Thursday, October 08, 2020

LIM


El Valencia es un club de fútbol con un siglo de existencia que despierta pasiones seguramente muy locales pero, acaso por ello, extremadamente exacerbadas. Sé por qué lo digo, he acudido desde los cuatro años a Mestalla y he estado en infinidad de bares donde la tele se corona con una bufanda del murciélago. Lo mío viene de familia, mi abuelo fue una de las celebridades fundacionales del club: un nieto de Arturo Montes deja de interesarse por el fútbol antes que dejar de ser valencianista. Conozco a muchos correligionarios. Y he descubierto que, en realidad, a todos nos viene de familia. Hemos presenciado noches gloriosas y también tumultos incendiarios. Somos, dicen, un pueblo entregado a la pirotecnia, pero yo creo más bien que lo que somos es pirómanos. En un momento de delirio, podemos pegar fuego a lo que más amamos, para de inmediato lanzarnos como bomberos suicidas para sofocar las llamas. 


Hace siete años, el valencianismo vendió su alma al diablo. A diferencia del pacto fáustico, en el cual se salta sin red con todas las consecuencias, las legiones que se entregaron con armas y bagajes a Peter Lim no quisieron asumir que Lucifer viene siempre a cobrar su deuda. El legendario club de la acequia árabe de Mestalla es ahora un ecce homo que se despeña hacia el infierno. Una deuda colosal en medio de una nueva crisis global ha convertido el Valencia en una sociedad anónima financieramente inviable. Si el sátrapa de Singapur aún no ha vendido es porque no hay quien compre semejante ruina. Ante tal escenario, el horizonte no puede ser más negro: ¿ley concursal y embargo de los acreedores? ¿Extinción societaria? 



"El Valencia es demasiado grande para caer", dicen algunos. Paco Lloret, uno de los chotos más razonables que conozco, inyecta ánimos a la tropa recordando que hemos salido de peores: "El Valencia sobrevivió a una guerra, a una gran riada y al descenso a segunda... Sobrevivirá también a esto". Creo que Paco peca de optimista. No sé de ningún gran club europeo que haya desaparecido por una guerra, por un desastre natural o por un fracaso deportivo, pero casos como el del Dnipro de Ucrania, el Parma de Italia, el Magdeburgo de Alemania, el francés Stade de Reims, los escoceses del Glasgow Rangers o, entre nosotros, el Real Zaragoza, demuestran que un colapso financiero sí puede conducir a un club a la desaparición o, en todo caso, a la absoluta irrelevancia. 


La forma más tópica de explicar esta catástrofe es aludir a la negligencia, cuando no a la deshonestidad, de una sucesión delirante de propietarios y gestores dignos de una comedia de Berlanga. La escena ha estado plagada de despilfarradores, megalómanos, trileros, farsantes e incompetentes. No todos los gestores del Valencia han sido nefastos, los ha habido honestos, laboriosos e incluso brillantes, pero han sido minoría porque, por sorprendente que resulte, cuando hombres buenos han dirigido el club siempre han proliferado turbas deseosas de destruirles, a menudo jaleados por algunos voceros mediáticos particularmente abominables. Un mito arrancado del Poema de Mío Cid gusta mucho a los celtibéricos porque les hace creer que son grandes vasallos y que quien no está a la altura es su señor. Pero no es cierto, el señor es un ilustre majadero, pero es el vasallo quien le puso la alfombra roja para que se adueñara del castillo. Este fenómeno en el Valencia no se inventó con Lim. Ya hubo anteriormente indeseables tiranos al timón... destrozaron en el club y eran valencianos; el de Singapur solo vino para liquidar lo que otros ya había dejado hecho jirones. Reconozcámoslo: fue el valencianismo quien aceptó una venta que equivalía a la prostitución del "sentiment" al solaz de un forastero cuyo aval era y únicamente su condición de oligarca financiero. 



Lim es una calamidad, ha mentido en todo, pero los primeros en mentir fueron quienes tanto se esforzaron desde el club por presentar su llegada como "la más grande operación económica de la historia del fútbol mundial". ¿Lo ven? Siempre la misma ridícula megalomanía. 


El futuro es negro, debo ser muy sincero y reconocer que ya no veo solución. Habrá quien siga esperando la venida de otro mesías financiero que nos salve; yo sospecho que antes o después habremos de pensar en la posibilidad de refundar el club. 


Todo esto a la mayoría de ustedes, queridos amigos, no les importa, pues o bien no son del Valencia, o mejor aún, tienen el buen gusto de no interesarse por este asunto tan baladí llamado fútbol. Permítanme por ello una reflexión al margen pero muy vinculado al asunto de este escrito. 



Si consultan wikipedia se harán una idea de cómo alcanzó Peter Lim la fortuna que le permitió aparecer en la lista Forbes de los tipos más ricos del mundo. Singapur, país que algunos consideran admirable por su capacidad competitiva y por su supuesta paz social, es en realidad un ejemplo de Estado autoritario. A lo largo de los últimos trescientos años los apologetas del capitalismo no han dejado de insistirnos en la asociación entre mercado y democracia. Mucho me temo que la emergencia del llamado "modelo asiático" le está dando una peligrosísima vuelta de tuerca a la historia del capital. Nunca fue un camino de rosas, pero si el capital siempre ocultó siniestras prácticas de dominación, el capitalismo asiático -ahora mismo liderado por China- implica el desenmascaramiento definitivo de los rasgos más autoritarios y feudales del juego del dinero.  


¿Saben por qué Peter Lim ha decidido liquidar el Valencia? Porque aún no hemos entendido que no somos eso a lo que se llama el "respetable público"... Somos sus siervos, o eso cree él. 


No sé si se dan cuenta de a qué nos enfrentamos. Lim desaparecerá y le olvidaremos. Es algo mucho más serio que un club de fútbol lo que corre peligro. 

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