Wednesday, April 29, 2020

EN CUARENTENA


    1. No me pregunten por qué, pero me viene a la cabeza esa época de supuesto esplendor, aquella euforia financiera que muchos llegaron a pensar que no tendría fin. Yo siempre fui capaz de vivir con lo justo y que la prosperidad no tiene por qué transformar radicalmente nuestras preferencias ni mucho menos nuestros principios. Por eso pienso en la pasividad con la que la gente aceptaba aquella costumbre repugnante de los restaurantes a los que llamabas para reservar mesa y te decían aquello de: “mire, esto funciona así, tenemos un turno de 9 a 11 y otro a partir de las once, ¿cuál prefiere”… y yo, obviamente, decidía quedarme en casa o ir a MacDonald´s -he dicho bien, a McDonald´s, que llegó a parecerme entonces un negocio decente- a cambio de no perder mi dignidad. Con qué facilidad aceptaban los ciudadanos aquella humillación, aquella infamia… cada vez que me acuerdo no dejo de sorprenderme.



    2. Tuve una compañera de piso en cierta localidad alicantina que una mañana de lunes me comunicó que en la tarde del día anterior había entendido de forma clara y rotunda el sentido de La Nada... así, con mayúsculas. Llegó allí para compatibilizar el trabajo con el cuidado de su madre, que residía en la capital, a una hora del pueblo en que vivíamos. Llegaba de su casa en la Sierra de Gredos, donde tenía sus amigos, su casa, su entorno predilecto, el espacio donde se sentía joven y libre. Regresó aquel domingo por la tarde… no había nadie en la calle y habría jurado que no había nadie en ningún sitio. Su perro había muerto recientemente, no hacía tiempo para salir al campo ni nadie en disposición de ser visitado. No le gustaba la tele y no recuerdo si entonces existía internet… No sé si ven por qué les cuento esto. A veces, en medio de esta vida convertida en una serie de renuncias, miedos y prohibiciones, cuando todo contacto corporal ha quedado proscrito, me viene a la cabeza aquello de La Nada. Quizá en las épocas normales, en medio del trajín diario en que nos la vida nos tiene distraídos, habríamos de detenernos más a menudo para saborear aquello de La Nada, aunque, obviamente, no sepa a nada.



     3, Mi amigo Ricardo Signes, el mayor especialista que conozco en la novela decimonónica, me va a odiar por esto, pero voy a hablar de “Los miserables” sin haber leído la novela, simplemente por la teleserie británica protagonizada por mi admirado Dominic West, el héroe de la inolvidable “The wire”. (Viene un pequeño spoiler, por si no se conocen la novela de Víctor Hugo). 

     El inspector Javert pasa sus días obsesionado con atrapar a Jean Valjean, al que considera un criminal perverso y endemoniadamente astuto. Después de muchos años persiguiendo un fantasma similar a la Moby Dick de Ahab, Javert descubre un día que Valjean no es el hombre que él creía, que en realidad es justamente lo contrario. Le deja escapar y, tras exigir por carta una humanización del trato a los delincuentes y presidiarios, se lanza por un puente al Sena. ¿Por qué? No dejo de preguntármelo. Yo he cambiado de opinión de forma traumática más de una vez, mi visión del mundo es el resultado de múltiples invasiones, incendios y saqueos…Tengo algunas certezas, pero ni siquiera éstas se hallan libres de pasar por alguna ITV de vez en cuando. No voy a tirarme al río, no al menos por descubrir que Valjean no era, después de todo, peor tipo que yo.

    4.  No conozco a nadie -con permiso de Borges- que haya disertado con tanto ingenio sobre la mentira, sobre su hechizo, sobre su peligro, sobre sus efectos de verdad, como Umberto Eco. Cuando el maestro piamontés escribía sobre complots y otras formas de la conspiranoia resultaba, además de hilarante, especialmente certero.

    Qué nos habría dicho sobre la tempestad de fakes que nos asaltan a través de internet en plena cuarentena? En realidad podemos suponerlo. En uno de sus últimos escritos, recordando a Passolini, decía Eco que “el complot nos hace delirar porque nos libera del peso de tener que enfrentarnos con la realidad”. Y añade: “Si estamos convencidos que la historia del mundo está dirigida por sociedades secretas -ya sean los Iluminados o el Club Biderberg- que van a instaurar un nuevo orden mundial, ¿qué puedo hacer yo? Me rindo y me adapto. Por lo tanto, cualquier teoría de la conspiración orienta la imaginación pública hacia peligros imaginarios y la aparta de las auténticas amenazas”. 


    Apliquémonos el cuento. La plaga del coronavirus no responde a una conspiración. Si a alguien se le escapó deliberadamente unas dosis de un virus sintetizado en un laboratorio es algo que seguramente no sabremos nunca y que dudo mucho que haya ocurrido. En cualquier caso da lo mismo. No hay oligarcas oscuros maquinando para exterminar ancianos y colapsar países porque no les hace falta. Esta crisis está destinada, como la de 2008, a hacer que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. No es una conspiración, lo siento, les vienen bien las mentiras y la estupidez de la gente, pero no requiere reuniones secretas ni desangrar ritualmente a una virgen… lo hacen a la luz del día, no hay más que pasarse por la Bolsa o leer los periódicos. 

    


     5. Veo “Ad Astra”, sin duda un film inusual dentro del género de ciencia-ficción. Se diría que estamos ante una versión astronáutica de la búsqueda de Kurtz en “El corazón de las tinieblas”. (Viene otro puto espoiler) El protagonista, Roy,  cree que su padre, un héroe del espacio, murió décadas atrás en una expedición a los anillos de Saturno cuyo objeto era encontrar vida extraterrestre, por lo visto, la gran obsesion. Cuando descubre que podría estar vivo, decide por cuenta propia capturar una nave para ir a por él. Lo que se encuentra en Saturno es a un viejo loco, incapaz de soportar la evidencia de que ni ha encontrado ni va a encontrar lo que busca. Perdonen que sea un tipo tan aburrido, pero, lo siento, no hay extraterrestres, no hay dioses, no hay nada, son solo leyendas… solo estamos nosotros. Cuando Roy deja a su padre en el espacio -Clifford no soporta regresar de vacío-, se percata al fin de que solo están él y su familia, y la Tierra, y su vida… Ni más ni menos. ¿De verdad no puedes soportarlo?

   6. Voy a recordar a Michael Robinson por muchas cosas, pero lo que me viene a la memoria es la primera vez que me sorprendió, cuando retransmitía un partido del Milán de Sacchi y los talentos holandeses. Conviene saber que él fue, como Marco Van Basten, un delantero centro, aunque con cualidades sumamente diferentes: “Viendo jugar a Van Basten”, dijo con ese acento tan de guiri que, sin embargo, jugaba astutamente con el castellano, “me doy cuenta de lo malo que yo era”. 

     Robinson marcó un hito en la historia de la televisión. Muchos a los que no les interesaba en lo más mínimo el fútbol veían “El día después” y últimamente “Acento Robinson”. Sabía de este juego como pocos porque lo amaba, pero tenía la gracia de encontrar siempre el lado más humano, ese que tan a menudo queda enterrado bajo el lodazal del dinero y las ridículas polémicas de los hooligan. Siempre me llamó la atención esa curiosidad por los personajes más rinconeros y pintorescos de los estadios, los equipos que siempre pierden, los deportistas que quedaron en el camino…"No quiero que me cambien antes del minuto noventa", dijo en su última entrevista.
    
    Queríamos tanto a Michael.











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