Si adoptamos la rigurosa disciplina del sociólogo profesional, convenimos en que lo hipster es un fenómeno de baja intensidad y al que ya sólo podríamos referirnos en pasado, una moda sin mucha más relevancia que algunas pautas de atuendo o peinado que han caído en desuso o que, cuando aparecen, sólo identifican vulgar emulación.
Lo de la baja intensidad convendría matizarlo. Lo de que hablamos de un fenómeno ya extinto... eso lo niego enérgicamente. En todo caso puede que evolucionen algunos de los signos hipster más identificables, pero, lejos de haber pasado sin pena de gloria, sostengo que la sombra de sus implicaciones es insospechadamente alargada. No es que tengan una gran trascendencia, no la tienen... lo que yo digo es que tienen valor por lo que hay tras ellas. "Lo hipster es ficción, simulacro, sólo signos"... de acuerdo, pero vivimos en la era más ficcional del mercado, nunca los signos pesaron tanto.
Seré más concreto: el hipster aparece en las urbes de Occidente como miembro de una supuesta élite con talento para cazar tendencias... Cuando esa minoría deja de serlo porque pasa a ser integrada como un fenómeno de multitudes, lo que descubrimos entonces es que las pautas que gobiernan la deriva de las sociedades del siglo XXI son, en gran medida, hipsters. En otras palabras, lo hipster, como en en el periodo entreguerras la femme fatale, como en los setenta el punk, como en los noventa el grunge, ... estos y cualesquiera otros en que pensemos son elementos que identifican una gran lógica... Si sabemos interpretarlos, son síntoma de una escala de valores dominante. Veamos.
El término hipster tiene su origen remoto en una época, la de los cuarenta y cincuenta, con fama de conformista en Occidente. Definido por Norman Mailer en El negro blanco, el hipster era caucásico, pero su amor por el hot jazz le hizo inclinarse hacia círculos nocturnos bohemios y desclasados, es decir, propios de afroamericanos. De aquí deriva la palabra "hippie", que designa entonces a los hijos de aquellas corrientes minoritarias cuando arraigaron entre los baby boomers de los USA, ya en los años sesenta... Obviamente el término arrastraba cierto tono despectivo, pues se entendía como una banalización multitudinaria, consumista y acomodada del impulso de hipsters y beatniks hacia el be bop, los alucinógenos, la meditación oriental o el nomadismo bohemio.
Interesante, ¿verdad? Sí, pero nada de lo que he contado parece tener relación con lo que hoy presentamos como hipster, es decir, si hacemos caso a la primera impresión, un tipo con barba y pelo cuadrangulares, camisa a cuadros, gafas de pasta... Sus gustos son más distinguidos que los de la mayoría, viven en barrios cool como el valenciano de Russafa o el madrileño de Malasaña, y piensan que usted y yo somos unos zafios consumidores, mientras que ellos, en tanto que veganos o asiduos de tiendas de ropa alternativa, saben de verdad estar a la vanguardia.
Dos cositas más, un pelín paradójicas. Cuando usted o yo, tipos vulgares, adoptemos algún signo hipster, el hipster verdadero ya lo habrá abandonado, pues asocia la masificación a deterioro o abaratamiento. (Es ese misterioso fenómeno por el cual, el objeto decorativo que se encontraba en una tienda cara y cool puede usted adquirirlo un par de años después a módico precio en un chino, es decir, cuando el hipster ya lo ha tirado a la basura, lo cual le convierte a usted en un cutre) Esto nos lleva a la segunda paradoja: nada es menos hipster que querer serlo, el hipster siempre niega ser hipster y nos acusa a los demás de serlo.
Me gusta cómo lo expresa Mark Greif en "¿Qué fue lo hipster?. Una investigación sociológica":
los hipsters son una subcultura fruto del neoliberalismo, esa infame tendencia de nuestra época que defiende la privatización de los bienes públicos y la redistribución de la riqueza hacia las clases altas. Los valores del movimiento hipster ensalzan la política reaccionaria, pero disfrazados de rebelión, ocultos tras las máscara del vicio. (Vicio -vice- es una palabra clave de la terminología hipster) El arte y el pensamiento hipster, si es que pueden denominarse así, caen con excesiva frecuencia en la repetición, el infantilismo y el primitivismo. Y el antiautoritarismo hipster no es más que una treta mediante la cual los jóvenes de clase media se perdonan a sí mismos por haber dado la espalda a las reivindicaciones de la contracultura -ya sea punk, anticapitalista, anarquista, nerd o sesentera- al mismo tiempo que conservan el atractivo de la contracultura. Esto amenaza con convertir las vanguardias del futuro en meras comunidades de adeptos superficiales.
Es aquí donde lo hipster despierta mi interés, pues más allá de la singular minoría a la que se atribuye esa identidad, designa en cierto modo la lógica que habitamos y el horizonte valorativo al que aspiramos. Llevar vaqueros previamente desgastados, ser enrollado con los jóvenes, consumir té orgánico, viajar a Copenhague para imitar el hygge de los daneses -que consiste en encontrar la felicidad sin acudir al supermercado, por cierto algo que no pasaría si uno viajara al Chad-, hacerse un poco vegano, comprarse o alquilarse un loft en un barrio castizo, llevar a los hijos a escuelas con metodologías pedagógicas alternativas, seguir a bandas de música que nadie conoce, ir por la ciudad en bici, meditar como supuestamente hacen los budistas... Bien pensado, y aquí la paradoja alcanza sus últimas consecuencias, algunas de todas estas cosas las hago yo, que no soy nada cool y no destaco en tanto que cazador de tendencias.
No es que yo sea hipster, es que todos lo somos un poco sin saberlo. El hipster es lo que queda de la rebeldía cuando ya ha sido muchas veces reciclada y domesticada por un capitalismo más basado que nunca en la simulación y los signos. El hipster siente nostalgia de los tiempos en que estaba clara la distancia entre un integrado y un "underground", y no necesariamente elegir lo segundo le condenaba a uno a una vida de mierda. No como ahora, cuando renunciar a un trabajo fijo o a títulos académicos le condena a uno al más sórdido precariado y a no molar nada, pues no se puede ser cool sin tener dinero para consumir. El hipster esto lo entiende perfectamente. Por eso, tras el reconocimiento de su impotencia política, y sabiendo que hoy sólo eres trendy si tienes pasta, homenajea con su ropa o sus hábitos enrollados a la revolución en la que él cree ya menos que nadie.
Concluyo. Lo hipster no fue, lo hipster es, aunque desaparezcan estas barbas horrendas que últimamente vemos. Dentro de poco se llamará de otra manera y las camisas tendrán rayas en vez de cuadros porque la dinámica profunda del ciclo actual del capital requiere una permanente ansiedad por la distinción. Nada alimenta más el sistema que el deseo siempre insuficientemente satisfecho de sentirnos mejores que los otros.
Un añadido. No sabemos aún hasta qué punto internet está cambiando al ser humano, pero sí intuimos que, junto a magníficas posibilidades, abre también el camino a colosales insignificancias. Lo que sí sé es que anteriores subculturas son previas a internet, no nacieron con ella. Lo hipster sí.
Y no, no me miren a mí, yo no soy hipster.
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