Tuesday, December 05, 2023

LA GENERACIÓN DE CRISTAL, INSTRUCCIONES DE USO.

 





No lo comenten mucho por si alguien me lo pisa, pero tengo una idea estupenda para forrarme. Voy a escribir un libro llamado “La generación de cristal, instrucciones de uso”. Lleva subtítulo: “Cómo tratar con los jóvenes de hoy en día sin hacerlos añicos y, en ese caso, no hacerse sangre con ellos”.

Bueno, seré honesto, lamentablemente no la voy a llevar a cabo. Ya me veo firmando ejemplares en la Feria del Libro, los inspectores fiscales echándome encima o a mi amigo Signes espetándome que el escritor que publica gilipolleces para obtener fama y fortuna es una prostituta. Pero la idea es buena, no me digan que no. Es el momento ideal para este producto literario, a medio camino entre la sociología barata y la autoayuda.

Me dejo de gansadas. Pese a mis chanzas, no reniego de la denominación acuñada para la generación de quienes han nacido en este siglo. A grandes rasgos: son altamente vulnerables, con una piel fina fina como la princesa del guisante… La susceptibilidad llega a poner en def con uno a cualquiera que les hable, pues la mínima desconsideración puede activar la bomba atómica de la ofensa. Y el problema es que hay demasiadas cosas que tener en consideración. No me refiero, no solo, a cuestiones de alto voltaje como la orientación sexual, la raza, la clase social. Hay que tener en cuenta si se han cambiado de género y, por consiguiente, de nombre, si sufrieron acoso, si han sido diagnosticados de algún trastorno de esos que llevan iniciales raras, si sus padres se han divorciado, etc, etc…

¿Estamos de verdad ante una “Generación de cristal”? Yo a esta denominación la encuentro mucho más eficaz que la de “milennials” o “Generación X”. Me mola porque está en la línea de “boomers”, que me define a mí y que, por cierto, dice muchísimo de entrada de la gente de mi quinta.

Vale, pero ¿qué hacemos? Yo, como padre, educador y sociólogo debería poder dar una respuesta útil. No voy a recurrir a lo fácil: “Ah, bueno, tampoco generalicemos tanto… no todos son así” El problema es, como dice Elvira Lindo, que “ya lo sé, pero es que si no generalizo no escribo”. Lo cierto -y lo dice un tipo que trata a diario con chavales de clase obrera y, por tanto, poco propensos por extracción social a la fragilidad - es que anda extendida por el mundo la sospecha de que infinidad de jóvenes arrastran serias psicopatologías, se autoodian, se autolesionan, piensan en suicidarse, no desarrollan anticuerpos frente al Mal ni tolerancia a la frustración, son perezosos, están abducidos por los videojuegos, la pornografía, las redes sociales, el culturismo o como demonios le llamen ahora a pasarse comiendo mierdas proteínicas y cargando pesas horas y horas…

Todo esto tiene algo de verdad, sería ridículo negarlo, aunque también convendría matizar, entre otras cosas porque a lo mejor somos sus padres los que no les hemos enseñado a ser mejores y, lo que es peor, acaso, siendo ellos tan malos, resulta que no son peores de lo que hemos sido nosotros. Quizá ellos tengan a Dulceida, C.Tangana e Ibai Llanos, pero nosotros tuvimos a González y Aznar, el Emérito, Pujol, Luis Aguilé, Torrebruno, Pajares y Esteso… Cuidadín.

Aún así parece que la cosa está jodida. En mis dos profesiones, la de profe y la de padre, se me ocurre una cosa: resistir, seguir creyendo que la pereza, la indiferencia y la incapacidad para sobreponerse al fracaso son los verdaderos grandes males del ser humano. No olvido la aseveración de Adorno que ha atravesado mi trayectoria profesional y diría que mi vida: “Eduquemos para que Auschwitz no se repita”. Quizá solo sea el escalón inmediatamente anterior al “sálvese quien pueda”, que en mi caso será jubilarme. (Si me dejan)

Lo que no podemos es extrañarnos. Tenemos los frutos que hemos labrado. Todos los días pasan por mis aulas dóciles consumidores y futura mano de obra barata. Cuando se percaten de que el mundo allá afuera de los muros del cole es una puta selva, entonces se darán cuenta de que no les prepararon adecuadamente. Lo peor es que ni siquiera hemos conseguido que sean felices. Más bien son indiferentes y perezosos, sus sentidos abotargados por el exceso de gadgets, tremendamente lejos de la madurez de quienes han de cargar con la supervivencia de la comunidad más pronto que tarde, y esa misteriosa rabia con la que miran al mundo los varones porque las chicas monas hacen con ellos lo mismo que hacían conmigo: ni puto caso. Todo lo contrario, por cierto, de lo que pasa en los videos porno que consumen a diario, claro.

 

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