Thursday, October 10, 2019

ASEXUALES

Leo en la edición digital de un periódico local un artículo sobre los asexuales. 

Un señor y una señora entrevistados sobre el particular reivindican su condición... dicen haber optado por salir del armario. "No es una trastorno", dicen, "no queremos tener relaciones sexuales y estamos bien así". Aparecen en la fotografía los dos mirando el móvil, tienen una pinta de gente insoportable y aburridísima que tira de espaldas. La descripción autobiográfica que realizan me recuerda mucho a la que he escuchado infinidad de veces a homosexuales. Dicen haberse sentido discriminados, creer durante la adolescencia que eran bichos raros, hablan incluso de "haber vivido en la clandestinidad"... Sí, en la clandestinidad, como los cristianos en tiempos de Nerón o los comunistas durante el franquismo. 

Ahora están tranquilos porque al fin alguien se ha decidido a ponerle nombre al asunto: son asexuales, qué bien. La sociedad no va a tener más remedio que reconocerles; quien les discrimine puede meterse en un lío. Es posible que la comunidad LGTBI se vea en breve obligada a incluir la sigla A para incluir a los asexuales... De lo contrario se les acusará de excluyentes. No sé, dicho sea de paso, cuantas siglas más terminará incluyendo el nombre de dicha comunidad... Llegará un punto en que, a fuerza de inclusividad, no habrá manera de escribirlo sin desbordar los límites de la página.

No es la primera vez que el asunto asalta mi curiosidad. El País Semanal, primer espada nacional en la detección de nuevas tendencias, ya dedicó algún informe a los asexuales, los cuales habrían decidido "salir del armario" en nuestro tiempo. En esta reclamación de derechos hay algo que me chirría. Entre los motivos por los que en mi colegio se acosaba estaban ser afeminado, gordo o acusica... No recuerdo que a nadie se le dieran collejas al grito de "¡asexual!", lo cual demuestra que los abusones no alcanzaron nunca grandes dotes de penetración psicológica, pues, tan expertos en perseguir a los raritos, no recuerdo que detectaran dicha peculiaridad.

No banalizo. El reconocimiento social de colectivos discriminados por razones como el género, la tendencia sexual, la raza y otros similares es esencial para que la lógica de los derechos humanos tenga más valor que el del papel mojado. De igual manera, hace ya mucho que me di cuenta de que la diversidad, muy en especial la diversidad sexual, es un aspecto esencial de las complejas sociedades posmodernas. Frente al monismo reduccionista de -pongamos por caso- el viejo proletariado o la condición patriótica, las nuevas prácticas de resistencia necesitan contemplar la irreductible disparidad de los sujetos que hoy se enfrentan a los amos del mundo. 


Mis sospechas llegan cuando la insistencia en encontrar identidades que reivindicar alcanza la reducción al absurdo. 

 
Verán, recientemente pedí a un grupo de alumnos un trabajo sobre sexualidad. Pretendía poner mi grano de arena frente a esa ausencia de educación sexual de la que últimamente se habla tanto. La exposición se convirtió en un farragoso y delirante catálogo de identidades sexuales. Me perdí en aquel laberinto de nombres. Solo recuerdo lo que pensé cuando definieron la "demisexualidad", asignada a aquellos que solo tienen relaciones sexuales cuando se enamoran: "mi madre es demisexual", se me ocurrió, "pues, que yo sepa, y salvo que nos haya engañado durante medio siglo, no se ha acostado más que con mi padre, al que dice idolatrar desde el día en que se conocieron."




 Si yo pienso en mis allegados, cada uno podría ser objeto de una denominación en atención a sus preferencias sexuales, pues -yo incluido- a cada uno le gusta lo que le gusta, todos tenemos nuestras rarezas y particularidades y vivimos nuestra sexualidad o nuestra ausencia de ella como Dios nos da a entender. A mí, por ejemplo, me ponen mucho las medias de rejilla, pero no aspiro a que me encasqueten alguna denominación identitaria, tampoco a salir en El País, ni mucho menos -aunque no estaría mal- a que haya una reserva para los de mi condición en las oposiciones a catedrático. 

 
Respecto a la asexualidad, qué quieren que les diga, a mí me parece un muermo monumental. Decir esto debe ser una agresión fascista, pero me creo en el derecho de expresar mi desinterés por estos señores tanto como el que siento por los amantes del paddle, deporte que me parece particularmente idiota. En cualquier caso, mi determinación a no jugar al paddle no me hace sentirme digno de salir en los periódicos, y ello a pesar de los acosos que sufro por parte de cierto allegado que adora esta juego y me da de vez en cuando la lata para que juegue contra él. "Vente a jugar con nosotros... Va, mariconazo, ¿es que tienes miedo?" ¿No les parece un motivo para que me hagan un reportaje lacrimógeno en el que afirme que vivo en la clandestinidad mi aversión al paddle?

El célebre filósofo gay Michel Foucault tuvo que contestar a menudo a una pregunta: "¿por qué es usted reacio a proclamar su orientación sexual?" Como es fácil imaginar, en la Francia de los años ochenta Foucault no "temía" reconocer públicamente su homosexualidad. Simplemente consideraba que empeñarse más de la cuenta en adscribirse a una identidad reconocible suponía repetir el viejo gesto heteropatriarcal de autoafirmarse desde el propio deseo sexual, lo cual te puede convertir en presa fácil para un sistema que necesita identidades estables y, por tanto, dominables. Foucault se resistía a ser "normalizado". Lo importante para él no era "ser" gay, lo que cuenta es lo que uno hace, sus obras, todo aquello que lleva a cabo para construir un mundo mejor. Si una condición -sexual o del tipo que sea- más o menos transgresora o perseguida le ayuda a ser más profundo y corrosivo en sus esfuerzos, mejor que mejor. 

¿Dejamos ya de una vez de exigir que nos reconozcan y nos ponemos a hacer cosas que merezcan la pena y que nos hagan verdaderamente dignos de estima y respeto? Claro que ya saben ustedes lo que decía Warhol, aquel inigualable visionario, que definiría a las nuevas sociedades, aquellas en las que "todo el mundo tendrá derecho a sus quince minutos de fama". 

Por lo visto se te concede tan patético derecho incluso porque no quieres follar.  Pues vaya rollo, macho.
   


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