idiotizada con la que sale del artefacto da una idea de la eficacia del invento. Pues bien, ya la tenemos aquí, el Satysfier Pro Penguin es el orgasmatrón, el futuro ha llegado y ahora nos toca -o mejor, les toca a ustedes, señoras- disfrutar de sus ventajas. 


No tengo nada contra los juguetes sexuales ni contra la autosatisfacción onanista en general. Hay quien dice que la masturbación le parece una cosa soporífera, pero a mí me parecen bastante peor esos con almas de censores que si pudieran prohibieran incluso las ensoñaciones eróticas, que a mí por cierto me parecen estupendas. Lo que no termina de encajarme -nunca mejor dicho- en este asunto del superestimulador clitoriano es que lo vendan como un triunfo de la última ola del feminismo. Me recuerda a lo que dijo un amigo ante una pintada feminista que decía "Mujer, mastúrbate". 


-"A mí no hace falta que me lo digan"


 Sin poner en duda la eficacia del aparatito, que por lo visto las milennials están adquiriendo a la carrera, es que promete la consecución del orgasmo en dos minutos. En la propaganda del producto se nos habla de las urgencias de la vida moderna, de que una no tiene tiempo que perder... Vamos, que te aplicas el satysfier y a seguir rindiendo a tope en el sistema productivo. Es cuestión de tiempo que la empresa fabrique un androide que parece un varón perfectamente real pero sin los inconvenientes que siempre trae relacionarse con personas. 


3. Después de más de un cuarto de siglo vuelvo a "Taxi driver". Descubro que no ha envejecido, en cierto modo es la película de un visionario, y que prefiero al Scorsese de los locos y los marginados que al de los mafiosos. La mirada de Scorsese sobre la Nueva York de los setenta alerta sobre la confusión de unas sociedades de masas cada vez más incapaces de gestionarse a sí mismas. El delirio de Travis es un síntoma del delirio colectivo al que sucumben unas noches urbanas en las que los lazos comunitarios se han roto sin remedio. Jamás vi un hombre tan solo como Travis. Su historia no es la del retorno del fascismo y la intolerancia, aunque también sea eso, Travis expresa el fracaso histórico de la Razón. Ello arrastra también el de la política. Es patético el diálogo en el taxi con el candidato para el que trabaja la joven a la que ama Travis. Es imposible expresar con mayor claridad la imposibilidad de entenderse entre el político y el ciudadano de a pie. 



4. "El mundo no pertenece a los globalizadores sino a los patriotas". La última baladronada de Trump contiene más sentidos de los que el propio Trump es capaz de atisbar. ¿Y si, después de todo, tiene razón? La globalización, entendida como una mundialización de unos mercados entregados a la dominación de las multinacionales, es un solemne fracaso. O, al menos, supone el fraude a las expectativas de convertir el planeta en una aldea más próspera y habitable para todos. No es extraño que aparezcan demagogos que especulan con la idea de detener un proceso que, en cualquier caso, ya es irreversible. Quizá en un país tan poderoso -todavía- como los Estados Unidos de América sea todavía posible soñar con soluciones patrióticas, pero el tsunami de la globalización no va a detenerse. La cuestión es si estamos dispuestos a globalizar la resistencia. De otro lado, no deja de tener su ironía que sean tipos como Trump, tan enamorados del libre mercado mundial, los que ahora se pongan tan nerviosos porque resulta que los chinos son más competitivos.  

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