Van apareciendo últimamente algunos textos en defensa del liberalismo. El más destacado es La llamada de la tribu, nada menos que de Vargas-Llosa, quien dice haberse decidido a lanzar este escrito ante el aluvión de calumnias que viene recibiendo el pensamiento liberal. Se me ocurre en primer lugar que si el liberalismo, o para ser más exacto, el neoliberalismo, se ha desacreditado en nuestros días -después de más tres décadas de incontestable hegemonía ideológica y de haber inspirado la agenda de la globalización- quizá sea porque se lo merece. Si me aceptan un consejo, no pierdan el tiempo con los escritos políticos de don Mario, por lo general son bastante cutres, por lo general no van mucho más allá de intentar convencernos de lo malos que son los comunistas, lo cual me suena a ganas de apuñalar a un cadáver. Dado que dedica su ensayo a una serie de prestigiosos autores que "le abrieron los ojos", permitanme que les recomiende leer directamente a dos de ellos, Isaiah Berlin y Raymond Aron.
Les doy otro consejo, lean a un señor al que seguro que el novio de la Preysler no conoce: Joseph Stiglitz, Nobel de Economía en 2001.
Debemos empezar por preguntarnos por qué, además de desacreditar a los herederos del neoliberalismo de Hayek y Friedman, la Gran Recesión ha desencadenado el interés por autores de raíz socialdemócrata o keynesiana como el citado Stiglitz, Paul Krugman -Nobel en 2008- o Thomas Piketty. Joseph Stiglitz, que cuenta ahora setenta y cinco años, inspiró el eslogan central del movimiento Occupy Wall Street, que tomó en 2011 las calles de la sede financiera de Nueva York: "Somos el 99%"
Nació en Gary, una localidad industrial de Indiana donde, en contra del prejuicio de los treinta años gloriosos, si uno pertenecía como él a un sector social poco acomodado había que trabajar muy duro para abandonar la pobreza. Para Stiglitz es esencial ese matiz, pues considera que fue la educación pública la que le permitió salir adelante. Este dato biográfico no es anecdótico. Stiglitz cree que la desigualdad creciente en el nuevo siglo rompe con el sueño americano del que él -¿por qué no reconocerlo?- se considera beneficiario: prosperar hoy desde la pobreza se está volviendo imposible.
Cuando empezó a dedicarse a la investigación Stiglitz descubrió que la economía académica caía usualmente en un error básico: no consideraba que la desigualdad fuera "su" tema. El economista se preguntaba siempre cómo aumentar la tarta, no como distribuirla, lo que según Stiglitz obedece al viejo prejuicio tecnocrático según el cual la economía y la política son realidades que podemos tomar por separado.
Los diagnósticos de partida respecto a la evolución de la economía globalizada son rotundos: la desregulación de los mercados operada desde el reagan-thatcherismo y la financiarización de la actividad económica han causado la colosal crisis que, como recordamos, arranca de los EEUU. Las medidas paliativas no han funcionado porque fueron diseñadas por el 1% con el único objetivo de beneficiarse a sí mismos, provocando un nuevo traslado de riqueza desde las clases bajas y sobre todo medias hacia las élites. Desde aquellas medidas se recomendaba exigir a los bancos que recuperaran la inversión en economía productiva y abandonaran la especulativa, cosa que no han hecho. El resultado de este proceso, en los EEUU y en gran parte del resto del mundo, es que la situación del 99% se ha estancado porque rescatar a unos bancos depredadores nos ha arruinado.
No es casualidad que los ensayos más populares de Stiglitz versen sobre la desigualdad. Más que neoliberal, lo que tenemos es "capitalismo de pacotilla", forma económica cuyo objetivo, por surrealista que parezca, no es crear riqueza. Podemos resumirlo en la célebre fórmula: "privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas". Es llamativo que frente al autorrelato glorioso del capitalismo y pese a la explosión tecnológico-productiva, las desigualdades no hayan menguado en el último cuarto de siglo. En sociedades tradicionalmente desarrolladas como las occidentales las desigualdades han aumentado, lo cual erosiona el principio de igualdad de oportunidades y, para mal de todos, malgasta el talento de muchos ciudadanos. Son, frente al relato neoliberal, síntomas diáfanos de ineficacia, como lo son el poder omnímodo de los lobbies y los monopolios.
Pero, ¿por qué es tan mala la desigualdad? No digo que lo sea, como es obvio, para los losers, lo es en realidad para el conjunto de la sociedad. Cuando la concentración de riqueza es mayor, menor es la demanda agregada, lo cual genera paro y, por tanto, en una forma típica de círculo vicioso, baja todavía más la demanda. Las burbujas tecnológica o inmobiliaria son malas fórmulas paliativas, pues a la larga no hacen sino agravar la enfermedad. El verdadero problema es que los grandes agentes económicos viven entregados en países como EEUU a la captación de rentas, es decir, a la especulación financiera, lo que va en detrimento de la actividad productiva y el rendimiento social. Quizá los nuevos ídolos de la informática o la bio-tecnología sean un problema, pero no son "el problema", quienes verdaderamente han intoxicado la economía son los rentistas-especuladores...
...CONTINUO MAÑANA CON STIGLITZ SI LES APETECE
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