Tuesday, May 05, 2020

ROJOS Y MARICONES


“Este es un programa de rojos y maricones. Y al que no le guste, lo siento”. Este el contenido textual del “Jorge Javier estalla” con el cual portadas de toda índole llamaban a gritos nuestra atención la pasada semana. Uno de los colaboradores de Vázquez, el “periodista” Fernando Montero, sacó en “Sálvame” los pies de tiesto al recordar la maldad de Pablo Iglesias y su célebre casoplón de Galapagar. Por lo visto el tema de debate era el affaire de cierto comentarista con pretensiones de cuñado facha y moralista al cual, en un speech televisivo ante el ordenador y en pleno confinamiento, se le coló a las espaldas la imagen de una bella y semidesnuda joven. El “escándalo” se extiende como la pólvora debido a que el personaje es -mejor dicho, era- novio de otra señora por lo visto célebre. Este asunto tan trascendente ha tenido en vilo al país durante un par de semanas, en cierto modo la pareja rota es una víctima más del coronavirus, pues si el cuñado en cuestión no hubiera tenido que comparecer en la tele para soltar sus filípicas desde el ordenador no se le habría cruzado por detrás la amante en bragas.


 Tiene su gracia que a estas alturas Telecinco tenga el cuajo de presentarse como campeona de las libertades y el progresismo. Y, sin embargo, hay algo en la desfachatez de Vázquez que me suscita una reflexión preocupada. No sé cuál es su ideología, o mejor, sí lo sé porque él lo da a entender, pero, como hace miles de años los educadores griegos ya advertían a los niños, “no os precipitéis a juzgar a un hombre por sus palabras sino por sus hechos”. Y lo que hace Vázquez, desde hace muchos años, es pura basura. El hecho mismo de que el nombre “telebasura”, tan recurrente en los años noventa, haya perdido valor de uso, da a pensar que todo el medio televisivo, y yo diría que los medios en general, están tan invadidos por su lógica, que ya no somos capaces de distinguirla y, por consiguiente, denunciarla.


Hubo un tiempo en que el modelo de televisión con vísceras se encastillaba en la libertad nocturna. Las guarradas del Mississippi dejaron lugar a una especie de obscenidad algo más astuta que lideró Xavier Sardà y más rica a Telecinco. Sardà es un mal tipo, no tengo ninguna duda, pero él al menos sabía que era un camello y sus adictos un hatajo de yonquis capaces de comerse cualquier mercancía que les sirviera, aunque fuera pura mierda. Era tan cínico que llegó a permitirse el lujo de decirles a la cara a los televidentes que eran un hatajo de idiotas que le estaban haciendo millonario.


Lo de ahora es más inquietante, pues, aunque Vázquez también me parece un cínico, la autoridad moral con la que se permite humillar públicamente a un majadero reaccionario me invita a preguntarme si es realmente consciente de qué mercancía está vendiendo. También se me ocurre que si no le gustan los racistas ni los homófobos no sé por qué mantiene entre sus colaboradores a un tipo insignificante ideológicamente afín a Vox. “Rojos y maricones”, dice el tío. Hostia. ¿Se le ha ocurrido investigar cuál es el perfil de los millones de españoles que le siguen? Hubo un tiempo en que para poder decir algo así uno tenía que jugarse el pellejo o, cuanto menos, aportar a la comunidad algo valioso. ¿Han visto alguna vez “Sálvame”? Un par  de vueltas de tuerca y el plató que dirige Jorge Javier se me figura un escenario ubuesco, una especie de desfile delirante de miserias humanas, mezquindades y vergüenzas privadas que se exhiben obscenamente al público.


“Habrá un momento en que lo que ahora te parece extraño llegue a ser natural”, le dice la criada torturadora de los oligarcas de Gilead a la protagonista de “El relato de la criada”. A veces me pregunto si la normalización de ciertos espectáculos que denigran la condición humana no son un epítome del mundo que habríamos tenido si Hitler hubiera ganado la Guerra Mundial. Tras una cruenta etapa de posguerra en que se habría institucionalizado el exterminio, las aguas se habrían relajado y un capitalismo sin derechos humanos ni disidencia habría convertido en norma la monstruosidad cotidiana.


“Los ciudadanos no deciden conscientemente ver la televisión. Lo hacen por una especie de atracción, de hipnosis aturdida”, dijo Jean Baudrillard. Se dice que la sociedad se ha quedado sin valores. No estoy seguro de que sea un diagnóstico certero. Se nos inyectan valores a cada momento, otra cosa es que sean los que hacen explícitos los ideólogos, como se advierte con el caso de Vázquez. Se nos transmite -de forma opaca, claro- el principio de la impotencia política, se nos transmite el odio y la violencia en unas dosis que no pongan el peligro el sistema y que lanzamos contra los responsables políticos o las celebridades televisivas… Se nos atenaza, en suma, con una lógica viscosa que nos hace creer que todo, hasta los sentimientos más vocacionalmente destinados al secreto y la privacidad, son asunto mercantil. Todo, el amor, la amistad, el dolor, el sexo… todo es susceptible de convertirse en espectáculo y, por tanto, en mercancía. La mayor promesa de la modernidad burguesa, la autonomía del sujeto, queda convertida en parodia de sí misma ante la conversión de la vida pública en una escena vomitiva de personajes insultándose y revelando intimidades, que es a fin de cuentas lo que, con mucha más honradez, hace la pornografía.


Nunca la insignificancia alcanzó tanta autoridad, nunca fue tan influyente. Por fortuna, la vida siempre va en serio. Toda esta escoria se extinguirá y sus próceres serán olvidados para siempre. “Rojos y maricones”… hay que tener cuajo, macho.

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