Thursday, January 14, 2021

UN SIOUX EN EL CAPITOLIO


Me esfuerzo en entender, pero no estoy seguro de conseguirlo. Cuando vi "Game of cards", tuve a menudo la sensación de que las dotes de manipulador y la toxicidad de Frank Underwood no encontraban límites. El personaje encarnado por Kevin Spacey es un Macbeth contemporáneo que, con ayuda de su esposa Claire, logra apoderarse de la Casa Blanca a golpe de crímenes horrendos. ¿Qué nueva perfidia tramarás esta vez para satisfacer tu ambición, Francis? Y los guionistas encuentran siempre una respuesta aún más depravada de lo que el espectador podía imaginar. 


Sí, pero, verán, incluso en semejante hijo de perra creo encontrar una sombra de sentido institucional. "El juego del poder está hecho  para tipos sin entrañas como yo y no para medianías como tú", explica cuando se dirige a nosotros mirando a la cámara. Es un cerdo repugnante, sí, pero hay algo respetable, algún tipo de solemnidad, en su condición de malhechor. Su ambición le lleva a extremos delirantes, pero no convierte la escena política en un paisaje ubuesco. Odiamos a los Underwood, pero no dan pie a que nos riamos de ellos, tan solo podemos desear destruirlos... o unirnos a ellos. 



Las escenas que presenciamos ayer en Washington, ante el Capitolio, sancta sanctorum de la democracia más longeva del mundo, invitan antes que nada a la irrisión. Son sin duda preocupantes, quién lo duda, pero pero cuando vimos al histrión vestido de sioux encaramado a la mesa presidencial, o al otro botarate con los pies sobre la mesa del despacho de Nancy Pelosi... Qué quieren que les diga, a mí me parecía estar en un capítulo de Los Simpson. 


Tratándose, como es muy evidente, de una turba de frikis, podríamos pretender que su violencia no representa a nadie. Pero no es cierto. Los disturbios del miércoles en Washington son una criatura de la derecha norteamericana que viene desletigimando la democracia desde el surgimiento del Tea Party, y que ha encontrado en Donald Trump a su gran héroe. El todavía Presidente es responsable de esto y, pese a lo atónitos que nos ha dejado el acontecimiento, nos tenía avisados desde que, antes de los comicios, ya dijo que no aceptaría una derrota. 


EEUU vive una guerra cultural que quizá haya estado siempre, pero que desde hace algunos años se presenta particularmente áspera y enconada. Y lo es porque una de las dos partes, obviamente la reaccionaria,  ha optado por embarrar el terreno de juego. Se trata de entrada de impedir que gobiernen los Demócratas, lo cual no deja de ser llamativo teniendo en cuenta el talante moderado de Joe Biden.  Cabe preguntarse hasta donde habría llegado esta gente si el nuevo Presidente, en vez de Biden, hubiera sido Bernie Sanders, al que tildan de comunista y anti-sistema. 



Pero el problema es más profundo. Ya sabemos de lo que va la famosa guerra cultural: aborto, tolerancia sexual, emancipación de la mujer, inmigración, mestizaje, cambio climático, sanidad universal... Donald Trump ha sido muy listo para aprovechar la oportunidad de presentarse como líder de un amplio sector de ciudadanos norteamericanos -no solo, pero mayoritariamente, blancos y varones-,  que culpan de sus problemas a ciertos procesos de modernización de la sociedad que plantan sus raíces en los colosales movimientos sociales de los años sesenta. 


¿Son los inmigrantes, las mujeres independientes o los homosexuales los causantes de un proceso de deterioro de las condiciones de vida y la seguridad de una clase media que vive a medio camino entre el temor y la cólera? No. En todo caso lo que sucede es que para el simio mezquino que somos siempre es reconfortante encontrar culpables entre quienes son todavía más débiles que tú. Al menos, medio siglo atrás, cuando a un Juan Nadie de Arizona le iba mal, no tenía que tropezarse con la altanería de unas minorías raciales que ahora pueden ocupar tu sitio en el autobús, tu mujer no te abandonada cuando te convertías en un borracho y un maltratador  y los maricones no iban por el mundo exhibiéndose como quien está orgulloso de ser un anormal y un paria. Hablando de Los Simpsons, es la basura blanca como Homer la que sostiene a Trump. 


¿Y no tiene razón después de todo los ultras en ir contra los políticos, "esa gentuza de Washington"? Pues, verán, aunque es perfectamente razonable que muchos desconfíen de unos gestores que mienten, a menudo se corrompen y, sobre todo, se muestran incapaces de resolver los problemas de la gente, creo que tampoco es tan sencillo como pretender que el Estado solo existe para reprimir y sacarle los cuartos a la ciudadanía... un criterio por cierto muy extendido entre los norteamericanos desde la fundación misma de las primeras colonias hace casi tres siglos. Si los norteamericanos -como los europeos, como cualquier súbdito de una Estado- tienen un problema con los políticos, es porque en realidad con quien lo tienen es con los verdaderos amos del mundo, que son las élites financieras.  



Lo diré de una vez: Trump solo es un impostor. Su triunfo electoral de 2016 y los setenta millones de votos que aún ha conseguido arrancar esta vez son consecuencia de un engaño monstruoso y, por qué no decirlo, de la inocencia de los sectores más reaccionarios  e ignorantes de la nación más rica del mundo. Y sí, claro que es un facha y que su machismo, su incorrección política y su patrioterismo barato calan en el inconsciente colectivo de muchos que se sienten irritados por un entorno social cada vez más complejo y amenazante. Pero las maneras de Trump son solo el gancho. El verdadero plan que hay detrás de su llegada al poder corresponde a las grandes corporaciones económicas norteamericanas, muy en especial las petroleras, que necesitaban poner en el poder a uno de los suyos para puentearse a los políticos profesionales. ¿Son enemigos para ellos presidentes como Obama o Biden? En ningún modo: el Partido Demócrata depende de la financiación de grandes empresarios tanto como el Republicano. Pero aún así son una molestia... a los políticos profesionales, integrados de lleno el aparato de un partido, hay que presionarles, a veces incluso untarles. Lo que el gran capital norteamericano ha conseguido poniendo a Trump en la Casa Blanca es dejarles claro a los políticos profesionales que o colaboran o serán eliminados. 


No se si ven a donde voy a parar. Con independencia de la catadura moral que atribuyamos a las turbas de Washington, su mayor problema no es su ideología ni su agresividad, su problema es la candidez. No han entendido que fenómenos tan dañinos como la precarización laboral, el desclasamiento, la desprotección institucional, la desunión familiar o la volatilidad de las biografías son resultado de un dispositivo ideado por el capital, es decir, por señores como Donald Trump, para hacer más ricos a los ricos y desclasar y empobrecer a todos los demás. El trumpismo no ha reactivado el sueño americano. Muy al contrario, es su funeral: nunca será más difícil salir de la pobreza, nunca se había colapsado en los USA hasta este punto la movilidad social.   


Va a ser difícil encontrar un Presidente más nefasto. Claro que esto ya lo dije con Bush jr. y ya ven. Hasta él ha dicho que Trump es un impresentable. 



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