Thursday, October 17, 2019

HO TORNAREM A FER

Soy unionista, pero no estoy contento. Todo lo más, aliviado. Temía que las sentencias de los líderes del Procés fueran aún más duras. No digo que debieran serlo -yo tampoco me he leído el auto judicial-, sólo que sospechaba que serían peores. No tardaremos en ver a Junqueras y compañía en la calle. Me alegré por ello el lunes, más que nada porque pensaba que con ello se mitigaría la contundencia de las reacciones. Estaba equivocado. Se diría, teniendo en cuenta la dimensión que alcanzan los disturbios, que los han condenado a la guillotina. 

¿Por qué no experimento la más mínima simpatía por esta movilización tan multitudinaria y enérgica? Siempre he apostado por la protesta popular, siempre he visto con simpatía que la gente expresara su opinión manifestándose. ¿Por qué esta frigidez? ¿No debería entusiasmarme con quienes se enfrentan a las fuerzas del orden, es decir, contra los cuerpos armados de un Estado opresor? Experimento el mismo síntoma depresivo que cuando el Presidente Puigdemont proclamó la República: "una vez que alguien proclama una República rebelde", suspiraba con fastidio y cierta cara de tonto, "y va y resulta que no solo no puedo sumarme sino que además van contra mí." 


Recuerdo a una mujer catalana dirigiéndose sarcásticamente a la cámara de una televisión nacional: "¡Adiós, España, adiós!". No tengo grandes instintos patrióticos, la derecha española ha hecho mucho para apagar en mí esos fuegos, pero recuerdo haberme sentido insultado. "¿De qué españoles te estás despidiendo, guapa? ¿Te he hecho yo algo, hostia?" También me acordé en aquel momento, a vueltas con lo supone luchar a brazo partido por la independencia, de la frase del filósofo anarquista Santiago López Petit, por cierto catalán y pareja de Marina Garcés: "No le deseo un estado a nadie". (Me pregunto, por cierto, y dado el protagonismo que está asumiendo Garcés en el asunto indepe, si sus principios anarquistas están cómodos dentro del marco del nacionalismo radical en el que anda metida. Me gustaría saber también cómo les explica doña Marina a sus alumnos de Filosofía de la Universidad de Teruel, para la cual trabaja, que se siente extranjera en tierras aragonesas)

Y, pese a todo, acepto que la reivindicación contiene una carga muy respetable de legitimidad. No es difícil deducir que esta explosión de rabia está asociada al sentimiento de que los sentenciados cumplieron un mandato popular, es decir, que "ellos están en la cárcel por hacer lo que les pedimos que hicieran, luego no han condenado a todos". Solo dos matices, observarán que no digo "presos políticos". Serán o no penas de prisión justificables, lo que no son es condenas políticas, no se les ha juzgado por nacionalistas, sino por violar las leyes. Afirmar que el Estado español condena por ideología es hacer una caricatura tendenciosa y que ofende a quienes en España vienen luchando desde hace casi un siglo por convertirnos en una nación digna y democrática. Otro matiz: que los representantes políticos hagan la voluntad de sus votantes no significa que puedan saltarse a la torera la voluntad de quienes no les apoyan: no es legítimo proclamar la República en contra de la mitad del país, una mitad que hoy guarda silencio pero que considera con toda legitimidad que el Govern está pisoteando sus derechos. 


De otro lado, puedo no simpatizar con la causa, pero el independentismo catalán no ha causado muertos ni tiene actualmente derivas terroristas. Personalmente rechazo los disturbios violentos que hemos presenciado en los últimos días, pero, sin caer en la trampa de la equidistancia, también me repugnaron las brutales cargas que se produjeron en su momento cuando la gente acudía pacíficamente a votar en el referéndum ilegal que convocó el Govern. Los indepe tienen razón en una cosa: estamos en un bucle. Uno puede querer independizarse del Estado porque no se siente español, porque cree que su pueblo ya está maduro para deambular solo y sin ataduras por el mundo, porque supone que le va a ir mejor solo o por cualquier otro motivo. Este sentimiento es perfectamente legítimo, aunque no signifique que el Govern pueda hacer lo que le dé la gana, saltándose a la torera garantías básicas de la democracia, pues pese a todo las instituciones no están para tolerar o fomentar actos delictivos, sino para hacer cumplir la ley. 

Tema complicado, desde luego. Si el marco constitucional prohíbe un referéndum de autodeterminación, entonces, por más que se insista en que estoy legitimado para querer la independencia, no tengo ninguna posibilidad de que se realice ese deseo más que yendo contra la ley... ¿Cómo salimos del callejón sin salida? Tan irresponsable me parece llevar a cabo un proceso de desconexión por la fuerza como negar la existencia del conflicto, que es a lo que ridículamente se viene dedicando la derecha española, consiguiendo inflamarlo cada día más. 

Este enconamiento deja hundidos en la miseria a quienes creemos en el diálogo como única vía posible. Y tiene mucho de infamia, pues el incremento de las hostilidades genera réditos electorales en los espacios extremos del conflicto. Son los moderados los que pierden. 

Déjenme que les cuente algo. Me pasó el jueves por la mañana en clase de 4º de la ESO. Obviamente tratamos el asunto de los disturbios en Catalunya de las dos noches anteriores. Ningún alumno fue especialmente hostil a la reivindicación independentista, aunque sí hubo, por supuesto, quien mostraba su incomprensión con determinadas conductas violentas. Uno, de nombre Iván, manifestó la sospecha de que este asunto, como algunos otros que nombró y que han llenado muchos telediarios en los últimos meses -por ejemplo los pactos no resueltos y la convocatoria de nuevas elecciones- servían para mantener distraídos a los ciudadanos, desviando su atención respecto a lo que verdaderamente afecta a sus vidas. 


Quizá millones de catalanes vivan convencidos de que los problemas de su vida los va a resolver la nueva República. De ello se deduce que el problema no son la corrupción del 3 por ciento, ni los paraísos fiscales -empezando por Andorra-, ni el trabajo precario, ni la evasión de impuestos, ni las multinacionales, ni el cambio climático, ni los gobernantes demagogos, ni la intolerancia, ni la creciente desigualdad, ni la violencia machista... No, el problema es España, muerta España todo lo demás lo resolveremos fácilmente, doncs nosaltres som millors que ells. 

Ya ven, el tema catalán nos duró cinco minutos, ninguno de mis jóvenes alumnos manifestó gran preocupación hacia las amenazas a la unidad de España ni mostraron esperanzas de que una Catalunya lliure ayudará a que tengamos un mundo más habitable. Tras abandonar el dichoso Procés, platicamos sobre los abuelos que se han desplazado hasta Madrid para exigir el mantenimiento de las pensiones. O del joven que le planteó un juicio a la empresa Deliveroo, a la que acusaba de mantener falsos autónomos y estrangular con ello derechos laborales básicos... 

Mientras hablábamos me acordé de que el ultramontano y rebelde gobierno autonómico catalán ha lanzado un plan para privatizar los servicios de dependencia financiados por la Generalitat. O de que por aquellas tierras la segregación escolar es colosal y creciente, debido a que los ciudadanos sufragan los privilegios de la concertada, mayoritariamente vinculada a la Iglesia. O de la familia Pujol-Ferrusola... 

Si quieren sigo, pero creo que se me entiende. 




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