Friday, November 09, 2012




WARHOL


Acudo a ver una exposición de Andy Warhol en la Fundación Bancaja, cuya supervivencia a estas alturas es para mí toda una sorpresa. Ante los cuadros del artista siempre me hago la misma pregunta: ¿son suyos? La pregunta es pertinente precisamente porque el concepto de autenticidad, que tendría un valor muy claro en otro pintor célebre, queda vacío de sentido cuando empezamos a internarnos en el universo warholiano. O mejor: la pregunta deja de tener sentido y se convierte en un eco sin respuesta porque a partir de Warhol deja de tener valor la autoría misma. En otras palabras, podemos falsificar un Picasso, pero no podemos falsificar un Warhol porque ese cuadro es ya en sí una falsificación. 


"Soy una máquina", dijo. Andy Warhol se instala en el universo ficcional de la sociedad de los medios de masas, de cuyos peligros nos amenazó unas décadas antes Walter Benjamin. En ese sentido, Andy es una criatura benjaminiana, la primera genuina fashion victim. Tuvo la suficiente coherencia como para darse cuenta de que la cultura ya no podía seguir sustentándose en una posición de antagonismo, tal y como se entendió con Rimbaud y Baudelaire, con Heidegger y Adorno, o con Kerouac y Dylan... ya no en la sociedad de masas. Su arte emerge desde la confusión a la que aboca a los sujetos la sobreinformación y el bombardeo masivo de imágenes y mensajes. Ya no es posible oponerse, o ya no lo es desde el lenguaje de la liberación y la contracultura. No hay un discurso alternativo. Celebrada la gran orgía de la protesta en los sesenta, hemos cruzado el Rubicón: la Revolución ya no será, y no será porque ya se ha realizado. Él la vivió con su legión de amigos idiotas y drogados en su célebre Factory, y se divirtió un montón, porque Warhol, al contrario que los demás genios, que siempre parecían enfadados y decepcionados con un mundo que les había estafado -por eso hacían arte-, decidió celebrar la fiesta de la explosión del deseo y el culto al yo anunciando que iba a convertirse en, sobre todo, un gran festín del Capital, que es lo que finalmente ha sido, lo cual convierte a Warhol en el verdadero profeta de nuestro tiempo, llamémosle posmodernidad, sociedad líquida, capitalismo de ficción o cualquiera de las fórmulas que insista en la idea de que la civilización contemporánea ha acelerado tanto sus procesos que nos ha terminado abocando a todos hacia un territorio que está más allá de lo Real, un espacio alucinatorio donde los viejos valores se han desmoronado. Como no somos ya capaces de sustituirlos por otros nuevos, nos dedicamos a celebrar aquéllos como referentes vacíos que flotan en el aire, ingrávidos, explotados impúdicamente por los media a través de la publicidad, la moda o las películas. 


Hemos necesitado a Van Gogh, Hopper, Picasso y Pollock. Pero también a Warhol. Su apuesta es en realidad un desafío al arte. No pretende crear un lenguaje nuevo y alternativo, tal y como proyectaba el surrealismo. Duchamp o Marinetti -da igual la ideología con la que se aliaran- entendieron que la civilización industrial había mutado con la serialización de los productos y la universalización de los medios de comunicación. La vida había dejado de ser "real", la lógica del espacio y del tiempo tal y como la conocimos estaba enloqueciendo, por lo que lo más realista era superar el modelo de representación convencional y sustituirlo por un lenguaje surreal. Beckett lo asumió al dinamitar las leyes de la narración clásica: sus relatos reflejan el absurdo desde su propio lenguaje. 

Warhol traslada esta apuesta a la era massmediática. Sus intervenciones públicas, sus fotografías, sus performances, todo forma parte de una escenografía hábilmente montada cuyo designio es invertir la lógica constitutiva del hecho artístico: Warhol no alcanzó la gloria a través de su obra, creó un personaje que simulaba pintar, y gracias a eso consiguió lo único que le interesaba, lo único importante en nuestra era: "ser alguien". Pero ni aún desde la impudicia de reconocer que sólo era la vanidad lo que le impulsaba terminamos de entenderle. Andy no quería ser famoso, no se sentía mejor por ello, amaba a las estrellas, y ser famoso fue el único camino para poder estar junto a ellas. "Al poco de conocerme mis amigos me trataban mal y dejaban de admirarme; de pronto, una noche, aparecía un joven que me miraba como se mira a una divinidad, como incrédulo de estar sentado allí. Creo que algo así es el aura, es algo que sólo ven los demás en ti cuando no te conocen; así es el aura que todos vemos en las celebridades". 


¿Decepcionante? Sí, quizás. No hay épica en Warhol, sólo hay ironía. Su desafío es sugerente, pero no parece ir más allá de eso que gusta tanto a los gays actuales del "consumismo irónico". No hay antagonismo irredento ni dinamita contra el sistema. Warhol serigrafía de forma serializada el rostro de Marilyn Monroe, repitiéndolo de la misma manera obsesiva y enfermiza que las células tumorales se reduplican en nuestro cuerpo hasta matarnos. En esa sonrisa helada que se reitera, convertida en signo vacío y fetichizado, nos hemos convertido todos. No solo deja de haber un sujeto -esa mujer llorosa que continúan buscando los adoradores de Marilyn- tras el icono, deja de haberlo también tras cada uno de nosotros en el momento en que aceptamos el destino que la cultura nos depara: ser celebridad durante quince minutos. 

Andrew Warhola tendría ahora ochenta y cuatro años. Sospechamos que le divertiría internet, que habría retratado a su manera a Lady Di y que luego habría llorado en público durante sus exequias; habría capturado astutamente el aura de Obama, al que habría comparado con Kennedy por su condición de celebritie... y barruntamos que, afectado de demencia senil o con serios problemas financieros, habría aceptado aparecer en programas banales de la tele haciendo feliz a algunos gilipollas. No se me olvida aquella visita que hizo a Madrid en los momentos más palpitantes de la Movida, cuando Almodovar -que siempre quiso ser Warhol- y su tribu fueron a adorarle y a decirle cuánto les había influido. Andy sólo había venido a vender a precio de oro sus cuadros, pues le habían dicho que aquí había diletantes con dinero que le adoraban. No lo logró, querían hacerse fotos con él pero no aflojarle pasta. 


Murió en 1987. Parece que tenía verdadero pavor a los hospitales, las enfermedades y los médicos. Le enterraron con una peluca plateada y sus habituales gafas de sol. Estuvieron Yoko Ono y otras celebridades. Fue un genio de la superficialidad, su mirada era certera y profunda precisamente porque, como un surfista, se deslizaba hábilmente por la superficie de las cosas, todo un síntoma de la civilización contemporánea. 

Dijo en una ocasión que cuando se miraba a un espejo no veía a nadie, que él era un espejo y que un espejo no puede reflejar a otro, pues tras él sólo hay el vacío. Nada me parece más inquietante. 


2 comments:

Ricardo Signes said...

Yo creo que la obra de Warhol se devalúa cada día porque cada vez se aleja del museo más en dirección a la calle y a la pantalla del ordenador de cada hijo de vecino. Su desacralización es absoluta. Incluso uno mismo puede crearse su propio warhol con su foto, a poco que se maneje con programas de diseño gráfico o a cambio de unos quince euros en algunas tiendas de fotos. Nunca antes el aura ha sido tan barata.
Gran artículo, Montesinos.

David P.Montesinos said...

Es cierto, amigo Signes. Hoy nuestros jóvenes hacen uso del nombre del artista en sentido verbal: "warholizar" quiere decir poner una imagen, por ejemplo mi retrato, en una web especializada y difractarlo en ocho versiones distintas pero iguales. Como usted dice, el aura se ha abaratado, yo diría incluso que ha estallado, convirtiéndose en un cúmulo de restos con los que hacemos cosas como warholizar nuestra imagen y enseñársela a nuestros amigos cuando vienen a merendar.