Tedi es una corporación alemana dedicada a la venta minorista. Como otras de su país más centradas en la alimentación, como Aldi o Lidl, pretende ocupar nichos de mercado similares a los que la poderosísima Wall-Mart tiene cautivos en Norteamérica. Bajos sueldos con contratos precarios y gran volatilidad de personal, productos mayoritariamente traídos de la gran fábrica mundial -es decir, China-, uso de materiales sospechosos de toxicidad… Todo suele venir en el pack cuando llegan estas tiendas extranjeras que algunos conciudadanos celebran por su supuesta política de precios bajos. Como los empleados son jóvenes locales -no asiáticos, para entendernos- parece que incluso hemos de estarles agradecidos. Llevo décadas temiendo que se extienda en Europa la firma Wall-Mart, que siempre me ha parecido el ideal de la rentabilidad a través de la precarización laboral. Bien pensado, su lógica ya lleva mucho tiempo entre nosotros, no merece la pena sufrir por la llegada de una enfermedad que ya se nos ha contagiado, aunque no sea con el virus previsto.
Les cuento. Día anterior a Reyes. Entro a una de las tiendas
Tedi con ánimo de comprar papel de envolver. “Coja una cesta”, me dice con
contundencia una dependienta desde la distancia. Pienso que no me lo dice a mí…
Pero sí, porque me mira fijamente mientras yo, que tan solo quiero comprar un
papel de regalo de colorines, quedo paralizado. Entiende que debe darme una
explicación: “es para contar el aforo”. Sigo paralizado unos instantes… tras lo
cual, recomponiendo la figura y la dignidad digo que “no, no quiero”, doy
marcha atrás y salgo de la tienda, por cierto con la firme intención de no
regresar jamás a comprarle a la tienda ni una goma de borrar.
Como el consumidor dócil que soy, y que todos somos, mi
primera inclinación podría ser la de obedecer la instrucción de la moza y coger
la puta cesta de los cojones. Pero hace ya tiempo que entro a este tipo de
lugares con la mosca tras la oreja. Interpretemos. Algún alto ejecutivo de Tedi
debe haber tenido una idea genial para descargar sobre las precarias y jóvenes
dependientes la exigencia gubernamental de controlar el aforo por la pandemia.
Podrían haber contratado otra persona para realizar esa función, pero eso
habría reducido el margen de beneficios de la corporación, con lo que se les
ocurrió que obligando a cada cliente entrante a coger una cesta pueden saber
cuándo la tienda alcanza el aforo permitido. El razonamiento de Tedi…”yo me
ahorro uno más de los miserables sueldos que pago, las empleadas hacen de
guardia de seguridad con las cestitas sin dejar de cumplir sus otras funciones,
y el cliente hace lo que le pedimos porque es idiota y le encanta adquirir
nuestros productos. Y si no le gustan, da igual, en Navidad la gente compra lo
que sea”.
A ver. Cuando estábamos confinados, varios sénecas de
derechas como Aznar o Vargas-Llosa nos intentaron convencer en un delirante
escrito conspiranoico de que el estalinista gobierno de Sánchez e Iglesias pretendía
aprovechar la coyuntura sanitaria para convertirnos al comunismo y asfixiar las
libertades. La sensación que yo he tenido desde entonces es que Sánchez va de
culo intentando hacer compatible la urgencia clínica con las exigencias de la
CEOE, no le fueran a decir señores tan respetables que el Coletas mandaba más
que él. Pero, qué curioso, mientras nos advierten los defensores de los ricos que
los comunistas pretenden someternos a su praxis autoritaria, resulta que es un ejecutivo,
o acaso un gilipollas enchufado por los jefazos, quien decide que para entrar
en su tienda yo he de coger una cesta y jibarizar un poquito más mis libertades.
Quizá sea una de estas reacciones maniáticas de viejuno,
pobres chicas de Tedi… Pero, verán. Actualmente yo trabajo para las
gasolineras, hago de cajero para mi banco tanto como para Carrefour… Es
cuestión de tiempo que, gracias a la genialidad de algún gestor corporativo empeñado
en “optimizar” la empresa por la vía de echar gente a la rue, me toque a mí
pagarme mi salario, cultivarle a Mercadona las patatas que luego me vende o
pasarla la escoba a las autopistas por las que viajo… Claro que, después de
todo, no sería una mala idea, pues ese camino a lo mejor terminamos de entender
que lo mejor que podemos hacer es librarnos de tanto comisionista y explotador
disfrazado de emprendedor y nos acordamos de que la dignidad no se consigue siendo
consumidor, sino ciudadano.
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