Friday, March 09, 2018

MOVIMIENTOS DE MASAS

Siempre hemos sabido que son los movimientos de masas los que cambian el mundo. ¿Cómo distinguirlos del academicismo estéril, la corrección política o el simulacro cool del marketing? Pensemos en el proceso que conduce a la gigantesca movilización del pasado jueves. Una sombra de indignación ante la evidencia de una larga serie de injusticias y humillaciones va ganando peso hasta que se desencadena una gran tormenta, después de la cual ya nada vuelve a ser lo mismo, y uno no puede oponerse sin quedar retratado. Mal retratado, por supuesto.  

"Después se olvidará todo, habrá como mucho cambios cosméticos y la derecha sociológica volverá a imponerse". El hecho de que esto tenga algo de verdad no cambia lo esencial: las multitudes, cuando son capaces de unirse en torno a una idea básica, producen terremotos. Y, ante ello, incluso los mandarines se ven obligados a posicionarse, aunque sea sólo para ponerse a cubierto o para mentir arguyendo que ellos también están con la causa. 

La rectificación del Presidente Rajoy en los últimos días obedece a esta lógica. Cuando en la radio le preguntaron por algo tan tangible como la discriminación salarial por razón de género, contestó rechazando la sola posibilidad de dar instrucciones a los empresarios sobre qué sueldos deben pagar. Con ello, dentro del estilo tan cutre que le caracteriza, Mariano definió la esencia del neoliberalismo: olvidar que la obligación de un gobernante es precisamente legislar para combatir los abusos. Unos días después cambiaba de opinión, y el jueves incluso le vimos con el lazo azul, lo cual demuestra que hasta los más reaccionarios, los que siempre se oponen por sistema a cualquier cambio que cuestione privilegios asentados, se ven obligados a disfrazarse cuando el viento arrecia. 

Más allá del muro reaccionario, entiendo que pueda generar cierta confusión el carácter tan novedoso de una movilización como ésta. Ya pasó con el 11-M. Las sociedades están tranformándose a una gran velocidad, por todas partes aparecen nuevas formas de trabajo y de ocio, nuevos lenguajes, nuevas formas de explotación y de comunitarismo...quien espere para sumarse a una protesta a que las viejas formas de la Revolución asomen va a tener que quedarse en casa. Ese carácter multiforme de las formas de resistencia va a ir ya definitivamente asociado a cualquier reivindicación que merezca la pena defender. Debemos asumir la radical disparidad de las formas de sujetivación, o, por no ponerme demasiado foucaultiano, las sociedades contemporáneas han convertido en innegociable la autonomía moral y la singularidad de los individuos. 

En cualquier caso hemos de salir del aislamiento. Sostengo que es la evidencia de la dominación y la injusticia lo que puede unir a tantas y tantas fuerzas fragmentarias. 

Movimientos como el del día ocho plantean a nivel global el gran desafío al que nos enfrentamos quienes seguimos creyendo que la democracia y el bienestar están permanentemente amenazadas. Feminismo, movimientos como el LGTB, organizaciones globales que defienden los derechos humanos, ecologismo, precariado, foros alterglobalización... Creer que la fragmentación de la resistencia es un mal a evitar es no entender la complejidad de la realidad social en que nos movemos. No se trata de uniformizar ni a sujetos ni a colectivos, ya sólo los dogmáticos pueden soñar con eso. El reto es encontrar los nexos que puedan vincular los distintos territorios de lucha en movimientos que, sin estrangular la especificidad de cada uno, afronten proyectos comunes. 

Incluso quienes no somos mujeres hemos aprendido algo importante estas últimas semanas: no es verdad el "No hay alternativa" proclamado hace décadas por aquel ser odioso llamado Margaret Thatcher. Aquello inspira el "No se puede" con el que nos intoxicaron durante los años del austericidio y los recortes. Ahora sabemos que eso es más bien lo que los reaccionarios querían que pensásemos, es decir, que renunciemos a la política y, por tanto, a la ciudadanía.  

Sí se puede, desde luego, pero llega el momento de hacer que lo que ocurrió el ocho de marzo no se quede ahí.  

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