Sunday, November 08, 2020

VOLANTAZO


Entiendo perfectamente las reticencias, en realidad yo también las tengo. Soy el primero que lamentó en su momento la derrota de Sanders ante Biden en las primarias del Partido Demócrata, circunstancia que viví con similar escepticismo cuatro años atrás, cuando le tocó a Rodham Clinton relegar a Sanders para enfrentarse a Trump, que se presentaba por primera vez para ganar la Casa Blanca. 


No hace falta ser un irredento revolucionario y un feroz enemigo del capitalismo para entender que Biden va a ser un presidente moderado, un político del stablishment que de ninguna manera hará sentir bajo amenaza a las élites del país, que son, en gran medida, los amos del mundo. "Necesitamos una transformación radical, una auténtica revolución... Al menos Trump muestra sin hipocresías la verdadera cara del sistema, lo que incentiva la construcción de espacios de resistencia", se nos dice. Y lo dicen personajes tan celebrados como el marxista Zizek, quien alimentó su leyenda de provocador declarando que de ser americano también habría votado a Trump antes que a Hillary.



Este argumentario suena poco menos que a incontestable. El problema es que no nos lleva a ningún sitio. Más bien anuncia lo contrario: la hipocresía de un gobierno moderado refuerza las bases del sistema y seda las energías críticas... ergo las multitudes encontrarán en la derrota de Trump la excusa para el retorno a la pasividad. Vale, pero, ¿soy entonces el único que está moderadamente feliz, o cuanto menos aliviado, por una derrota Republicana que, después de todo, ha sido bastante más rotunda de lo que se nos hacía ver en los últimos días? ¿Se trata solo de la venganza por ver cómo muerde el polvo un majadero? 


Intento explicarme. 



En primer lugar este resultado supone un volantazo de alcance global, con repercusiones que iremos comprobando. Durante los últimos años, el malestar de la ciudadanía del planeta parecía expresarse con el apoyo a nuevos amos de talante reaccionario. Autoritarismo, machismo, homofobia, negacionismo climático, racismo, nacionalismo, culto al dinero fácil, histrionismo mediático... Con Trump llegó a la Casa Blanca precisamente quien construyó su discurso desde el rechazo a la política. Se diría que los americanos votaron hace cuatro años al tipo que pretendía ocupar las instituciones para destruirlas. No es muy distinto el planteamiento  que llevó al éxito a Le Pen o Bolsonaro, entre otros. En esa guerra contra la democracia la batalla que acaba de ganarse es en realidad el triunfo de la decencia. Solo por eso, y no por lo mejor o peor gobernante que resulte Biden, ya hay una razón para alegrarnos. La hay porque los norteamericanos han reaccionado acudiendo masivamente a votar, demostrando que no quieren vivir en un país del que se avergüencen por tener un mamarracho de presidente. 


Hay otra cuestión, entiendo que más discutible, pero que no me resisto a poner sobre la mesa. La mayor transformación social promovida desde la política en el siglo XX, el New Deal, tuvo como autor a un político, F.D.Roosevelt, que tenía de socialista lo que yo de bailarín de claqué. El mundo necesita otro contrato social, la ciudadanía del planeta debe, a través de sus instituciones representativas, de embridar una serie de procesos que, ahora mismo y bajo el efecto de una globalización caótica, se han descontrolado por completo. Nos estamos adentrando en un territorio ecológico catastrófico, el fundamentalismo de mercado ha disparado la desigualdad, la tecnología está devastando la estructura del mundo laboral, los desplazamientos de población discurren según la agenda de los explotadores y no de los gobiernos, los agentes financieros envenenan la economía productiva...



No soy ingenuo, no pretendo que Biden sea el hombre llamado a corregir todas estas tendencias. Lo que sí es que hay cosas que nunca hará la derecha... y otras muchas que, con la presión ciudadana debida, sí puede llegar a hacer un gobierno socialdemócrata, aunque solo sea porque, por puro interés de partido, saben que siempre habrá otro Trump esperando para capturar a los decepcionados.  


Permítanme una última observación a modo de posdata. Me ha sorprendido mucho en los últimos días el miedo generalizado a la reacción de Trump, a su negativa a aceptar la derrota. En algún diario satírico aparecía el personaje recordándonos a todos que aún tiene a su alcance el célebre botón nuclear. En el New York Times un sesudo analista advertía que el padre de Ivanka seguirá teniendo una gran influencia sobre la vida política del país. Pues miren, yo discrepo: Donald es un hombre acabado, así de sencillo. Su ridícula reacción denunciando supuestos fraudes en el recuento me hace pensar en ese monstruo de las películas que sigue moviendo los tentáculos histriónicamente y pegando alaridos cuando ya lo han arrojado al barranco y está definitivamente derrotado. Trump no va a conseguir nada en los tribunales. Incluso sus amigos están empezando a rehuirle. Pasará con Trump como en la ciudad donde vivo pasó con Rita Barberà. Parecía invencible y creía tener abducida a la ciudadanía. El día que se la pegó en unas elecciones se disolvió como un azucarillo, su legado quedó reducido a la nada y fue olvidada por todos, hasta el punto de que ni siquiera quienes tanto la jalearon se atreven hoy a mentarla porque quedan como unos cutres. 



Es curioso que un tipo que se hizo célebre con un reality televisivo como The Apprentice, basado en eso tan americano del odio a los perdedores, pase ahora a formar parte sin remedio de la legión de los que hemos fracasado en la vida. 


Bienvenido, Donald, temo que te va a costar entenderlo, pero aquí no se está tan mal después de todo. 

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