Ni Keynes -pater familias de la socialdemocracia- ni mucho menos Roosevelt -creador del New Deal- fueron enemigos del capitalismo. Si algún recalcitrante liberal especialmente obtuso quiere seguir jugando a acusarlos de "marxistas", podemos nombrar también a tipos tan poco dudosos como el macroempresario Henry Ford o el Presidente Richard Nixon... Todos fueron capitalistas mucho más listos que los actuales, pues entendieron que la manera de proteger el sistema no era extremar sus mecanismos más crueles y mortíferos. No eran moderados ni blandengues, eran simplemente tipos cautelosos, como creían en el capitalismo idearon formas de proteger su prestigio y, por tanto, su supervivencia.
Eso ha faltado en este siglo XXI, por ello seguimos en la lógica de la depresión económica. Mientras la sensación de injusticia crece entre la ciudadanía occidental, estudios de organismos tan insiders como el FMI dan a entender que a los países más igualitarios les va mejor. Al contrario que los Estados Unidos de América, no practican la segregación educativa ni apartan de la protección sanitaria a una gran parte de sus ciudadanos. Y, sin embargo, fue la revolución burguesa norteamericana la que proclamó la igualdad de oportunidades como factor diferencial de la calidad democrática.
Afirman los neoliberales que la educación y la sanidad públicas no son rentables, pero la escuela segregada asfixia el talento, lo que es nefasto para la nación, y los conciertos con las farmacéuticas y otros servicios médicos producen alzas de precios que alejan a muchos -no sólo a los más pobres- de tratamientos eficaces, lo que provoca que los enfermos no sanen, lo que a su vez termina resultando mucho más caro. En los EEUU hay pocas oportunidades para los pobres, por ejemplo para acceder a la universidad... debemos preguntarnos si eso tiene algo que ver con el gasto increíblemente inflado en prisiones o en la industria de la seguridad y las armas.
Pese a todo los apologetas del capitalismo financiero siguen sosteniendo la teoría del goteo, según la cual si bajamos los impuestos a los ricos y evitamos las regulaciones laborales, los beneficios que obtendrán terminarán redundando en el conjunto de la comunidad en forma de grandes inversiones. Lo que está ocurriendo con la globalización, sin embargo, es que los Estados luchan entre sí suprimiendo derechos y regulaciones para atraer los negocios, lo cual sólo interesa al 1 por cien más rico. La realidad es que los ricos no gastan más que una pequeña cantidad del dinero que ganan, la mayoría se destina a la especulación para aumentar rentas, la adquisición y conservación de patrimonio inmueble y -al fin lo decimos- a los paraísos fiscales, ese sumidero de la economía por el que nuestras sociedades están arruinándose.
La tendencia a la desregulación que ha caracterizado al capitalismo desde el reagan-thatcherismo ha desplazado el peso de la economía productiva en favor de su financiarización, lo que provoca esta situación tan extraña a la que nos hemos acostumbrado por la cual las cifras macroeconómicas no obtienen reflejo en la economía real, es decir, la de las personas. Hemos asistido durante años a procedimientos abusivos por parte del sector bancario. Manipulan los mercados, efectúan préstamos predatorios y contratos de tarjetas de crédito con comisiones impresentables, venden activos tóxicos a sabiendas aprovechándose de la desinformación de sus clientes... No sólo han abusado, además han sido incompetentes, y cuando el castillo de naipes se ha desmoronado hemos tenido que salvarles entre todos, con la consiguiente ruina social.
¿Cómo hemos consentido esta estafa? Según Joseph Stiglitz responde a una distorsión cognitiva muy extendida entre los norteamericanos, que tienden -o tendían- a creer que Wall Street está poblado de tipos que saben qué nos conviene a todos. Sólo así se explica que aún no hayamos entendido que el problema con los partidos está en las donaciones que reciben de las grandes fortunas, las cuales debemos asociar a las célebres puertas giratorias, por las cuales los gestores institucionales saben que si se portan bien con los oligopolios tendrán puestos ejecutivos cuando los ciudadanos dejen de votarles. Los políticos han salvado a los bancos con nuestro dinero... y saben muy bien por qué lo han hecho.
¿Hay solución? Siempre podemos cortarnos las venas o prepararnos para asaltar a sangre y fuego el Palacio de Invierno, pero la cuestión es si pretendemos de verdad solucionar problemas y apagar incendios, o lo que es lo mismo, si deseamos obtener progreso social y no conformarnos con despotricar y deprimirnos. Stiglitz es en esta lógica una lectura especialmente recomendable.
Debemos empezar por exigir a los gobernantes que obliguen a los bancos a abandonar la actividad especulativa y volver a la misión para la que fueron creados, conceder préstamos para financiar la actividad productiva. Como se viene diciendo desde hace tiempo es necesario establecer gravámenes para la actividad financiera, algo que, por increíble que parezca, no ocurre en los USA, donde la rentabilidad de las operaciones especulativas está menos sometida a la fiscalidad que las puramente productivas o, por supuesto, las del trabajo. Sigo: debemos perseguir la contaminación sancionando con dureza a las empresas que ensucian, de tal manera que deje de serles más rentables pagar pequeñas multas -como en el mejor de los casos sucede hasta ahora- que dejar de ensuciar. Es necesario perseguir duramente la evasión fiscal, para lo cual habrá que prohibir prácticas astutas relacionadas con la domicialización fiscal a la que tan aficionadas son las multinacionales... Por supuesto, hay que acabar con los paraísos fiscales.
Una conclusión, debemos acabar con la idea de que la Administración debe sostenerse básicamente con las rentas del trabajo, una función esencial para los instituciones democráticas es, de una vez, por todas, atreverse de verdad a gravar las rentas.
¿Comunismo? No, en absoluto, Stiglitz puede parecer radical en sus denuncias, pero es simplemente sensato en sus propuestas.
...Claro que el Comité de Actividades Antiamericanas le habría perseguido a muerte en los años cincuenta, pero, por fortuna, ya no estamos en el macartismo.
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