Thursday, January 14, 2021

EL BULL DOG



En un capítulo de la primera temporada de la exquisita The crown, se nos revela con todo detalle un episodio churchilliano del que yo había oído hablar vagamente. Corre el año cincuenta y cinco, y el premier británico, visiblemente deteriorado, alcanza la condición de octogenario. Las trampas que le va tendiendo la salud y la presunción de que sus procedimientos y su estilo han quedado definitivamente obsoletos le han convertido en un problema a ojos de los principales poderes de la nación, incluyendo a la joven Reina Isabel y a los próceres de su propio Partido, todos los cuales han crecido a la sombra del Bull Dog, como le apodaba Stalin. Incluso su esposa Clemnie advierte la evidencia que el viejo Winston se niega a reconocer: debe retirarse.

 

Un día aparece en su residencia un pintor muy bien considerado en los círculos artísticos, Graham Sutherland, a quien se le encarga un retrato del héroe precisamente como regalo por el ochenta cumpleaños. Churchill, gran aficionado a la pintura, desconfía desde el principio porque asocia al artista con un mundo que detesta como  el de la pintura de vanguardia o, como él dice, “modernista”. Pese a su célebre mal genio, surge en pocos  días una intensa amistad entre el autor y el retratado. Ésta se romperá violentamente poco después, cuando durante la solemne celebración en Westminster se hará al fin público el retrato. El Churchill que ha retratado Sutherland es un señor decrépito en el que, además de un mal humor sempiterno, apenas se advierten las ruinas del genio y la fortaleza de ánimo de un estadista glorioso pero exhausto.



Hondamente decepcionado con el pintor, al que acusa de haber traicionado su amistad, Churchill ordena a su jardinero quemar el retrato, del cual, desgraciadamente, ya solo quedarán para la historia un par de fotos mal tomadas... pero suficientes para intuir que Sutherland había pintado una obra maestra. Días después el canciller, persuadido al fin gracias al retrato de lo que tanto le habían repetido sus allegados, presentó su dimisión y dejó la residencia de Downing Street para su ahijado político, Anthony Eden. 


No insisto, la peripecia biográfica de Churchill se haría interminable y es rica en anécdotas en las que la realidad y la ficción tienden a confundirse, tal y como suele ocurrir con los personajes legendarios. Me limito al asunto que trata el episodio de The Crown porque nunca, hasta que la pasada noche pude verlo, había tenido tan claro quién fue Winston Churchill. 



Y sí, era un facha...un reaccionario de manual, además de un enfermo de ambición, un ególatra y un manipulador. La serie de actuaciones en su larguísimo historial como estadista que cuestionan la imagen de héroe que tienen de Churchill los británicos es extensísima. Tampoco estoy nada seguro de que la concesión del Nobel de Literatura o los numerosos reconocimientos internacionales como hombre de paz tengan poco de sarcasmo. 


Y sin embargo... y los puntos suspensivos abarcan un gran espacio. 


Lo diré de una vez: respeto a Winston Churchill porque era un estadista en todos los sentidos en que tal concepto puede pronunciarse, porque era lo que yo no soy, es decir, fuerte como un oso, y porque creo sinceramente que era un hombre honesto. 


Soy de izquierda porque no sé ser otra cosa, no estoy seguro de que sea una elección demasiado reflexiva, ni siquiera sé si tengo razón. Pero cuando pienso que los personajes que más han influido en el alma de los reaccionarios españoles en las últimas décadas han sido José María Aznar y Federico Jiménez de los Santos, entonces sé al menos con quién no quiero a estar y a quiénes no quiero parecerme. Y todos los que vienen detrás no parecen ser mucho más que los émulos de semejante cochambre. Pues bien, si hoy se insiste tanto en la mediocridad de los políticos que tenemos creo que es porque se piensa en tipos como Churchill... También en Adenauer, De Gaulle o Eisenhower, sí, pero sobre todo en Churchill.  



Su moral fue profundamente victoriana en un tiempo donde aquel universo moral empezaba a desplomarse, de manera que fue Churchill quien cargó con él sobre sus hombros. Le plantó cara a Hitler con una determinación que, reconozcámoslo, se inoculó a sus compatriotas y terminó siendo decisiva para derrotar al fascismo. Veía el socialismo como una inmensa amenaza y era consciente de lo que todo reaccionario sabe sin hacerlo consciente, que la democracia es la manera de que los plebeyos entiendan que lo mejor para ellos es que las élites les gobiernen.  


Era un cabrón, desde luego. Parece no obstante que siempre le persiguió la nube negra de la depresión, que amó por encima de todas las cosas a su esposa, aunque antes le pidió matrimonio a la actriz Ethel Barrymore, y que el sentimiento de culpa por la muerte de su hija Marigold, a los tres años de edad, lo devoraba por dentro. 


Parece ser que la niña murió de frío por falta de atención y que la sombra negra que persiguió a Winston hasta sus últimos momentos tiene que ver con este asunto. Aunque esto último, como tantas cosas de Churchill, puede que tenga mucho de invención. 

2 comments:

Ricardo Signes said...

El problema, David, de tomar como referencia a políticos como Churchill, Adenauer o de Gaulle es que lo normal es que el sujeto comparado parezca imbécil o, si no, pusilánime. Aznar, Bush, Tony Blair... a su lado parecen títeres de cachiporra. A mí algunas ocurrencias de Churchill me resultan muy divertidas, pero su grandeza política tengo la impresión que se debe más a un mérito actoral y escenográfico en el que su barriga, su puro y su bombín constituyen los pilares de su ideología.

David P.Montesinos said...

Hola, Ricardo, gracias por el comentario. Desgraciadamente, el mundo blogger ha pasado de moda, de ahí que uno no encuentre otra posibilidad, si quiere que le lean unos cuantos, que trasladarse a facebook,por más que el formato parezca menos indicado, pues ya sabes que facebook, instagram y otros medios por el estilo están pensados para otros cometidos como enseñar fotos de tu fin de semana en Port Aventura o la paella que has hecho el domingo. Lo que dices de Churchill es en gran parte verdad. Hay una escenografía churchulliana muy pictórica, muy literaria si quieres. Dijo aquello de We will defend our island y ya parece que fuera el gordito del puro el que derrotó a Hitler. Hay pese a todo algunas ideas que se le atribuyen que me parecen sugerentes. De otro lado, y es el auténtico desencadenante del escrito, me divierte mucho esta obsesión de los estadistas conservadores por imitarle. Los casos de Fraga, Aznar o, muy especialmente, Aguirre, son una comedia en sí mismos.