Wednesday, May 20, 2020

SARAY


No se engañen, no pretendo defender a Saray porque es indefendible. Y CCOO se equivoca cuando censura el comportamiento con la concursante que tuvo Masterchef, especialmente en el momento de la expulsión, pues es ridículo pretender que "le debería haber cuidado especialmente dada su condición de gitana y trans". A una persona categorizada como socialmente vulnerable se le deben otorgar facilidades, pero considerar que puede ser impunemente maleducada, agresiva y despótica supone no solo abaratar reglas de convivencia que valen universalmente, sino además falsear la realidad: nadie soporta a alguien así en la "vida real". Sé bien porque lo digo. Dirijo a diario grupos de niños y adolescentes, y sé perfectamente que dejar que un individuo ególatra, caprichoso e indolente imponga su lógica al conjunto tiene efectos destructivos que es mi obligación impedir. 

¿Por qué pese a todo esto la pasada noche me acosté pensando que Saray era mi héroe? 

Masterchef es uno de tantos realities presentados como concurso y que, al dotarse de un cierto crédito cultural -"la cocina"-, se vuelve tolerable para una cadena pública. Ahora mismo, y el dato es trascendente, es el programa más rentable de TVE. El dinero que emplea en "invitar" a supuestas leyendas de la restauración, ante los cuales los concursantes han de babear con rictus embelesado, y la supuesta autoridad profesional de los tres presentadores le dan la capa de blanco necesaria para que no se advierta que el verdadero interés del espacio es claramente morboso. Al final no es mucho más que un Gran Hermano con la excusa de enseñarte a caramelizar la cebolla antes de sofreír unas mollejas.  

Un divertimento ligero no es intrínsecamente malo... Ni bueno tampoco. Cada persona elige cómo entretenerse y es perfectamente razonable que a la gente no le apetezca ver películas de Von Trier a según qué horas. Otra cosa es que uno haya de tragarse lo que le den o, como expliqué hace unos días en relación a "Sálvame", que haya que aceptar que la basura lo es menos porque las multitudes la adoren. Hace unos veinte años, con el film "El show de Truman" como su gran visión profética, un modelo nuevo de televisión barata y ferozmente eficaz vino para adueñarse del medio. Su clave secreta era convertirnos a todos en mirones -ahora ya sin rubor- de eso que antes solo podíamos imaginar pegando la oreja a la pared para saber por qué reñían los vecinos. Nadie ve Masterchef para aprender recetas, esa es una excusa para marujas. El reality se sigue porque necesitamos que nos ofrezcan el espectáculo del dolor, de la euforia, del miedo o del odio. Esto ya nos lo ofrecían antes desde la ficción del relato, sí, pero la neotelevisión cuenta con el gancho adictivo por excelencia: lo que nos vende es la realidad, lo que ven nuestros ojos es lo que "verdaderamente" ocurre. 

Esto, obviamente, es mentira. En realidad es la mayor de todas, pues precisamente se presenta como lo contrario. Los programas están todos perfectamente trucados. Esto es así desde el primer Gran Hermano, emitido con enorme éxito hace ya veinte años. Se nos hizo creer que veríamos la vida -y quien sabe si la muerte- completamente en directo, pero luego solo presenciábamos un resumen correspondiente a un relato preconfigurado. Las votaciones después nos otorgaban la hipnosis de una ridícula democratización del medio televisivo. No son estos años de zozobra, sino aquellos primeros del siglo, en que la economía se inflaba sin pausa, cuando de verdad nos volvimos todos imbéciles. 

Solo he visto dos veces Masterchef. Escribí sobre la primera, aquel concursante algo cándido que creyó que haría reír al jurado con aquel plato esperpéntico al que llamó "León come gamba". Lo de Saray de esta semana ha sido mucho más heavy, más bizarro, diría yo. La seleccionaron para participar entre veinte mil aspirantes no por saber cocinar, que no tiene ni idea, ni siquiera por la singularidad de sus condiciones... La llevaron a Masterchef porque intuyeron que podía ser el agitador que todo grupo de concursantes necesita para que haya lío y el programa gane audiencia. Les funcionó bien, y la prueba es que yo, que soy un detractor, está hablando ahora de Masterchef, y que sus cifras de audiencia batieron records la noche estelar de Saray. Pero se les escapó de las manos... Y sospechó que de lo que ocurrido con Saray sólo nos han mostrado la mitad de la mitad. 

Inolvidable momento para la historia de la tele ese en el cual Saray se entera que tiene que pelar una perdiz y cocinarla. Se niega, se mea en el programa y decide rebelarse, asumiendo lo que ningún concurso puede tolerar: el suicidio. Genial la presentación del plato con un pajarraco -el "aguilucho asqueroso este", decía la gitana-, rodeado de tomatitos cherry y haberle quitado una pluma. La repugnante reprimenda de los jueces, que sacaron lo más siniestro de su odiosa personalidad autoritaria, convencidos de su superioridad moral, recitando como gallinas cluecas la panoplia de la dignidad del arte culinario,,, El escarnio a Saray del resto de concursantes, que, como ella espetó ante la cámara, demostraron ser un hatajo de hipócritas. Su desaire final, tirando el delantal, me recuerda a episodios míticos como el de Umbral y su libro o Lola Flores y su pendiente perdido. 

Vivimos en la Era Trump, no deberíamos olvidarlo. No sé si saben que, antes de llegar a la Casa Blanca, Donald presentó un reality-concurso particularmente fascista, donde la clave para ganar era comportarse como un miserable. Todos tenemos miedo... Miedo al paro, a la marginación, a quedar fuera de onda... Últimamente también a los virus. Las colas de "personas como nosotros" en la beneficencia nos empuja a la obediencia, a la sumisión, a la falsedad, a una competencia mezquina y desprovista de sentimientos tan imprescindibles como la solidaridad. Saray es una paria, y sabe que solo comportándose como tal podrá salir del anonimato y la pobreza. En ese sentido es una accidente de Masterchef, un accidente televisivo, un virus que se les escapó de las manos. 

Por segunda vez mereció la pena ver Masterchef. Que se jodan. 



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